Psicosis
(No hace falta decir que si hay alguien que aún no ha visto esta peli, pues que intente NO leer NADA sobre ella y que la vea ya).
Clásico analizado hasta la extenuación y que prácticamente se alza como uno de los pilares del cine moderno. Film-bisagra entre dos épocas del cine americano que rompe esquemas de géneros, continuidades argumentales, y muy en especial, la inocencia de un espectador enfrentado a una experiencia difícil de olvidar si tiene la suerte de desconocer los memorables twists que presenta el gordo infernal.
La secuencia de la ducha es ese prodigio de puesta en escena que continúa fascinando e impactando por mucho que haya sido homenajeado, parodiado o reproducido de cualquier forma imaginable. Un crimen que apela a la vulnerabilidad de la víctima y por lo tanto a nuestros miedos más arraigados, situado en un escenario cotidiano y filmado mediante una combinación de ver y de no ver lo que ocurre. El apuñalamiento no sólo se comete con el arma homicida, sino con la cámara, con el montaje y con una banda sonora que potencia la angustia hasta el límite, cual sucesión de cuchilladas sonoras. Varias películas en una sola, empezando por una de cine negro en su premisa, con asuntos económicos turbios, un robo, una huida, una paranoia creciente… sigue un drama sobre almas solitarias en esa ciudad cutre y como de provincias, seres anhelantes de amor, de una libertad que no pueden alcanzar, que parecen haberse escapado de un cuadro de Edward Hopper. La cosa no termina ni mucho menos ahí, porque a continuación mutará en una peli extraña sobre la dualidad y la locura, el lado más oscuro y recóndito de la gente normal, o lo podrido en el corazón de América; sus miedos, traumas, sexualidades reprimidas, dependencias malsanas… y después será una de terror gótico con caserón en mitad de la nada, secretos del pasado y una bruja piruja, que abre una nueva era en el género de asesinos en serie perturbados.
Por último, “Psicosis” es una parodia de todo lo anterior, una comedia negra y maliciosa por cómo introduce cierto moralismo que después traicionará, por la manera en que el cineasta pasa a ser el auténtico protagonista en la sombra, autor total y gran manipulador con la ingenuidad (y la hijoputez) de un niño, que seduce con su juego visual y narrativo, cachondeándose por enésima vez del mcguffin del dinero hacia el que guía nuestros ojos, de esos personajes que siempre han sido “ganado” para él, que andan igual de perdidos que nosotros. Matando a su propia heroína, y en general, llevándolo todo al extremo, con ángulos imposibles (y tramposos) de cámara, blanco y negro ominoso, ralentización exasperante de la acción en determinados puntos de la trama, preferencia por rostros desencajados ante el horror… la escena de la tormenta al volante es lo que marca el paso de un universo a otro, al margen de la civilización, de la realidad; un agujero negro que se traga literalmente a la Leigh (a quien previamente hemos visto en sujetador y ha sido objeto de deseo, mirada libidinosa compartida, por cierto, con el malo), y con ella, nuestras expectativas. Se ha criticado a menudo la explicación psicoanalítica para dummies y entiendo que la audiencia no estaba tan familiarizada con fenómenos como la esquizofrenia o la personalidad múltiple; funciona a modo de remate final al estilo de Poirot destapando al asesino al final de las novelas de la Christie.
Y luego está Norman… impagable el actor, marcado de por vida por semejante interpretación, el físico desgarbado que lo dice todo; rarito, huraño, con un último y memorable plano de una mirada (siempre la mirada) que traspasa la pantalla para helar la sangre del personal, pero con un punto inofensivo, incluso tierno. Encantador, y desde luego perverso. Como Don Alfredo.