DAVID GISTAU
Juguemos al
‘paint-ball
LOS CATÓLICOS y los judíos son el
paint-ball de la corrección política.
Nuestro tiempo es susceptible, dispone
de mecanismos de castigo instantáneos
para emplumar con brea a cualquiera que
ofenda el canon, así sea con un chiste. La
influencia de ciertas minorías y la
ingeniería social han hecho que todos los
que nos expresamos en público lo
hagamos bajo la vigilancia del piquete
lapidador de La vida de Brian. Formule
apenas unmatiz a una convención
feminista, verá que es como decir
«¡Jehová!» en la película.
Esto sólo afecta a las causas
relacionadas con ese otro intento de
implantar un monopolio moral que es el
progresismo. Es más, para compensar
tanta asfixia intelectual, tanta contención
ante lo sagrado, se le invita a liberarse
jugando al paint-ball del insulto con
aquello que no está bajo protección, que ha
quedado extramuros de la sensibilidad
colectiva ahormada por la pedagogía
progresista. La Iglesia. Los judíos. Déles
duro cuando tenga ocasión. No hay
desgaste social por hacerlo, y es una
catarsis que le permitirá luego tomarse en
serio y respetar lo que le digan que es serio
y respetable.
Me he preguntado estos días de dónde
procede esa furibunda pulsión anticatólica
estimulada por la visita papal que impide a
la progresía dejar en paz a la gente con sus
propias creencias. No me refiero al
mensaje de la Iglesia, a su anacronismo en
tantas cuestiones prácticas vinculadas a
veces con la supervivencia, sino a estas
jornadas de fiesta y formación de cantera a
las que nadie está obligado a acudir. Sólo
he llegado a preguntas, a conjeturas. Una
voluntad de dominio social que no admite
competencia. Un rescoldo de la Guerra
Civil, cuando un bando se apropió de Dios
y el otro lo quemó. Una convicción de que
la desprogramación religiosa forma parte
del proceso de modernización arrancado
en el postfranquismo, y según la cual una
fe personal identifica a un refractario, a un
personaje de la leyenda negra y de las
gárgolas del nacionalcatolicismo. A un
imbécil, que permite hacerse sentir muy
listo a quien le insulta.
Es, en cualquier caso, un síntoma de
evolución fallida: en ninguna nación de las
que asumimos como ejemplo hostilizan a
nadie por ser cristiano. Y aquí, todavía,
cuando Madrid se llena de cierta alegría
esquemática, sencilla, de una juventud que
vive su fe, el arrogante intelectual sabe que
viene sin protección de la corrección
política, que no habrá un gurú progre al
que escandalice la agresión. Y entonces
reacciona como la soldadesca cuando le ha
sido concedido permiso de pillaje, cuando
se percata de que hay impunidad. Tan
ácidos ahora como sumisos cuando la
progresía les dice chitón, esto es nuestro.