Harkness_666
Son cuatro
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El autor es un mangaka no muy conocido, autor de historias breves y con una considerable carga de crítica social, muy de arremeter desde los márgenes contra el Japón contemporáneo y acariciando cuestiones más bien incómodas, con una mayor o menor dosis de surrealismo según la ocasión, pero sin salirse nunca de una temática realista. La presente colección reúne nueve relatos, siendo el primero de ellos Los días en los que estuve al servicio de la reina Naomi, encantador, sobre un niño que es puesto por sus padres al servicio de una dominatrix (tal como suena); no deja de ser, en el fondo, la típica historia ñoña sobre un niño y su mascota, pero con una vuelta de tuerca perversa que la convierte en algo hilarante y con cierta pulla a la normalización de sexualidades alternativas. Iguales, sobre psicopatías varias, trata de cierto tipo de relaciones de pareja, demasiado comunes por desgracia, donde el amor es entendido de manera enfermiza y posesiva, o bien como la excusa de ciertos individuos carentes de autoestima y personalidad propia para usurpar la de los demás. Cuidado con el tren de tocones supone una rabiosa sátira anti-feminista y de plena actualidad, destacable por lo delirante de la idea y lo lejos que la lleva (un pobre tipo es sometido a un peculiar juicio sumarísimo al colarse por error en un vagón de metro reservado a mujeres, nada menos); una pesadilla kafkiana que no tiene precio, aunque me encuentre lejos de estar de acuerdo con la crítica que propone.
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En Tubo, un militar despierta de un coma y descubre que su país se ha convertido en una dictadora en torno a la salud del ciudadano, la seguridad y el ejercicio físico; conmovedora historia de un padre que busca revivir el vínculo con su hijo, sobre la necesidad de asumir ciertos riesgos y la búsqueda de un paraíso desaparecido tras la modernidad. El tema de las distopías (irónico a tope el título del volumen) reaparece en Un mundo conectado, o la necesidad de tener secretos, de tener una vida íntima al margen de los demás, y el miedo a ser devorado o deshumanizado por el anonimato. También en Virus del odio: en el futuro, se ha descubierto que el odio es una enfermedad y que se puede combatir ¿pueden las pulsiones violentas y oscuras extirparse sin más, sin perder a cambio una parte fundamental de lo que nos convierte en humanos? Homenaje indisimulado, por cierto, al Hamlet shakespeariano hay por aquí. Huir del sentimentalismo a golpe de velocidad, por su parte, es puro Chejov: un pueblecito donde todos corren, un amor frustrado por las expectativas y las ambiciones personales del protagonista en la ciudad, y un recuerdo de lo que en realidad más importaba cuando ya es demasiado tarde. Sobrevivir coscorrón tras coscorrón retoma el concepto del primer cuento: historieta topicaza de amor improbable en un contexto urbano, pero sustituyendo aquí parejas, relaciones, matrimonios… por la formación de duetos cómicos; genial disparate no tan disparatado.
Y para terminar, Para quién existe la tortuga, que lanza el siguiente interrogante: ¿De qué sirve ser un genio, cambiar el mundo y resolver las grandes cuestiones… si tus propios y convencionales problemas son los realmente importantes y los únicos que merece la pena resolver?.
La última colección de historias de este señor (en dos tomos) es un nuevo paseo por el lado oscuro, diría que más lúgubre si cabe, pues el componente crítico se acentúa y el sentido del humor con tendencia a la sátira ha desaparecido. Se nota más la rabia, el ajuste de cuentas, y finalmente, se hace explícito lo que se podía intuir en su anterior obra; una tendencia ideológica conservadora derivada de creencias católicas (con guiños directos), o cuanto menos, de una familiaridad con este credo.
Del alba del mar al mediodía habla de un acto de comprensión, que no de compasión, hacia la peor mierda humana de persona; una oveja descarriada, una más entre un rebaño de seres solitarios e insensibles, sin ningún rumbo, sin esperanzas ni para sí mismos… aquí aparecen (en el típico ambiente estudiantil nipón) monstruos que son demasiado humanos, parias sociales, y finalmente, un impensable acto de confianza, un sacrificio que permite rescatar un alma del fondo del mar (que lo mismo se la traga que la hace volver). Insuperable.
Los siguientes quizá son menos potentes: Sobredosis abunda en el cliché con sus caricaturas de peli mafiosa (no falta ni la madre soltera en apuros con su niño -la inocencia de los niños, otro motivo-), con un gángster despiadado que demuestra ser alguien vivido y con principios, no tan villano como lo pintan y más respetable de hecho que la gente respetable. En Rondó pop se cruzan varias tramas en torno a la música de un grupo de moda, cómo afecta a las vidas de unos y otros; el fenómeno fan y sus expertos de pacotilla que sientan cátedra, la gente que se aferra a estos grupos para huir de problemas personales hasta que aprende a afrontarlos… y quizá lo más curioso-interesante, un asesino a sueldo, su peculiar reacción ante una de sus canciones y lo que desencadena.
Alguien voló sobre el nido del instituto vuelve a un entorno escolar, de adolescentes a un paso de la edad adulta que deben madurar, profesores vistos con desconfianza… pero incluso el adulto sigue siendo un hipócrita irresponsable que huye de los problemas, pese a su autoridad incuestionable, cosa que llevará a uno de los chavales a un estallido de sinceridad.
La cosa se pone turbia con How to go, que trata de un periodista escindido entre las responsabilidades, la mujer, el hijo... y el ser un provocador (de pacotilla) que va a la contra de todo lo “normal”. Su fuga de la rutina cobra forma de huida extrema a lo Bonnie y Clyde, de peculiar salida del armario culminada con un radical acto de violencia… pero este cuento acaba siendo una nueva versión de Crimen y castigo; todos somos unos llorones, subordinados al ego en lugar de hacer algo por los demás. El autor parece pintar aquí una imagen muy negativa de la homosexualidad, pero es el sexo en general lo que no sale nada bien parado.
La cólera contra las máquinas ocupa todo el segundo tomo. Aquí Umezawa nos golpea de la manera más brutal con una historia durísima, difícil de olvidar. No sólo por sus imágenes de torturas y violaciones, sino por la crudeza moral, el extremo nihilismo desde una óptica cristiana (la propia institución también recibe sus palos): la tendencia humana al mal, la ley del más fuerte, frente a una religión que no nos salvará, pero que al menos sirve de brújula para distinguir el bien y el mal, con todas sus terribles consecuencias… en el otro extremo, personas que forman parte de una máquina imparable, sin sentimientos ni libre albedrío. Aquí no se salva ni el Tato, hasta los inocentes sufren lo peor, pero tal vez incluso la mayor escoria es capaz aún de decisiones nobles.