Millán Astray es, para entendernos, el capitán Alatriste, pero en serio: estudió a los Tercios de Flandes y tradujo el Bushido para inculcarlo a sus legionarios.
Un fanático de Gabriele D’Annunzio.
-Pemán, usted que lo conoce de cerca, ¿es verdad que me parezco a Gabriel D’Annunzio?
Nadie vivió más que él. Y, de paso, tenía más lecturas y mayor don para la escritura que el mejor columnista de hoy.
Fue nuestro Patton con sentido del humor (Nueva York cortó la Quinta Avenida para que Millán pudiera cruzarla tranquilamente camino de West Point), y, aparte la Legión, fundó dos instituciones que siguen volviendo locos a nuestros demócratas: Radio Nacional de España y el Ministerio de Cultura (es decir, de Prensa y Propaganda).
-Ahora, Pemán, haremos como los predicadores. Echamos la cortinilla del sagrario y ya podemos decir lo que queramos –dijo un día, convencido de que los curas echaban la cortinilla del Sacramento para murmurar de la Divinidad.
La famosa confrontación con Unamuno en Salamanca, tergiversada hasta la náusea por los correveidiles de la memoria histórica en virtud de la cual por el mar coren las liebres y por el monte las sardinas, no se puede despachar con un enlace a la Wikipedia.
Y porque, como dice Gómez Dávila, conocer bien un episodio histórico consiste en no observarlo a través de prejuicios democráticos, se recomienda el libro Millán Astray, legionario, de Luis E. Togores (La Esfera de los Libros, 2003), donde con escritura bien sencilla se contempla el asunto desde todos los puntos de vista para que el lector inteligente saque sus conclusiones.