Daniel Rodríguez Herrera
La izquierda se ha inventado un drama hoy en la radio, en su radio, en la radio de Prisa. Con la ausencia de Díaz Ayuso, que tiene demasiado olfato como para enfangarse en un debate en el que la cadena y la moderadora garantizaban la encerrona, la izquierda necesitaba el debate para montar un número. Con la animosa colaboración de Angels Barceló, otra de tantas que se pone muy digna a la hora de ponerle comillas al periodismo de los demás, Iglesias ha montado con éxito
su teatrillo, que ha tenido lugar nada más empezar el debate porque así lo ha querido la autodenominada moderadora, saltándose lo pactado con los candidatos:
–Si la ultraderecha no se retracta, me voy –comienza Pablo Iglesias.
Mónica García realiza entonces una intervención intrascendente en la que por primera vez no ha recordado que es médico y madre.
–Condeno todo tipo de violencia. Me hubiera gustado que usted hubiese condenado la que nosotros sufrimos en Vallecas –contesta Rocío Monasterio.
–Me voy. Es inadmisible que dejen debatir aquí a alguien que quiere que condene la violencia de mis votantes.
–¡No, no, Pablo, no! ¡Que quiero que respondas a la provocación de la ultraderecha, porfi! –interviene Àngels Barceló implorando a Iglesias que no hiciera lo que había ido a hacer mientras le coge de la manita.
Así, en un debate en el que
la moderadora se refiere a la extrema izquierda por su nombre de pila mientras califica a la representante de Vox como “ultraderecha”,
repitiendo como un papagayo las consignas de sus amos, la conclusión que debemos sacar es que Monasterio es una nazi y Pablo Iglesias un demócrata de toda la vida al que su dignidad inmarcesible le impide debatir con semejante ralea.
A ver cuándo nos enteramos de que
la democracia es lo que la izquierda decida en cada momento que es democracia. Democracia es llamar “carapolla” a Almeida o “loca” a Ayuso, pero no llamar “rata chepuda” a Pablo Iglesias, que es algo inadmisible y fascista, como tuvo a bien declarar el afectado al salir de la SER, ya no recuerdo si antes o después de decirnos que había que normalizar el insulto. Democracia es reventar violentamente los actos de Vox en Vallecas e intentar impedir cualquier acto político de cualquier partido a la derecha del PSOE en Cataluña y el País Vasco, mientras se les echa la culpa por llevar la falda muy corta. Democracia es poner en duda la pedrada que recibió Rocío de Meer, fascismo hacerlo con las cartas anónimas enviadas al Ministerio del Interior.
España es un país en el que han pegado en la calle al presidente del Gobierno. Pero como el presidente del Gobierno en cuestión era un señor de derechas, eso también fue democracia. No pasó nada, aparte de las risas de los humoristas y tertulianos de mucho progreso. Nunca pasa nada. Ahora resulta que ETA no era de izquierdas y, a poco que les tires de la lengua, tampoco nacionalista. Pero cuidado con una pintada que pone “Coletas rata” a varios kilómetros del lugar donde pasaba sus vacaciones el líder de la extrema izquierda, el que pedía guillotinas para el Rey y medio arco parlamentario, el que daba conferencias alabando la “lucha armada”, el que aplaudía los asaltos al Congreso, el que llamaba terrorista a Amancio Ortega por tener éxito, el que lidera el partido que homenajea a Lenin, Castro y todos los tiranos sedientos de sangre que el comunismo ha traído al mundo.
Si usted me lleva leyendo desde hace tiempo, habrá notado un cambio de tono en mis últimos artículos. Es porque
he llegado al límite, al igual que muchos otros españoles. Estoy cansado de ser un
dhimmi, un ciudadano de segunda, que debe ser tratado con desprecio porque no acepto los dogmas de la religión mayoritaria entre las élites. Vox hace y dice muchas cosas que me provocan escalofríos. Pero al menos les planta cara. Como Ayuso, por cierto, y sin necesidad de armar números. Y al contrario que Casado, quien parece opositar a líder del Partido Campesino, dispuesto a heredar el Gobierno bajo la promesa de no cambiar ni un papel de sitio cuando finalmente lo alcance.
Estoy harto de periodistas y, ya que estamos, de divulgadores científicos que se dan premios y trabajos entre sí por decir y hacer exactamente lo que Podemos y el PSOE quieren que digan y hagan. Estoy harto de que absolutamente nadie en la España oficial haya condenado que una izquierda miserable siempre dispuesta a destruir todas las instituciones que deberían ser neutrales
ponga en el BOE, en el preámbulo de la norma que legaliza que me puedan partir la crisma por querer ir a trabajar, un párrafo de sectarismo partidista en el que acusa al Partido Popular de atacar las libertades, como si una ley fuera un artículo en Lo País. Estoy harto de quienes miran para otro lado, cuando no aplauden, a quienes atacan con violencia en las calles y golpes de Estado en las instituciones los derechos políticos de la mitad de los españoles, mientras se comportan como un aristócrata británico de los de antaño a la menor violación de la etiqueta que ellos mismos han impuesto, pero sólo a los demás, porque
nunca es el qué sino el quién.
La izquierda de este país no merece más que nuestro desprecio. Se lo lleva ganando desde que tengo uso de razón política. Viven de considerarse mejores que nosotros por unas ideas que sólo llevan a la ruina económica y a la ruina de la democracia. ¿Quieren vivir bien y en libertad? Hagan como Andalucía, que no hace más que mejorar desde que se ha quitado la losa roja de encima. Y defiéndanse con uñas y dientes. No concedan ni una. Se ha acabado la época de agachar la cabeza. Ni una lección de los que cogen de la manita a un tipo que nos cortaría la cabeza con una guillotina si tuviese oportunidad de hacerlo.
Suscribo punto por punto el artículo de
Daniel Rodríguez Herrera, que me hubiera encantado escribir si tuviera su talento. En lo único que le supero es en edad y experiencia, y por esta razón su irritación ante la escoria que denuncia ya la viví hace décadas, y la superé hace tiempo. Que se vaya acostumbrando porque no van a cambiar.