Ojo, que hoy en la central de Roland Garros se ha producido uno de los mejores partidos de la historia, con el nivel de Djokovic que, literalmente, lo había ganado todo esta temporada, el despliegue de Wawrinka ha sido mítico. Ovación increíble, como no había visto jamás, al perdedor en la entrega, hasta que le han hecho llorar, me descubro ante el buen perder que tiene el serbio, con las ganas que le tenía a este torneo y de qué manera se ha alegrado por el suizo, y un gentleman también Wawrinka, consciente del palo que suponía para Djokovic, se ha comedido mucho en su celebración y se han fundido en un abrazo.
La exhibición ofensiva de Wawrinka, tanto de drive como de su inigualable revés, es algo que debería ver cualquier amante del tenis, aunque sea en diferido. Maravillosa final.
Es que ha sido portentoso hoy lo de Stan. Lo jodido es que hay que jugar como lo ha hecho hoy él, como un extraterrestre, para poder ganar al Nole actual. Nole, exceptuando el primer set, no ha sido el de los últimos meses, claro, pero, ¿cómo serlo, con un tío enfrente que te clava ganadores desde todos lados y en cualquier posición? Y el coco de Stan, cómo se reponía de cada momento adverso, qué confianza, qué concentración. ¡Pero si parecía él el nº1! Qué cogorza va a pillar esta noche, el buen de Stan.
Nole, por cierto, un verdadero señor en la derrota. Y esa ovación ha sido conmovedora, hasta yo me he puesto un poco tonto y he sentido que me congraciaba con él, que no merecía, después del año impecable que lleva, este varapalo tan duro...
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El deporte tiene estas cosas. Muy pocos apostaban por él, subido a una montaña rusa a lo largo de su carrera, en la sombra desde hace tiempo. Muy pocos se habían jugado los cuartos por Stanislas Wawrinka, vencido en 17 de las 20 ocasiones en las que se había medido a él. Y muy pocos, solo los más osados, habían pronosticado una derrota (4-6, 6-4, 6-3 y 6-4 en tres horas y 12 minutos de final) de Novak Djokovic, rey indiscutible y autoritario del circuito en estos momentos. Pero el deporte tiene estas cosas. Sorprende, contradice y emociona. Y todo esto ocurrió en el corazón de Roland Garros, sobre el polvo de ladrillo de la Chatrier. Doblegó el suizo al número uno y elevó su segundo grande, para encaramarse al cuarto peldaño del ránking y prolongar el maleficio del serbio en París.
El suizo, pletórico, fabricó el doble (60) de puntos ganadores que el serbio, vacío y sometido, demolido
Caía el sol sobre la Chatrier, 21 grados, pero una brisilla fresca. Todo listo, a priori, para la entronización parisina del jerarca Djokovic. Sombreros, sombreros blancos y gafas a tutiplén en las gradas, llenas hasta la bandera (alrededor de 15.000 espectadores). Sobre la tierra, Nole, con ese aire aparentemente desganado y esa suficiencia de siempre, de que la cosa no va con él, y Wawrinka, el bueno de Wawrinka, no lo olvidemos. El suizo lució los calzones arlequinados que han alimentado la comidilla del torneo, pero al margen de lo anecdótico, salió a jugar con todo, acompañado de esa derecha dura y seca y de ese revés que puede meter hasta al mejor en un lío.
El suizo, 30 años, tenía una magnífica oportunidad de adornar un expediente bastante canino, en el que al margen del Abierto de Australia del año pasado deambulan los ácaros en los últimos tiempos. Por eso lo puso todo desde el principio. Golpes durísimos y profundos, embestidas desde un perfil y otro y muy buen temple en los intercambios, que los hubo y muchos, larguísimos, equilibrados y hermosos. Con uno de ellos arrancó el duelo y el público se quitó la careta. Por esa regla no escrita de apoyar al débil, se posicionó claramente a su favor, así que palmas para cada uno de sus puntos.
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Y resistió un buen rato, hasta que el instinto ganador de Djokovic despertó de la siesta y mordió al suizo. Fue con 3-3 en el videomarcador. El serbio le metió revoluciones a la pelota y encontró los ángulos. Break arriba para Nole, alto y delgado como un fideo, escudo en mano para repeler la sucesión de golpes cortados y liftados que le propuso Wawrinka. Este intentó por todos los medios estirar el parcial y a estuvo a punto de conseguirlo, pero Nole aguantó y le puso el lazo al primer set con un aullido liberatorio en dirección a su palco. Allí le animaba el ruidoso séquito que le acompaña siempre, familiares, su mujer Jelena y preparadores, con el inigualable Boris Becker camuflado detrás de una visera de color mandarina.
Con potentes primeros (76% de puntos ganados), Wawrinka, Stan the Man, le impidió también que estuviera cómodo en la segunda manga, que siguió por los mismos derroteros. O sea, igualdad, peloteos espectaculares y aplausos para el suizo, por eso de que hubiera partido. Los c’mon Stan! prevalecieron claramente sobre los ¡Nole, Nole! con los que azuzaban los incondicionales del serbio. Pero este supo de inicio apagar los incendios y minó progresivamente a Wawrinka, que con 4-3 a su favor tuvo una bola para romper el saque y no la aprovechó. A la siguiente, Djokovic le lanzó un par de dejadas y él replicó con otra que tropezó con la red. Entonces: ¡Zas, zas! Doble raquetazo contra la malla y chiflidos de la Chatrier. Disculpa acto seguido y perdón inmediato, pelillos a la mar por tanto.
Djokovic se lamenta durante la final en París. / GONZALO FUENTES (REUTERS)
No así después, cuando el suizo logró la ruptura y llevó a buen puerto su insurgencia para prolongar el duelo. En ese punto, surgieron los demonios de Nole. Estrelló su herramienta contra la arena, un estacazo seco, y la partió. Sanción correspondiente del árbitro y abucheos. No le interesaba a Djokovic alargar el tema, no le convenía dejarle crecer a Wawrinka, el hombre que renunció a muchas cosas por hacer algo grande en el tenis. Por eso el serbio resoplaba y miraba al cielo francés, maldecía, comía dátiles, le molestaba casi todo. Extendía sus brazos horizontalmente, ¿qué hago?, porque al bueno de Wawrinka le entraba todo, un aguijonazo tras otro en la moral decreciente de enfrente. Muy dañina la ruptura que supuso el 4-2 y servicio a su favor.
Nole aspiraba a su noveno grande y a cerrar el Grand Slam, pero cayó por tercera vez en la final de París
El serbio, entonces, tocadísimo y derbordado, sometido; no daba con explicación alguna al tormento. Volvían los malos espíritus del pasado, esas dos finales (2012 y 2014) que habían mancillado su mente; las punzadas, una sí y otra también, del regenerado Wawrinka. Ofensiva total del chico de Lausana (60
winners, por los 30 de su rival), cuatro del mundo tras la conquista de París. “Cuando juego a mi nivel, puedo ganarle a cualquiera”, advertía él, que en los cinco últimos pulsos de un Grand Slam con Nole ya le había exigido desgastarse hasta los cinco sets. No tengo nada que perder, debió de pensar. Pues adelante, a por todas.
Y así lo hizo. El último set fue salvaje, doble
break arriba para Djokovic y doble respuesta de Stan, en ebullición y lanzado. Listo para volatilizar todos los pronósticos y engrandecer el tenis y el deporte. Cara larga de Djokovic, vacío y demolido. Ganó el suizo porque jugó mejor y fue mejor. Un rugido al viento, abrazo sentido con su técnico, el sueco Magnus Norman, y lágrimas antes de la coronación. Pocos daban un euro por él, por Stan. Pero esto es así, esto es deporte. Qué grande.