Ahora permitan, si no es mucho pedir, que explique los reparos que me llevan a afirmar la sobrevaloración de parte de la obra de Hawks. No se trata de una discusión sobre su condición o no de autor cinematográfico, ya que ésta lleva siendo defendida muchos años desde Cahiers du cinema y no me opongo a ella: se trata de un cineasta, sin duda, con unas temáticas propias y un modo de rodar y acercarse a sus personajes absolutamente reconocible, que incluso llega a rehacer sus propias películas, eso sí, intentando dar siempre una nueva vuelta de tuerca a dichas ficciones, aportando cosas nuevas a las mismas. El problema de Hawks, a mi modo de ver, es muy otro, y parte, sin duda, de la ideología del director. Detesto entrar en este tipo de valoraciones sobre las convicciones personales de un cineasta, y tenga el lector por seguro que no lo haría si no considerase que dichas convicciones (muy conservadoras, digámoslo ya) se trasladan al ámbito cinematográfico lesionando de modo apreciable el resultado final de parte(s) de sus películas
No deja de ser sorprendente, cuando uno lo sopesa, el hecho de que a Hawks no se le suela achacar ser “reaccionario”, ni reprochársele nunca nada en ese aspecto, y sí a otros directores como John Ford, a quien se ha tachado a veces de ser un cineasta machista por mostrarnos a hombres que beben, ríen, cabalgan o pelean juntos. Sin embargo, casi nadie dice lo mismo de Hawks cuando hace sus moralizantes apologías del sentido del deber y retrata a grupos humanos netamente masculinizados. La sorpresa continúa cuando uno repasa la actitud mantenida por Ford y por Hawks ante el Comité de Actividades Antiamericanas. El primero no sólo no colaboró con él sino que es conocido que medió para salvar a Joseph L. Mankiewicz ante el nefando comité, mientras que el segundo se posicionó desde un principio inequívocamente del lado McCarthysta, sin que prácticamente se lo hayan recordado jamás aquellos que siempre sacarían el tema a la palestra si hubiese que hablar de directores como Elia Kazan. El crítico Tomás Fernández Valentí es una de las pocas voces que se atreven a nadar contracorriente recordando este espinoso lado del cine de Hawks. En una antología sobre el film El enigma de otro mundo (The Thing From Another World, 1951), dirigido a medias por Hawks (quien además produjo) y Christian Nyby, señala Valentí: «(...) El enigma de otro mundo no es un mal film, pese a su discurso machista y militarista –producto, por descontado, de la época en que se rodó pero también, no nos engañemos, de las simpatías ideológicas del propio Hawks– (...)» (2) Otra de las voces felizmente excepcionales dentro de este panorama de desmemoria interesada (y una autoridad en lo referente a deshacer entuertos y romper tópicos) es Antonio Castro, quien escribía lo siguiente en su antología acerca de Solo ante el peligro (High Noon, 1952. Fred Zinnemann): “Hawks dijo que había hecho Rio Bravo contra Solo ante el peligro, porque carecía de sentido que un profesional como Kane [así se llama el personaje que interpreta Gary Cooper en Solo ante el peligro] pidiera ayuda para algo que formaba parte de su trabajo. Pero las declaraciones de Hawks son falsas porque oculta la verdadera razón de su réplica a la película de Zinnemann, que no es de índole profesional, sino política. Tanto Hawks, como sobre todo [John] Wayne, odiaban Solo ante el peligro no sólo porque la consideraban comunista sino, además, porque había destrozado la imagen de héroe de Cooper, que ellos consideraban muy importante.” (3).
Las asociaciones cinematográficas de Hawks con John Wayne no han beneficiado demasiado a su cine, pues se trata de uno de esos actores que, a poco que uno se descuide, logran arrastrar a la película en la que se encuentran a su terreno (4). En ese sentido, John Ford fue capaz de sobreponerse mucho mejor a la imagen ultra-heróica de Wayne. Un vistazo a la dureza con la que, a ratos, trata a su violento y racista personaje en Centauros del desierto (The Searchers, 1956) basta para notar la diferencia con el modo con el que Hawks acogía al ultraderechista actor en Rio Bravo (íd., 1959), donde, amén de complacencia ante una mirada ligeramente despectiva sobre los personajes hispanos del film (gesto típico en Wayne), también le regala una aparición espectacular: un plano contrapicado con el que pretende mostrar la supuesta altura ética del personaje (5), y que rodó sin importarle romper su famosa máxima de filmar siempre con la cámara a la altura del hombre. He de aclarar que la presencia de Wayne no me importaría lo más mínimo si no fuese porque suele aportar un carácter burdo (por no utilizar otro adjetivo más fuerte) a algunas secuencias. Sin ir más lejos, acordémonos de los toscos chistes a costa de las vestimentas de los miembros de la tribu que hay en Hatari! (íd, 1962).