John HUGHES (1950-2009)

nogales dijo:
alguien ha visto esa de ¿Quién es Harry Crumb.?

Si hombre, hace siglos. Candy haciendo de detective privado. La vi una noche en doblete junto a Doctor Detroit.
 
Hugues tiene unos claros defensores: los que vivieron sus películas siendo su target. El resto, o le olvida o ni le miran.

O sea, Hugues tiene un único valor: nostalgia mal entendida.
 
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En 1959, en un rincón de Michigan, nació un niño llamado John Hughes; como si de una leyenda artúrica se tratase, este hijo de vendedor y ama de casa estaba destinado a hacer grandes cosas.

Grandes películas.

Si te criaste en los ochenta, seguro que conoces alguna de sus películas, aunque no sepas su nombre, ni reconozcan su cara. O puede que seas fan; seguramente le amarás, o a lo mejor, le odias. En cualquier caso, el cine de John Hughes iluminó a una generación, y lo mejor que se puede decir de su cine es que no deja indiferente a nadie. Estamos ante una de esas personalidades que levantan pasiones; lo idolatras o lo detestas. Los que lo detestan seguramente sean unos sucios comunistas, aunque algunos aún no lo sepan.

Hablando un poco más en serio (solo un poco) este cineasta desarrolló una larga y estimulante carrera, como director y guionista, pero también como productor, aunque en este post solo nos centraremos en la primera faceta; películas que dirigió personalmente. Fue él quien creó, como siempre sucede con los grandes movimientos, sin saberlo, al Brat pack, o “Hatajo de mocosos”, una generación de jóvenes actores de la época, populares, admirados, ubicuos, que participaron, siempre juntos (aunque no siempre todos juntos) en una serie de películas que son la base, el prototipo del movimiento. Películas como El club de los cinco, Todo en un día, Dieciséis velas, St Elmo Punto de encuentro, La chica de rosa, Class, Rebeldes…

Podría empezar a hablar de ellos (de hecho, podría hacer sin esfuerzo y con sumo gusto). Recordar y repasar las carreras de Molly Ringwald, Ally Sheedy, Judd Nelson, Anthony Michael Hall, Andrew McCarthy, Matthew Broderick, Emilio Estevez, Rob Lowe, C. Thomas Howell… pero no; eso quedará para otra ocasión. Hughes es quien ocupa toda nuestra atención hoy. Él es el Rey.

John Hughes nos abandonó en 2009, todavía joven y con mucha vida por delante, aunque los años de gloria de su carrera, ya se habían acabado (para algunos esa gloria nunca se acabará, porque nunca lo olvidaremos).

Cuando un actor, o director que tuvo y retuvo sus días de fama, nos abandona, se tiende a mitificar su figura (y la figura de Hughes se presta a ello de sobra) y se tiende a engrandecer sus logros y su obra. No seré yo quien le tache de genio del cine, o creador de obras maestras aunque las tiene en su filmografía; era un gran artesano con un sello y estilo propios, que hacía películas de un determinado tipo para entretener a un público determinado, y vivir de ello. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que intenta hacer lo mismo en la industria del cine americano hoy en día, y que lo hace con presupuestos diez veces superiores a los que Hughes nunca tuvo acceso, y viendo los “resultados” que logran en el 99% de los casos, la discreta labor de John Hughes gana méritos silenciosamente, cada día.

John Hughes siempre fue fuel a sus principios como persona; nunca olvidó lo que es ser joven (todo un mérito) y esto está en sus películas, fue capaz de plasmarlo como pocos adultos lo han hecho. También fue fiel como director; ya no me estoy refiriendo simplemente a que usara el mismo equipo técnico de una película a otra, o que usara con frecuencia a los mismos actores con los que se sentía cómodo para trabajar. Me estoy refiriendo a un estilo propio y a un Universo propio; varias de sus películas transcurren en su ciudad ficticia, Shermer (ubicada en Illinois) la típica comunidad americana que en aquella época podía considerarse idílica. E incluso cuando no se trata de Shermer, o no sabemos con certeza de qué lugar estamos hablando, da igual: todo parece coherentemente implicado en el mismo mundo.

En La mujer explosiva, dos chavales creaban vida (femenina, claro) a partir de un ordenador. Hoy, cuatro de nosotros, como Frankensteins de saldo, intentaremos algo parecido: resucitar, aunque sea por unas pocas horas, a Sir John Hughes.


Hoy leeréis comentarios de dos de las películas de Hughes. Dada la gigantesca e incontable verborrea aquí vomitaba, es imposible hacer el especial en un solo día. Así, hoy tendréis:

-Dieciséis velas --- Escrito por Henry Morrison
y
La mujer explosiva --- Escrito por Sorel

Y en un par de días, otras dos, así sucesivamente, hasta completar la filmografía de este genial caballero.
Que lo disfrutéis!

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¿Conoces a Samantha Baker?


Empieza la cosa con un camión de basuras transitando en uno de aquellos idílicos barrios americanos que tanto les gusta a estos mostrar en su cine (y de los que directores como David Lynch han extraído bastante jugo). A John Hughes también le gustaban esos lugares, y también disfrutaba exponiendo lo poco idílicos que podían ser en el fondo, aunque de una forma bastante más amable y comedida que tito Lynch. Esta fue su primera película seria como director, y ya desde el primer plano están reflejadas sus obsesiones y manías: retratar la vida norteamericana desde su particular punto de vista.

En el barrio con el que empieza le película en cuestión, todo es ordenado: una avenida franqueada a ambos extremos por hileras de árboles, y casitas de dos pisos, con su parcelita de jardín y su garaje con una barbacoa portátil. Todo parece puro orden, todo bajo control, inofensivo… digno de una postal enmarcada en el escaparate de una inmobiliaria.

Pero en una de esas casitas blancas, pulcras y auténticos símbolos del “sueño americano” hay muy poco orden, y muy poco control. Es la casa de los Baker, cuya hija mayor, Ginny (una chica superficial, egoísta y de cascos ligeros) va a casarse al día siguiente. Esto ha puesto toda la casa patas arriba: los parientes lejanos están a punto de llegar, todo parece aún por hacer, quedan mil preparativos y no hay sitio suficiente para acomodar toda la familia. Se masca la tragedia.

En el piso de arriba, la hermana pequeña de Ginny, Samantha (deliciosa Ringwald, mucho más tierna aquí que en la posterior El club de los cinco) habla con su mejor amiga por teléfono: acaba de cumplir 16 años, y no se “nota diferente” todavía, como si esperara haberse despertado mujer.

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Samantha espera que ese sea uno de los días más importantes y especiales de su vida, quizá porque los 16 años se consideran una edad clave para pasar de niña a mujer, o quizá por la puñetera manía de los americanos en convertir cada acontecimiento vital en una especie de ceremonia que tiene que ser forzosamente perfecta y relevante: el caso es que Samantha, o Sam, como la llaman, baja las escaleras esperando recibir felicitaciones, abrazos y regalos, para encontrar solo a su familia revolucionada, neurótica, huraña y malhumorada. Todos están ocupados, y… ¡horror! Han olvidado el cumpleaños de su hija.

Esto sirve para joderle el día a Sam, pero las penurias no han hecho sino empezar: el chico del que ella lleva enamorada desde que empezó el instituto, Jake (más mayor que ella, ya en último curso, inalcanzable debido a que sale con la perfecta y buenorra Carolyn) descubre que ella le gusta, al hacerse, por error, con un test de ligoteo femenino que ella ha rellenado poco antes en clase; Jake es guapo, atlético y popular, por supuesto, tiene coche, tiene experiencia… tiene todo lo que no tiene Ted el Granjero (una más que dudosa traducción en el doblaje de su apodo original en inglés, Geek, o sea friki, nerd, o algo por el estilo… interpretado por el nerd por excelencia de la época, Anthony Michael Hall) un muchacho de primer curso que ese día empezará a darle la tabarra en el autobús escolar, acosándola hasta el punto de ponerla nerviosa.

La llegada de los abuelos (con un estudiante de intercambio japonés que han acogido temporalmente, personaje con nombre de campana altamente delirante y que proporciona algunos de los momentos cómicos más locos) no mejora el humor de la joven protagonista: sus abuelos ocupan espacio y crean todo tipo de situaciones incómodas para ella, y para más inri, tampoco recuerdan que ese día es su cumpleaños.

Esa misma noche hay una especie de baile estudiantil (otra cosa que no vi nunca en mi instituto, por cierto) y Sam irá, en principio sola, aunque al final los abuelos le encasquetan al japonés, en otra de esas escenas incómodas, una más de tantas humillaciones que tiene que sufrir la pobre Sam.

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John Hughes gusta y mucho de recrear arquetipos para luego destrozarlos (me extiendo al respecto en la crítica a El club de los cinco). Dieciséis velas es un cuento de hadas modernizado a lo años ochenta, como también lo fue la posterior La chica de rosa (que guarda varias comparaciones con Dieciséis velas, y no solo el protagonismo de la deliciosa Ringwald). Aunque no hay un fondo de crítica social, y de examen de conciencia tan concienzudo como lo había en El club… en Dieciséis vidas también toma estereotipos de adolescentes americanos para darles la vuelta por completo. Ahí tenemos a Samantha, una de tantas chicas del montón, muy tierna, muy sensible, poco popular, pero tampoco es una Meg Griffin de la vida; una princesa urbana, un poquito malcriada pero adorable; a Jake, que se nos podría presentar en principio como el clásico chaval ya mayor, un poco más cínico, repelente, un poco abusón, que goza de una popularidad entre los suyos y vive para fomentarla y aumentarla… sin emabargo, a lo largo de la película vemos que Jake contempla con disgusto lo que supone ser popular: está cansado de amigos que solo lo son por lo que él es, de chicas de cabeza hueca a quienes él no les importa, de las fiestas interminables, de unos padres ricos, pero siempre ausentes (la paternidad, con sus aciertos y sobre todo, sus errores y sus ausencias, otro de los grandes temas del cine de Hughes, que trataré con más tranquilidad al hablar de El club)… Jake quiere un poco de estabilidad en su vida.

También nos presentan a Caroline, la novia de Jake, una chica con un cuerpo de infarto (enseña carne en una escena en las duchas, por si alguien se lo preguntaba) a quien en principio nos presentan como una lagarta vividora, fría y calculadora, que usa a Jake para mantener su popularidad y tener controlado su mundo de intrigas; ella le arrastra a esa vida que al chaval cada vez lo entusiasma menos. Pero poco a poco, la vamos conociendo como alguien con mucho más fondo del que podía parecer, con un terrible miedo a estar sola, que la obliga a atar a ella a cualquiera que se le acerque de la manera que sea, pero mucho más amable y humana de lo que podíamos pensar al empezar la película. En fin, Ted el Granjero es el aparentemente extrovertdo pero ridículo novato, acosado por matones y por su eminente deseo de perder la virginidad, a poder ser, con Sam (no es tonto). A pesar de todo, no es un estereotipo tan marcado, como sí podía serlo su personaje de El club de los cinco: no es precisamente tímido ni cortado, de hecho, es el macho alfa de su pandilla (formada por dos amigos, tan novatos y fracasados como él, uno de ellos un joven John Cusack, por cierto, y de hecho en el film también aparece su hermana Joan en otro breve papel).

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La película va transcurriendo en los lugares comunes de un subgénero que estaba empezando (así, esta sería una película seminal en el subgénero adolescente de los ochenta, que marcaría muchas pautas a seguir) tenemos una escena inicial de masas con la llegada del autobús escolar al instituto, dejándonos ver abundantes ropas y peinados ochenteros en sus alumnos (que dejaron el instituto atrás hace tiempo en la vida real); tenemos un baile escolar, con todo lo que eso supone, apuestas juveniles por perder la virginidad, fiestas estudiantiles salvajes que se salen de madre y dejan la casa hecha un cristo, filas y filas de chicos pagando por ver unas bragas femeninas, una historia de amor “imposible” (Sam no sabe que le gusta a Jake, y los intentos de este por hablar con ella a lo largo del día son infructuosos, ya que llama al teléfono que la chica tiene en su habitación, pero sus abuelos están instalados allí e increpan al chaval cada vez que llama, creyéndolo un pervertido sexual que molesta a su nieta). En el fondo estamos ante una comedia de enredos no tan lejana a Billy Wilder como podría creerse; la historia de amor principal no queda excesivamente creíble hoy en día, como tampoco la química y la amistad surgida entre los dos protagonistas masculinos pero qué mas da, como ya he dicho, esto es un cuento moderno, una fábula años ochenta, no tiene porqué ser creíble.

Mención especial al gran John Kapelos (hablaré más de él cuando hablemos de El club de los cinco) actor ochentero que trabajó varias veces con Hughes, y que aquí interpreta al futuro marido de Ginny, tan idiota, inmaduro, egoísta y superficial como ella, su pareja perfecta. La escena en que cenan juntas las dos familias es uno de los momentos de hilaridad absoluta, una situación social satírica, donde los Baker asistirán completamente abochornados, a un espectáculo lamentable por parte de su nueva familia política.

La cosa culmina en boda, en fin, tan loca, alborotada, desorganizada, caótica y precipitada como los preparativos que hemos tenido el "privilegio" de ver, y aún da tiempo a que una entonces desconocida Zelda Rubinstein haga un cameo como la pianista de la iglesia donde tiene lugar el evento.

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La película tiene una banda sonora a la altura, como todas las películas de John Hughes: por vuestros oídos aparecerán AC/DC, David Bowie, The Stray Cats, Billy Idol o Frank Sinatra, siendo la canción más célebre de la película la que suena al final en la iglesia If you were here, de Thompson Twins, tan popular aquí como Simple Minds lo fue en El club de los cinco (sin entrar en comparaciones ni calidades, ¿eh?).

El final, pues, como todo cuento de hadas, reúne a la "princesa" urbana que es la Ringwald, con su soñado príncipe azul (si alguien considera esto un spoiler, que me nomine para la expulsión) y la película fue más o menos un taquillazo (23 millones de dólares de recaudación, con un presupuesto bastante justo, de 6 millones y medio) catapultando a John Hughes a una carrera tan exitosa y fulgurante como breve en su éxito. Decía Tyrell, en Blade Runner, que la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo, y creo que es una frase que podría aplicarse perfectamente a John Hughes.

La obligada tochada VHSera, la película se editó en VHS en nuestro país por CIC Video, y yo la conocí personalmente una noche, pillándola a mitad en la tele, y alquilándola luego en VHS para verla entera, LA alquilé del videoclub, y siempre ha sido una de mis películas de cabecera. Quizá no es tan loca como La mujer explosiva o Todo en un día, ni tan sobria y trascendental como El club de los cinco, pero es un cuento de hadas modesto y muy ameno, que no desmerece para nada de los títulos que acabo de citar. Está más en la onda de La chica de rosa, quizás.
Curiosamente fue, sino la primera, una de las primeras películas que me descargué de Internet, con Edonkey (no había sido editada aún ni siquiera en su país, lo digo bien alto por si me oye la SGAE) de una página, hoy fenecida, llamada NocillaTV, que subió durante años series y pelis de los 80. Aún hoy si buscas NocillaTV en Emule creo que hay algunos de sus trabajos allí colgados, aunque la página como tal, ya no existe, como tantas otras que en los inicios de la Internet en España se dedicaron a recopilar un pedacito de videoclub, antes de que se extinguiera para siempre.

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Curiosamente, Dieciséis también tuvo un doblaje "dual" aunque en este caso no latino, sino que en ciertos momentos, las voces cambian (concretamente las de Ted y Jake durante una conversación sobre Sam después de la fiesta universitaria). Hoy en día hay por ahí ediciones bastante buenas. No perdáis la ocasión de disfrutarla. Yo la defiendo como una buena película. No hace falta ser grande para ser bueno.

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Sin más, os dejo, pero en buena compañía: Sorel, y Kelly LeBrock.
 
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SUPERCALIFRAGILISTICEXPIALIDOCIOUS​


Mi primer ordenador fue un Commodore 64. Visto desde el prisma actual., no era gran cosa; tenía pantalla de color, pero carecía de memoria. Al niño entusiasta que yo era entonces sin embargo aquella le parecía una máquina que rozaba la maravilla. Era una caja mágica que me permitía jugar a Rambo a vista de pájaro y surfear en playas de olas cuadriculadas. Un autentico milagro de luz al que se invocaba desde una pantalla en negro con ordenes en un inglés que a mi me sonaba tan próximo como las runas Klingon en un safari burgues. En aquella época todavía terminábamos la invocación del sagrado rito pulsando Return, no Intro.

También tenía una impresora inmensa que parecía una ametralladora que disparaba al cielo municiones de tinta negra, y parecía golpear cada letra el papel como si entre ambos hubiese una querella familiar y sangrienta que datara cientos de años y dispersas generaciones. En contraste, el relativo silencio de las impresoras láser de hoy en día me parece tanto una danza invisible como una falsa paz hecha a base de sonrisas hipócritas. No me acaban de convencer.

Dos veces se ha cabreado mi madre conmigo por culpa de acciones de dudosa sabiduría relacionadas con aquel ordenador; la primera, fue por usar el teclado con dedos pringosos de chocolate y dulces fundidos sin lavarme antes, dejándolo todo hecho un cisco pegajoso, un empalago de azúcar, sin duda. La segunda fue cuando intente introducir una hoja de DINA 4 doblada por la disquetera hasta que se atrancó. No era una hoja en blanco, si me permiten la aclaración. En mi defensa, existía una finalidad muy bien pensada y una formulación precisamente meditada cuando hice aquello aunque, en verdad, no careciese mi acción de un metraje inusual de infantil inocencia.

Había recortado varias fotografías de hermosas mujeres de las revistas de moda de mi madre, y había pegado partes de unas y de otras con pegamento de barra, fundiéndolas como un incipiente Frankenstein, en lo que yo consideraba, en los albores de mi pubertad, el espécimen perfecto de hembra humana. Tal cual doble la hoja y la introduje como ya antes describí. ¿El resultado? Probablemente el más impresionante bofetón que pudiera soportar mi imberbe fortaleza. Huelga decir, no obstante, que mucho más que aquel golpe a mi ego (mayor que a mi cuerpo), dolióme el hecho de que nunca obtuve la ansiada mujer perfecta. Aquel papel fue uno de los primeros en una larga ristra de decepciones en la vida. No sería la primera, pero resulta, aún hoy, inolvidable.



***​


Años más tarde descubría algo que, aunque debería haber formado parte del más estricto sentido común, no estaba en situación de usarse con dicha habilidad por otro lado tan mal repartida. No fui mal estudiante, en realidad, es si no mentir, ser en exceso humilde. Y no soy, por lo natural, ni excesiva ni parcamente humilde. Es una de mis virtudes. La honestidad. La verdad. Y hablando de verdades, a lo que iba: personalmente, si alguno de mis lectores es elegido por merced de sus logros académicos, a la tierna edad e 22 años, por el rector de su universidad a dar un discurso de clausura en la ceremonia de investidura, y se es tan egocéntrico como para aceptar dando el discurso más largo aún sabiendo que todo estudiante que se precie, o ex estudiante en este caso, está deseando que termines para largarse de una vez y no volver a ver tu jodida jeta de niño mimado del profesorado, es altamente recomendable no estar alterado, profundamente, por, digamos en teoría, como hipótesis teórica únicamente, que estés echo una mierda porque cinco minutos antes la novia que tienes desde párvulos y te acompañó hasta la universidad y con la que te creías que te ibas a casar ha decidido dejarte e irse al lecho matrimonial con el tipo más popular y guapo de la facultad después de enterarte de que te lleva poniendo los cuernos los cinco años de carrera.

En mi caso, un antiguo amigo de la universidad, teóricamente, apuntó todo lo que, supuestamente, dije en aquel estado de casi embriaguez emocional, si bien sin figuraciones soy abstemio. De haberlo estado, quiero decir. Dejo aquel testimonio por escrito para que sirva de ejemplo y de edificante lección para futuras generaciones. De algo que nunca pasó. ¿Queda claro? Pues eso.


***​


Bueno. Bueno. Bueno. Más que bueno. ¿Qué tal? Se acabó ¿eh? Ahora a buscar trabajo. Bueno. Si, si… Muy bueno. La verdad. Nuestro querido Tomaso, profesor de filosofía, quiere que les hable de la verdad. LA VERDAD. El fin último de todo saber, el inalcanzable bastión del estudio más profundo. La verdad.

¿Queréis que os hable de la verdad? Bien, os hablaré de la verdad. ¡La verdad es una puta mierda! ¿Me lo vais a discutir? Mientras Tomaso y su casta de pensadores de pasillo se dedican a pensar en las más altas disquisiciones de cosas que morirán sin saber, abstracciones que no pagan un duelo ni una cuenta en el restaurante, la gente encara la más grande de todas las verdades de la vida. ¿Qué cual es? Pues que la gente te dice la verdad cuando te la quiere decir. Pero cuando te quieren decir LA VERDAD, cuando se anuncian cual trompeteros de Dios, son unos chulos gilipollas de mierda llenos de humor y presunción que creen van a darte una lección y a despertar tu estúpido espíritu quitándote el velo de inútil que tu doncellez te ha puesto sobre los ojos. Sonríen como furcias chulescas delante de una dama creyéndose muy superiores a ti, sabiendo que LA VERDAD que te van a impartir como mensajeros divinos es un estilete que te va a romper el corazón, y lo peor, señores LO PEOR es cuando lo hacen POR TU BIEN. Porque no lo hacen con presunción, no, pero si jodiéndote dándose golpecitos en la espalad pensando que son unos santos que se están ganando el cielo por sus buenas acciones y su honrada preocupación por tu bienestar.

Pero la VERDAD, señores, es que la VERDAD solo te deja jodido. Y al final no sabes ni qué es verdad ni que es mentira. La VERDAD es el preludio de la DECEPCION. Como cuando la mujer que amas aplasta tu corazón entre las manos, y te dice LA VERDAD, es decir, que le aburres y se va con otro porque ya no necesita tu ayuda para pasar la carrera. Esa es la única VERDAD que importa. LA VERDAD es estar tan tranquilo en tu fiesta de despedida de soltero, esperando que de la tarta salga una moza de buen ver y poco ocultar, y resulta que sale Fernando Esteso en PELOTAS cantando La Ramona Pechugona… Esa es la VERDAD. La DECEPCION.

Aquí hay mucho ochenteno ¿eh? Si. Os reconozco. ¿Sabéis cuando aprendí yo de verdad lo que era la DECEPCION? Seguro que os acordáis de la peli de John Hugues LA MUJER EXPLOSIVA. ¿Verdad? Os acordáis ¿eh? Pues para los que no, ahí queda: dos perdedores, Gary y Wyatt, quieren ser populares. ¿Por qué? ¡Porque no lo son! Joder, la película empieza con un contraste morrocotudo, un barrido desde los pies al resto del cuerpo de los dos protagonistas en shorts y camiseta de tirantes, con música que empieza con el Así Habló Zarathustra, música reconociblemente usada otras veces para mostrar ejemplares de cuerpo soberbio, y aquí los tienes, a estos dos peleles, ejemplo patrio de la desmesura de la desfiguración física, un desastre de forma, de contorno, de musculatura… Contrastados irónicamente no solo por esa música inicial, sino por aquello que están observando, chicas, chicas hermosas, chicas en forma, chicas haciendo gimnasia. Una perfecta manera visual y conceptual de mostrar al sediento y al agua anhelada y el abismo que les separa. Aunque es un abismo muy superficial, en el fondo, también es muy acertado, pues no presenta formas del cuerpo, ni en formas del cuerpo, sino confianza. Pro esa es la excusa, la excusa para LA DECEPCION.

¿Con que sueñan Gary y Wyatt? Una fiesta, donde vengan todos, que sean populares, y que se lleven al huerto a dos chavalas, Debb y Hilly. Pero son unos perdedores, se lo tienen creído, y una noche, viendo Frankenstein (una versión coloreada, como un niño al que le han regalado una caja de ceras de colores estando al alcance de la Mona Lisa, del soberbio blanco y negro, debí olerme la decepción venidera justo ahí) deciden crear una réplica de una mujer con el ordenador de Wiatt, bueno, es idea de un obseso y frankensteiniano Gary, más bien. Una réplica virtual, con la excusa de que solo la necesitan para poderse guiar sobre qué hacer con las mujeres, pero el caso es que estos dos son tan patéticos que esta es la única manera de que estén cerca de una mujer sin que les vomite encima, o peor, que ellos se vomiten a si mismos desde lo más dentro de adentro. Si, si, primero lo hacen metiéndole datos, pero como el ordenador, que más quisiera yo que el mío hiciese la mitad, el de entonces y el de ahora (un IBM monocromo ¡último modelo!) no es lo suficientemente potente, se meten en el del Pentágono, o la NASA, o que más da, ilegalmente, conectando el auricular del teléfono a ordenador, cabronazos, y esto se ilustra con una cachondísima tirada de efectos CGI que no se los cree ni Balarrasa en calzoncillos de Chanel barato, no es que sean malos para la época, pero es pura fantasia con coñas como calaveras de pirata/veneno en el prohibido pasar, galerías coloristas con M=… ¡soy de letras, ya me entendéis! Y acaban por hacer una mezcla de un ritual con una Barbie con conectores a lo Frankenstein (otra vez) y sujetadores en la cabeza (no preguntéis). Y metiendo fotitas en un super—scanner que NO es la entrada de flopy disc, como yo pensara un día, en mi tierna infancia, en episodios cuya memoria queda mejor borrada ad aeternum, per caritas. Fotos de mozas de Playboy, de Einstein para el cerebro, de labios, de tetas, de roqueros molones y con greña “yo pasé por Metalica y acabé como Dave Mustaine”… Ya os lo imagináis.

Y al final una combinación de perros sentados en el techo, explosiones en las alcantarillas, una tormenta exterior escupiendo rayos desde un cielo rojo, lavadoras que escupen jabón, la electricidad pasando cariñosa por la muñeca Barbie, viento milagroso, y se obra el prodigio… la muñeca desaparece, se abre con un estallido un umbral sin puerta, de su interior un fulgor rojo humante, y de repente aparece ella, hermosa, alta, formada en el altar de Venus, sensual, marcada por el estilo, todos los estilos, que leches, divina, erótica, majestad del sexo, creada para esclavizarnos con nuestra voluntad asintiendo discipliente, una mujer por la que matar, por la que morir, una obra maestra de la creación más sucia y pecadora, y Frankenstein, todo colorines de pastel, grita ITS ALIVE, ITS ALIVE! Y mil penes de mil adolescentes en mil cines, en mil casas, se alzaron, como capitanes de un ejército de ranúnculos, y todos a una gritamos YES, ITS ALIVE, ITS ALIVE, OH YES, ITS FUCKIN ALIVE!

Y entonces… llega la decepción. Las primeras palabras de nuestra personal Irene Adler (lo colé, lo colé, lo colé otra vez, a Sherlock Holmes yo lo colé, yaba dibu yaba…), es decir, LA mujer, son “Y bien, mis dos maniacos, ¿qué es lo primero que queréis hacer?” Y al principio, promete. Al comenzar la película, soñaban con ducharse con las chicas que observaban, y empiezan por ducharse los tres juntos. Lisa, LA dama de seda, ese es el nombre que le dan a esta particular Safo, y ellos, pero apartados, flácidos, no hay contacto, no hay sexo, no hay… Crearon a este mujerón, y ni siquiera hay desnudos, cortan en lo más interesante… Es una comedia juvenil, lo entiendo, pero… ¡ellos se duchan en esa escena con pantalones y zapatillas! Vale, vale, el chiste es majo. Están en la ducha, y al salir, ella, les dice que si quieren divertirse, van a tener que relajarse, y creemos que se trata de otra cosa, quiño, guiño, pero no… ¡están vestidos!

Y esa es la DECEPCIÓN. Crean a una mujer 11, es suya, hecha para servirles, y en vez de follar ¡la película se convierte en una moderna Mary Poppins! ¡Mary fucking Poppins! ¿Os lo podéis creer? ¡Yo aún alucino! Porque no solo está buena, tiene un acentazo inglés del copón y es inteligente, encima ¡tiene superpoderes! ¡SU—PER—PO—DE—RES! ¡Puede hacer de todo! Su misión, es ayudarles a coger confianza, a socializar y valerse por si mismos, aprender a ligar con dignidad y conseguir las chicas que aman. La versión de salvamento vital y realización de sueños de la era adolescente. Ligar y ser popular. Lo dicho. Fucking Mary Poppins.

Y eso es lo que hace. Los acompaña a un bar, uno se emborracha, empiezan mal, pero acaban, gracias a su apoyo, a cogerle el tranquillo al asunto y hasta se divierten, aunque llevar al borracho Gary al dormitorio de Wyatt sin que se entere Chet, el sicótico y amante de su propio militarismo hermano de Wyatt, que lo chantajea por dinero bajo amenaza de contárselo todo a sus padres ausentes por unos días, tiene varios momentos graciosos, vale. Al día siguiente van al centro comercial donde los dos capullos que se suelen meter con ellos en el instituto les tiran sirup por la cabeza… Ah, pero la venganza será clara y sin perdón. Porque Lisa se pasea por todo el centro bajo una versión electrizante de Pretty Woman por Van Halen, vestida agresivamente, moderna pero atractiva, y la cara que se le queda a los dos bobos perseguidores de nuestros héroes cuando, tras tratar de ligar con ella, la recogen en un cochazo Wyatt y Gary, con los que ellas es, naturalmente, un encanto. La cara de imbéciles de los otros dos es impagable… ¡ja, ja , ja! ¡Maldita sea! ¡Ya me estoy congraciando con la película de marras! ¡Esto va de decepción, maldita sea! ¡Mary Poppins! ¡Céntrate!

Ella los invita a una fiesta en casa de Wyatt, lo cual escandaliza a este, pidiéndole además a esos dos bullies de segunda que corran la voz, a efectos cómicos cuando, al día siguiente, el de la fiesta, abren la puerta y se encuentran con que ha venido hasta el tato…

Pero no nos adelantemos, porque antes de todo eso Lisa tiene que convencer al padre de Gary de dejarle ir a la fiesta cuando va a recogerle, algo a lo que se niega entre otras cosas porque ella es toda una mujer, y su hijo es un chaval (la declaración de Lisa a los padres de Gary de que tiene sus necesidades y de que se masturba en el servicio como única forma de satisfacerlas mientras la puritana madre ingenua cree que se está arreglando el pelo es sublime, punto cómico delicioso, compadres estudiantes…) y porque a la buena de Lisa no le importa decir toda la verdad, y todo lo que no es verdad, pero al menos, es, o espero que sea, esperanza, es decir, sexo, rock and roll, látigos, orgías, con naturalidad, es todo muy humano y natural “nada de brujerías ni nada de eso, solo unos cien jóvenes adolescentes corriendo en calzoncillos como animales salvajes” ¡díselo a dos conservadores mal conservados en el siglo pasado! Ella se le enfrenta, le habla de la madurez, de los méritos de muchacho, de la apoltronada actitud mojada en almíbar rancio y apolillado que como figura paterna representa, pero ¿os acordáis de cómo le convence? ¡Apuntándole con un Colt a la cara cuando, auricular en mano, amenaza con llamar a la policía…! ¡HA, HA, Ha…! Ay…

En fin ¡decepcionante! ¡Mary Poppins! ¡Ha! ¡Paparruchas! El segmento central, el más poderoso, el más fuerte de todos, es el de la macrofiesta. ¡Y menuda party hard, chicos! ¡Vaaayyaaaaa! En comparación las que habéis montado vosotros son una mierda. Si, si, si, porque nos engañaron. Esas pelis de neón. Nos decían que la universidad era una fiesta eterna, que nunca se detendría. Lleno de mujeres, orgías, fuegos fatuos del sexo y el despiporre. Y el único hard en la academia es el que se le acaba levantando en la entrepierna a cada académico con su chulesca arrogancia cada vez que se recrea oyéndose hablar a si mismo con palabras largas que más que esdrújulas son serpientes estratosféricas que ni el diccionario sabría entender. ¡Bah!

Que me pierdo, muchachos. En fin. La fiesta. Acojonante. Wyatt enloquecido por cómo le destrozan la casa, Gary acojonado por el contacto humano, los dos encerrados en el baño, Mary Poppins se harta y bebe más de lo debido, le confiesa a los dos chorreras que estaban persiguiendo y burlándose de nuestros héroes (esos que tienen tanto miedo de socializar que están escondidos en el baño, machomanes heiperman) y estos acaban por convencer a Wyatt y Gary, a fin de ser aceptados por la gente guay y de rechupete, crearles o otra figura ¡ritual con sujetadores en la cabeza incluido! Pero el resultado no es el esperado. Vuelve la tormenta, vuelven los jugos de realidad, gente atraída al techo, vientos que salen de ninguna parte, la cocina se vuelve azul, y como no habían enganchado una muñeca a los electrodos del ordenador, pero estos reposaban sobre una portada de revista mostrando un misil atómico ¡bumba! Un misil nace de la tierra y sobre su punta ¡una paloma blanca! ¿Comentario anti guerra fría? ¿Un chiste? Me da igual Ambas cosas. Solo falta Dick Van Dyke.

Mary Poppins les echa un rapapolvo. “A la gente debéis gustarle por cómo sois, no por lo que hacéis por ellos.” Lloré. Porque es verdad. Joder. Es verdad. ¿Qué importa que mi novia m haya dejado por otro? La verdad es más importante que nuestros pequeños problemas domésticos. La verdad nos hará libres. Por nuestro amor a la verdad estamos aquí, por nuestro inigualable e insobornable sentido de la alta verdad del ser humano. Mientras tanto, por cierto, los abuelos de Wyatt, dos formales vejetes terriblemente conservadores, salidos de un club inglés victoriano sin el acento, él con bigote, o ella, nunca me acuerdo, aparecen por sorpresa, totalmente furiosos por lo que ven, así que Mary Poppins los congela en el tiempo con gesto feliz y los guarda el armario azul de la cocina azul… ¿esto ya lo expliqué, no? Si, creo que si. No importa. Es azul. Os jodéis.

Llega el mejor momento de la noche. Los muchachos necesitan esa confianza que aún no tienen. Así que Mary Poppins invoca, mágicamente… esperad, que ya viene… ¡los villanos de Mad Max 2! ¡Y Las Colinas Tienen Ojos! ¡Vernon Wells! ¡El tipo de la cresta roja, el que llora por su novio albino, o rubio, el calvorota mamón de “We Kill, we Kill”! ¡Y sale igualito! ¡Parece sacado de una peli de Mad Max! Igual que sus dos moteros del infierno, uno con media cara tapada con una máscara y el otro es… ¡Michael Berryman! El gigante famosote de Las Colinas Tienen Ojos, que siempre hace, o casi siempre, de mutante del infierno. Grande, cabeza de bala, orejas de soplillo ¡seguro que os acordáis! Aplastan, rompen, gritan, susurran, desgajan, destruyen, aniquilan…

Hasta que al final Wyatt y Gary tienen que salir a enfrentarse con los intrusos. Pero son gallinas. Están asustados. Acojonados. Cobardes de mierda. Vernon Wells, acentazo australiano, el mismísimo Vez de Mad Max, el Bennet de Commando (si, si, es el mismo tío, pero sin bigote, mismo actor ¡es Fredy Mercury versión beta, joder!) los ridiculiza ante todo el auditorio de invitados, pero es cuando cogen a las chicas, las novietas de los bullies cabronazos, de los que ya se han hartado y a cambio sienten cierta simpatía por nuestros muchachos, que Gary saca el Colt con el que Mary Poppins amenazó a su padre y con una imitación impoluta de John Wayne, les planta cara y los echa de allí. ¡Son los héroes del momento! Y ambos se sienten como nunca. Fuck, yeah! Así se hace.

La confianza recobrada, empiezan a ligarse a las chicas y acaban en la cama con ellas. Pero no, no seáis sucios, vestidos, y abrazaditos. Empiezo a recordar la palabra DECEPCION… En fin, tan enamoraditos, tan acurrucaditos, que llega el hermano de Wyatt, Chet, el hijo de perra, el mamón, lo ve todo hecho un cisco de los mil demonios, y empieza a meterse con nuestros héroes, hasta que Mary Poppins se cabrea, manda a los chicos a llevar a las chicas a casa (en un Porshe y en un Ferrari ¡toma madera!), y transforma a Chet en un bicho repugnante, un aplastado alien medio sapo medio Jabba the Hut marrón con supuraciones, que digo supuraciones, géiseres, fuentes de pus verde gelatinosa. Y come moscas. Está muy bien hecho, consigue transmitir la repugnancia, leches, era mi parte favorita de la película de criajo, si señor, no hay duda. Me encantaban los monstruos. Como a casi todos los niños, imagino. Mira que era feo. Esa la escena que recuerdos me trae. Creo que voy a ponerme nostálgico. La condición para volverlo normal, bueno, lo normal que ya estaba, que no era mucho, se me entienda, es que deje en paz a su hermano, lo trate bien y no diga nada de lo acontecido a los padres al regresar. ¿Capito? El muchacho capishe.

El resto no tiene misterio. Los chavales llevan a alas chicas a casa, se sinceran porque quieren que les quieran por quienes son, lección aprendida, y se les adora por quienes son, vuelven a casa preocupados, porque le tienen que confesar a Lisa que están enamorados de otras chicas, ella se pone un poco triste pero les dice que es lo que siempre quiso para ellos, se despide, todo vuelve a la normalidad, vuelven los padres a casa, y san se acabó. Bueno, en el epilogo vemos que ahora nuestra querida Lisa es la despampanante nueva entrenadora de educación física del instituto. “Al suelo, y dadme 20 flexiones.” Y los exhaustos alumnos caen. Hay cierta simetría con el principio, ya que volvemos a empezar en una sala de gimnasia y la camara presenta a la nueva entrenadora con un barrido desde abajo, igual que hizo con nuestros desalados protagonistas al inicio. ¡Y colorín colorado, este cuanto se ha acabadao!

¡Como adoro esta película!

Y sin embargo, nos quedamos sin saber cómo se llama la otra pierna si la de palo se llama Smith. Lo dicho DECEPCIONANTE.



***​


Recuerdo que escribí un poema una vez para Kelly LeBrock. Nunca se lo había enseñado a nadie. Creo que ya entiendo por qué.


El 24 de marzo de mil novecientos sesenta

Nació la mujer que es perfecta

En Nueva York Kelly cual Venus se presenta

Pero su crianza Inglaterra infecta.


Con 16 primaveras arranca su gran carrera

De modelo ansiada en portadas innumerables

En Cristian Dior con brazos abiertos se la espera

Y Eileen Ford le ruega por sus imponderables.


De belleza inalcanzable fue la Mujer de Rojo

Y la Mary Poppins de dos adolescentes piojosos

De nuestra sexualidad recogió los tristes despojos

Y con tres piernas los machos fuimos “cojo”.


Steven Seagal no pudo destruir su dignidad

Que cual la película era muy Duro de Matar,

Era el film malo de inevitable solemnidad

Pero nadie en nuestros corazones la pudo despachar.


Fue la diosa inalcanzable de la pantalla de cine

Fue el gran sueño húmedo de la juventud incierta

Lo tenía todo, en todo era una mujer de alucine,

Un sueño quizás, más nuestro amor era cosa cierta.


Fue el rostro del champú Pantene conocido

Y su frase más famosa más famosa se hizo:

“Por ser hermosa no me odiéis pido”

America toda lo repetía como un etéreo hechizo.


***​


—¿Tú crees que la grandeza de John Hugues desapareció cuando tras el absoluto triunfo de Solo en Casa en los cines empezó a dedicarle demasiado tiempo al slapstick y menos a lo que mejor se le daba?

La pregunta de mi amigo pareció salir de ninguna parte, mientras bajábamos por una calle gris un gris día de otoño, tras un silencio que aparejaba muy bien con la desolación ocre de eventuales lluvias de hojas secas y amarillentas.

—Pues no sé. Vale que Mejor Solo Que Mal Acompañado puede que sea su cumbre y después baje un poquito, pero algunas películas posteriores me gustan bastante. Hasta Curly Sue me gusta más de lo que debería, siendo algo noña, predecible y formulaica. Pero tiene un no sé qué, el toque Hugues, lo podrías llamar. Funciona. A pesar de todos mis instintos.

—Claro. Te entiendo. Pero no es lo mismo.

—Tiene también muchos guiones que me agradan. No sería tan rotundo como dices tú, pero no te falta un poco de razón, desde cierto punto de vista.

—El otro día volví a ver La Mujer Explosiva.

—Oh, maravillosa.

—¿Recuerdas cuando tu novia te dejó, te volviste loco y soltaste una perorata delante de todo el mundo como si estuvieras borracho?

—¡No me lo recuerdes! Bajo mi punto de vista, eso nunca ocurrió.

—La llamabas Mary Poppins.

—¡Es que es Mary Poppins!

—Si, pero no solo eso. Está el obvio homenaje a Frankenstein…

—Tú lo dices. OBVIO.

—Pero también a Mi Bella Genio. A fin de cuentas, con sus poderes sobrenaturales, es un poco un genio de la botella.

—Puede, ser, puede ser…

—Creo que la película es una inteligente mezcla de sus referentes. No solo eso. Consigue la misma sensación de verdad, de expresión de los males del adolescente, de ineptitud para la vida social y la falta de autoestima del adolescente general centralizado en sus protagonistas, todos los problemas con la autoridad, el primer amor, el sexo, todo eso a través de una comedia absurda, divertida, satírica y casi burlesca.

—Pareces uno de esos textos en la contraportada de un libro escrito por un autor famoso que le debía un favor al autor. ¿Qué será lo siguiente? ¿Adjetivos sustantivados en una lista de características como en la universidad y las malas criticas?

—No te burles. Creo que es una película que no pierde ni un gramo de la honestidad con la que Hugues era capaz de ver los problemas de la generación con la que trataba a pesar de toda la locura.

—Amigo mío, es que la locura, lo absurdo, el humor, el ridículo, no son siempre cuestiones de levedad, sino una distorsión de la realidad que la analiza, la contrasta subrayando su naturaleza, la observa, la disecciona y conoce. En el humor hay tragedia y en la tragedia, humor. El día que la gente se dé cabal cuenta de esto, las comedias de Shakespeare volverán a ser tan apreciadas como sus tragedias.

—¿Y los dramas históricos?

—¡A nadie le gustan los dramas históricos! Quizás dos o tres…

—Pues yo creo que sus dramas históricos son, en general, tan aptos y brillantes como sus dramas y comedias.

—¡Paparruchas!

—Cualquiera que nos oiga pensará que somos unos viles pedantes y narcisistas. ¡Seamos más superficiales pero, por eso, quizás más humanos! Hablando de bellas genio… A mi me gusta más, qué quieres que te diga, Barbara Eden que Kelly LeBrock. No que esta no fuera un impactante bellezón, y no de las que se encuentra uno todos los días en el metro, sino de las de verdad. Pero creo que tú con tu diosa, tu mujer perfecta, exageras su belleza. Francamente, en tu perorata universitaria…

—Y dale…

—…que ya forma parte de los anaqueles más prestigiosos de la historia, creo que te pasaste. Es una chica diez, pero hay muchas que son onces.

—Eso, amigo mío, es una vil falacia.

—Barbara Eden si que era una diosa. Afróntalo, es la verdad.

—Desde cierto punto de vista, dirás.

—Eso no le funcionó a Obi Wan, no te funcionará a ti.

—Así que afirmas que “hay otra…”

—En efecto. There is another. Muchas, en verdad.

—¡Tu deliras!

—Y hablando de tu perorata… No hablaste mucho de los actores.

—¿Cómo?

—Mucho de los personajes, pero los artistas… Y muchos rostros conocidos había.

—Bueno, no tantos.

—¿Cómo que no? Uno de los dos chavales que tanto se metían con los protagonistas, y que eran novios de las chicas que al final se ligan, era un jovencísimo, y divertidísimo, Robert Downey Jr. Y Chet, el hermano, era un maravilloso y estrafalario Bill Paxton. ¡Bil Paxton! He ahí un actor que sabe coger un personaje absurdo y darle no solo credibilidad, sino convicción y carisma. Por muy cobarde que se en Aliens, por muy chulo, por muy cabrón, el hijo de puta no deja de ganarte para su causa.

—Tampoco creo que hablé, también es cierto, de Anthony Michael Hall.

—¡Eso con Hugues es un crimen!

—¡Más que cierto! ¡Su muso!

—Bueno, tampoco hay que pasarse. Solo estuvo en tres de sus películas, cuatro, si añadimos Las Vacaciones De Una Chiflada Familia Americana, que Hugues escribió. Los inolvidables Griswold.

—¡Pero es de lo más memorable! El geek, el nerd, el raro, el que encara su faceta de impopular con humor y hasta con delirante locura, atrevimiento y desfachatez, pero también sensibilidad. Estuvo también en Eduardo Manostijeras.

—¡Y en Gnomo Cop!

—Ja, ja. Muy gracioso.

—En serio.

—Ya lo sé. ¿Pero tenemos que airearlo por ahí? Él seguro que quiere olvidarlo.

—¿Cómo tú y tu discurso universitario?

—Cállate ya. Este running gag se está agotando a si mismo.

—Tuvo su papelito en el Dark Knight de Notan.

—¡No jodas! ¿En serio? Pero… pero… ¿de quién? ¿Cómo no lo reconocí?

—Es que el tiempo pasa. Era Mike Engel, el periodista al que el Joker secuestra tras su fallido atentado contra el abogado.

—Tendré que fijarme en él.

—¿Tú veías la serie?

—¿Qué serie?

—La que hicieron en los noventa de una Chica Explosiva.

—¡Ah, si! La recuerdo. Vagamente.

—Yo vi un capitulo o dos después de la peli.

—¿Y qué tal?

—Tiene su encanto, pero toma el elemento más superficial de la idea de la película y dedica toda su energía a ello, en vez de hacer lo que hizo la película y usarlo como excusa para un fondo. Y no hay tanto sexo. Michael Manasseri y John Mallori Asher tiene química y manejan bien el tempo cómico, pero no se acercan a la absoluta y deliciosa pareja que formaron Hall y Ilan Mitchel—Smith y aunque Vanesa Angel no tiene ni la belleza etérea ni la presencia de Kelly LeBrock, es simpática y es, como confiesa su apellido, un ángel. Que quieres que te diga. La verdad es que era mejor de lo que la recordaba. No es nada especial, pero dentro de su década… La verdad es que cada vez que más pienso en ella, más me gusta. Es ingeniosa. Más de lo que esperaba. Y divertida. La premisa está bien adaptada al formato televisivo. Y hay alguna que otra referencia al film madre. El experimento de crear una mujer se les ocurre porque “Lo vieron en una película de John Hugues.” Me gusta, vaya.

—Tendré qué echarle un vistazo, entonces.

—La peli la vi con quien tú ya sabes.

—¿Si? ¿Qué te dijo?

—Demasiados planos.

—Que daño ha hecho Que Grande Es El Cine…


***​


He de hacer una particular mención, porque sería criminal no hacerlo, que el tema de la película, Weird Science, fue compuesto por el grupo Oingo Boingo, más bien, compuesto y cantado por su líder Danny Elfman. Es un tema memorable, que se me quedó en el recuerdo semanas después de oírlo y esto siempre me vuelve a ocurrir. También forma parte de su disco Dead´s Man Party, con otro arreglo. En palabras de alta cultura y erudición supina: MOLA.


La música instrumental es muy efectiva, por Ira Newborn. Hizo varias con Hugues, Todo En Un día, Solos Con Nuestro Tío, Dieciséis Velas, Mejor Solo Que Mal Acompañado… Venía de hacer la música para la serie de Agárralo Como Puedas y compuso la música de las tres versiones cinematográficas, además de las pelis de Ace Ventura, Mallrats, y un montón de películas más, no del todo desconocidas ni conocidas completamente, entre las que recuerdo Kamikaze Detroit, protagonizada por Pat Morita y… Jay Leno, Un Par de Sabuesos Despistados, Mi Querido Mafioso…


La película y el soundtrack están repletos de canciones memorables de algunos grupos tan locos y grandes como Van Halen (una gran versión de Pretty Woman), Los Lobos, The Lords Of The New Church, Mike Oldfield, Kim Wilde, Ratt, Wall of Voodoo, General Public, The Del Fuegos, Orchestral Manouvres in the Dark …


Vamos, que es una película que suena estupendamente.


***​


Para terminar, una pequeña nota al creador del corrector automático de ortografía de Microsoft Word:

Commodore no es comandante.

Tomaso no es Tomate.

Bill Paxton no es Bill Pastón.

Kelly LeBrock no es Nelly LeBrock.

Haga caso a George R.R. Martin ¡y váyase a paseo!

(Hipócritamente agradeciendo su asistencia en otras circunstancias de fracaso ortográfico de penoso recuerdo para mi)
 
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- "¡La madre que...! ¡Nivelazo! Esto sí que debería estar en un museo viviente. Felicidades a los dos por hacerme sentir en 1985 una vez más y creer que el futuro estaba lleno de pequeños grandes sueños y sólo necesitar de la imaginación para hacerlos realidad."
 
Mi post palidece junto al de Sorel, que DESPELOTA su alma :hail:hail:hail

Y yo también intenté crear a Kelly LeBrock en mi Spectrum. Desgraciadamente, no funcionó. Te diría que fuiste muy estúpido pensando que metiendo una cacho foto en el floppy ibas a hacer algo. Pero te lo diría quien metió un dibujo de Goku en la casettera todo convencido de que se "escanearía" y "crearía un juego" de Dragon Ball. Dejémoslo. Eran otros tiempos :cortina
 
Im-presionante.

Leído con deleite (como suelo hacer) cada uno de los textos para volverme a encontrar con uno de los títulos de mi infancia aunque diré que al ser infancia infancia y no volvérmela a encontrar la tengo muy lejana en la memoria. Pero sí recuerdo momentos concretos. Estoy hablando de "Chica explosiva". Creo que todo el mundo que la vio deseó tener un PC así. Claro está, al ser muy crío una de las escenas que más recuerdo es la que comenta Sorel: la transformación en un monstruo verdoso vomitivo y postuloso asqueroso que execraba emanaciones pegajosas y que creaba en mi tanto fascinación como repulsa.

Pero es una película desde mi recuerdo completamente inocentona y con el punto de vista yanki (la popularidad of course).

16 velas no supe de su existencia hasta hace poco (cuando digo poco será unos años: Hugues no era de mis favoritos tampoco pero sí ciertas películas suyas). Pero leer a Henry siempre es un placer, sin lugar a dudas.

A la espera de las dos siguientes, claro está. Increíble entremezclar película, vivencias personajes, poesía, diálogos y demás por un lado y recuperar, como siempre se consigue, la nostalgia ochentera en su primigenia esencia.
 
:lloro :lloro :lloro :lloro :lloro

:laleche

La piel de gallina... ¿alguien dijo que es difícil ser feliz al menos por momentos? Pedazo par de artículos, contados de muy diferente forma para decir lo mismo. Que momentazos le debemos a Huges, creo que nunca se lo hubiera imaginado :amor :amor :amor


PD: Si, lo mío (de mi hermano, el ahora programador) era un Amstrad CPC 464... :cura
 
Me reservo los posts para leérmelos disimuladamente mañana mientras pongo cara de estar estresado mirando balances, pero sobre La mujer explosiva espero que hayáis mencionado para bien la serie, que la recuerdo muy fresquita y perfectamente a la altura de la peli (que dicha altura sea más Warwick Davies que Kareem Abdul Jabbar es otra historia).

Vanessa Angel fue mi tercer fractal proto-hormonal en una época en la que aún creía que aquello del cajón eran chicles grandes.
 
¿Como es posible que mi hermana y yo, cuando hablamos/recordamos esta serie, sea ese personaje el que quedara en nuestra memoria? era el mejor sin lugar a dudas de todos.

Bueno, yo recuerdo antes la "chica explosiva" de la serie de la cual estaba completamente enamorado pero claro, ella dice que no le dejó huella en la memoria. Lógico, jejeje.
 
No, si al que hacía "de Bill Paxton" Morrison lo conoce bien... aunque de tesituras menos para-toda-la-familia.

Pobre Tobias Beecher...
 
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EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN


28 de Agosto de 1998. Hace calor. Baja una calle la figura de Sorel, años antes de ser Sorel, distraída y mohína, hasta el punto de que pasa junto a una TARDIS bien visible sin darse cuenta; camina cabizbajo, las manos en los bolsillos, a pesar de que su madre le ha avisado un millón de veces que así los estropea. Pero no tiene la cabeza ni el ánimo para el cuidado de alta costura. Se le ve deprimido. Se detiene, mira a su alrededor, ve un Bar a un par de pasos; entra. Está vacío, la única figura de un barman con un bigote selvático limpiando un par de vasos. La televisión muda parece estar interesada en compartir con el mundo un partido de fútbol que al mundo no le parece interesar demasiado. Se sienta frente a la barra. El dueño sonríe, y aunque el mostacho le tapa la boca, su serpentino movimiento denota que esta se mueve; bueno, eso, y la voz que del tiparrón sale como un trueno amable:

—Buenas tardes, amigo. ¿Qué le pongo?

—Un cuarto de ilusión y un gramo de optimismo, mézclelo con azúcar, y échele un puñado generoso de arsénico.

—¿Le vale matarratas?

—Puede que sea lo más apropiado.

—Vaya ¿mal día?

—Bien puede decirse.

—Deje que le invite a un trago. Una receta que solía ponerme mi abuela para animarme en días lluviosos ¿y no es aún más triste estar melancólico en un día soleado como hoy?

—Si, con los pájaros cantando desgracias y las mariposas llameando de despecho, suicidándose contra el mar de asfalto en llamas. Fuego con fuego. No se olvide del matarratas.

—Mi abuela lo llamaba reconstituyente. Pero puede que le mate las ratas que le han estropeado el día.

—No fue una rata. Una película.

—¡Anda la leche! Cinéfilo ¿eh?

—Un poco.

—No hay que tomárselas tan en serio.

—Pero la vida si.

—Bueno… esa casi aún menos. Tómese la vida muy en serio y… Pero tome, tome… Verá que le sienta bien.

—¡Puaj! ¿Qué es esto?

—Jarabe, alcohol…

—Déjelo. Su abuela ¿eh? Póngame un cubata.

—¿Se siente mejor?

—No.

—Vaya. ¿Qué le ha hecho a usted esa película? Si no le importa que se lo pregunte, claro…

—Derrocar todas mis ilusiones, mis ideales, mi juventud…

—Todo en un día…

—¡Ja! Tiene gracia eso.

—¿Por?

—Ha sido un proceso lento. La película… la película fue una simple… El último clavo. El golpe de gracia. ¿Conoce usted a John Hugues?

—No tengo el gusto, no señor.

—Un director de cine. Y guionista. O al revés. Una de sus mejores películas se tradujo aquí como Todo En Un Día. Su titulo original es algo así como el día libre de Ferris Bueller.

—No soy mucho de cine, se lo confieso.

—¿Conoce a Mathew Broderick?

—De nombre no.

—¿Ha visto Lady Halcón?

—No. Oh, si, esa si.

—Bien. Es el joven escudero del caballero…

—¿El hijo?

—¿Qué hijo?

—Si hombre… el hijo de Rocky y Rambo.

—Espere… no…

—¡Si, hombre! ¿No era esa en la que el tal Cobra se batía con otros a pulso y era camionero y…?

—¡No, hombre, no! Esa es Yo El Halcón… Esta es otra.

—Pues entonces… Espere. Cojo el teléfono y enseguida vuelvo. ¿Diga? Aja. Si. Ya, pero… Bueno, si usted lo… ¿El futuro? ¡Oiga! ¿Oiga? Han colgado. Qué raro.

—¿Quién era?

—Un chaval que decía llamar del futuro. Con un mensaje para usted.

—¿Si?

—Si. De parte de Atreyub… que te vayas a tomar por culo. Chistes así, no. Y no sé qué de Rocketeer y que le impidiera usted el revisionado mortal, y no sé qué de salvaguardar la nostalgia falaz… Muy raro. Hablaba muy rápido. Un lunático. Lo llamó Sorel.

—¿Sorel? Yo no me llamo Sorel. Debe ser una broma, si. Aunque me gusta. Sorel…

—Una broma, si señor. Continúe.

—¿Ha visto juegos de Guerra? ¿Proyecto X? ¿Desventuras de un Recluta Inocente? ¿Negocios de Familia? ¿Tiempos de Gloria? ¿Un Loco a Domicilio? Está ahora mismo en Godzilla…

—¡Esa se estrenaba hoy! Me han dicho que es muy buena…

—¡Maldita sea mi estampa! ¿Buena? ¡¡¡¡¡¡BUENA!!!!!!! ¡Esa película es el mal! ¡La peste! ¡El horror! ¡La defunción de todo lo que es sagrado, puro, inocente, blanco y navideño! Es la semilla de todo el horror que yace oculto bajo las capas hipócritas que supuran de podredumbre la decadencia de la sociedad occidental, es… Una señal divina. Un signo. Un anuncio de dolor, pena, pobreza, ruina y destrucción. Si los jinetes del Apocalipsis esculpieran la pesadilla de aquello que en su conjunto representan, tendría el rostro de esa maloliente pestilencia que devora toda la poca esperanza que le quedaba a este mundo de un mañana luminoso… Y lo peor de todo es que Godzilla no es ni tan siquiera Godzilla. ¡Gojira se está retorciendo en su tumba marina!

—Reconozco que no he entendido ni la mitad de lo que acaba de decir, aunque creo, y dígame si me equivoco, que es usted crítico cinematográfico.

—¡Bah! No me compare a esa tuna de descerebrados chulitos sin talento, ignorantes despelleja películas que se entretienen rezándole al dios que se encuentran cada mañana delante del espejo el poder darle sentido a sus vidas, es decir, que sus criticas iluminen a alguien y sirvan para algo. Naturalmente, esos rezos nunca dan resultados.

—Vale… ¿No es crítico?

—Ni borracho. Póngame otra, por favor.

—Ya. Pero Godzilla no…

—Thats a lot of fish. Broderick, Ferris Bueller dijo eso… y Lloré. ¿Por qué? Hasta salió mi francés favorito. Mathilda lloró conmigo, en el mundo de los sueños. Natalie Portman. Pobre León, pobre y maravilloso buzo en el Gran Azul… La odio. Odio esa película. Godzilla me ha roto las ilusiones.

—¿Por una frase en inglés?

—La vi en inglés, si. En versión original, para quien de verdad guste del cine. El cinéfilo auténtico. No hay otra manera.

—¡Esa es otra!

—¿Cómo?

—Me acabo de acordar. El tal Atreyub dijo otras cosas en su parloteo… que se metiera sus ideas sobre el doblaje por el culo y no sé qué de Bob Fosse. ¿Quién es Bob Fosse?

—Uno que hacía musicales.

—No me gustan los musicales.

—¿Por?

—Cantan.

—Ya. Bueno, no nos perdamos… En fin. Cuando yo era un criajo, Mathew Broderick era mi héroe. Uno de ellos. En realidad lo era Ferris Bueller.

—Un personaje suyo.

—Si. De la película que hizo John Hugues, un grandísimo director. Un director que nos marcó mucho. ¿Se acuerda de los ochenta?

—Vagamente. Vivo al día.

—Entonces también se vivía al día. Aunque aquellos eran días más locos. O eso me parece ahora. El dinero parecía el hambriento hedor de un capitalismo salvaje, enloquecido… No había fronteras. Y si las habías, se las pasaba todo el mundo por la santidad innombrable. Había cosas buenas en las ochentas, más allá del irrisorio choque irracional de las interferencias creadas por el neón en Aullidos… Era una locura. Bendita locura. Jodida locura. Florecían como muñecas locas las rebeliones en un jardín ideal. El amor es más importante que el dinero. La diversión es más importante que el dinero. Seguir al corazón (quien coño puede seguir al corazón, siendo este un cabrón que nunca sabe lo que quiere y a veces quiere cosas opuestas al mismo tiempo, es otra historia, pero usted me entiende), los propios ideales por encima de la riqueza… Una rebelión frente a toda esa morralla de capitalismo salvaje, tigre, tigre y bla bla bla, simetrías del infierno, no me haga caso. ¿Y qué mayor tiempo de rebelión que la juventud? Ya no se rebela uno contra el dinero, contra la idolatría del dinero, solamente, sino contra las normas. Contra lo establecido. Contra la tradición sin seso, esa que exige una repetición y no la manutención de unos valores, que es para lo que sirve la tradición a fin de cuentas. En la base, su relación con el odio frente al dinero, se hallaba la idea de que alguien, una fuerza poderosa, ya fuera tu padre o una autoridad, o el rico, quería forjarte a su imagen y preferencia, y tú no eras más que un muñeco en sus manos, una marioneta, nada más, y nada menos. Dejabas de ser tú mismo. Una rebelión llamó a la otra. Ramas de un mismo árbol entrelazándose. Y la juventud, en un mercado ideal.

—Perdóneme que le diga, pero la idolatría al dinero puede decirse que se ha dado siempre. Y me perdonará si le digo que aquí mismo la sigo viendo hoy. Y probablemente, mañana.

—Ya, ya entiendo lo que dice. El dinero es un dios cruel con los que le desprecian, por eso todos lo adoran. Y él tan contento. Pero yo no hablo solo del amor al dinero, esa puta descarriada, sino de la manifestación intelectual, cultural, del mismo, y la reacción lógica de rebelión que despertó. La expresión ¿entiende? De ese amor, y por tanto, su ensañamiento en nuestros cerebros como idea, y las ideas son el tejido de nuestra realidad.

—Si usted lo dice. Poco recuerdo de los ochenta. Fundamentalmente, me las pasé de puta en puta, aunque no sé yo si muy descarriadas, exactamente.

—Joder, le envidio.

—El buen joder siempre es envidiable. Pero continúe, se lo ruego.

—¿No le aburro?

—El cliente siempre tiene la razón.

—Aunque esté equivocado.

—Sobre todo si está equivocado. Pero siga.

—Bien. Déme otra copa, para que no pierda mi privilegio de ser cliente y tener siempre la razón, más aún cuando yerro.

—Marchando.

—¿Por dónde iba? ¡Ah, si! El mercado.

—Me voy a echar una y le acompaño.

—Bien. No me gusta beber solo. Le invito yo, si no le importa. A ver, si, ya, cuando algo es popular, se vende bien, y cuando se vende bien, pues llega Manolo el empresario y hace lo que cree que vende, y eso, en arte, pues es un suicidio. La juventud es un buen mercado. Llevaba siéndolo por lo menos desde los sesenta. Aunque también se acaban haciendo buenas cosas precisamente porque hay gente con pasta que quiere hacer más, y se cuelan a veces grandes cosas. Es una espada de doble filo, eso que se llama consumismo y eso que se hace llamar comercialidad…

—Me permitirá que me complazcan en esas palabras.

—A usted se lo permito. Además, creo que hablamos de animales de diferentes estepas.

—Puede ser.

—Este comercio era brutal. Y si, se hizo mucha mierda, a veces por ganas dinero y otras, por incompetencia. Y cuando se juntan las dos… Titanic. Jóvenes rebeldes que eran solo pose y una incomprensión de lo que era ser joven y ante aquello que uno quería rebelarse brutal. Un fastidio. La idea de una verdad, aunque solo fuera personal, fundamentalmente, porque no se tenía ninguna. Y una artista sin una verdad, aunque solo sea una constelación de preguntas cuya verdad es la ausencia de verdad, es la nada. Y la nada sobraba. Pero también había todos, o al menos, muchos. Y eso no es poco. Había gente con agallas. Al menos, con las agallas de decir algo sincero, aunque fuera una chorrada. Y eso también cuenta.

—Y mucho. Aquí eso lo consigue la borrachera.

—Una borrachera de verdades suele hacer lo mismo. ES imposible guardárselas todas. SE desbordan.

—In vino veritas.

—Y la verdad en la verdad. La verdad es el vino del poeta. La música clásica frente al rock and roll. La realeza del viejo mundo con sus normas sociales estrictas frente al cologueo de la calle y la espontaneidad. A veces desechando el viejo régimen, o aprendiendo de él a la vez que cambiándolo, formas diferentes de rebelión. La destrucción frente a la simbiosis. La diversión frente a la responsabilidad. ¿Cuántos héroes, jóvenes y no tan jóvenes, no desechaban las reglas, se divertían a cada hora, sin deshacerse del todo de la responsabilidad, y hacían lo que les daba la gana y lo que debían al mismo tiempo? Joder, hablo de juventud, pero hasta la mitad o más de los policías cuarentones eran balas perdidas que solo seguían sus propias normas, como si hubiesen tomado al bueno del Harry El Sucio como modelo de un golpe de estado cultural. Con eminentes copias vacías, innumeras, por supuesto.

—Siempre me gustó Harry el Sucio.

—Pues algunos de sus hijos tampoco son unos flojeras, precisamente. Un poco del individualismo setentero frente a la corrupción nacional y cívica en un orgasmo de pesimismo negro como la noche se transformó rápidamente y con gran naturalidad en otra manifestación de la revolución contra la imposición de unas normas para formar parte de una sociedad que te promete una felicidad que nunca tendrás. Dudo que Arthur Conan Doyle tuviera a los yuppies esnifando coca de las tetas de prostitutas cuando hizo a Sherlock Holmes probar el polvito blanco…

—¿Y qué tiene que ver eso, si me permite la pregunta? ¿Sherlock Holmes?

—No estoy seguro. Se me acaba de ocurrir que un amigo del futuro, en el futuro, un tal Dussander, me dirá constantemente que siempre me busco excusas para introducir a los victorianos en mi plática… No sé, es raro.

—Es usted un joven raro, si.

—Eso me dicen constantemente. Claro que la diversión sin ambages también vende. Y parte de la idea de “diversión a punta pala y todo el día” también era parte de la fiesta que te prometían los mismos cabronazos que solo querían que pensaras en el placer propio y en cómo conseguirlo, es decir, con pasta gansa. Y vuelta a empezar. Consíguela. Sé bueno. Juega con las normas en mente. Las nuestras, claro. Qué se puede hacer. Lo que vende, lo venden, y lo que no… Pues se intenta también, se intenta fabricar esa querencia ausente. No hay problema. Lo innecesario convertido en adicción es la piedra filosofal del comercio.

—Casi suena como un comunista amigo mío.

—No soy comunista. Me disgustan los excesos. Acaban por volverse egoístas. Todos somos un poco egoístas… pero solo un poco.

—Un amigo mío cínico le llevaría la contraria.

—El cinismo es para cobardes que se han cansado de esperar; es la equivalencia en el necio de la impaciencia.

—Creo que un cínico estaría de acuerdo con usted. Sería su naturaleza estarlo.

—Ahí me ha pillado. Mire, lo que más me gustaba de John Hugues es que rezumaba verdad. Verdad ¿entiende? Eran cuentos de hadas. No eran realistas. Eran fantasías. Tenían algo de mágico, sin embargo. Marcaron a una generación porque por debajo de su piel fantasiosa, de sus arquetipos, había honestidad, y verdad. Decía cosas sobre ser joven, sobre crecer, sobre sentirse como en la adolescencia, siempre un extraño entre extraños, incomprendido, buscando algo sin saber qué es… Sus películas te llegaban y te reconocías en ellas a un nivel profundo.

—Ya veo.

—Y había melancolía en ellas. Ya sé que le he hablado de la rebelión juvenil, pero… Fíjese. Todo En Un Día. La película. Trata sobre un chaval, Ferris Bueller, que hace pellas un día, fingiendo que está enfermo; sus padres creen a pies juntillas lo que dice; no solo es un pillo, sabe camelarse a la gente. Solo su hermana lo tiene bien calado, y le desespera que sea capaz de hacer lo que le da la gana siempre, salirse con la suya y ser el tipo más popular del universo conocido. Finge estar enfermo, pone en su cadena de música una cinta con grabaciones y sus ronquidos, una figura bajo las mantas de su cama, y hala, a pasarlo bien con su amigo Cameron y su novia Sloane. Deciden coger el Ferrari del padre de Cameron, a quien dice querer más que a su hijo, el cabrón, y van a buscar a Sloane al colegio. Se hace pasar por el padre de Sloane por teléfono para que el director de la escuela, Rooney, la deje salir, pero conociendo a Ferris, sospecha, así que se lanza a casa de este para comprobar que todo ande bien. Nuestros héroes y su Ferrari viajan a Chicago, decididos a pasar por todo lugar turístico posible, viviendo muchas aventuras, jodiendo a un par de mayorzotes imbéciles, y regresando al final del día a casa sin un rasguño. Todo en un día.

—Pues o no la he visto, o no me suena.

—¡Ah, pero eso no es todo!

—Figuraba.

—Ferris le habla a la cámara. Broderick tiene un carisma enloquecedor. Es un cañón, el mamonazo. Nos hace participar de esta aventura y de sus planes, y este sencillo truco nos hace sentirnos como el tercer amigo de la pandilla, algo que deseamos sinceramente. Y es que verá, y por esto es especial; Ferris Bueller no es el típico ligón, cool, tío juerguista y rebelde. No se trata de faltar al cole para hacerse el malote. Todo tiene un fin. Ferris es querido por una razón. Toda su argucia, su astucia, su carisma, encanto y saber improvisar los usa para ayudar a sus amigos. Gran parte de todo lo que ocurre lo hace para ayudar a su amigo Cameron a enfrentarse a un padre que ni le escucha ni le atiende como es debido, a hacer que crea en si mismo, que deje de sentirse amargado por verse incapaz de luchar por aquello que él quiere. A vivir un poco más la vida, a luchar por ella, a sentirla en la sangre y no darle demasiada importancia a todo, a ser responsable, pero a no pasarse, a saber reírse un poco, y sobre todo… amarse lo suficiente como para ser él mismo.

—Pues si que ambicionaba mucho en un solo día…

—Pero lo consigue. Es una película. Es una historia. Al final, devuelto el Ferrari al hogar, empieza a darle patadas y golpes para descargar su furia, en una escena realmente conmovedora y dramática, en la que suelta todo el rencor y el dolor que sufre por sentirse rechazado por su padre. Ama, en verdad, más a ese coche al que cuida como si fuera una joya, que a su propio hijo. Y no chirría con la parte más cómica del relato ¿entiende? Esta es otra habilidad de Hugues. Es capaz de mezclar comedia con drama con una naturalidad asombrosa. Cameron vive aterrado por la corrección, por el miedo a salirse de unos patrones marcados por él. Al final, toda esta historia solo versa sobre la rebelión en apariencia; es más, es sobre la verdadera rebelión, no a una idea, ni a una política, ni a un consumismo; es la rebelión que todo ser humano debe acometer, a casi siempre, contra uno mismo. Uno es su propio carcelero. Y Ferris, en un acto de amistad, dedica todo un día a ayudar a su amigo a triunfar en esa rebelión. Y al final lo hace. Hay un momento algo cómico y dramático al mismo tiempo cuando el Ferrari de papi cae de su sujeción con las patadas del chico y cae por la cuesta que baja su garaje hasta hundirse en el agua de un lago. Ferris se ofrece a asumir la culpa y sacrificarse ante el padre de Cameron, pero Cameron dice que no hay tu tía. Él se enfrentara a su progenitor. Y lo hace. Y lo hace con la cabeza muy alta. Y triunfa. Y por primera vez, padre e hijo se encuentran.

—Bonita fantasía.

—Lo sé.

—Los hijos siempre creen que sus padres no les entienden.

—Si. Sobre todo cuando no les entienden.

—Esa es la vida. No sabes nunca nada de cierto.

—Así que todos nos tenemos que emborrachar para poder ver claro ¿no?

—Claro, no sé, pero se lo acaba creyendo uno un poco, y eso no es poco.

—Engañarse a si mismo es doblemente inútil si uno no se acuerda de nada.

—¡Yo me acuerdo de cada borrachera, caballero!

—¿Y se arrepiente?

—Un poco de todo.

—Así que es usted todo un dador y buscador de verdades.

—Soy un mago con un infinito número de pociones de la verdad.

—¿Y la Pepsi?

—Esa es la gran mentira. Pocas cosas te hacen creer que te has refrescado… cuando no lo ha hecho en absoluto.

—¿Tiene hijos?

—Si y no. Pero soy muy comprensivo.

—¡Eso cree cada padre!

—Sobre todo cuando lo son ¿eh?

—¿Y hermanos?

—Una hermana.

—¿Cómo se lleva con ella?

—Como el perro y el gato si el perro y el gato, entre pelea y pelea, se quisieran muchísimo.

—Bueller tiene una hermana. Lo detesta. Cree que es el niño mimado, lo conoce bien, y le fastidia que acabe por salirse siempre con la suya.

—¿Es una cuestión moral o envidia?

—Eso exactamente es lo que le dice el personaje de Charlie Sheen…

—¡A ese si que lo conozco!

—¡Me alegra! ¿Puedo seguir?

—Por favor.

—Vale. Una comisaría. La hermana, que se llama Jeannie, es… ¿conoce Dirty Dancing?

—¿Esa no era aquella en la que el tipo de De Profesion Duro bailaba?

—¡Exacto!

—No la he visto.

—Bueno, pues la hermana la interpreta Jennifer Gray, la co—protagonista de Dirty Dancing.

—No la he visto.

—Lo pillo, lo pillo. Bueno, pues volvamos. Comisaría. Charlie Sheen, malote, chupa de cuero, pero tranquilo, suave, lleno de calmada sabiduría, tipo reflexivo que contrasta con sus pintas de sobrino de Elvis, mientras esperan a que la poli se encargue de ellos, en un banco sentados, charlan, y ella le cuenta todo sobre su frustración con el hermano, y Charlie, con toda su sabiduría, le hace ver que, probablemente, se trate de pura envidia, y que tiene que tiene que encarar sus propios fantasmas y aceptarse a si misma para poder aceptar a su hermano. Una escena en la que el personaje menos aparentemente adecuado, le da el consejo más esencialmente inteligente. También le recomienda que hable con un tipo que podrá ayudarla. Un tipo del instituto. Claro, se refiere al hermano, pero ella no le había contado su nombre, así que…

—Se enfada.

—Esa muchacha es pura furia. Es una escena bastante graciosa. Al final, sin embargo, la sangre llama a la sangre, y sorprendida por Rooney, el director de la escuela de Ferris, que lo lleva intentando pillar en las pellas toda la película con hilarantes resultados, que se metió en su casa sin permiso, acaba por darle una tremenda patada, y defendiendo a Ferris en el momento en que pudo haberle pillado… Rooney… Jefrey Jones. Divertidisimo.

—¿El actor?

—Si. Trabajó en muchas pelis. Un secundario de lujo. Ed Wood… El adivino. Bitelchus, el padre de Wynona, Caerse de un Guindo, ¿Quién Es Harry Crumb?, La Caza del Octubre Rojo… Seguro que lo ha visto muchas veces y no sabe su nombre.

—Como con casi todo lo que me ha contado.

—Aquí está estupendo como Rooney. Un director de instituto muy desafortunado, sus propias peripecias para descubrir a Ferris acaban pareciéndose a la Odisea del Coyote tratando de atrapar al correcaminos. En los créditos finales, hay una canción famosísima que se usó en otras pelis de los ochenta, incluido El Secreto de mi Éxito, esa en la que Mich… el de Regreso al Futuro, el chaval, escala desde abajo hasta la cima en una empresa. Se llamaba I´m Too Sexy del grupo ingles Right Said Fred…

—Nombre de grupo más raro.

—Si. Lo componían dos hermanos.

—¿Cómo era la canción?

—Espere que se la canto. Iba a algo así… perdone que cante mal… I´m Too Sexy for Milan, too Sexy for New York…

—¡La conozco! Pero esa no era de los ochenta.

—¿Qué quiere decir?

—Juraría, amigo que esa no es de los ochenta.

—Pero… ¡claro! ¡Seré idiota! Siempre confundo las canciones.

—Suele pasar.

—Es OH YEAH del grupo suizo Yello. Ya sabe. Oh YEAH… tu ru tu tu tu tu ru…

—¡Claro! Esa es muy famosa.

—Sobre todo para un niño de los ochenta. Bueno, pues al final, la familia triunfa, la suerte triunfa, la hermana ayuda al hermano, en los créditos el pobre Rooney se mete con la ropa hecha un cisco en un autobús escolar y suena OH YEAH… Inolvidable. Claro que esa es una pequeña parodia referencial del primer momento en que se usa la cancioncita, cuando Cameron le enseña el Ferrari de su padre a Ferris por primera vez. Hubo hasta un crítico que dijo que fue Hugues quien transformó el uso de esa pieza musical en esta película en un símbolo de la avaricia materialista y el capitalismo salvaje, y que por eso se ha usado tanto la mayor parte de las veces en otras películas, con ese fin. No sé si será verdad.

—¿No decía odiar a los críticos?

—En general. Pero hay de todo.

—Vaya, al final resulta que tiene usted razón y hay final feliz. Y familiar.

—Felicísimo. Pero también algo amargo, si bien no falta la esperanza.

—Eso es importante.

—Es un final, en cierta manera… No. No es solo el final. Es todo el relato. Está bañado en melancolía. Es agridulce.

—¿Por qué?

—Porque la historia tiene el aire de despedida a una etapa de la vida como es la de la juventud. El regalo de Ferris a su amigo Cameron estriba en querer despertar en él el amor al hoy porque todo hoy se acaba. Nadie sabe lo que sus vidas les depararan tras el verano, con la universidad en el horizonte. ¿Seguirán siendo amigos? ¿Cambiarán? Todo En Un Día marca el final de una etapa en la vida de estos personajes. El punto y aparte en esa amistad. Nada volverá a ser igual. Es el canto al aprovechar el último crepúsculo de esa etapa. Pero de alguna manera, es también muy esperanzador, porque sabemos, sentimos, que esa nueva página en sus vidas sabrán escribirlas en letras de oro y que su amistad, pueda o no cambiar, no se debilitará. Pero si bien uno no puede abandonar del todo la esperanza de una puerta que se abre, tampoco puede evitarse la suave tristeza de una que se cierra. Al final, el pasado brilla más hermoso de lo que fue…

—Bueno… Depende del pasado.

—Y depende de cuanto uno lo haya abandonado. Pero soy joven. ¿Yo qué sé, en realidad?

—Créame, soy mayor que usted… y sin embargo las cosas nunca quedan tan claras como quisiéramos. Por mucho que los años pretendan enseñarnos.

—Si que está usted optimista.

—Tiene su encanto. Si nada sabemos de seguro… también todo es posible. Y eso no está mal del todo. Descubiertos todos los secretos, la vida se volvería una sombra detrás de otra, una copia de si misma. ¿No cree?

—Si usted lo dice.

—¿Se siente mejor?

—¿Sabe lo que le digo? Que si. Bastante mejor. Muchas gracias.

—¡No hay de qué! A veces solo hace falta soltarlo todo.

—Y alguien amable que nos escuche. Gracias. Otra vez.

—No crea que lo he hecho gratis.

—¡No estropee el inicio de una bonita amistad!

—Los amigos son sinceros los unos con los otros. ¿Ha recobrado pues la fe en todo aquello en lo que un hombre joven debería tener fe?

—Casi. ¿Solo un hombre joven?

—La fe no muere, pero su objeto…

—Veremos. Todos somos distintos. Un brindis. A la amistad.

—A la amistad.

—Y a Ferris Bueller.

—Y a Charlie Sheen, que estuvo genial en Apocalypse Now.

—Pero… bah. ¿Sabe qué le digo? ¡El barman siempre tiene la razón!
 
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Querido Sr. Vernon, admitimos el hecho de tener que quedarnos castigados todo un sábado por habernos portado mal; lo que hicimos no estuvo bien. Pero pensamos que está usted loco al intentar forzarnos a escribir un ensayo explicando quienes creemos ser, porque usted simplemente nos ve como quiere vernos; un cerebro, un atleta, una irresponsable, una princesa y un criminal.


Así empieza una de las mejores películas de cine adolescente de los 80; la mejor película de toda la carrera de John Hughes (quizá alguien me lo rebata por Ferris Bueller…). Una película que marcó a una generación y que, estilos aparte, en muchas cosas de su texto sigue siendo atemporal, y lo será siempre.

El cine adolescente fue todo un subgénero que empezó (como lo conocemos) en los 70 con Desmadre a la americana y generó toda una locura de copias, sagas y secuelas falsas, un rollo que se iba retro-alimentando. Podríamos hacer una división simplista entre las que tenían de fondo el lema sexo-drogas-rock&roll (casi siempre con tramas que giraban o bien en torno a montar una fiesta salvaje y generalmente prohibida, o en la pérdida de la virginidad) y otra clase de películas que se centraban en la lucha del individuo libre de los 80 contra la Autoridad, el Sistema, o como queráis llamarlo. Ambos subgéneros no son excluyentes, de hecho es muy normal encontrarlos juntos, y cuando me he puesto a subdividirlos, me he dado cuenta de que una subdivisión es innecesaria.

También hay que decir que muchas de esas cintas no aguantan un examen o revisionado hoy en día, porque eran cintas de consumo rápido pensadas para ver y olvidar de forma fulgurante, para el mercado de vídeo... Pero El club de los cinco es la gran excepción a la regla; es una de las afortunadas que sigue sobreviviendo en la memoria de los viejos, y en algunos miembros de la nueva generación que la van descubriendo.

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El club de los cinco es un tratado sobre la adolescencia, y más concretamente, sobre los adolescentes americanos de los años 80, era de la abundancia (para algunos) donde los chicos de las clases medias-altas, estuvieron más mimados, y más colmados (materialmente) que casi ninguna otra generación anterior, mientras que los de clase baja carecieron más que nunca de todo lo indispensable. La invasión del ocio electrónico, los videojuegos, el vídeo, la tele por cable…

Pero la película no es tanto un examen de clases (aunque algo de eso haya, no creo que fuera importante para Hughes) como un examen de cualquier sociedad occidental civilizada, sobre la asignación (y aceptación) de roles sociales en la juventud.

Los títulos de crédito son toda una declaración de intenciones: fondo negro y letras amarillas, nada vistosas, con el Don’t You de fondo; títulos de crédito muy sobrios y contenidos, alejados de los festivales de colorido y animación que solían tener estas películas en los créditos, estilo Porky’s. Es el primer aviso de que vamos a ver algo especial.

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La historia arranca (después una cita de David Bowie) trasladándonos hasta el Instituto Shermer de Illinois (Shermer es una ciudad ficticia, típicamente americana, que Hughes volvería a retratar en otras películas) donde una de las formas de castigo para los alumnos que cometen faltas graves es obligarlos a pasarse todo el sábado encerrados en el instituto (una idea genial, y la pesadilla de cualquiera a esa edad) bajo la supervisión de algún adulto del centro, y dedicando su tiempo a escribir ensayos que a nadie le importan y que seguramente, nadie leerá. Un modelo de ayuda a la adaptación, a la productividad y la reinserción, vaya.

Es por la mañana, y cinco castigados llegan al colegio (ya la forma en que llega cada uno empieza a dibujar el retrato de su rol); ellos son Andrew (Emilio Estevez) un héroe deportista del instituto, perteneciente a la típica familia WASP, muy poco motivado; Claire (la novia que todo adolescente americano y, porque no, español, quiso tener en su cama, Molly Ringwald) la reina de los bailes estudiantiles, la niña de papá, de clase alta y que siempre brilla allá donde va; Brian (el ubicuo Anthony Michael Hall) un nerd, empollón, obsesionado con las notas altas debido a la presión paterna; Allison (Ally Sheedy) una inadaptada que nunca habla y a la que nadie jamás presta atención, y en fin, Bender (Judd Nelson) el rebelde de clase baja, y futuro delincuente sin esperanzas de salir de ello. Los cinco estarán bajo la atenta, paternal, educativa y estimulante vigilancia del señor Vernon (Paul Gleason) el director del centro. Seguro.

La dirección de actores es soberbia, desde el momento que los cinco aparecen en pantalla, todo está estudiado: cada gesto, cada mueca, corresponde al rol que interpretan en la película. Y desde ese mismo momento, Hughes insiste en recordarnos dichos roles, a través de cualquier detalle: por ejemplo, el modo de sentarse en la biblioteca (que hace las funciones de sala de castigo, y que no se parece a la biblioteca de ningún colegio que yo haya conocido) donde la princesa del instituto y el deportista se sientan juntos (son los únicos socialmente integrados o sea, iguales) mientras los otros tres se sientan totalmente separados, y los de clase baja directamente, en la última fila. La aparición del señor Vernon deja claras las reglas del juego desde el principio: es el enemigo, que no va a ofrecerles ayuda en su tarea, y que se considera demasiado importante para estar allí un sábado vigilando a cinco mocosos de mierda cuando podría estar jugando al golf o sobando. Su actitud es hostil desde el principio; chulesca y nada pedagógica, negándose a contestar (e incluso a escuchar) las preguntas que le van planteando los alumnos.También en ese momento queda claro el odio especial que siente hacia Bender, en lo que incluso podríamos ver un cierto toque clasista (el director desprecia a todos sus alumnos, pero solo siente esa hostilidad hacia uno de ellos, casualidad o no, el único que proviene de un estrato marginal).

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La película sigue esas reglas durante un rato (están vigilados de cerca, los cinco chavales solo hablan memeces y comentarios sin importancia) pero para que empiece de verdad, hay que hablar con libertad, por lo que pronto el director tiene que desaparecer de escena, y volver solo cuando de verdad haga falta. Así, al principio, los cinco se comportan como críos, manteniendo las distancias y lanzándose pullitas (el delincuente metiéndose con la chica bien, burlas generalizadas hacia el empollón, ignore absoluto hacia la anti-social, el deportista defendiendo a la que es de los suyos) pero irán moviéndose de esas posiciones poco a poco. Eso no significa que no dejen de pelear (de hecho, diría que cuanto más se pelean, más se acercan) o de desearse (casi desde el principio surge el triángulo sobre Claire (la Ringwald) por la cual competirán los dos “machos alfa” del colegio, el deportista y el matón).

Como suele pasar en el cine de Hughes, lo que puede parecer positivo es en realidad, negativo, y lo que parece feliz, es amargo. Así, por cada pequeño momento que tienen los protas para conocerse y comprenderse, para salirse de ese rol del cual van derribando barreras, más difícil parece que esa nueva condición vaya a sobrevivir más allá de ese sábado. Poco a poco, primero a través de experiencias cotidianas (el almuerzo que comparten en la biblioteca, muy revelador sobre algunos de los chavales y momento clave) o como se comportan con los dos adultos de la peli (el director y el conserje del colegio) van dando pie a una relación auténtica donde todos puedan desprenderse de sus “caretas“que se acaban viendo como una auténtica mortificación para todos, una mierda innecesaria, impuesta socialmente, que solo les trae infelicidad.

En el cine de Hughes, sobre todo en sus películas de adolescentes, hay muy pocos adultos, y los que salen están muy clasificados. Por un lado, el adulto que representa a la autoridad (normalmente amenazador, y un obstáculopara los protagonistas) el adulto ridículo del que uno solo puede reírse (no tanto alivio cómico como auténtica crítica a la madurez mal entendida) y por último, el menos constante, pero más interesante, el adulto estratificado en la adolescencia. En este sentido, mi personaje favorito de El club de los cinco no es ninguno de los cinco del título; es, ha sido siempre, el conserje, Carl (interpretado por John Kapelos, actor muy ochentero que repetiría en el cine de Hughes).

El conserje, de quien nada sabemos pero mucho podemos adivinar; en el inicio de la película, vemos su foto (como estudiante, mucho más joven y con pelo) enmarcada en un cuadro de honor de “Estudiante del año”. Pero en el presente de la película, le conocemos de conserje, un tipo al que le mola ponerse filosófico pero también es pragmático, muy, muy sarcástico, y en el fondo, se dibuja una historia amarga, la suya. Me puedo imaginar esa historia, un pasado donde fue “alguien” (o por lo menos, la promesa de alguien) expectativas que seguramente no llegaron a cumplirse, experiencias que lo desengañaron, y un futuro que le obligó a volver al único sitio donde había sido “alguien” aunque fuera desde lo más bajo, un trabajo de conserje sin futuro.

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Clave es también su conversación con el director Vernon, y que nos ayuda a entender a este villano que a lo mejor, en el fondo, no lo sea tanto. Seamos sinceros; ¿Cuántos profesores como Vernon hemos conocido? Gente que se dedicó a lo que parecía una carrera universitaria fácil, una vida profesional fácil, vacaciones de verano… para luego darse cuenta de que se carece totalmente de cualidades humanas (no ya académicas) para enseñar, para motivar y estimular. Acaba uno echándole la culpa de sus elecciones a otros (los alumnos, en este caso) frustrándose y amargándose, y llegando a convertirse en cabrones retorcidos. Yo personalmente, he conocido a unos cuantos.

La tragedia de Vernon es que él, como sus estudiantes, es otro rol, lleva su propia máscara. Esa actitud de desprecio y burla no es más que una tapadera para no revelar una sensibilidad oculta (realmente le importa, y mucho, la percepción que de él tienen sus alumnos). Hay un momento genial en el que se enfrenta a Bender cuando los dos están solos, y enumera (sin venir mucho a cuento) las cosas que tiene: un hogar, un buen salario, una casa… un momento en que desnuda las miserias de una vida donde solo cuenta lo material.

Pero son los ochenta, y no todo han de ser reflexiones existenciales, coñe! La película intenta combinar su texto con otras atracciones que estimulen al público adolescente del momento y lo mantengan pegado a la pantalla; el triángulo amoroso, en un principio solo a través de miradas, luego ya, convertido en una pelea abierta entre los dos “pretendientes” que esperan cualquier excusa para echarse la bronca, liarse a hostias y así impresionar a su pretendida. También está el misterio de la marginada Allison, que nunca habla, y de la que no sabremos su motivo para estar ahí castigada hasta el final de la película; tenemos agresiones verbales e incluso físicas, intento constante de romper las reglas establecidas del castigo (sobre todo por Bender, que poco a poco va arrastrando a sus compañeros con él) todo muy Hughes. Carreras por los pasillos del instituto a ritmo de temas ochenteros, fugas imposibles de la sala de castigo que ni James Bond hubiera conseguido, fumeteo de hierbas raras, psicotrópicas e ilegales (una escena clave, otra más, en la que después del consumo todos se rebuscan en sus respectivas carteras/bolsos, en un intento de intimar). Curiosamente, a esa escena la sigue otra que siempre odio, el “subidón” que le da a Andy después de fumarse un porro, que le lleva a bailotear por toda la biblioteca, una escena que rompe el ritmo, y que sobra totalmente.

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Pero, a partir de cierto momento la película va dejando los momentos de entretenimiento más espectaculares, destinados a entretener al público y se centra: los cinco protas se sientan en un círculo en la biblioteca, como si estuvieran de hoguera en pleno campamento, y comienzan a explorar su interior (y no de la forma en que estáis imaginando, cerdos). De todas sus confesiones, pienso que es la de Andy la más perturbadora: el chico sano americano, un puro estereotipo, el deportista popular envidia de todo hijo del vecino, un triunfador, que es en realidad un triste pelele, infeliz, aterrorizado por la figura de su padre y al mismo tiempo, queriendo impresionarlo a toda costa, incapaz de pensar o hacer nada por sí mismo.

El club… sigue por unos derroteros bastante amargos, pero prefiero centrarme ahora en otros aspectos, y dejar esas reflexiones para el final, más que nada por no spoilear a nadie la película, aunque dudo que haya mucha gente que no la conozca y tenga intención de hacerlo, pero por si acaso.

A El club de los cinco, a día de hoy, se le han achacado varias imperfecciones por las cuales se le suele fusilar en algunos ámbitos; imperfecciones que no creo que sean tales, al menos no todas.

En primer lugar, el excesivísimo culto del que goza en su país (infinitas series le han rendido homenaje, mi favorito, personalmente, el de Futurama. Aquel día casi lloro, y los que conozcáis la serie, sabéis de qué hablo).

En segundo lugar, mucha gente se vale de la poca credibilidad de la propuesta para cargarse toda la película. Cinco adolescentes vigilados por un adulto que se escapan de su sala de castigo, corren por ahí, fuman marihuana, causan destrozos en el instituto, y hasta se ponen a bailar, sin que el vigilante adulto se entere de una mierda. ¡No es creíble!, dice mucha gente. Bueno, no quiero entrar en el debate de que la suspensión de incredulidad es algo sin lo cual no se puede disfrutar del 90% del cine, y prácticamente nada del cine fantástico. Pero a John Hughes, esa credibilidad se la sopla; él lo sabe, su público lo sabe. Solo hay que ver Todo en un día, que es una gran bofetada contra cualquier realidad; o Dieciséis velas, que es un cuento de hadas adolescente actualizado; ¿alguien probó a crear una Kelly LeBrok con su Spectrum? A mi no me salió. Y si hablamos de su labor como guionista, ¿alguien se creyó la premisa de Solo en casa? ¿Pero qué clase de padres son esos? ¿Dónde está la asistencia social cuando se la necesita? ¿Por qué no le retiraron la custodia del mocoso a sus padres? Pero al margen de esas cuestiones, Solo en casa fue una de las películas más taquilleras de principios de los noventa, y no creo que nadie preguntara.

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La suspensión de incredulidad es vital; los protas DEBEN salirse del control impuesto, para interactuar con libertad. Puede que otro guionista/director hubiera conseguido hacerlo de manera más sutil, pero la verdad, viniendo de Hughes esa libertad de romper las propias reglas de la película me parece más una declaración de intenciones que un fallo. Si los cinco estuvieran sentados en la biblioteca, reñidos cada vez que abren la boca, la película hubiera terminado en cinco minutos, más o menos. Yo creo que es EVIDENTE que a Hughes se la suda el director del colegio, salvo cuando lo necesita: por ejemplo fijaros en esas escenas en que los cinco corren huyendo de él, y pasan corriendo POR DETRÁS SUYO a centímetros. En un instituto vacío, con los ecos que debe haber en esos pasillos, ¿el director Vernon no se da cuenta de que están pasando detrás suyo como elefantes en una cristalería? Pues no. De hecho al final bailan al son de una canción de tocadiscos que es imposible que no se oiga (al margen de la dichosa credulidad, esa escena es otra que me sobra bastante, fruto de su tiempo y de la necesidad de meter numeritos musicales, que aquí está bastante forzada).

Otra crítica que he llegado a escuchar, y que me hace descojonarme, es aquella que diu “es que la peli va sobre cinco críos americanuchos que no son más que arquetipos… ¡que falta de originalidad”. Perdonadme los presentes que pienses así (si los hay) pero eso es una cretinez y solo demuestra que no se ha visto la película entera. La película lo que hace es cogerse a cinco arquetipos americanos, perfectamente identificables en su día (y hoy, que cojones… y no hace falta, quitando algunas cosas, limitarse a los EEUU) y desmontarlos hasta llegar al punto en que lo que no son, desde luego, es arquetipos. Los cinco representan perfectamente las ansiedades del adolescente occidental, y en ese punto, no creo que la película haya envejecido ni un solo segundo, todo está ahí: el miedo a madurar, entendiendo la madurez como el final de la vida y el empezar de una distinta, desconocida, aterradora; el sexo (un auténtico motor para los personajes en momentos clave de la peli) la presión social, lo importante de las apariencias, las relaciones con los padres (curiosamente, las veamos desde el punto de vista del que las veamos, los cinco quieren impresionar a sus padres, aunque algunos desde luego, no se merezcan ese esfuerzo por parte de sus hijos). Si algo conecta a los cinco personajes que dan nombre a la película al título español de la película (que, en mi opinión, es mucho mejor) es la infelicidad. Algunos lo tienen todo y otros nada, pero al final todo son apariencias, a todos les faltan las mismas cosas.

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La última gran crítica a El club de los cinco su final “happy ending al estilo americano” y aquí empiezan los SPOILERS para quien no quiera seguir. Y es que calificar a esto de final feliz es ser un cabrón. De final feliz, nada. El matón acaba ennoviándose con la princesa; el deportista, con la anti-social (del geek no se dice nada…. Ni creo que nadie se extrañara de que ni lo tuvieran en cuenta a la hora de emparejar personajes, vamos. El Brian de Anthony Michael Hall parece escapado de la saga La venganza de los novatos). Los cinco parecen llegar a un acuerdo: no dejarán de ser amigos más allá de ese sábado, y darán la cara delante del resto de los compañeros cuando llegue el lunes siguiente.

¿Alguien se lo cree? De verdad, acordaos lo que era ser adolescente. ¿Alguien es capaz de tragarse que al lunes siguiente, se cruzarán entre ellos y no bajarán la cabeza? La película tiene el gran acierto de no enseñar ese momento, pero estoy convencido de que al llegar el lunes, cada uno llevará puesta su careta, y no admitirán quitársela. Ese John Bender, puño en alto, de fondo una pista de ¿rugby? Del instituto, que ha sido tan copiado y referenciado, y que siempre se ha visto como el triunfo de la individualidad sobre la masa y la presión social… madre mía, a mi me da una pena tremenda. Están todos condenados a fracasar pero, todos. Su triunfo es el triunfo del momento, un segundo en el que fantasear y ser romántico, lo suficiente para que la fábula agridulce no le siente mal a los que pagan las entradas. Por supuesto, el niño que hay en mí quiere creer lo contrario. Me dice: oye, al lunes siguiente, las dos parejas seguirán siendo parejas, los cinco amigos seguirán siendo amigos, y el resto de los compañeros lo aceptarán, y si no da igual porque lo que importa son ellos cinco, y al final se casarán todos juntos y se irán a vivir la luna, y a comer perdices”.

Desgraciadamente, han pasado ya unos buenos veintitantos años desde que vi por primera vez El club de los cinco, y por lo que sé del género humano, y de la presión de la sociedad sobre uno a esas edades, dudo mucho que el cuento termine así. Ese pequeño momento de gloria final no es más que un instante de rebeldía. Una nota romántica al pie del libro. La amistad es muy importante en la vida, y la película entera va de eso, pero me pregunto hasta qué punto cada uno de esos cinco adolescentes cambiaría lo que tiene (todos tienen un grupo de amigos, excepto Allison, una familia que los respalda materialmente, aunque la vida familiar sea miserable…) por esa amistad. Está claro que Bender y sobre todo, Allison, son el que más tiene que ganar con esta “sociedad”; los otros, aún viniendo de familias más o menos desestructuradas, son clase media, mientras que Bender viene de la marginalidad y los abusos paternos, y Allison es socialmente invisible.

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Vi El club de los cinco con unos 8 años, una edad en la que cualquier cosa impresionaba. La vi en un pase televisivo, en una de aquellas sobremesas míticas de comida con la familia + película con los primos. Y me impresionó. Ya había visto algunas películas sobre adolescentes (sobre todo Bicivoladores, que creo fue la primera de esa temática que pude ver) pero aquella fue la primera película que vi donde se introducía a problemáticas adolescentes un poco más cercanas a la realidad, como la presión social y paterna, el sexo, la rebeldía… pasé muchísimo tiempo obsesionado con El club de los cinco, imaginádnome como serían las vidas de sus protagonistas y lo que sucedería al dichoso lunes siguiente. Supongo que el que más me impactó a esa edad fue Bender (a día de hoy Nelson me sigue pareciendo el más desaprovechado del Brat Pack) por la enorme rebeldía que expresaba, y que me faltaban unos cuantos añitos para comprender.

No volví a verla en unos diez años; un amigo mío la tenía grabada en un VHS, de un pase de madrugada en La2… ¡EN VO! Fue la primera película que vi en idioma original con subtítulos, varios años antes de que el DVD se implantara en los hogares. Renació toda la pasión que había sentido viendo la peli de niño, pero también es cierto que eché de menos sus voces españolas del doblaje. Me puse a buscar la película y finalmente, la encontré en un videoclub (por aquel entonces, dichos locales no estaban todavía en peligro de extinción, aunque ya se marcaba su ocaso). Curiosamente, la película no tenía carátula, solo una caja y una cartulina con su nombre; desde entonces ha sido para mi una constante obsesión encontrar la carátula de El club de los cinco del VHS de alquiler español original. La editó CIC Vídeo (que editó muchas de Universal) y me ha sido imposible encontrar la citada carátula, solo la versión sudamericana.

En aquel momento, había conseguido el Club de los cinco, la había alquilado y visto con sus voces originales, pero solo la tenía en alquiler: no era mía. La tenía en propiedad, prestada, habría de devolverla a su legítimo dueño pasadas 48 horas, y desembolsar un nuevo pago cada vez que la quisiera volver a sacar. Los del videoclub se habían negado a vendérmela (aún no había llegado el momento de que los videoclubs se desprendieran de esos preciados tesoros). Yo quería ver la diez veces, quería enseñársela a mis amigos, quería tenerla en propiedad. Una cinta virgen, y dos vídeos montados después, lo conseguí… y aún conservo esa copia. A pesar de que, muchos años después (de hecho, hace muy poco) en ese mismo videoclub conseguí la misma copia original que en su día pirateé. Sin carátula, recordadlo. SI ALGUIEN SABE DE DONDE PUEDA ENCONTRARSE UNA COPIA DE DICHA CARÁTULA, POR DIOS, ME MANDE UNA SEÑAL DE HUMO.

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El club de los cinco tardó algunos años en editarse en DVD. Durante el auge de la implantación de Internet en los hogares españoles, podía encontrarse una copia, un ripeo del DVD americano, con el doblaje español… sin embargo, había insertos de un doblaje latinoamericano, como si ciertas partes del doblaje se hubieran perdido. Cuando finalmente, Universal anunció su salida en DVD, muchos nos temimos que fuera ese infame doblaje mutilado, o quizás un redoblaje, pero hubo suerte: hoy pueden encontrarse ediciones impecables de El club de los cinco en nuestro país, en DVD y en Blu Ray.


Es difícil saber qué simboliza esa película para mi, y para todos los otros que la admiran. Quizá una especie de pequeña máquina que detiene el tiempo durante los minutos en que transcurre su visionado, y logra transportarte, sino física, sí emocionalmente, a otra época. A pesar de transcurrir en un instituto americano, que tan poco tiene que ver con la mayoría de institutos públicos españoles que hemos conocido casi todos los que estamos aquí, con sus interminables hileras de taquillas personales, sus grandes campos de deporte, equipos de animadoras, una biblioteca de tamaño gigante, laboratorios de ciencias que ríete de los de la NASA, periódicos estudiantiles, vestuarios que ni los del Real Madrid… y a pesar de esas diferencias, la película consigue recordarnos en algo lo que era esa vida en el instituto: el constante ajetreo mental y físico, la inseguridad y la arrogancia, las dudas… dice Allison, en un momento de la película, que al crecer, a uno se le muere el corazón. Yo dudo que eso sea verdad (por lo menos, no tan dramática y literalmente como lo dice Ally Sheddy) pero si creo que “algo” se muere, algo desaparece. A veces, para siempre.

Otras veces, no.

Otras veces, ese “algo” ese pedacito de nosotros mismos, está guardado en el DVD (o VHS, o Blu Ray) de El club de los cinco… y lo podemos recuperar durante un rato. Un gran rato.

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BREAKFAST es una peli que no soporto. Me parece forzada y ridicula en su pretenciosidad. Me parto con los traumas de los protas, cada uno en su estereotipo estereotipadamente deconstruido. Cuando al final se "unen" yo lloro... de risa.

BUELLER es algo mejor, de espiritu mas "libre" aunque igualmente forzada en su discurso, y con un Matthew Broderick totalmente abofeteable.
 
BREAKFAST es una peli que no soporto. Me parece forzada y ridicula en su pretenciosidad. Me parto con los traumas de los protas, cada uno en su estereotipo estereotipadamente deconstruido. Cuando al final se "unen" yo lloro... de risa.

BUELLER es algo mejor, de espiritu mas "libre" aunque igualmente forzada en su discurso, y con un Matthew Broderick totalmente abofeteable.

No te des con la puerta al salir. :mosqueo:cuniao
 
La verdad es que no he visto ningun de las tres :cortina. De la serie de La chica explosiva sí que me acuerdo y la seguía bastante y no sólo por la Vanessa Angel :agradecido
 
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