John HUGHES (1950-2009)

“Mejor solo que mal acompañado” (1987)

(“Planes, Trains & automóviles”)


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A modo de introducción:

- De los grandes maestros de la Escuela de la editorial Bruguera, únicamente Francisco Ibáñez y Jan continúan activos. No; no os habéis equivocado de crítica ni yo me he tomado un cuarterón de orujo. Seguid leyendo por favor. Una de las características de Ibáñez es que apenas tiene personajes secundarios, y cuando estos aparecen son perfectamente intercambiables y casi clónicos, muñecos animados diría yo: hombre del bigote; matón1, matón 2, matón 3; señora rellenita, señora delgadita…

Sin embargo, comparemos a Ibáñez con José Escobar o el propio Jan antes citado: sus protagonistas son importantes, pero ellos no serían nada sin una amplia galería de secundarios con nombres y apellidos. En ocasiones estos secundarios no tienen más que un par de frases en toda la historieta, pero su trabajo no es sólo importante, es esencial para que avance la acción.

Escobar en sus historietas de Zipi y Zape rodeó a sus protagonistas de un entorno de vecinos, peones manuales, tenderos, maestros, amigos, familiares, delincuentes, agentes de la autoridad. Todos y cada uno de ellos fueron mimados en su tratamiento y humanidad con el mismo cariño que la pareja de diablillos protagonistas. Nos reímos y compartimos las vivencias de los gemelos, pero aquellos que les acompañan nos dejan un poso que es casi tan relevante como el de los protagonistas. Su función es fijar a nuestros héroes en un entorno definido. Una ciudad, un barrio y aquellos que lo moran. “Érase una vez una ciudad”

Y si todavía habéis tenido la paciencia de seguir leyendo –porque esto va para largo- sin pensar que os estoy tomando el pelo o que me he equivocado de página, sabed que este es uno de los grandes méritos del cine de John Hughes: su amor incondicional por los secundarios. Un amor que le entronca con los grandes directores de cine clásico americano ¿Sería arriesgado decir que no recuerdo un mimo por los secundarios tan acentuado desde los tiempos de Lubitsch, Sturges o Billy Wilder?
Acompañadnos ahora en un viaje, nunca mejor dicho, en el que dos caballeros bien distintos vivirán una experiencia que les cambiará para siempre. “Érase una vez un viaje”

Dos hombres y un destino, por no decir nada de unos cuantos aviones, trenes y automóviles:


- “Mejor solo que mal acompañado” no es sólo mi película favorita de John Hughes, sino un filme que ha significado mucho en mi vida. Desde que la vi por primera vez en televisión, a finales de los años 80, cada año que pasaba no podía dejar de decirme que todavía era un filme muy reciente, que el mundo que reflejaba no había cambiado y que un día podría conocerlo, tal y como aparecía en pantalla, y sin embargo ya han pasado prácticamente 27 años...

En esta película se da una de esas felices conjunciones que solo pasan de muy tarde en tarde. Con sus más y sus menos, sus mejores y peores filmes, creo que nadie puede cuestionar a estas alturas la genialidad de Steve Martin y John Candy como nombres a figurar con mayúsculas en la historia de la comedia americana.

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Cuando Steve Martin asume el compromiso de esta película, su fulgurante trayectoria como guionista, actor, músico, productor y escritor, cuyo salto a la fama se había dado al encargarse de la presentación del “Saturday Night Life” durante los años 70, su carrera no le había hecho ningún desprecio al drama, aunque ésta era una faceta no tan cultivada por su parte como la comedia disparatada.

Al enfundarse el traje de Neal Page, el encopetado ejecutivo dedicado al marqueting que espera llegar a tiempo a su casa de Chicago desde Nueva York para celebrar el Día de Acción de Gracias con su familia, Steve Martin demostraría que el hombre de los mil tics, que tanto había hecho reír al público, tenía no solo un as, sino toda una baraja oculta, capaz de arrancar una lágrima al espectador.

Su físico y en especial su cabello blanco le permitían en esta película parecer sin resultar impostado, un verdadero hombre de negocios sobrio y serio como pocos. Además, bajo la batuta de Hughes, el actor se vio obligado a renunciar a la gran mayoría de sus tics gestuales, desplegándolos solo cuando es estrictamente necesario. En ese sentido, me recuerda a cuando Peter Sellers o Robin Williams conseguían ser dirigidos de modo que contuvieran su histrionismo. Así nos regalaron lo mejor de sí mismos.

John Hughes tiene dos niveles de tratamiento de los sketchs, por ello siempre que se revisitan sus películas se encuentran nuevas ocurrencias. El primero son los gags evidentes verbales o físicos, que buscan entrar por los ojos y arrancar la risa inmediata del espectador, pero hay también todo un nivel subterráneo de humor no descifrable a primera vista, heredados también de la gran comedia americana clásica, como por ejemplo cuando se entretiene en jugar al equívoco mostrándonos en primer plano las tarjetas de crédito con las que Page y Griffith pagan la habitación en el primer motel que comparten. Una es una Diners que pertenece a Neal y otra una tarjeta de crédito de tres al cuarto, que parece en su diseño una Diners y que acabará en la cartera de Neal por error para dar lugar a un gag futuro o las auto referencias continuas a su propio cine, como cuando Susan, la mujer de Neal Page está viendo la televisión mientras habla con su marido y escuchamos en la pantalla a una pareja discutir en estos términos: “Has encontrado la horma de tu zapato”; “¡Estoy descalza!”. No sólo se trata de un chiste lingüístico, sino que es ni más ni menos toda una secuencia de “La Loca aventura del matrimonio” en aquel momento en fase de filmación. La pareja que discute es la formada por Kevin Bacon y Elizabeth McGovern.

Estamos ante un estilo de cine más, mucho más elaborado de lo que pudiera parecer, con un amor por el esmero y cuidado en todos y cada uno de los mínimos detalles hasta conseguir un engranaje perfecto en el que nada es dejado al azar y que, una vez más solo recuerdo haber visto entre los grandes maestros del cine clásico.

Todo lo anterior, hace cuestionable definir a John Hughes como un Maestro del cine de los años 80. Eso sería pecar de reduccionista. En mi opinión, su cine es intemporal. Podría haber sido rodado en cualquier época de la historia y continuará siendo vigente en cualquier tiempo porque su temática: la disección de las relaciones personales, tamizada por el humor, no está lastrada a una época o escenario concreto.

Habría muchos modos de precipitar el encuentro entre los dos protagonistas de esta historia. El guion se entretiene en presentarnos a Neal Page intentando vender una campaña de publicidad de cosmética ante un cliente que no acaba de estar convencido tras pasarse un par de horas mirando la propuesta sobre cuál de los anuncios se adecúa más a lo que busca para su empresa. Ningún problema, seguirán la discusión tras las vacaciones. Se trata de pasar el fin de semana con su familia, que es presentada en breves pero indicativas secuencias como una modélica e idílica familia americana con esposa y tres niños pequeños, disfrutar del Día de Acción de Gracias y nada más. Parece sencillo ¿no? Fin de reunión, vuelo y en casa. Sí, es incluso hasta demasiado sencillo.

El comienzo del filme es impecable y Martin borda la preocupación que todos hemos sentido en algún momento cuando estando en una cita, nuestro interlocutor no tiene la más mínima prisa y nosotros miramos disimuladamente el reloj con el rabillo del ojo porque se nos está haciendo tarde. Impecable el personaje de ese cliente que no acaba de decidirse y al que sin embargo no se le puede meter prisa porque del cierre de esa campaña se derivará un negocio que supondrá una jugosa comisión para la agencia en la que trabaja Neal Page.

Sin embargo, aunque él todavía no lo sabe, ese día las cosas empiezan a torcerse para el serio ejecutivo, como si fuera uno de los protagonistas-marioneta de un episodio de “The Twilight Zone” y Hughes empieza ya a cocinar a fuego lento el caos en un menú elaboradísimo. Un detalle tan trivial como el olvido de sus guantes en el despacho del cliente demostrará tener su relevancia y es que el director no da puntadas sin hilo. Esos guantes los necesitará más adelante, pero repetimos, él todavía no es consciente de ello. En cuanto Page baja en el ascensor a la calle, comienza para su incredulidad su descenso a los infiernos…

La sutilidad con la que el guion empieza a calentar en el horno ese menú se nos muestra con una escena genial y llena de ritmo. Hora punta, imposible coger un taxi. Page ve uno pero en la acera de enfrente otra persona también lo ha visto. Podría ser cualquiera pero, damas y caballeros, esa persona es ni más ni menos que… tachán, tachán, ¡el gran Kevin Bacon!, el hombre que no envejece y que según Internet está conectado con todos y cada uno de nosotros; el héroe que salvó a un pueblo al que le tenían vetado bailar el rock and roll y por ello es recordado años después en la galaxia entre los tripulantes de la nave estelar Milano. En fin, Kevin Bacon… por tanto, no se trata de un rival fácil de batir.

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La persecución para hacerse con el taxi funciona casi como un cortometraje silente, delirantemente rápida, con cierto sabor retro, al que contribuye el traje y el sombrero de ala ancha de Steve Martin (no es descabellado pensar que ese corredor de fondo podría haber sido todo un Gary Cooper, un Clark Gable o sobre todo un Cary Grant) entre ambos competidores, a cual más elegante con sus gabardinas de ejecutivos de Nueva York. No es un duelo de bailes, pero cuando se trata de correr, Bacon demuestra que también es caballo ganador. Los aficionados a Bacon disfrutarán de su agilidad, luciendo su característico pelazo leonino al viento y es inevitable no sentir simpatía por él cuando le arrebata el auto a Martin, saludándole y peinándose con la mano al tiempo que se introduce en el taxi. No dice una sola palabra, pero ahí tenemos ya a un primer secundario notable, sin el que el filme no sería lo que es. Digamos adiós a Kevin y a su taxi porque lo recuperaremos como se merece y ya como protagonista absoluto en nuestra siguiente crítica.

No obstante, a pesar de la agilidad de Bacon, Neal Page ha tenido un obstáculo adicional para perder el taxi: tropieza con un voluminoso baúl lleno de etiquetas, lo que denota que corresponde a alguien harto viajero y cuyo nombre bien visible sobre la tapa es “Del G. Griffith”.

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Page intenta hacerse con un segundo taxi utilizando las armas que mejor domina: labia y dinero, intentando convencer a un abogado que está justo a punto de subir en él. Esa escena es esencial para entender cuán diferentes son Neal Page y Del G. Griffith, a quien estamos a punto de conocer. Mientras el primero pone por delante la cartera, el segundo hace uso de su astucia y sentido común (dejo al libre albedrío del espectador que conjeture cuál de los dos tiene más peso) para que, aprovechando que ambos hombres están discutiendo por la propiedad del vehículo, coger el taxi y llegar al aeropuerto. Dos maneras de afrontar la vida que están a punto de encontrarse. Page perseguirá a la carrera al taxi, lo abordará entre insultos y verá apenas un segundo a un sorprendido Griffith mirándole con cara de no entender nada. Sin embargo, el taxi sigue su camino, Page tropieza de nuevo y acaba tomando un autobús para llegar al aeropuerto. Allí descubrirá que el vuelo lleva retraso. Las llamas del infierno empiezan a acariciar su caro abrigo de ejecutivo.

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En la sala de espera volverá a coincidir con Griffith.
El cuadro es digno de ser descrito: un hombre orondo, que se entretiene en leer una novela barata erótica “The Canadian Mounted” (atención al título con doble sentido en una nueva muestra de que Hughes aprovecha cualquier momento para colarnos una de sus bromas), de la empresa “Lámparas y apliques americanos”, un vendedor de aros de cortina de baño, que recorre todo el país y cuya máxima es “Ama a tu trabajo y adora a tu mujer”. Un hablador impenitente y al que quedará pegado literalmente en un viaje mucho más largo de lo que ambos pensaban debido a los sucesivos retrasos que provocan las condiciones meteorológicas adversas, lo que les obligará a dar un rodeo de dos días hasta llegar a su destino.

Pero antes de arrancar el viaje, mantengámonos todavía un poco más en la sala de espera del aeropuerto. No nos han llamado aún a embarcar. Nuestro vuelo lleva demora como ya sabéis. Quién está detrás de Del Griffith. Ni más ni menos que John Candy, quien también había hecho sus pinitos en los años 70 con gran éxito en el “Saturday Night Life”, lo que le llevó a convertirse en uno de los rostros cómicos más populares de la pequeña pantalla.

A diferencia de otros humoristas que han usado la gordura como base de su humor, en el caso de Candy el físico siempre fue para él un lastre que le impedía mostrarse tal y como le hubiera gustado ser. “Érase un hombre a un cuerpo pegado”. Candy detestaba las bromas sobre su cuerpo y compensaba su figura con un intenso esfuerzo para mostrar sus verdaderas capacidades como actor. “Mejor solo que mal acompañado” suponía un punto de inflexión en su carrera. El actor avejentó su aspecto tiñendo y rizando su cabello en un color más oscuro, se dejó bigote para aparentar más edad y nos regaló la que para muchos, servidor incluido, es el papel de su vida y una muestra de hacia dónde podría haber ido su carrera de no habernos dejado tan pronto.

Para Candy este camino debía ser el que marcase el tipo de papeles que quería interpretar y para desligarse de su físico dejó de fumar y se puso a régimen, a pesar de estar sobre aviso: los ataques al corazón no eran inusuales en su familia y fue uno de ellos el que nos privó de él en 1994, mientras filmaba “Caravana al Este”, mediocre producción recordada hoy por ser una de las primeras ocasiones en que se reutilizó material de escenas ya filmadas para poder terminar la parte que no pudo rodar el fallecido actor.

Volvamos a ponernos en ruta. Por fin nos llaman a embarcar. Estamos en movimiento y ponerse en movimiento en América significa horas, kilómetros, digo millas y paciencia.

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Esta circunstancia brinda a Hughes la oportunidad de retratar a la América del día a día, la de los aeropuertos y moteles de carretera, las cafeterías, transportes públicos y privados, en lo que es una declaración de amor a un país y sus costumbres. Estamos ante una comedia que utiliza el paisaje y sus tipos humanos para avanzar y es para quitarse el sombrero la estima con el que el director demuestra querer a su patria retratándonos y diseccionando con precisión cervantina tipos humanos tan dispares como la azafata ante la que se encara Page cuando no puede hacer uso de su billete de primera clase y ha de pasar todo el vuelo al lado de Griffith y sus pies sudados; el viejecito que se queda dormido sobre el hombro de Page, otro jugosísimo cameo sin frase, del entrañable Billy Erwin, actor popular en su vejez y que los aficionados a la deliciosa “En algún lugar del tiempo” recordarán siempre como Arthur, el botones que pone a Christopher Reeve sobre la pista de su amada Elise MacKenna para que se decida a viajar atrás en el tiempo a su encuentro;

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los empleados que anuncian los sucesivos retrasos y cancelaciones de los vuelos debido a las condiciones atmosféricas adversas; el psicodélico taxista rockero de Wichita con un tupé del tamaño de Texas, que les acompaña al primero de los moteles que comparten y que tiene decorado su coche con suspensión de camión como si fuera un clon mecánico de Elvis Presley;

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los diferentes encargados de motel en los que se alojan;

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el recio matrimonio de granjeros que les llevan en su camioneta, cuya pequeña y ruda mujer es fuerte como un toro -cuando uno de sus hijos nació de lado ni siquiera lloró- y cuyo marido tras escupir se limpia la mano de saliva chocándola con Page;

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la encargada de la oficina de alquiler de coches, todo miel y amabilidad hasta que Page le saca de quicio; el taxista malhumorado que primero noquea y después levanta a Page del suelo pillándole literalmente por los huevos.

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Junto a estos tipos humanos, interpretados todos ellos por reputados secundarios, Hughes nos regala una serie de gags para el recuerdo. Gags que si lo pensamos, no distan mucho de poder haber sucedido en realidad, cuando uno se enfrenta a los rigores de un viaje, en el que perder el equipaje, duchas que no funcionan, sufrir un robo o tenerse que alojar en lugares que no le desearíamos ni a nuestro peor enemigo, están a la orden del día con televisores a monedas, camas vibradoras de tercera clase y almohadas de gomaespuma. Cuántos de nosotros no habremos vivido en un viaje experiencias como las de Page y Griffith. No hay fantasía en lo que relata el filme. Exageración de hechos, pero de hechos auténticos.

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Imposible olvidar la secuencia de la noche en el primer motel que comparten Page y Griffith, cuando tras ducharse, Page se queda a medias porque le cortan el agua y le dejan con todo el jabón en los ojos, entonces descubre que Griffith ha utilizado todas las toallas disponibles, ha abandonado el lavabo hecho un asco y solo ha quedado libre una minúscula toalla y ha de hacerse con ella a ritmo de coreografía de ballet; el tener que compartir una cama encharcada de cerveza, al explotar las latas de bebida que Griffith había dejado sobre la cama vibratoria, con un tipo gordo que no para de hacer ruidos guturales y despertarse abrazados como tortolitos al día siguiente y separarse como si ambos hubieran hecho algo malo arrancándose a hablar de cosas de “hombres” para mostrar su hombría; cuando Page se lava la cara por la mañana y contempla horrorizado que en el agua del lavabo flotan los calcetines de Griffith y para rematar la faena se está secando también con los enormes calzoncillos de su parlanchín compañero de cuarto;

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el momento en que viajan en la parte de atrás de la camioneta de los granjeros al aire libre a una temperatura de dos grados bajo cero y se quedan congelados y Page ve un guante sobre un montón de paja que intenta coger y bajo el que aparece un perro, que también se congela pobrete cuando la camioneta llega al final;

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el viaje en autobús con todo el pasaje cantando la canción de “Los Picapiedra” tras el fiasco de Page al tararear “Three Coins in a Fountain” una vieja canción de los años 50 popularizada por Frank Sinatra y en el que destaca la pareja besuqueándose apasionadamente, que acaba el morreo fumado un cigarrillo como si hubieran tenido relaciones sexuales; las persuasivas técnicas de ventas de Griffith, cuando tras robarles el dinero un raterillo, vende con gran éxito aros de cortina como si fueran pendientes empleando argumentos tan disparatados como que tienen helio en su interior, diseñados por el Gran Mago de China en el siglo IV, grabado el autógrafo de una famosa, que responden a un antiguo diseño de valor incalculable o que hacen parecer mayores a un grupo de niñas;

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el enfado de Page ante la encargada de la agencia de coches de alquiler cuando ve que su vehículo ha desaparecido

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y sobre todo la mítica secuencia en la que John Candy conduce otro auto de alquiler a ritmo de “Mess Around” de Ray Charles primero, cantando y reproduciendo los movimientos de los músicos, quedándosele atascado el anorak en el asiento sin poder llegar con las manos al volante del coche y poco después lo pone por accidente en contra dirección, que acaba rematándose con el incendio del vehículo en un más difícil todavía. Para la historia queda el momento en que mientras el coche es atravesado en contra dirección por dos enormes camiones, Page se imagina a Griffith caracterizado como un sonriente demonio y ambos a su vez aparecen como esqueletos.

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De todos modos, más allá del humor, lo que convierte a esta película en uno de los clásicos modernos americanos más queridos no solo en su país de origen sino en el resto del mundo, es la química perfecta entre Steve Martin y John Candy. Pocas veces el espectador puede celebrar la coexistencia de dos talentos que en un partido de tenis virtual se pasan la pelota sin que ésta jamás toque el suelo. Sería muy difícil atribuir la victoria a cualquiera de los dos, pero voy a proponer a ambos como campeones por dos momentos tan especiales como emotivos.

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John Candy se lleva el juego, set y partido en una de las secuencias más recordadas de la película y demuestra como apuntábamos antes, el gran actor dramático que hubiera podido ser de haber estado más tiempo entre nosotros. Yo diría que es la “SECUENCIA” de la película en mayúsculas. Me refiero a cuando la primera noche ambos han de compartir motel en Wichita. Tras hacer estallar las latas de cerveza en la cama por la vibración del colchón y hacer imposible que Martin concilie el sueño por los sonidos guturales de Candy, en un guiño a Jack Lemmon cuando hace lo propio en “La Extraña Pareja”, en una cafetería con Walter Matthau, Martin se levanta airado de la cama y amenaza con marcharse, pero primero le canta las cuarenta a Candy, acusándole de ser un bocazas sin remedio que le está haciendo la vida imposible desde su primer encuentro en la batalla por el taxi.

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Candy escucha a Martin. Le deja que se desahogue. Oye con el ceño fruncido, aunque sin alterarse, cómo Martin ironiza sobre si tal vez el vendedor de aros de cortinas no tendrá un resorte oculto en el pecho que haga que hable sin parar y que entendería perfectamente que alguien se pegara un tiro después de haberle conocido. Entonces, tras la bronca, y en el amago de marcharse de la habitación, tiene lugar el “MOMENTO”. Candy responde sereno pero taxativo, mientras lentamente se va elevando una música que arropa a la perfección sus palabras. Su réplica es tan increíblemente cierta, que no me resisto a copiarla literalmente, aunque añada también el enlace al video:

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- “¿Pretende herirme? Hágalo si así se siente mejor. Soy un blanco fácil. Tiene razón, hablo demasiado. También escucho demasiado y puedo ser un cínico sin corazón como usted pero no me gusta herir a los demás. Piense lo que quiera de mí. No voy a cambiar. Me gustome gusto. Le gusto a mi mujer. Les gusto mucho a mis clientes porque la mercancía es genuina. Lo que ve es lo que hay (“What you see is what you get!” en el inglés original)”. Acabadas estas palabras que le ponen a uno el corazón en un puño, vemos a Martin arrepentirse y bajar los ojos, mientras Candy embutido en un colorista pijama a cuadros que le hace parecer un peluche gigante, se acuesta. Para arrancarnos una sonrisa, le vemos mirar por el rabillo del ojo para ver si Martin se acostará de nuevo o no, como efectivamente sí hace.



Pero he dicho que también le ofrecería por derecho la copa del ganador a Steve Martin y ello nos brinda el momento en que se descubre el secreto que oculta la vida nómada de Del Griffith, en una tímida denuncia que Hughes hace a la existencia de los viajantes de comercio, que si bien no alcanza –ni tampoco pretende por supuesto-la virulencia de la obra maestra “Muerte de un Viajante” de Arthur Miller, sí pone en la llaga lo que supone para estos infatigables trabajadores, cuyos hogares son las más de las veces esos moteles baratos de carretera y las salas de espera de las estaciones de trenes, autobuses y las terminales de aeropuerto, mientras acarrean de aquí para allá sus muestrarios de venta luchando por la ansiada comisión.

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Al igual que Willy Loman en la obra de Miller, la filosofía de vida de Del Griffith es que si le gustas a la gente, si le muestras que no hay trampa ni cartón en ti, todo es más fácil. Aunque en esta ocasión no porque busques triunfar en la vida, sino porque eso es lo que te hace sentirte feliz y satisfecho. En ese sentido, Griffith es el reverso luminoso de todos los Willy Loman que han actuado de un modo positivo pero no porque verdaderamente creyeran en ello, sino porque era la máscara que teatralmente había que ponerse para cerrar la venta y triunfar. Griffith renuncia a la máscara. Su rostro es auténtico, sus ideales verdaderos, sin obsesión por alcanzar el éxito, ya que éste le ha venido, dentro de su pequeño mundo de viajante de comercio, por haber sido siempre él mismo, sin engaños, sin manipulaciones, sin reproches y por ello ha podido seguir adelante sin remordimientos. Sólo así puede hacer ver a Page que ese bocazas que quizá le quitó el taxi es mucho mejor persona de lo que a él le pareció desde el principio.

Cuando ambos personajes se despiden tras haber conseguido que Page llegue a su domicilio a solo un tramo que salvará en un tren de cercanías, la cámara se recrea en su rostro y en las vivencias pasadas. Cierto que ha sido un infierno pero ya ha pasado todo. Atrás quedan los días correteando de aquí para allá para salvar todos los obstáculos y regresar con su familia. El ejecutivo intenta mirar la hora en el gesto reflejo que todos hacemos al consultar nuestro reloj de pulsera pero ya no lo tiene. Sonríe pensando en su familia que de punta en blanco le espera para celebrar la festividad, aunque sea con retraso. Todo estará listo: el pavo en el horno, el pudding calentito, las velas encendidas, los niños bien peinados y su esposa ¡Ah! su esposa… esa mujer que le tiene robado el corazón aguardando para abrazarle. Dios mío cómo ama a su mujer. Lo daría todo por ella. Se da cuenta de que a pesar del trabajo, ha descubierto que en realidad lo más importante es vivir para su mujer y sus hijos. Lo sabía, desde que dijo las palabras adecuadas en la iglesia hace años pero lo había olvidado y algo en este viaje se lo ha hecho recordar.

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Neal Page sonríe también recordando los accidentes, los malentendidos, las vivencias con su improvisado compañero de viaje con el que cada vez se ha ido sintiendo más unido ¡Madre mía cuando se despertaron abrazados el uno al otro con las manos metidas bajo las sábanas! Cierto que ha habido más de una ocasión en que lo hubiera estrangulado, sobre todo cuando quemó el coche y su cartera con las tarjetas de crédito tras casi acabar muertos en un tramo en contra dirección o cuando le acusó de estar siempre tocándose las pelotas, bromeando sobre que Larry Bird no toca tantas pelotas en una noche como Page en una hora y si no añoraría el tener otro par de pelotas y unos cuantos dedos extra.

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Cierto que gracias a que empeñó su fabuloso reloj pudo conseguir habitación en el ultimo motel de la ruta y que estuvo tentado en dejar que su parlanchín compañero se helase de frío en las ruinas del coche, cuando el dueño del motel no aceptó su garantía de pago exhibiendo un reloj Casio como si fuera una modelo de un anuncio barato, pero al final le hizo pasar a la habitación y ambos vaciaron el mueble bar y brindaron por sus casas y esposas.

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Tendría que explicar después de las vacaciones a sus compañeros de oficina que había conocido al tipo más estrafalariamente increíble de su vida y cómo condujo un automóvil calcinado que casi le lleva a prisión de no ser porque el agente de carreteras se apiadó de él, sabiendo que llegaba tarde para la fiesta de Acción de Gracias, y aunque les retiró el uso del coche pudieron seguir en ruta en el interior de un camión frigorífico… tendría… tendría… tendría…

En ese momento, la sonrisa se congela en el rostro de Page y empieza a iluminarse una idea en su mente que va apagando su humor
¿Qué es eso que dijo Griffith en el motel cuando éste le reprochó que hablaba como un muñeco sin resorte? ¿Sí, qué fue? que le gustaba como era y le gustaba a su mujer. Y luego estaba aquello… sí, cómo fue… ahora recuerda la mirada de profunda tristeza que Del Griffith le lanzó, cuando también en el motel le replicó que al menos y en el peor de los casos siempre tendría una mujer con la que envejecer a su lado y cómo respondió que la palabra amor no bastaba para definir lo que él sentía por Marie.

Piensa Neal, piensa, que algo se te ha escapado… y cuando en la cafetería se reprochó que últimamente había estado demasiado tiempo fuera de casa, qué respondió Griffith mientras se atiborraba de comida, algo así como que hacía años que no iba a casa. En ese instante, la mente del genio del marqueting Neal Page suma dos y dos y lo “COMPRENDE” todo.

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Fue como si de golpe hubiera tenido una visión de la verdad universal y le pareciera indescriptiblemente triste. Debe regresar a la estación porque entonces ya sabe todo ¡Cómo no lo comprendió antes! Debería haberlo sospechado cuando veía a su amigo… sí, porque ahora sabe que Del Griffith es su amigo, colocando amorosamente la foto de su mujer Marie sobre la repisa de la mesilla de noche, como si fuera una reliquia.

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En la estación, en la sala de espera, Griffith está tal y como le dejó. No se ha movido de su banco. Sus cachivaches, su anorak, todas sus pertenencias. No hace falta preguntar. Hay momentos en que solo con la mirada dos personas pueden intercambiar más palabras que con horas de discurso. Del Griffith habla. John Candy habla. Marie ha muerto. Murió hace ocho años. Él no tiene casa. Lleva su recuerdo en todos y cada uno de sus viajes. Habrá tiempo para arreglar el tema de la casa pero ahora hay que obrar y Neal Page es un hombre que a pesar de este viaje terrible sabe cómo hacer las cosas. No hay discusión. Del pasará el Día de Acción de Gracias con su familia.

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Ambos acarrean el pesado baúl de Griffith. Con él, al tropezar allá en Nueva York empezó todo. Griffith se resiste apocadamente a entrar en el hogar de Page. La seguridad le falla al mejor vendedor de aros de cortina del mundo. Se reviste de timidez, como coraza para blindar su temor a qué pueda suceder cuando le reciba la familia de su nuevo amigo.

Sin embargo, no puede haber recibimiento más cálido. Allí están los padres de Page y sus suegros. También los niños a quienes tanto ha echado de menos pero todavía falta alguien. Page levanta la mirada y allí está ELLA en la escalera. Su esposa y él es su marido, pero no es el mismo hombre que se marchó hace dos días para cerrar un acuerdo comercial en Nueva York. El hombre que ha regresado, lo ha hecho de algo más que un simple viaje de negocios. Neal Page regresa de un viaje iniciático que ha cambiado su vida para siempre.

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A aquellos que no hayáis visto nunca esta película y os aventuréis en ella por primera vez, os recomiendo que os fijéis en esta secuencia.
Cómo se miran la esposa y el marido. Es cine. Ambos son actores, pero pocas, muy pocas veces, he visto una mejor representación visual del sentimiento amoroso entre dos personas que en ese momento. Fijaos en el rostro de Steve Martin, esos ojos cuando ella aparece. Uno realmente podría creer que es su mujer de verdad y no de película.

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  • “Cariño quiero presentarte a un amigo mío”.
  • “Hola señor Griffith”.
Laila Robins está magnífica en ese plano. Un rostro serio, una belleza madura e inteligente. Su saludo al nuevo amigo de su esposo es muy especial. Con pocas palabras y una mirada penetrante hacia John Candy, muestra cómo ella sabe lo importante que ha sido Griffith para su marido a través de las llamadas telefónicas que se supone que él ha ido haciendo fuera de cámara. De este modo, el recién llegado no es en modo alguno un extraño. Ella ya se lo ha podido ir imaginando durante esos dos largos días de ausencia de su esposo y su mirada irradia tanto ternura como agradecimiento.

A continuación los esposos se funden en un fuerte abrazo y en un beso, un beso pequeño y tan sencillo como creíble y ya quisieran muchos figurines de Hollywood ser capaces de evocar el amor de un marido por su mujer, como Steve Martin y Laila Robins con solo sus miradas. Si alguien no es capaz de mirar así a quien ama, me parece que debería replantearse si realmente está enamorado de esa persona. Eso, amigos míos es talento de intérpretes y labor de cinco estrellas de un director. Mil gracias por regalarnos este momento John Hughes.

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No obstante, Hughes va a por todas. Podría haber cerrado el filme con esa secuencia pero él quiere ir más allá. Todavía tiene unos instantes para regalarnos una pequeña joya para el recuerdo. La presencia de todos los familiares de la pareja asistiendo felices a modo de coro a este momento, pero en especial la de Del Griffith sujetando su gorra, manoseándola con sus dedos gordos, como si fuera un niño grande. La ternura que emana John Candy en ese instante, la satisfacción de saber que él ha contribuido a reunir a la pareja, la felicidad de formar parte del momento y de haber encontrado a un amigo. John Hughes nos reserva el último plano para el rostro del actor, que de nuevo sin palabras, simplemente con su expresión remata con un broche de oro este filme intemporal mientras suena una estupenda interpretación de “Every time you go away” de Daryl Hall capaz de llegarnos al corazón y quedarse allí para siempre.

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Hay espacio todavía para un último gag o de lo contrario no estaríamos hablando de John Hughes. Tras los títulos de crédito descubrimos que el cliente al que la agencia de Page le había ofrecido la campaña de publicidad, se ha pasado esos dos días revisando los anuncios encerrado en su despacho, con la cena de Acción de Gracias sobre la mesa sin tocar y sigue sin tomar una decisión sobre cuál anuncio escoger.

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A modo de conclusión, la popularidad y profundo calado de “Mejor solo que mal acompañado” en la cultura emocional americana, se demuestra por ejemplo en los homenajes que le dan en tres capítulos de la serie “Family Guy” (“Padre de Familia”) de Seth MacFarlane. En el primero de ellos, el helicóptero que pilotan Brian y Stewie está a punto de estrellarse y se reproduce la sensación de horror que en el filme aparece cuando el auto de Page y Grifith es atravesado por dos camiones. En esta ocasión es el pequeño Stewie el que viste el disfraz de demonio que en la película llevara John Candy.

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El segundo es uno de los episodios especiales de la serie homenajeando a la saga de “Star Wars”. En él se recupera la figura de Candy interpretando el “Mess Around” de Ray Charles, con Martin y él, como si fueran soldados imperiales pilotando una nave estelar y sobre todo el más especial de todos, en el que Peter Griffin repite casi literalmente a su mujer la secuencia del motel, cuando se defiende de aquellos que le acusan de bocazas, alegando que no piensa cambiar, porque le gusta a sus amigos, hijos y clientes. Esta vez, su mujer Lois toma la réplica de Steve Martin. Es un homenaje en el que no le falta ni siquiera la misma banda sonora que acompaña a ese momento en la película.



Y si hay quien pueda dudar el impacto de la película en el imaginario colectivo, existe hasta una teoría que defiende que el personaje de John Candy no existe y que se trata de una alucinación de un desquiciado Steve Martin, al igual que el Tyler Durden de “El club de la lucha”, quien víctima del stress laboral, como le sucediera al personaje interpretado por Edward Norton en aquel filme, crea a Del Griffith como su alter ego, a modo de mecanismo de defensa para poder regresar a su hogar. La teoría nos invita a revisar el filme desde esta inquietante perspectiva…

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Hughes filmó metraje como para hacer un filme de tres horas de duración, aunque como es habitual, los deseos del director se estrellaron contra las exigencias del estudio que le obligaron a recortar la duración a un formato más convencional de hora y media. Tal vez algún día, todo o al menos parte de ese metraje en poder de los archivos de la Paramount, pueda restaurarse y ver la luz.

No puedo finalizar estas líneas sin aplaudir el estupendo doblaje en castellano.
A Steve Martin le puso su voz Camilo García, uno de los dobladores habituales del actor. Elección perfecta para realzar la seriedad del personaje y los momentos de su enfado, que no son pocos, cada vez que Martin se ve sometido a una situación límite. Mientras que John Candy fue doblado por Juan Fernández por primera y única vez. Fernández, voz habitual de Eddie Murphy supo aportar tanto la comedia como la ternura que requería este personaje tan especial y casi único de la carrera de Candy.

Un par de años después, Hughes brindaría a Candy un papel similar en “A solas con nuestro tío”, aunque sin la profundidad del que nos ocupa. No solo similar sino que el plano final de la película es prácticamente idéntico, aunque de ello ya hablará Atreyub en su crítica.

Y ahora sí el final de veras. Hace unos años, tuve que rendir cuentas en mi trabajo acerca de la calidad de unos documentos ante unos clientes americanos. Estos afirmaban que los documentos no estaban completos y que faltaban más y nos hacían responsables a nosotros de falta de transparencia. Ante esta acusación en la que me vi inesperadamente sometido a un tercer grado de lo más inquietante en un pequeño despacho, les respondí con una sonrisa cargada de veneno, que no se les ocultaba nada. Allí sobre la mesa estaba todo: “What you see is what you get!” y entonces recordé a mi buen amigo Del Griffith, que me había enseñado la importancia de esa frase veintitantos años antes. Había tardado todo ese tiempo en poder ponerla en práctica, pero como sucede con el cine de John Hughes, éste siempre estará ahí para que podamos recurrir a él, incluso para pedirle prestadas unas frases.

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“La loca aventura del matrimonio” (1988)

(“She’s having a baby”)
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- El cine de John Hughes siempre nos ofrece más de lo que parece a priori. Su esencia clásica, que comentamos a propósito de la crítica de “Mejor solo que mal acompañado”, hace que meta el dedo en la llaga en aspectos que sus coetáneos de cine, digámosle familiar, no se atrevieron o ni siquiera se plantearon abordar en aquella América conservadora de los años 80.

En una década marcada por un cine de escapismo, capaz de darnos tantas joyas que aun hoy nos permiten recitar casi línea por línea sus argumentos y seguir haciéndonos soñar y aplaudir cuando algún cineasta intenta recuperar el sabor de aquellos míticos años, como en el caso de “Súper 8” o más recientemente de “Guardianes de la Galaxia”, Hughes conseguía que tras su capa de cine aparentemente ligero, el espectador más atento y capaz de atreverse a rasgar el velo de comedia que envuelve a todos sus filmes, descubriese un traje oscuro, mucho más oscuro, crítico, incómodo y realista de lo que inicialmente creyera.

En “Dieciséis velas”, “El Club de los Cinco” o “Todo en un día”, Hughes nos mostró los sueños e ilusiones de los adolescentes. Sus dudas, inquietudes y amores, pero qué sucede cuando esos chicos crecen. Cuando los estudios terminan, llega el momento de colgar los libros y de afrontar el mundo de los compromisos. Entonces... entonces ¿Qué? Ese mundo en el que de repente tenemos que dejar de lado la cazadora deportiva para sustituirla por una incómoda chaqueta, anudarnos una corbata al cuello y encontrarnos con nuestro maletín en medio de una reunión, analizando la potencial productividad de tal o cual producto y preparando un balance de productividad hasta las tantas de la madrugada.

“La Loca aventura del matrimonio” que se filmó al mismo tiempo que “Mejor solo que mal acompañado”, y de “Dos cuñados desenfrenados”, (esta última escrita aunque no dirigida por Hughes), lo que demuestra la gran capacidad de trabajo del director en aquellos años y que hará que encontremos a rostros comunes en las tres películas, especialmente de las dos dirigidas por Hughes, en papeles prácticamente idénticos y entendamos la razón de ser del cameo de Kevin Bacon en la anterior, nos presenta a dos de esos jóvenes de los primeros filmes de Hughes, en su salto a la madurez.

Ni más ni menos que Kevin Bacon y Elizabeth McGovern, dos rostros icónicos de la década. Ambos son respectivamente Jefferson (aunque todos le llaman “Jake”), Edward Briggs interpretado con la solvencia habitual de Bacon, actor que hace de la credibilidad, de la naturalidad a la hora de encarnar a cualquier personaje hasta convertirlo en una prolongación de sí mismo su principal seña de identidad, quien sueña con triunfar como escritor y Kristen “Kristy” Bainbridge, chica de buena familia. Una de esas combinaciones tan queridas por el cine: muchacho trabajador a quien le ha costado mucho llegar hasta donde está y por ello peca del egoísmo de quien quiere aquello que no ha conocido nunca y chica mimada que cree haber encontrado a su príncipe azul.

Las respectivas familias de los chicos organizan una boda de campanillas para felicidad de la muchacha y desconcierto de Jake, quien a pesar de amar locamente a Kristy, tiene sus dudas ¿Realmente es necesario todo este ceremonial para formalizar el amor que sienten el uno por el otro? ¿Dónde queda la libertad personal tras el intercambio de anillos? En esas estamos cuando les conocemos. Hughes hace arrancar la historia justo el día de esa fabulosa boda que va a unirlos para siempre. Allí donde terminaban sus anteriores comedias juveniles, Hughes abre la puerta a la madurez con igual talento que en aquellas y yendo lejos, mucho más lejos de lo que hubiéramos podido imaginar a priori.

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Para colmo, los primeros temores de que la vida de pareja es algo más que besos, se producen justo cuando Jake tiene que dar el sí ante el sacerdote. Cuando éste le pregunta si acepta tomar a Kristy como su legítima esposa para amarla, honrarla y respetarla, en la salud y la enfermedad y etc., etc.… su subconsciente, que se convertirá en el verdadero protagonista de la historia, además añade para proveerla de tarjetas de crédito, una casa con cuatro habitaciones y dos baños, aire acondicionado, decoración profesional, un Mercedes, dos semanas de vacaciones en las Bahamas cada primavera, recordar las pequeñas cosas que a ella le gustan, llevarle flores el día de su cumpleaños, entender cuando ella se encuentre cansada, enfadada o tenga dolor de cabeza, decirle: “Estás muy guapa hoy”, dejar recogido el cuarto de baño tras afeitarse, limpiarse los zapatos en el felpudo, escuchar con atención sus historias sobre niños, resfriados, ropa, zapatos y etc., etc.… En ese instante Jake se imagina atrapado mirando a la puerta de salida de la iglesia con terror, hasta que finalmente acepta todo eso y mucho más. Ambos ya están casados. Jake se dispone a besar a la novia, pero de nuevo imagina ¿o no lo imagina en realidad? cómo el párroco le pide con voz amenazadora que no la besuquee mucho porque todavía tienen que hacerse las fotos de la ceremonia.

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La feliz pareja renuncia a su luna de miel para instalarse en su casa, primero un pequeño estudio en Nuevo México y más adelante un hogar mayor en Chicago, al que Jake bautizará como “una hipoteca con tres habitaciones y dos baños” y juntos comienzan la rutina feliz de enfrentarse a los primeros platos crudos que Kristy prepara para Jake; el amueblar y decorar la casa a su gusto; tener sus más y sus menos con los vecinos, con los que comparte las habituales barbacoas y conversaciones intrascendentes sobre coches y mujeres y a quienes el chico, que en todo momento se siente totalmente fuera de sitio,

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imagina en uno de esos pequeños momentos de fantasía integradas en la realidad que tan bien se le dan a Hughes (recordemos la secuencia del demonio en que se convierte John Candy cuando el coche está en contra dirección y es atravesado por dos camiones en “Mejor solo que mal acompañado” o los bandidos que imagina ver el pequeño Macaulay Culkin cuando mira por la mirilla en “A solas con nuestro tío”) bailando una ridícula coreografía con las cortadoras de césped en sus respectivos jardines ante sus atónitos ojos, que haría huir aterrorizado al más goloso del reino, por las toneladas de indigesta azúcar que emana la secuencia.

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Sin embargo, de inmediato surgen dos problemas para Jake: sus sueños de escritor tienen que dejar paso a un trabajo de oficinista en una empresa de publicidad en Chicago, que podría haber sido perfectamente en la que trabajara Neal Page, cuyos compañeros no se cansan de intentar quitarle de la cabeza lo que consideran vanas fantasías de escritor. Este es el mundo real chico. Trabajas aquí y con ello mantienes a tu familia. Tienes una bonita casa y un bonito coche, pero no puedes pensar en nada más que en el trabajo, trabajo, trabajo o corres el riesgo de perderlo todo, mientras que Kristy por su parte comienza a trabajar en una oficina y ¡Ay! quiere tener un hijo, a pesar de que Jake no lo ve claro y nos va explicando sus impresiones en voz en off, como si se tratara de una especie de novela que retratara su creciente desencanto personal.

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El tiempo va pasando y a pesar de su voluntad, la profecía de sus compañeros de trabajo se va haciendo realidad.

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Jake cada vez está más arrutinado en sus labores de oficinista, en una interpretación en la que Kevin Bacon está genial haciendo que su cansancio, desidia vital y tristeza trasciendan la pantalla.


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Nadie como él para llevar ropa de ejecutivo que le luzca tan perfectamente como la deportiva con un aire de desorden elegante que siempre me ha parecido una de sus señas de identidad.

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Trabaja entre semana y los fines de semana asiste como si de una pesadilla se tratara, a los enfrentamientos entre las “bandas” rivales de vecinos con sus cortadoras de césped, que Hughes retrata como si fuera la falsamente idílica comunidad de las esposas de Stepford: perfecta y acogedora por fuera pero terroríficamente falsa a la que uno intenta profundizar un poco.

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De vez en cuando las familias de una y otra parte les preguntan cuándo los chicos van a obsequiarles con un nieto. Sin embargo esa parcela de no compromiso es casi la única a la que el rebelde espíritu juvenil de Jake no está dispuesto a renunciar.

En una de esas noches en las que los esposos hablan en la cama, cada uno mirando hacia un lado distinto, Kristy le dice que tiene algo que contarle pero que le prometa que no se va a enfadar cuando lo sepa. Muy sereno, Jake asiente y es entonces cuando ella le confiesa que ha dejado de tomar la píldora hace tres meses.

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La reacción de Jake es la de erguirse de la cama entre gritos de terror y en una nueva muestra de sus ensoñaciones, se ve a sí mismo como si fuera uno de esos “dummies” de las empresas automovilísticas, que siguiendo con sus gritos se estrella con un pequeño vehículo contra un muro y explota. Simplemente impagable. Imposible reflejar mejor su estado anímico.



Como el niño no llega, una vez asumido por Jake, tras discutir con Kristy, ya que no está dispuesto a tolerar que nadie juegue con sus pelotas (en sentido literal), que quizá el problema es suyo, deciden recurrir a las técnicas de fertilización. Jake acepta hacerse una prueba para medir la calidad de su esperma. Apocado, cuando lleva la muestra de esperma a la clínica, de nuevo una secuencia onírica le hace imaginar a todas las enfermeras y pacientes riéndose de él a mandíbula batiente cuando al abrir el bote con la muestra éste resulta estar vacío. Parece ser que la deficiencia del esperma del chico se debe a que la apretada ropa interior que lleva, al tener que ir “disfrazado” de ejecutivo todos los días, eleva la temperatura de su ingle por encima de una temperatura ideal como para que sus espermatozoides sean lo suficientemente fuertes para fecundar el óvulo. Así que los médicos les recomiendan que sigan una elaborada y metódica tabla de horarios para intentar la fertilización de Kristy.

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Tener un hijo de ese modo, supone programar cuándo y cómo hacer el amor. Todo se convierte en un ritual casi científico de lo más laborioso para desesperación del muchacho, quien de nuevo en voz en off, nos relata esas maniobras estratégicas que imponen las dificultades de quedarse embarazada. Para el recuerdo queda la secuencia en que ellos están haciendo el amor a ritmo de “Workin on the Chain Gang”, el clásico de Sam Cooke, como si en vez de estar disfrutando el uno del otro estuvieran cumpliendo condena en una cantera. Una de las múltiples virtudes de John Hughes (y ya van….) es cómo sabiamente sabe elegir en cada momento la pieza musical que mejor refleja las situaciones que viven sus personajes.

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Delirantes son los momentos en que vemos a un abatido Jake en el sótano de casa, mientras Kristy le llama chillando a la cama, porque ella está ovulando y su temperatura corporal es la ideal para que puedan tener relaciones sexuales y él se dirige al dormitorio como si las piernas le pesasen una tonelada y en vez de para estar con su mujer fuera al trabajo, y es que en realidad el ritual de la fertilización puede ser para las parejas un trabajo más que un placer. Un cariacontecido Kevin Bacon irrumpe en calzoncillos en la habitación para escuchar los reproches de Elizabeth MaGovern que le invita a meterse en la cama con ella. Las almohadas están en la posición correcta, ha preparado unas copas y mientras estén teniendo relaciones, ¡ella le sugiere que mire la televisión si está aburrido!

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De vez en cuando, Davis, el padrino de la boda y mejor amigo de Jake (éste de hecho le define como su “esposa” antes de que apareciese Kristy en su vida), un jovencísimo Alec Baldwin, quien en estos años ha prosperado económicamente en la vida, visita a la pareja y siempre intenta tirarle los tejos a Kristy, de quien confiesa haber estado siempre enamorado aunque ella le rechaza por sistema replicando que al único que en realidad ama Davis es a sí mismo.

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Éste es un punto a destacar a favor de Hughes a la hora de construir el personaje de la joven. No hay duda alguna de que Kristy no tiene lugar en su corazón más que para Jake y de que ella es mucho más madura y sensata en todos los sentidos que su esposo. Baldwin encarna al amigo canalla y cabeza loca, del que Jake se “divorcia” literalmente, según sus propias palabras, el día en que acepta casarse con Kristy.

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El día de la boda, mientras le lleva en su descapotable a la iglesia, Davis ofrece a su amigo la típica posibilidad medio en broma medio en serio –cada cual que piense en qué porcentaje- de escapar de la ceremonia y huir a México o algún lugar similar, hacerse con todo el alcohol disponible y disfrutar de chicas que no quieran más compromiso que un buen rato de cama.

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Su figura simboliza ese diablillo camarada de los años locos de estudiante, que nunca nos perdonará cuando decidimos cambiarlo por una esposa y por ello intenta por todos los medios sacarnos de nuestra rutina para volver a ser de nuevo Peter Pan. En este pequeño papel podía comprobarse que el más conocido de los hermanos Baldwin ya apuntaba maneras a pesar de su juventud.

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A pesar del incorruptible amor de Jake por Kristy, Elizabeth McGovern nunca estuvo más adorable con esos enormes y tiernos ojazos de corderito que te mira buscando que la abraces y al mismo tiempo más abominable en las secuencias de acoso y derribo a su marido en su obsesión para tener un hijo.

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En segundos pasas de querer comértela a besos, a plantearte el hacer la maleta, cruzar la frontera de México y huir de todo,

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por ello al muchacho se le aparece de vez en cuando a modo de ilusión una despampanante rubia a quien conoce en una discoteca, una noche en que sale con Davis y su novia de turno. Impresionado por ella, Jake se la imaginará después visitándole en la oficina o en su casa y en sus sueños. Una metáfora de la tentación por la aventura perdida, en forma de chica visible sólo para él, que tan bien explotase Chevy Chase en su saga de filmes de “National Lampoon’s Vacation” (también con guion y producción de John Hughes y es que al final todo queda en casa), como alternativa a su apacible pero aburrida vida de trabajador asalariado.

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Finalmente, Kristy consigue quedarse embarazada. Los sueños y fantasías eróticas desaparecen y tenemos la sensación de que la estabilidad definitiva ha llegado para la joven pareja pero antes de que ese niño nazca, Hughes pondrá toda la carne en el asador como sólo sabe conseguirlo un maestro de la alternancia entre la comedia y el drama.

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El matrimonio acude al hospital cuando llega el día del parto. Jake está muy nervioso y no da pie con bola. Control de la respiración, contracciones, carreras por aquí y por allá. No obstante se embute la bata, la mascarilla y el gorrito para estar presente en el gran momento. Sin embargo, de repente algo sucede y le obligan a abandonar el quirófano. El embarazo de Kristy se ha complicado y cuando Jake quiere darse cuenta, toda la familia se encuentra en la sala de espera preparándose para lo peor. Mientras aguarda a ver cómo se desarrollarán los hechos, Jake rememora los momentos de dicha pasada hasta el embarazo de Kristy, al tiempo que suena una hermosísima e inolvidable canción, “This Woman’s Work” de la mítica cantante inglesa Kate Bush, temazo escrito por ella ex profeso para el filme, que convierte todo ese pasaje en una especie de videoclip. La canción devino de inmediato en un gran éxito internacional y reiteramos por tanto el ojo de águila de Hughes para escoger la música de sus películas, llegando ésta muchas veces a ser más popular que los propios filmes.

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Es quizá este instante dramático el más ochetentero de la película, porque todo él podría funcionar como un episodio totalmente independiente de la trama. Un marido que descubre que quizá, en el fondo, la felicidad está hecha de esos pequeños momentos a compartir con tu esposa, entre jornada y jornada de trabajo, en aceptar por fin con resignación que esa “cárcel” de familia y trabajo (Hughes crea una metáfora visual, a través de un plano aéreo haciendo que la sala de espera del hospital parezca una celda) puede ser más liviana y acogedora de lo que él creía y porque puede pasar, como cita en un momento de la historia el personaje de Alec Baldwin, que te des cuenta de cuánto amabas a una persona cuando ya no estás con ella.
Kevin Bacon está impresionante y aguanta estoicamente con lágrimas en los ojos toda esa secuencia en la que teme perder a Kristy
y se promete a sí mismo que por encima de todos sus sueños y egoísmos y de mirarse día a día el ombligo, está el amor por su compañera y esposa.

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Mientras él va recordando los momentos felices pasados, Hughes los alterna con las imágenes de Kristy en el quirófano y el efecto es tan sobrecogedor como recomendable para todos aquellos que en algún momento hayan podido cuestionarse que la vida es el mayor valor que tenemos y que en cualquier momento podemos dejar de estar aquí.



Finalmente, una enfermera les comunica que ella está bien y el muchacho acude a la habitación de su mujer con el convencimiento de que Kristy ha vivido pero que el bebé ha muerto. Este momento de intimidad entre Kevin Bacon y Elizabeth McGovern está brillantemente resuelto, al igual que sucedía con Steve Martin y Laila Robins en “Mejor solo que mal acompañado”. Ambos parecen realmente una pareja de enamorados auténtica, una pareja que ha estado a punto de tirarlo todo por el retrete pero cuyos sentimientos se convierten en la más firme tabla de salvación de su matrimonio. Él no se atreve a preguntar pero ella, más sabia se adelanta. Ha sido niño. La criatura ha nacido y está sana y salva. La joven no quiso que la enfermera se lo dijese porque prefería reservar a Jake la sorpresa del feliz desenlace.

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Tenemos final feliz y descubrimos que todos esos apuntes en voz en off que ha ido haciendo Jake a lo largo del filme forman parte de la novela que ha escrito y que se titula como la película en idioma original: “She’s having a baby”. Esa novela, de la que vemos el borrador mecanografiado, se supone que se la está leyendo a su esposa y a su hijo recién nacido. Son precisamente las últimas palabras de la novela, las que resumen la perfección el periplo vital hacia la madurez de Jake y cómo ha ido cambiando desde que contrajo matrimonio hasta que su hijo llega a la vida:

"Y al final, descubrí que había recibido más de lo que yo había dado, habían confiado en mí más de lo que yo lo había hecho, y que había amado más de lo que yo había amado. Y que lo que yo estaba buscando, no era algo que pudiera encontrar, sino algo que tenía que hacerse”.

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Los títulos de crédito finales muestran una vez más la capacidad del director de sacar oro de cualquier circunstancia
y nos regala una sucesión de actores y actrices que proponen un nombre para la criatura, entre los que destacan algunos de los rostros más recordados de la época tanto del cine como del espectáculo en general y del propio cine de Hughes, como Kirstie Alley, Dyan Cannon, Matthew Broderick, Ted Danson, Woody Harrelson, Magic Johnson, Roy Orbison, Bill Murray, Dan Aykroyd, Harry Anderson, Michael Keaton o el propio John Candy.



Como curiosidad resaltar que para otro gran analista de las relaciones humanas, como es Kevin Smith, “La loca aventura del matrimonio” es una de sus películas favoritas y la que más aprecia de todas las dirigidas por Hughes. “Mi cine es en realidad lo que hacía Hughes añadiéndole cuatro palabras”, ha declarado Smith en alguna ocasión.

Esta película estaba considerada por Hughes como uno de sus trabajos más queridos y personales. El personaje de Kevin Bacon es una especie de alter ego del director, y quizá en ningún otro volcó tanto sus sentimientos como en esta producción. Producción que sin embargo fue un fracaso de crítica y público, tal vez porque estos no esperaban que ofreciera una obra en la que hay más de drama que de humor.

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Fuera como fuese, Hughes no volvió a escribir o a dirigir una película tan personal y ambiciosa como “La loca aventura del matrimonio”, y en este sentido, su retorno a las comedias con John Candy y niños como protagonistas, hay que verlo como un retroceso de una carrera que se estancaría gradualmente para no levantar el vuelo en los años 90.

Las razones del exilio de Hughes de Hollywood son y siguen siendo todo un misterio, con teorías que abarcan desde su desencanto general para con la industria del cine o el mazazo que supuso la muerte de su actor fetiche, John Candy. Tras revisar para esta serie de críticas “La loca aventura del matrimonio”, no sería descabellado pensar que el frío recibimiento que obtuvo este proyecto tan personal le llevara a pensar que tras escribir sobre vidas ajenas con notable éxito, su incapacidad para escribir sobre una experiencia casi autobiográfica sin éxito alguno, ya no le quedaban fuerzas para continuar su carrera con el vigor de antaño.

En su momento, entre otros argumentos, la crítica acusó al director de indefinición al no atreverse a apostar decididamente por el drama que supone toda crisis matrimonial, aligerando la historia con las secuencias oníricas cómicas que sufre, Jake simbolizando la prisión en la que él cree vivir agobiado por las obligaciones de esposo y cabeza de familia.



En mi opinión, esas secuencias son imprescindibles porque la vida en realidad es un valle de lágrimas en el que para sobrevivir nada mejor que navegar por encima de ellas en vez de hundirse y poner una sonrisa por bandera. Una sonrisa tímida en ocasiones, pequeña como el beso que Neal Page le da a su esposa al regresar de su accidentado viaje, o el que le da Jake en la barriga a la embarazada Kristy antes de irse a trabajar cada mañana a esa oficina que no le gusta, aunque ello es vital para el sustento de su familia, pero sonrisa a fin de cuentas porque es en los pequeños momentos, los pequeños grandes momentos de intimidad personal, en los que encontramos la felicidad y donde nos esperará siempre el cine de John Hughes.

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Brutalísimos artículos. De pe a pa. Me he desternillado de la risa con el de La Mujer Explosiva :lol
 
Salidos de Cuentas, la comedia dirigida por Todd Phillips, me recordó a Mejor solo que mal acompañado. Salvando las distancias, claro está.
 
madre mia como te enrollas, Wontner!! :)

la de PLANES a mi me parece mejor que BREAKFAST y BUELLER. Quizas su mejor peli de las que recuerdo.
 
Breakfast tengo que verla entera (siempre la he visto a trozos) algún día SÍ o SÍ. Maldita sea. La tengo en DVD y ni la he visto. Me merezco unos azotes. Eso sí, lo que es la BSO, es sensacional.

Parodiada en No es otra estúpida película americana (2001) y homenajeada en cierto modo en Promoción fantasma (2012)


Por cierto, yo no probé de hacerme una LeBrock con mi PC, ya que todavía no tenía ordenador personal en casa. En casa de mis primos hará eones y justo después de ver Juegos de Guerra intentamos armarla gorda como el personaje de Matthew Broderick. Y no, no funcionó :lol
 
Mejores y más brillantes co-conspiradores no se pueden tener. :hail

Maravillosos textos llenos de lo que más importa: sincera pasión por lo que escriben y saber cómo trasmitirla. Un honor, señores.

Me estoy empezando a sentir culpable por atreyub, le hemos dejado los peores films... :cuniao
 
Debo de ser el único que le funciono lo de crear una LeBrock.... :ordenador :sexy :tetas :p

Impresionantes artículos que, una vez mas, como el cine de Hughes, no solo detienen las manillas del reloj, sino que estas empiezan a girar en sentido contrario, saliendo poso nostálgico del corazón, sentimientos que, aunque lo intentemos tapar con la llamada madurez, siempre están ahí con ese sabor agridulce, pero en mi caso, placentero, ya que al menos se que "yo estuve ahí", y eso nadie me lo puede arrebatar.
El único inmune parece ser Elliot. Resulta curioso su nick y avatar para semejante capa de frialdad deel niño que tiraba Lacasitos...

La lectura del artículo de Wonterman lo dejo para esta tarde, después de revisar el film del que trata, una vez mas.


Muchas gracias a todos los implicados en la narración de los artículos, veo que no estoy solo y, tal vez, nuestra amistad dure como la de cierta pandilla, solo unas horas. Otros ni siquiera han tenido ni tendrán ese privilegio...:chapo
 
Que currada, enhorabuena a todos :)
Las dos últimas ni me sonaban pero la de Más vale solo que mal acompañado parece el remedio perfecto para la depresión :D
 
Interesantísimo lo que comenta Wontnerman sobre que el Del Griffith de Mejor solo... pueda ser un alter ego de Neal, fabbricado para pasar el mal trago. Y digo interesante porque de hecho, se dice lo mismo de Todo en un día: hay una teoría según la cual, la única persona real de la película es Cameron, y que Ferris y Sloane no son más que una proyección interna de los amigos que le gustaría tener, siendo Ferris la libertad y relbedía que tanto ansía, y representando Sloane el deseo sexual no realizado (de hecho hay algún momento al respecto interesante).
Aún más, hay un momento genial en el que Cameron parece quedar inconsciente, en coma, alelado, en la piscina, y que se ha interpretado como una momentánea "fuga" de la fantasía...
 
MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO ha sido mi guilty pleasure favorito los últimos 4 años pero ahora me parece tan buena que ya le he quitado el calificativo de Guilty.
Dirección sencilla dejando el protagonismo a un guión maravilloso y dos cómicos de los grandes.
Y qué decir de la música:
 
Qué decir de los textos. Qué decir... pues sólo puedo decir que son una pasada. Que Hughes aplaudiría cada uno de ellos y sin lugar a dudas le haría ver que su cine puede que no esté en la cinematografía de los premios pero desde luego sí en las generaciones de muchos de nosotros.

Me encanta ver que formo parte de un diálogo de un camarero y un Sorel enajenado y cabreado con Godzilla. Más Muchachada no puede ser.

Lo cierto es que tengo que decir que de John Hughes sólo tenía el gusto de conocer la de Mejor sólo que mal acompañado y las dos que he visto yo y que mañana a más tardar calzaré sendas críticas que aún siendo las más flojitas o menores más Atreyubianas no pueden ser. Espero estar a la altura del proyecto y del director.

Pero tenía pensado un día de esos lejanos pero que tarde o temprano siempre llegan para poder conocer títulos tan clásicos en lo suyo y tan pertenecientes a una época y una generación. Sí, os podéis ahorrar todo lo que sé que me vais a decir porque soy Atreyub, ese que hace lo que le da la gana cuando le da la gana, jejeje.

Claro que siempre sentí predilección absoluta por ese título clásico en mi cinematografía que es "Mejor solo que...". Esa extraña pareja, esos actores tan ochenteros, esa comedia afable y bondadosa, tan Hughes (ya sabéis, los buenos sentimientos y la calidad humana siempre por encima de todo) hace que sea una película que es un viaje en sí mismo. Tiene momentos brutales pero tiene 2 que para mi lo son todo: el monólogo de Candy diciéndole que él es así, que disfruta haciendo feliz a la gente y que no le importa nada junto con ese otro momento donde Candy espera sentado y está solo, porque a veces, los que hacen cosas buenas no siempre están rodeados de gente buena como ellos. Pero siempre acaba apareciendo alguien y les alegra el día.

Candy transmitía perfectamente ese carácter bondadoso, tierno, patético pero a fin de cuentas humano. Ahora entiendo porqué salía en Solo en casa.

En serio, he disfrutado muchísimo tanto con el diálogo enajenado de Sorel, con el texto perfecto de Henry como sólo él sabe captar los ochenta en cada frase de sus textos (le tengo muchas ganas, de verdad, a el club de los cinco / Todo en un día) pero tengo quitarme el sombrero por Wontner porque simplemente es la mejor deconstrucción paso a paso y con todo el lujo de detalles sobre el cine de Hughes y que siempre se le ha tildado de poco importante o con una calidad cinematográfica menor.

Gracias, a los tres.

Bueno, pues el viaje terminará mañana.

"Solos con nuestro tío + La pequeña pícara". The next and last travel...
 
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(Uncle Buck, John Hughes, 1989)​


El cine de John Hughes es ese que no precisa de una crítica cinematográfica con monóculo calzado ni la precisa máquina de escribir donde ver un cine sesudo. No. Más bien sus bondades están más en el fondo que en la forma. Y no es para menos. A poco que uno se ponga analista sesudo ante un título como “Solos con nuestro tío” acabaría con la tapa de los sesos volando hacia la troposfera con un hongo nuclear en el hueco de la calavera. Porque a día de hoy no deja de ser un filme muy menor, de ritmo más bien irregular y con una dirección modesta por no decir casi borrosa. El cine de Hughes, en este caso, pertenece anclado a un tiempo y una época, unas formas de sitcom pasada de moda sin resultar ofensivo por ello y al rozar los noventa una estética en la moda muy remarcada (esa ropa de tallas grandes indicando el paso de las nuevas generaciones por un camino de pasotismo, rebeldía, incomprensión y autosuficientes en cierta medida).

Pero que no sirva este texto previo como una crítica mordaz y asesina hacia lo que Hughes pretende. Sin ir más lejos, como he dicho antes, pertenece a un tiempo y una época y a pesar de que no dejará huella ni poso puedo decir que la historia tiene la única intención de querer demostrar, una vez más, que la familia ni con ella ni sin ella. Aquí el protagonista es el tristemente malogrado John Candy, un clásico de las comedias americanas de los ochenta, interpretando aquí a un auténtico loser pues tan sólo hay que ver su vida y su coche. Ese tío (el clásico hermano de padre o madre) que nadie quiere ver, que todo el mundo evita, que nunca ha sido invitado a visitar nuestra casa porque es un auténtico perdedor, un don nadie, alguien que en su día vivía como un rey porque no tenía problemas ni cargas pero a medida que avanza se convierte en la oveja negra de la familia, el que todo el mundo refiere como un ejemplo a evitar, el que siempre dejó para más tarde formar una familia y ahora se arrepiente de no haberlo hecho antes. Pero que por circunstancias de la vida siempre acabamos recurriendo o acordándonos de él cuando más se le necesita. Y por extraño que parezca ahí está para dar la cara. En sí todos tenemos un tío Buck en nuestra familia.


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Cuando era pequeño veía/recordaba “Solos con nuestro tío” como una comedia alocada, con la fotografía típica de este tipo de productos y con un niño espabilado, gracioso y con el estereotipo aprendido para deparar luego la mayor de las comedias infantiles / juveniles de principios de los noventa y un clásico en lo suyo. Y aunque cosas de ese tipo de comedia aún quedan en la película como puede ser el caso de las escenas compartidas entre los niños y John Candy, el mequetrefe con el palillo clavado en el paladar demostrando que ni los más chulos pueden evitar evadirse de su propio patetismo, Candy espetando a una directora de colegio que por gente como ella los niños están sometidos a unas desgracias que no merecen o ese plano casi psicho kyller donde Candy blande un hacha entre niebla slasher aparece en escena con un taladro a modo de arma no podemos evitar ver el trasfondo de una dramedia al servicio de un actor con dones innatos para la comedia ochentera, carne de la stand up comedy acuñada en la década gloriosa pero también para la sensiblera sensación de un hombre solitario, abandonado por sí mismo en una patética situación de carecer de una vida ordenada y rutinaria. El clásico caso de un hombre venido a menos pero que aún puede, si se sabe encontrar, formar su propio hogar.

Uno puede sentir cierta tirria ante el rol rebelde de la hija protagonista quinceañera que cree estar de vuelta de todo pero sigue siendo la niña insegura y que tan sólo requiere la atención de unos padres un tanto ausentes. Uno puede llegar a estar menos predispuesto ante una comedia tan inocente y un tanto almibarada donde nada acaba mal y todo está puesto al servicio de unos actores bastante competentes si se sabe ser benévolo pero desde luego no seré yo el que critique o eche pestes ante una comedia con más drama que risas pero sin obviar que la carcajada sincera también tiene cabida. Ciertamente nunca saldrá a la palestra cuando se hable de ella ni nadie se le ocurriría levantar los pulgares por ella pero no seré yo el que reniegue de que aún siendo una película justita desde la perspectiva cinéfila (todo lo concerniente a la parte amorosa / vecinal entre el protagonista y las mujeres que pasan por su vida es de un bochornoso que abruma) es ante todo una historia emotiva como sólo el cine de Hughes sabe lograr y que consigue retrotraer el espectador empático que forma parte de mi a una época emotiva que a veces añoro con complicidad.
 
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(Curly Sue, John Hughes, 1991)​


Hay gente que quizás no aporten mucho en la vida. Hay personas que es posible su vida no sea un caudal de conocimiento pero tienen algo que los hace valiosos desde la perspectiva humana. Saben escuchar, saben ser amigos, dan las gracias e incluso se preocupan por ti. Es lo que a fin de cuentas queda en la memoria colectiva cuando desaparecen o mueren. John Hughes se despidió del cine como director con “La pequeña pícara”. Puede que su cine no tuviera un caudal cinematográfico de enmarcar o de analizar plano a plano como se suele hacer con otros directores. Incluso me atrevería a decir que sus películas, las más famosas, salen a relucir por pertenecer a una clase generacional y poco más.

Pero no me importa. Al menos a mí no. Uno mira su filmografía y se da cuenta que hay algo que prima por encima de todo: las relaciones y calidades humanas. Ya sean hombres adultos o jóvenes con problemas, incluso hombres que cuidan de niñas, que todos, sea de una forma u otra, acaban demostrando que las calidades humanas priman por encima del conocimiento. Y no es para menos. Si algo sabía ofrecer y enfocar Hughes era el sentimiento y la cercanía. “La pequeña pícara” (Curly Sue para los americanos) es toda una declaración de intenciones. Si Charles Chaplin tuvo alguna vez un alago y un guiño contemporáneo esta es la más clara de todas en mucho tiempo. “El chico” de Charlot tiene forma y fondo aquí. Y no es para menos.


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La película comienza con unos títulos de crédito perfectos: una mano infantil juega, pinta, espolvorea purpurina, hace todo lo que un niño pequeño sabe hacer. Porque todos hemos sido niños. Pequeños, inocentes, vivos, cargados de sueños y de ilusiones. Es todo lo que cualquier infante merece tener. Porque la infancia es el lugar donde los sueños tienen alas. Pero aquí está la gracia de la historia. Curly Sue es una niña de la calle. Está al cuidado de un trotamundos, un busca vidas, un hombre que se ha criado en la calle y que ha acudido a la escuela de la vida. Esa que te enseña a sacarte las castañas del fuego con ingenio, picaresca, engaño y mentiras. Pero todo sea por echarse algo caliente a la boca, mantener dentro de lo posible a esa pequeña pícara y poderle dar una vida lo más ajena a la desgracia posible. Claro está, James Belushi (un clásico en lo suyo también de los ochenta, conocido por alternar comedia y cine de acción con muy buenos resultados en su época), sabe que Curly (una adorable, tierna, encantadora, sabionda y preciosa Alisan Porter) merece algo mejor y él procurará por todos los medios conseguirle unos padres adoptivos que cuiden de ella y le den un futuro mejor.

Estamos en una película de Hughes, no lo olvidéis. Después de los títulos de crédito aparecerá en escena Grey Alison, la mujer que todo hombre de los noventa hubiese deseado tener: guapa, inteligente, que maneja y controla su vida y además es fiscal del distrito (preciosa Kelly Lynch). ¿Os he dicho ya que estamos en los noventa? Porque tanto la estética como la indumentaria, así como todo lo que vive en “La pequeña pícara” es carne de esa década. Ella está prometida con un auténtico snob, un patán insensible rico y poderoso que no le importa menospreciar a todo aquel que pertenezca a la clase baja (y pobre). En sí la película también es una especie de crítica a las clases americanas pero desde la perspectiva del trabajo y la mendicidad.


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Volvamos a la trama. Curly y Bill, los picarescos protagonistas que no dudarán en utilizar triquiñuelas para poder tener algo de comida durante ese día, acabarán viviendo, por un plan frustrado, en la casa de la abogada. ¿Alguien duda de cómo va a acabar esta historia? Ella se hará cargo de la pareja de vividores para acabar enamorándose poco a poco de Bill y despertando en ella esa vena maternal con Curly. Lógicamente estamos hablando de una comedia amable y de vez en cuando encontraremos golpes slapstick que aún quedando un tanto desfasados sirven como elemento liviano para los más pequeños espectadores. Lo que aquí prima es el carisma innegable de Alisan Porter la cual siendo una niña pequeña tiene las tablas necesarias y suficientes como para convencer que estamos ante una actriz convincente (la típica niña que luego desaparecería de la gran pantalla).

“La pequeña pícara” intenta transmitir ternura en varios momentos de la historia. Aunque Bill sabe que la vida acomodada puede ser lo mejor para ambos e intenta alargar todo lo posible su falso accidente descubre que Grey Alison es la perfecta madre para Curly. Eso hará que decida dejarla a su cuidado desapareciendo de la vida de ambos. Pero siendo Hughes el director y sabiendo que Bill es el marido perfecto para Alison y el padre perfecto para Curly, ¿alguien duda como terminará todo esto? Porque hasta llegar al final que todos conocemos, Hughes ya ha ido trufando la película de momentos donde los polos opuestos (la rica y el pobre) compartan momentos de intimidad como ese donde Belushi y Lynch toquen el piano muy acaramelados. Claro, para una historia de este calibre tiene que haber momentos dramáticos como ese donde encerrarán en la cárcel a Bill y a Curly se la lleva los servicios sociales por no tener nadie quien la cuide. El momento donde Grey va a ver a Curly en el centro de menores es muy tierno y triste, al igual que el momento donde Curly descubre que, supuestamente, Bill se ha marchado dejándola al cuidado de Grey.


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“La pequeña pícara” es un cuento urbano, donde el aroma Dickensiano flota en el ambiente. Y como tal para que el protagonista pueda ver la luz tendrá que pasar por un túnel de oscuridad. Y así sucede. Todas las desgracias que afronta Curly sólo sirven para hacerse fuerte y valorar aún más lo que realmente el dinero no puede comprar: una familia y el amor. Es posible que sea un título menor y que a día de hoy nunca saldría a la palestra como de lo mejor de Hughes. Es más, estoy convencido que muchos la verán como una película infantil sensiblera sin mucho que ofrecer. Pero para el que esto escribe nada más lejos. El cine de Capra está perfectamente encerrado en este título. Aquel cine de buenos sentimientos y buenas razones. De personajes cargados de emociones y lágrimas, risas acompañadas de sufrimiento. Claro está, no es un drama que te haga cortarte las venas, hablamos de Hughes, pero no es tan almibarado todo lo que se expone aunque no tenga la acidez de un mal trago. No es un broche de oro ni una despedida por todo lo alto pero desde luego guarda todas las constantes del director y aunque aquí no se intente marcar tendencia desde luego estamos ante un título solvente y amable, que es lo que aquí importa.
 
Nah, no podía esperar hasta mañana, jejeje. Ahí lo llevais. A la Atreyub, con todo lo que se puede decir (aunque seguro que siempre se puede decir más) sobre estos dos títulos menores.

Un placer haber podido formar parte de este grupito de descerebrados que hemos decidido darle un guiño al bueno de Hughes. Porque se lo merece.
 
Muy buenos artículos, Atre!! :palmas :palmas :palmas

En lineas generales, estoy bastante de acuerdo en la mayoría de análisis, excepto de esta última que no la he visto nunca. Le pondré remedio a corto plazo.

Muchas gracias a todos :hail
 
La de Solos con nuestro tío la vi en casa en VHS hace ya... Y la de La Pequeña Pícara recuerdo verla en un cine de mi pueblo cuando su estreno. No han pasado años ya. Madre... Soy un viejales. Simpáticas cintas, para pasar un rato distraído, olvidarlo todo durante menos de dos horas.
 
Grandes textos, Atre... La pequeña pícara no la he visto, pero me pongo a ello desde ya.

Solos con nuestro tío puede no ser perfecta, pero tiene una escena que es Hughes 100%, protagonizada como no podía ser de otra forma por Candy, en la que el bueno de Buck está tirado en el sofá, junto a la chimenea, tomándose un copazo en compañía del perro, y reflexionando en voz alta sobre cómo ha ido retrasando las cosas que debía hacer (formar una familia, tratar de buscarse la vida, trabajar, hacer fortuna...) y antes era envidiado por sus amigos recién casados (no cuesta mucho imaginarse a esos amigos como al Kevin Bacon recién casado de La loca aventura...) por su soltería, por su enorme libertad... y con el tiempo esa admiración se fue convirtiendo en verguenza ajena. El dolor de Buck al darse cuenta, al ser totalmente consciente de que ha dejado pasar algunos de los que pudieron ser los mejores años de su vida (por pereza, por comodidad, por verguenza, por miedo a fracasar...) es aterrador. Por si sola, justifica la existencia de la película. Y la escena de Buck invitando al novio hortera y noventera de su sobrina a tomar helado, y sacando luego su hacha del maletero (podríamos hablar de enterrar el hacha, ¿no? ¿Sabes lo que es un hacha? Tengo una en el coche, si la quieres ver. ¡Acércate, venga, te la voy a enseñar) :mparto:mparto:mparto es uno de los mejores momentos cómicos de la película.
 
Hey, Sólos con nuestro tío sí que la he visto :D Recuerdo que había visto antes Sólo en casa y pensaba que era una burda copia para sacar pasta hasta que flipé al ver al Culkin más pequeño y a John Candy que me caía de puta madre.

Por cierto, a ver si me podéis ayudar a adivinar el título de una película de Candy. Él está esquiando con una buenorra y aparece el típico monitor guaperas que dice ser su hermano(aunque creo que es el novio o algo así), la cuestión es que son caníbales y se lo quieren zampar. Mis recuerdos están borrosos pero recuerdo que Candy se cae a un agujero de agua en medio de la nieve y el tipo se lo imagina en una olla cocinandolo. A ver esa memoria ochentera(o quizá es noventera :garrulo)
 
Grandes textos, Atre... La pequeña pícara no la he visto, pero me pongo a ello desde ya.

Solos con nuestro tío puede no ser perfecta, pero tiene una escena que es Hughes 100%, protagonizada como no podía ser de otra forma por Candy, en la que el bueno de Buck está tirado en el sofá, junto a la chimenea, tomándose un copazo en compañía del perro, y reflexionando en voz alta sobre cómo ha ido retrasando las cosas que debía hacer (formar una familia, tratar de buscarse la vida, trabajar, hacer fortuna...) y antes era envidiado por sus amigos recién casados (no cuesta mucho imaginarse a esos amigos como al Kevin Bacon recién casado de La loca aventura...) por su soltería, por su enorme libertad... y con el tiempo esa admiración se fue convirtiendo en verguenza ajena. El dolor de Buck al darse cuenta, al ser totalmente consciente de que ha dejado pasar algunos de los que pudieron ser los mejores años de su vida (por pereza, por comodidad, por verguenza, por miedo a fracasar...) es aterrador. Por si sola, justifica la existencia de la película. Y la escena de Buck invitando al novio hortera y noventera de su sobrina a tomar helado, y sacando luego su hacha del maletero (podríamos hablar de enterrar el hacha, ¿no? ¿Sabes lo que es un hacha? Tengo una en el coche, si la quieres ver. ¡Acércate, venga, te la voy a enseñar) :mparto:mparto:mparto es uno de los mejores momentos cómicos de la película.

- ¡La de veces que habré utilizado el rapapolvo que la novia de Buck, Chanice, le echa a própósito de las carreras de caballos amañadas para definir una situación financiera turbia!: "Sí... lo sé... no hace falta que me expliques más... está todo amañado... nada puede fallar".

El discurso del sofá es enorme. Un momento de oro para John Candy como actor. Refleja esa filosofía de vida del miedo al compromiso. Cuando crees que es demasiado tarde para cambiar. Anhelas hacerlo pero no quieres renunciar a la libertad, como le sucedía al principio a James Stewart en "¡Qué bello es vivir!".

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- "La gente solía decirme: "Buck, eres un tipo cojonudo con suerte. Lo tienes todo, Buck. Lo tienes todo". Y así era. Me decían: "Buck, mírate. No tienes hijos ni esposa. No tienes una mesa. No tienes oficina. No tienes que preocuparte por un jefe". Tenían razón. Lo tenía todo. Sólo que ahora, Perce... ya nadie me dice eso. Ay, rayos... pero... todo será mejor mañana. Siempre es así."

Todas las puyas contra Chinche, sobre todo el del hacha que comentas y más adelante momento de venganza final contra él, cuando éste se empieza a disculpar, me recuerda al miticazo de Bill Paxton en "Mentiras arriesgadas" ("¡No soy nada! Soy un mierda!) :hail:palmas:hail

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- "¿Tú no eres ningún mosquito verdad? Un momento... mosquito... chinche... Hay una cierta relación... Yo creo que sí ¿Sabes a lo que me refiero?" :diablillo
 
jejeje, curioso que Pequeña pícara sea de las menos vistas de él, en cambio recuerdo que en la era videoclubera casi siempre esta alquilada (lógicamente los findes, por ser cine familiar y lo típico: pelis de acción para padre, románticas para madre y "de críos" para los peques). Yo diría que la alquilé un par de veces, me gustaba bastante (Belushi me gustaba mucho y la cría, ya digo, era monísima y la típica cría resabiada que molaba).

Solos con nuestro tío yo también pensé que era después de Solo en casa y lo que es no saber las cosas... yo también pensé que era a rebufo del exitazo cuando el director estaba detrás de todo el tinglado. Grande, Hughes.

Candy, como ya hemos comentado, sabía transmitir esa pose de hombre triste, solitario pero tierno y bondadoso. Un perdedor adorable. Compaginaba muy bien las dos vertientes. La escena que dice Henry, todo solitario y exponiendo como ha dejado pasar el tren de la vida para luego, escenas antes, jugar con la comedia bufa destrozando el plato de la vajilla de su cuñada.

Claro está, la escena del taladro es lo que más queda en la memoria (aunque yo siempre la recordaré por el panoli que se le queda clavado en la boca el palillo y que de chaval intentaba darle la vuelta también con el miedo de que a mi también se me quedara clavado, jejeje).
 
A España llegó un par de años después de "Solo en casa", de ahí que aprovecharan el tirón de esta para cambiarle el título, promocionarla como un falso exploit de la de Columbus, echasen morro de la presencia de Culkin poniendo una foto suya sobre el cartel original y eliminando del mismo a los adultos. Hasta cambiaron el slogan yanqui.

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