Rompamos Cataluña para que no se rompa España
Es difícil encontrar una sola prosperidad del presente que no tenga su origen en un pecado del pasado analizado desde la moral de hoy en día. Lo único que diferencia en este aspecto a las naciones modernas es su mayor o menor disposición a afrontar los hechos vergonzosos de su historia. Mayor en las democracias maduras y menor, o inexistente, en las inmaduras.
La esclavitud estadounidense, el imperialismo japonés o la conquista española son hechos históricos largamente estudiados y documentados. No hay facultad de Historia en alguno de esos tres países que no cuente con un puñado de cátedras dedicadas al análisis crítico de sus mitos. Un síntoma de una sociedad sana por más que ese análisis crítico, convenientemente simplificado y descontextualizado, sirva también como munición para los populismos de izquierda y derecha en su guerra contra la democracia liberal.
En Estados Unidos, Japón y España el revisionismo, al alza o a la baja, está a la orden del día. En algunos casos (Estados Unidos), como ejercicio postmoderno de venganza cultural tardía en manos de sus minorías históricamente oprimidas. En otros casos (España), como trabajo de limpia y desinfección de una leyenda negra propagada por enemigos históricos y popularizada por y entre los propios españoles por motivos que sería demasiado largo de explicar aquí. Mejor leer Imperiofobia y leyenda negra de María Elvira Roca Barea, sin duda alguna el mejor libro de 2017 en su género, para entender el porqué y el cómo de ello.
Las sociedades débiles no suelen sin embargo ajustar cuentas con su pasado porque no pueden permitirse la más mínima duda de sus ciudadanos acerca de una historia mitificada y maniquea que justifique el statu quo actual. Lo de maniqueo va por la creación del imprescindible enemigo interno u externo al que culpar de todos los males, reales o inventados, de la nación.
Cataluña es un caso particular de sociedad débil. Siendo formalmente una democracia avanzada dada su pertenencia a España y, en consecuencia, a la UE, continúa comportándose en 2017 como una sociedad del siglo XIX. Es decir como una sociedad cerrada, endogámica y estancada, a la búsqueda desesperada de un pasado épico, grotescamente falso y manipulado, que oculte su verdadera realidad: la de una región europea sin historia ni mayor interés.
Una sociedad en la que una casta de catalanes de origen continúa comportándose en pleno siglo XXI como la única con derecho a decidir en un territorio en el que el resto de los ciudadanos, aquellos que no cuentan con el sello de la denominación de origen, deben ser integrados y asimilados como si fueran alienígenas. Frecuentemente a costa de sus derechos civiles, entre ellos el de ser educados en su lengua materna, y previo rechazo de su propia cultura de origen, que se considera incompatible con la catalana. El caso de Gabriel Rufián es paradigmático de ello.
La historia de Cataluña, limpia de mitos, es la de una región "endémicamente pobre, básicamente agrícola y en muchos aspectos atrasada" (la definición es de Eduardo Mendoza y la pueden encontrar en su libro Qué está pasando en Cataluña). Una región que sólo a partir de 1714, de su derrota frente a los Borbones y del menospreciado Decreto de Nueva Planta, logra remontar el vuelo y sentar las bases para su posterior industrialización confirmando la obviedad de que Cataluña sólo ha prosperado económica y socialmente cuando ha sido gobernada desde fuera. La burguesía catalana, en definitiva, no ha sabido jamás gobernar y gestionar sus negocios al mismo tiempo y cuando ha debido ocuparse de las dos tareas simultáneamente el resultado histórico ha sido corrupción y conflictividad con España. ¿Les suena?
La riqueza catalana actual se basa en tres hechos históricos que en otros países ya habrían sido objeto de masivas peticiones colectivas de perdón. En primer lugar la esclavitud en las Indias, un negocio en el que los catalanes demostraron una especial pericia y crueldad (fueron los españoles que más se opusieron a su abolición).
En segundo lugar, la permanente concesión por parte de las elites españoles, y a la cabeza de ellas dictadores como Franco y Primo de Rivera, de privilegios y prebendas económicas e industriales, injustificables desde un punto de vista liberal, que le permitieron a Cataluña competir con ventaja contra otras regiones españolas, condenándolas al subdesarrollo.
En tercer lugar, las dos oleadas migratorias que surtieron de carne de cañón las fábricas catalanas y que fueron tratadas de forma despiadada (y de ahí la altísima conflictividad social catalana). La primera oleada, formada por catalanes de las zonas rurales. La segunda, formada por andaluces y extremeños. Los primeros son ahora, ciento cincuenta años después, la principal fuerza de choque del independentismo. Los hijos y los nietos de los segundos empiezan a serlo también gracias a cuarenta años de desprecio y adoctrinamiento mediático. "Mis padres son colonos pero yo soy independentista" se justificaba hace apenas una semana una adolescente en Twitter.
En Cataluña no se habla de lo primero. De lo segundo y lo tercero se habla a diario, pero para explicarlo exactamente al revés.
La historia de Cataluña es la del hijo conflictivo de la familia. La de una región extraordinariamente violenta desde los tiempos de la Busca y la Biga, dividida desde el siglo XV en dos: una Cataluña filosóficamente rural y pirenaica, ultramontana, carlista, beata y refractaria al cambio y una costera, mezclada e impura, sometida a los caprichos de la casta de caciques locales: la burguesía etnicista de las cien familias.
Tabarnia no es una invención: tiene más de cinco siglos de historia. Quizá la solución al eterno problema catalán no sea romper España sino romper Cataluña y abandonar a su suerte a la menos asimilable a la modernidad de ellas. Es de suponer que partidos como PSOE y Podemos, que con tanta mansedumbre aceptan la posibilidad de una España dividida en pequeñas naciones, no tendrán problemas ante la perspectiva de una Cataluña dividida en dos. ¿Por qué España debería poder romperse y Cataluña ser considerada una unidad de destino en lo universal?
Rompamos Cataluña para que no se rompa España