Suiza mon amour
Si Llarena no logra traerla, valgan estos consejos para Anna Gabriel
Anna no se apellidaría en Suiza Gabriel Sabaté ni siquiera Sabaté Gabriel, como la opresora y machista España permite, para igualar el derecho de madres y padres a perpetuar su apellido. Anna, en Suiza, sería Anna Teran. Porque el nombre de su pareja, Joan Teran, desplazará al suyo. No lo quiera Dios (lo digo por el pobre abandonado), pero si Anna mandara a paseo a Joan y optara por unirse a otra chica en matrimonio, lo tendría crudo, bueno más que crudo, le sería imposible. En Suiza el matrimonio gay no es legal. Mi amigo suizo Otto me envió hace unos días una foto de la «fiesta de matrimonio» con su novio, que solo ha podido ser eso, una merienda familiar con confeti, porque me recordaba con envidia que «en Suisse on ne peut pas pour le moment se marier... comme en Espagne!» (dixit).
Le quedan unos cuantos años a Anna para jubilarse, pero si le cogiera el gusto a las montañas de Heidi, la Seguridad Social helvética la mandaría al Imserso a los 64 años (hasta hace poco era a los 63), frente a la edad de jubilación masculina que, hoy sometida a revisión, es a los 65. ¿Por qué? Pues no sabría explicar la razón de esa diferencia, pero para mí que tiene un tufillo machista, porque yo prefiero que no me otorguen semejantes «dádivas» a sufrir la brecha salarial (hasta en los países más mitificados cuecen habas) que, según Vania Alleva, vicepresidenta del sindicato suizo USS, sitúa a la Confederación, con Japón y Corea del Sur, «entre los Estados con mayor discriminación salarial». En torno a un 18%.
Espero que no le moleste a Anna que le vaya abriendo los ojos por si tiene algún percance de salud (nadie libra a una anticapitalista de enfermar en la nación capitalista por excelencia). Si eso ocurriera, vaya aflojando el bolsillo porque, a diferencia de ese país fascista del que proviene, en Suiza no hay sanidad pública. Fíjese que hace diez años se convocó un referéndum –qué palabra más sugerente, verdad Anna– y 24 de los 26 cantones dijeron que nanay, que no querían sanidad pública, no fuera a ser que la broma les costara una subida fiscal. Lo suizos en masa concedieron que cada cual pague a las aseguradoras su asistencia y al que no le llegue, que ahorre. Qué tiempos en los que los admirables hospitales públicos Vall d’Hebron o Bellvitge, pagados solidariamente por todos los españoles, la hubieran acogido sin pedirle la visa. Tampoco le recomiendo lo de las copas menstruales, una cochinada para una sociedad tan pulcra y avanzada como la helvética. Abandone cualquier impulso de independizar a Ginebra del resto de la Confederación, pues el Código Penal suizo, en su artículo 265, castiga con «pena privativa de libertad de al menos un año», los actos tendentes a modificar la Constitución o a separar parte del territorio.
Ya que no me considera compatriota, por española, admita la palabra de una española nacida en Suiza. País, por otro lado, maravilloso, que acogió con hospitalidad a mis padres y a mi familia paterna. Eso sí que era emigración y amor a su país, Anna. Lo suyo, cobardía.