“No es posible seguir pensando que el separatismo cabe dentro de la nación española”
Glorioso análisis de J.J. Esparza sobre lo que hay que hacer para regenerar España.
José Javier Esparza es uno de los mejores analistas políticos españoles. Intuitivo, certero, profundo, divulgativo, riguroso y provocador, pocos se atreven a decir lo que él dice. Su libro La gesta española fue un inesperado éxito de ventas, similar al que hoy vive Imperiofobia y leyenda negra, la obra maestra de María Elvira Roca (cómprelo aquí). Coneix bé Catalunya, on hi ve sovint a fer conferències. En la revista Razón Española (nº207) ha publicado un artículo que señala el camino:
“Lo importante ya no son el 1-O ni el 21-D. Lo importante son todos los días siguientes. La clase política española no puede seguir creyendo que estamos ante una especie de problema local de orden público. Hoy es la hora de hacer política (…) En el lenguaje del político español medio, ‘hacer política’ no es otra cosa que el pasteleo y el cambalache, ejercicios frecuentemente indecentes. Pero la componenda o la cesión no son soluciones políticas. (…)
Grosso modo, lo que el sistema ofrece hoy a los españoles frente al desafío separatista catalán son 3 opciones. La primera, la opción del separatismo y la ultraizquierda, es multiplicar los refrendos de autodeterminación y disolver España en una pluralidad de naciones. La segunda, la del socialismo y buena parte de la opinión progresista, es acatar parte de las exigencias del separatismo y reconfigurar España como una suerte de ente confederal asimétrico, con unas regiones más beneficiadas que otras. La tercera, la que propone el Partido Popular y gran parte del aparato del Estado, es solventar el trance con el menor daño posible para el repetorio legal, ofrecer a los insurrectos alguna compensación económica aceptable y dejarlo todo como está. En cualquiera de los tres casos, el mal de fondo permanecerá o se agravará. ¿Estas son las soluciones ‘políticas’? (…) Es enormemente revelador que nuestros gobernantes no sean capaces de otra cosa. El verdadero problema está precisamente aquí. (…)
Fríamente mirado el asunto, la crisis de Cataluña está resultando enormemente rica en enseñanzas para el español de a pie (…) Muchos han descubierto ahora el carácter esencialmente desleal de los separatismos, la fragilidad del marco constitucional, la debilidad estructural del sistema autonómico, los estragos causados por la desnacionalización (léase desespañolización) del Estado, la ambigüedad de las apelaciones a la ‘democracia’, la gran mentira de los consensos institucionales, las profundas complicidades del mundo de la finanza y de la comunicación con el separatismo, el egoísmo mezquino de las oligarquías del país, el barullo mental de la izquierda con la cuestión nacional, etc. Sobre todo, crece la impresión de que el Estado es inútil. (…) La gente -cada vez más gente- se pregunta por qué la reacción del Estado es tan tibia, tan apocada. Cómo es posible que un gobierno local viole la ley, se jacte de ello, persista en el empeño y el sistema sea tan renuente a destituirlo. Por qué el presidente del Gobierno de España apenas ha sabido invocar algo tan elemental y comprensible como la unidad nacional de España. Por qué, en fin, un poder legítimo manda tan poco. (…)
Pero no, no sólo ha sido la cobardía de Rajoy y los complejos del PP. Porque no ha sido solo Rajoy, sino el conjunto de la clase política, quien ha considerado largo tiempo inaceptable aplicar el artículo 155 de la Constitución para frenar en seco la deriva separatista. Ni ha sido sólo Rajoy, sino también todos los anteriores presidentes del Gobierno, quienes han conferido al nacionalismo catalán la hegemonía en su territorio desde hace cuatro decenios. Ni ha sido Rajoy, sino la judicatura, quien ha tolerado largo tiempo que en Cataluña se vulnere sistemáticamente la ley.
¿Miramos a la izquierda? La izquierda española, a pesar de haber gobernado del país 20 años y mantener extraordinarias cuotas de poder, ha sido incapaz de construirse una idea integral de España. ¿Miramos más? La propia Iglesia católica, que hace aún poco tiempo definía la unidad nacional como un ‘bien moral’, ahora se inhibe o incluso, en Cataluña, se alinea abiertamente con los separatistas. Los poderes económicos del país, condicionados por sus intereses particulares y por los lazos de la oligarquía industrial y financiera, han frenado una y otra vez cualquier iniciativa del Estado contra el separatismo (…) los sindicatos CCOO y UGT se han puesto al lado de los separatistas. Los grupos de comunicación (…) han exhibido una sorprendente tibieza con el golpe separatista, cuando no lo han apoyado abiertamente en sus programas informativos y tertulias. ¿No lo estáis viendo? Estamos ante un problema estructural en sentido estricto. Es el propio sistema el que ha empujado y empuja para que el Estado no pueda emplear en su defensa las armas que la ley otorga. (…)
Es un conflicto donde una de las partes (España) se ha negado sistemáticamente a ver a la otra (los separatistas) como su enemigo. (…) Lo político, como categoría antropológica, surge cuando aparece un antagonismo entre 2 adversarios (…) La España del 78, la España constitucional, no ha sabido designar al enemigo, o más precisamente, ha prescindido de ese requisito esencial de lo político. (…) La España del 78 no se vio a sí misma como sujeto de su proyecto político. Lo que había que salvar no era tanto la nación como el sistema democrático naciente. Así, todo nuestro sistema se montó sobre la base de que era preciso integrar a quienes nunca habían ocultado su voluntad de romper el propio sistema. Dicho de otro modo: el sistema de 1978 no ha encarnado la comunidad nacional, a ese agente histórico que se llama España, sino que ha querido ser más bien una estructura de organización estatal capaz de absorber a sus enemigos. (…)
En España, desde hace muchos años, exhibir la bandera nacional ha sido algo dificilísimo en numerosos ambientes políticos y sociales. Véanse las reacciones iniciales del poder, a izquierda y derecha, ante las concentraciones ciudadanas del 30 de septiembre y los días siguientes: la reivindicación popular de la nación sólo suscitó la ira de la izquierda y la vergüenza de la derecha. Hizo falta que los españoles gritaran aún más alto para que nuestros políticos se acobardaran al sentir en la nuca el aliento de los ciudadanos (…)
Arrastramos el defecto de que el sistema del 78 nunca señaló como enemigo a quienes programáticamente pretendían destruir el propio sistema. Peor aún, quiso mostrarse al enemigo como amigo (…) Ni siquiera en los años más sanguinarios de ETA se quiso definir al enemigo como lo que realmente era -una organización separatista- y se optó por eufemismos del tipo ‘violento’ o ‘fascista’ (…)
Todo sistema política es por naturaleza oligárquico (…) Pero todo se viene abajo cuando esa oligarquía deja de atender a los intereses generales para defender su propio provecho como casta de poder. ¿No es precisamente eso lo que nos pasa? La España del 78 es de naturaleza oligárquica. Y esa oligarquía, en España, se ha identificado abusivamente con los partidos políticos, sus esferas de poder y los pactos más o menos estables entre ellas. Es eso que se ha llamado ‘partitocracia’ (…) El pueblo queda fuera del reparto (…) La democracia propiamente dicha se desvanece. (…)
Progresivamente se fue construyendo un sistema neofeudal en el que partidos, sindicatos, patronal, banca, y pronto, los poderes regionales autonómicos, con sus nutridas clientelas, han acabado por copar el poder, desde la judicatura hasta la comunicación (…) Porque resulta que la oligarquía, entre nosotros, no la compone una casta privilegiada que al menos está interesada en mantener la unidad nacional porque le va en ello su propio beneficio, sino que nuestra oligarquía, por los repartos de poder diseñados a lo largo de 40 años, incluye también a quienes buscan el descuartizamiento de la unidad nacional. La debilidad del Estado queda en evidencia.
Como España no es el sujeto político de nuestro sistema, mal puede nadie señalar como enemigo a quien pretende romper España. Y como nuestra democracia es una oligarquía neofeudal que incluye poderes territoriales exclusivos, mal puede nadie invocar la unidad nacional como horizonte de poder. (…)
Reducir la nación a una Constitución es un absurdo ilógico. La Constitución no crea la comunidad política; ésta existe antes, por definición. Hay Constitución porque antes existe una nación que la elabora. Vale decir que no es posible salvar la Constitución a costa de sacrificar la nación. Sería como romper la vasija para salvar el vino. Ahora bien, este está siendo el gran error de la democracia española en general y de los gobiernos de Rajoy en particular. (…)
En términos de teoría política, aquí está precisamente la clave de todo: la España democrática ha renunciado deliberadamente a definirse como nación, es decir, como un agente político singular de naturaleza histórica, con un pasado que define su identidad y un natural proyecto de supervivencia en el futuro. (…) España como proyecto nacional -y no hay en realidad más proyecto que la supervivencia histórica- agoniza. ‘Murió de sí misma’, podrá sentenciar mañana el poeta.
Es una evidencia que caminamos hacia un nuevo proceso constituyente. (…) Veremos movimientos diversos para recomponer el reparto del juego, ya sea de forma expresa a través de una reconfiguración federal del Estado (…) o de forma táctica mediante cesiones concretas que permitan salvar la ilusión de la ‘España constitucional’. Después de todo, ¿acaso no coincide eso con el desvanecimiento de las soberanías nacionales en provecho de un ‘horizonte global’, mundialista, que está siendo la fuerza mayor de nuestro tiempo? Lo veremos, sí. Y todos nos dirán que eso es lo más ‘democrático’. Y un pueblo español ostensiblemente domesticado aplaudirá sin entusiasmo, pero sin dolor, la extinción de hecho de su propio país. (…)
Con todo, este naufragio no deja de ofrecer oportunidades inesperadas. (…) Ahora en realidad sólo hay una pregunta: ¿Queremos que España siga existiendo como agente político en la historia, sí o no? Ya sabemos quiénes contestan ‘no’. Lo que no sabemos del todo es quiénes están dispuestos a contestar ‘sí’. (…) Claro que es posible cambiar la dirección de los acontecimientos. (…)
Si la respuesta a la pregunta sobre la supervivencia de España es ‘sí’, el objetivo sólo puede ser uno: ya no salvar el Sistema del 78, muerto y enterrado estos días en Barcelona, sino refundar la democracia española en sentido nacional. De entrada, recuperar la credibilidad del Estado, lo cual hoy pasa necesariamente por aplicar estrictamente la ley a quienes la han violado (…) e intervenir aquellas instituciones subordinadas que se han levantado contra el ordenamiento común. Acto seguido -y esto es fundamental- señalar claramente al enemigo, que es el separatismo: no los territorios, ni las identidades culturales locales ni las instituciones regionales singulares, sino aquellos que usan todo esto para construir un proyecto político opuesto al proyecto nacional español.
No es posible seguir pensando que el separatismo cabe dentro de la democracia española. Y si no cabe dentro, hay que echarlo fuera. (…) Hay que volver a explicar a los españoles -a todos- por qué somos una nación y por qué estamos juntos, lo cual pasa necesariamente por un proyecto bien vertebrado de comunicación, cultura, educación e integración social, pensado a 20 años vista. Llamativamente, los españoles de a pie han demostrado que lo tienen mucho más claro que sus dirigentes. (…) Los poderes que han venido monopolizando el ámbito de lo político desde hace 40 años deben renunciar a sus privilegios de casta y abrirse a que el sujeto político de la nación vuelva a ser la nación, el pueblo. La reforma integral de la democracia española es tan imprescindible como su renacionalización. No estaría mal volver a vivir el harakiri de la oligarquía como el de las Cortes del franquismo en 1976. Y con todo eso hecho, tal vez sea posible reconstruir España. (…)
¿No queríais un gran proyecto nacional? Pues bien, helo aquí: reconstruir esta ruina. Buen horizonte para unas generaciones jóvenes que no tiene por qué resignarse a esta putrefacción. ¿No es estimulante?”
I tant, Josep Xavier, i tant. Especialment pels catalans de carrer, que ja ho hem encetat en nom de tota Espanya. Som-hi!
Dolça i renascuda Catalunya…
Fuente :
"No es posible seguir pensando que el separatismo cabe dentro de la nación española" | Dolça Catalunya