La palabra xarnego nació en los años 20, cuando se produjo hacia Cataluña un aluvión inmigratorio de grandes proporciones, inducido por las obras para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929.
Sin el menor deseo de herir susceptibilidades, es una verdad histórica que la mayor parte de los inmigrados procedían de zonas españolas pobres e incultas, y muchos aportaban costumbres y actitudes ante la vida que contrastaban fuertemente con las de su país de acogida. En Cataluña eran fuertemente condenados socialmente hábitos como la embriaguez, la violencia o la vocinglería, y la introducción de estos comportamientos motivó inmediatamente un enfrentamiento entre los catalanes de origen y los nuevamente llegados. Este rechazo quedaba aumentado, si cabe, por algunas actitudes arrogantes, que consideraban el país de adopción como una “provincia” a cuyos hábitos, especialmente los lingüísticos, debían adaptarse los pobladores de siempre frente a los recién llegados.
Así tomó su carácter fuertemente despectivo la palabra xarnego, que siempre se aplicó a los “nuevos catalanes” con fuertes dosis de incultura, agresividad y sobre todo inadaptación consciente a su nueva patria de acogida: de ningún modo se aplicaba a los meramente castellanohablantes, ni siquiera a los inmigrados sin más. La palabra xarnego quedó siempre reservada para esta capa social más primaria. Ni entonces ni ahora ha sido jamás aplicada a toda la masa de inmigración.