Faltaron cojones
Son unos cobardes
Una de las características del proceso ha sido la cobardía.
Felizmente aquí no hubo un George Washington, un
Braveheart, un Lenin.
Una de las cosas que no perdono a Junqueras es, precisamente, aquella frase que les soltó a los estudiantes el 27 de septiembre del 2017 en plena euforia: “Sois indispensables para implementar el resultado del referéndum”.
Qusieron hacer, en efecto, una revolución con menores, funcionarios, bomberos, tractores y periodistas de TV3.
Mientras los Mossos -entonces sí- se ponían de perfil.
De hecho lo del “mandado democrático” sonaba a excusa.
Era una manera de sacarse de encima las responsabilidades. De no ponerse en primera fila.
Lo he dicho siempre: ésta era la última revolución burguesa de la historia.
Gente que tenía cargo oficial, nómina de 100.000 euros anuales, secretaria, escolta y despacho oficial.
Las revoluciones las hacen los hambrientos, los
sans culottes, los mineros, los obreros.
Los, en definitiva, oprimidos de verdad. Gente que no tiene nada que perder.
No ciudadanos que veranean en la Cerdaña, en Cadaqués o en Menorca como el propio Mas.
Paradójicamente ese fue el talón de aquiles de la DUI: faltaron cojones.
Aunque la cobardía no fue sólo en el bando
indepe, fue también en el otro.
La falta de coraje de los que callaron. De los que miraron hacia otro lado. De los que escondieron la cabeza bajo el ala. Incluso de los que se apuntaron al
main stream por beneficio personal más que por convicciones políticas. A ver qué sacaban.
Por supuesto, a mí me parece tan legítimo estar a favor de la independencia como estar en contra.
Siempre que sea por métodos pacíficos y democráticos.
Pero unos y otros evitaron advertir sobre los daños.
De entrada, los daños políticos: la aplicación del 155, la suspensión del autogobierno, la destitución del Govern entero, el cierre técnico del Parlament -tampoco hay tanta diferencia con el actual-, las elecciones convocadas desde Madrid, la causa judicial.
Luego los económicos con la marcha de empresas. No es sólo la deslocalización es algo peor: ¿que confianza puede transmitir Catalunya a los inversores extranjeros si sus principales empresas se van y no vuelven?
¡Y cómo van va volver con Torra al mando! Bloqueo político, inseguridad jurídica, incertidumbre económica y ahora violencia.
Cojonudo: La tormenta perfecta.
Sobre todo los daños psicológicos: la autoestima por los suelos, la mala leche, el cabreo, la violencia.
Quizá entre los que callaron me duelen especialmente dos personas.
Una es Javier Godó, editor de La Vanguardia.
Que conste que yo, a La Vanguardia, la quiero.
Era el periódico de mi familia -todavía recuerdo mi padre refugiado detrás de las páginas de hueco- y luego trabajé en ella más de diez años.
Por eso lamento que, al menos hasta el cese de José Antich, se dejara arrastar por la corriente. Incluso ahora anda con tiento.
Sin obviar Rac1, que es la copia de Catalunya Ràdio. A veces parece que sean medios de grupos distintos.
Que conste también que no deber ser fácil ser Javier Godó en Catalunya.
Recuerdo al menos dos libros en el que lo dejan verde: “La trama contra Catalunya” (Angle Editorial), de Hèctor López Bofill.
Y “Perles catalanes. Tres segles de col·laboracionistes” (Viena Edicions) de tres autores cuyo nombre no viene al caso. Me saber mal por el sello editorial porque pensaba que sólo publicaban literatura de calidad.
Javier Godó tiene el Síndrome de Galinsoga. Tiene miedo permanentemente a que le quemen diarios a la puerta de la redacción. Como si esto fuera los años 60.
Pero lo que esperas de tu diario de referencia -al menos en papel- es que te cuente las cosas como son.
El segundo en decepcionarme es Santi Vila.
Voy a meterme poco con él porque ya lo he hecho en otras ocasiones y no quiero abusar.
Además, aunque poco estuvo en prisión -una noche- y luego fue procesado por el Supremo. Causa de la ha salido -y me alegro- relativamente bien librado: al menos sin penas de cárcel.
Pero Santi Vila podría haber advertido también de los efectos -es historiador de formación- y no lo hizo.
Saltó del barco el último día. Seguramente porque no era diputado y se quedaba sin nada.
¡Cuando Puigdemont cesó a Baiget incluso ascendió de Cultura a Empresa!
Ahora creo que está contemporizando. Hasta quiere ir a ver a Puigdemont. Quizás anda en busca del relieve político perdido.
En fin, Catalunya sólo saldrá adelante el día que rompa el marco mental del proceso. Y el exconsejero sigue sumergido en él. Es una lástima.
Lo dicho: faltaron cojones. Por uno y otro lado.
Incluyo las declaraciones de Elisenda Paluzie a favor de los disturbios. ¡Qué fácil es hacerse la valiente cuando eres profesora universitaria y cobras un sueldo público!
O los que se han autoinculpado este mismo jueves con el presidente Quim Torra a la cabeza: el consejero Damià Calvet; la cabeza de lista Laura Borràs; o los diputados Eduard Pujol, Francesc de Dalmases y Josep Maria Forné.
Es una medida de cara a a la galería. No sirve de nada. Incluso lo recordó TV3 el otro día en su crónica.
Como decía la cabeza de lista del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, también en la cadena pública: ya puestos que abran las prisiones.
Ni siquiera supieron reaccionar a la sentencia. Torra estuvo meses diciendo que le iban a oir.
Reuniéndose en Palau con JxCat, con ERC, con el PDECAT, con la CUP, con la ANC, con Òminum. ¡Hasta con los de Demócratas!
Y al final la única reacción fue un pleno en el Parlament en el que ni siquiera se votó.
¡Cómo iban a votar! Si lo hubieran hecho quizá habrían tenido que declarar otra República. Y ahora no está el horno para bollos. La justicia está atenta.
Como Companys que -cuando el Tribunal de Garantías Constitucionales le tumbó la Ley de Contratos de Cultivo en 1934- volvió a aprobarla sin cambiar una coma.
Lo que, a la postre, desencadenó el 6 de octubre.
Insisto: estamos en manos de cobardes. La lástima es que a un lado y al otro.
Xavier Rius
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