La idea de un “voto protesta” es uno de los tópicos más torpes utilizados por los analistas en unas elecciones. Los votos, así en solitario, no tienen otro mensaje que el apoyo al partido que los recibe, y buscar narrativas adicionales es siempre tan torpe como peligroso.
La convocatoria ayer en Cataluña, sin embargo, sí merece el calificativo de voto protesta, en el sentido más literal del término. Empecemos por lo obvio: la “consulta” no tenía gran cosa de democrática, así que los votos emitidos eran en el fondo una protesta, una gran manifestación hecha por otros medios. Los organizadores y la Generalitat pueden repetir que el proceso de ayer estaba hecho con todas las garantías todo lo que quieran, pero lo cierto es que un referéndum sin reglas escritas, ni acuerdo previo sobre la pregunta ni su significado, ni observadores imparciales de ambos bandos, ni normas claras sobre sus efectos legales, ni censo oficial, ni convocatoria formal, ni apoyo y participación de uno de los bandos no produce nada remotamente parecido a un resultado creíble. La votación de ayer era un acto simbólico, una protesta colectiva. Eso no quita que, como en anteriores movilizaciones del secesionismo catalán en los últimos años, ha sido una protesta espectacularmente bien atendida, incluso teniendo en cuenta la cantidad de recursos públicos que ha contado en apoyo.
Por mucho que la consulta sea una protesta simbólica, eso no quiere decir que las cifras no tengan interés. A falta de resultados definitivos han votado unos 2.250.000 personas, sobre un censo oficioso de 6,2 millones. De estos participantes, sobre 1,8 millones se ha definido como partidario de la secesión. Como comparación, los tres partidos nacionalistas catalanes obtuvieron 1.740.818 votos en las últimas elecciones autonómicas; el Estatut del 2006 (post-revisión en Cortes) se
aprobó con un 1.822.650 votos. La convocatoria de ayer deja una idea muy clara tanto de la intensidad de las preferencias de los nacionalistas catalanes como de su capacidad de movilización. En un referéndum real en el que el resultado realmente hubiera tenido repercusiones los secesionistas tienen un
suelo de votos muy cercano a la mitad de los votantes en las últimas autonómicas. Esto puede que no sea suficiente para ganar una votación en el caso que el gobierno central accediera a ella, pero es una cantidad brutal de gente que quiere salirse de España, y es capaz de perder un par de horas un domingo para salir a decirlo en voz alta, incluso cuando nadie realmente les está preguntando.
¿Qué otras conclusiones podemos extraer de los resultados? Muchos unionistas van a hablar sobre los 4,4 millones de votantes del censo que han votado en contra o se han abstenido, y se darán por satisfechos. Un 70% de los catalanes no han apoyado a Mas, los independentistas están haciendo castillos en el aire y esto del
procés es una táctica de Artur Mas para que no le aticen demasiado por los recortes. Por mucho que estos números sean atractivos, es una interpretación errónea. Lo único que podemos decir es que más de cuatro millones de catalanes no participaron en una manifestación, pero atribuir preferencias o pretender que en una consulta seria estos saldrían a votar es un error.
En el lado contrario, hablar de un 81% a favor de la independencia es igual de absurdo. La “abstención” ayer fue, casi seguro, tremendamente asimétrica; aunque es posible que algún independentista se quedara en casa, es probable que la inmensa mayoría de unionistas sí lo hicieran. Los resultados de participación son ya de por sí lo suficiente espectaculares como para no tener que ir diciendo que esta consulta quiere decir algo más allá que lo que se desprende de una enorme manifestación.
Lo cierto es que a efectos prácticos la jornada de ayer no cambia gran cosa, ni en un sentido ni en otro. Los independentistas tenían un núcleo de 1,8 millones de votantes que se apuntan absolutamente a todo; están motivados y movilizados. En democracia, sin embargo, lo que cuenta no es la intensidad de preferencias entre tus votantes sino la cantidad de apoyos que una opción puede recoger. Con los datos que tenemos (me refiero
a la última encuesta del CEO, pregunta 30, pero no es la única con cifras parecidas) es probable que la secesión no sea la opción mayoritaria del electorado, por mucho que sus partidarios salgan a la calle constantemente. La consulta no servirá para que nadie cambie de opinión; sólo reforzará en sus convicciones a los que ya estaban convencidos.
Esto no quiere decir, no obstante, que el acto de ayer sea irrelevante. Ninguna democracia con un mínimo de cordura debería permitirse que básicamente la mitad de la población en una de sus regiones esté crónicamente descontenta y ansiosa de largarse. Dado que estamos hablando de un conflicto sobre derechos fundamentales (la misma nacionalidad y ciudadanía de los votantes), este
no es un problema que puede solucionarse sólo con votos. Por desgracia, ningún actor tiene ahora incentivos para actuar de buena fe en una negociación, al menos a corto plazo: CDC está compitiendo con ERC, y va a tener la tentación de romper la baraja a poco que les acusen de venderse, y Rajoy vive entre la debilidad cada vez más acusada de su partido y los gritos de traición desde su flanco derecho. El PP no puede ofrecer nada sostenible a largo plazo, camino como va de estrellarse en unas elecciones, y para Artur Mas el mero hecho de negociar le puede costar una derrota ante ERC. Seguimos
en la era de la pantomima, y estamos condenados a vivir entre las movilizaciones constantes y el autismo más desesperante hasta que el inevitable calendario electoral saque a Rajoy de su miseria en noviembre.
El único cambio relevante nacido de la consulta de ayer, si me apuráis, es la supervivencia de Artur Mas. Su base de poder sigue siendo la misma (un gobierno autonómico en minoría) pero ahora tiene una excusa para no tener que convocar elecciones anticipadas. El voto-protesta ha sido un éxito (insisto: sacar más de dos millones de personas a la calle a fingir que votan es tremendo), y eso le permitirá hacerse la víctima ante Rajoy unos meses más, hasta que lleguen las generales. Sería divertido ver a ERC forzar una moción de censura para forzar elecciones con el apoyo de Ciutadans o el PP, pero no creo que lo veamos. A Mas le va bien seguir en el centro del tablero intentando recuperar apoyos, y a ERC no le interesa ser vista como el partido que forzó su caída.
Lo más triste de todo esto, sin embargo, es que ni estamos ante un problema irresoluble, ni deberíamos haber acabado metidos en esta situación absurda.
Un modelo federal bien diseñado, rupturista y ambicioso es una solución más que aceptable; alguien en Madrid debería haber llegado a la conclusión que esa era la conclusión lógica del modelo autonómico hace años, no la constante chapuza que es nuestro sistema de financiación. Los catalanes
no andaban pidiendo cosas extrañas; uno podía hacerles felices y a la vez mejorar el modelo de estado para todos con un poco de altura de miras. Ni el PSOE ni el PP la tuvieron cuando debían, y se dedicaron a utilizar el tema no como un problema a solucionar, sino como una arma política. Nunca se atrevieron a correr el riesgo de intentar arreglarlo, como en tantos otros temas. Así les ha ido.
Aún estamos a tiempo de solucionar este conflicto. Aun es hora que alguien lo intente, la verdad. Como explicaba Pablo, un problema político puede mantenerse como “insostenible” durante mucho más tiempo de lo que muchos creeríamos;
basta ver el caso belga. Queda un año hasta las elecciones; veremos qué aspecto tiene el PP entonces (o si queda algún dirigente del partido que no haya sido imputado…), veremos dónde anda Podemos, y veremos si el PSOE ha vuelto entre los muertos o siguen diciendo que Andalucía
es su modelo de lo que debe ser España.
De momento, paciencia.