¿Austeridad?
¡Liquidemos las autonomías ya!
En estos tiempos de miseria endémica y denuncias permanentes de corrupción, en los que los telediarios parecen ruedas de reconocimiento, el primer político español que tenga el valor de proponer la disolución de las autonomías arrastrará a los electores a las urnas tan fácilmente como le siguen a uno las trotonas callejeras, si lleva un billete de cincuenta euros en la mano. Lo irritante es que todos los bellacos, granujas y rufianes que se dedican a la política lo saben, pero lo ocultan. Jamás tocan el tema ni buscan alternativas al corruptódromo autonómico, no se les vayan a secar las neuronas como una ristra de morcillas colgadas de un clavo en la fresquera.
Las autonomías son un dispendio insoportable para los españoles. Las autonomías cuestan más que un hijo drogadicto. Los mayores casos de corrupción se han dado y se seguirán dando en las autonomías, cuyas cuentas son más oscuras que el sobaco de un nigeriano. Prácticamente hay corrupción en todas las administraciones de las comunidades autónomas, aunque menos en Navarra, La Rioja y Cantabria, quizás por tratarse de autonomías de una sola provincia. Los gastos irracionales en aeropuertos en los que sólo aterrizan palomas se han dado en las autonomías. Las autovías con hierba medrando en las grietas del asfalto se han dado en las autonomías. Los cementerios urbanísticos que plagian a Chernobyl se han dado en las autonomías. Y los eres falsos; y los palmarenas; y los palaus; y los gúrteles... Claro que nos dirán que las autonomías no son el problema, sino los políticos deshonestos que las dirigen. Pero si le das una pistola a un mono, lo lógico es que acabes con un tiro. Y si le das una administración opaca e inútil a un partido político, se llevará hasta las sillas.
¿Y qué son las autonomías, en realidad? Algo que sólo exigían, y con las bocas chicas como ojetes, los vascos y los catalanes (quizás también unos cuantos gallegos) por razones lingüísticas. Quiero decir porque sus burguesías locales hablaban lenguas distintas del español. Al resto de las autonomías, que surgieron al amparo del artículo 143 de la Prostitución del 78, no aspiraba nadie, ni aunque se las disfrazaran de rayas de cocaína colombiana. Sin embargo, a la vista de las posibilidades que los opulentos capitostes locales vieron de entrarle al presupuesto autonómico con pala y carretilla, las tramitaron a matacaballo. Fueron y son las mismas burguesías que antes vivían en Madrid o aquellas cuyos tejemanejes se transaccionaban en la Villa y Corte.
Las autonomías han sido un fracaso tan palmario como el del Challenger o el del Columbia. Incluidas las autonomías de las nacionalidades históricas, como se ha demostrado ya hasta la aburrición. ¿O no es para cagarse de pie lo de Cataluña, cuyo más carismático
president ha confesado haber estado robando a sus ciudadanos, mercando con sus sentimientos
botifleros, desde que llegó a la Generalitat hasta que la dejó, a lo largo de todo un cuarto de siglo?
Una autonomía y un estado federado son casi lo mismo, tan parecidos como Luis de Guindos y Chiquito de la Calzada. En efecto, ambos inventos tienen territorio, habitantes censados, cuerpo electoral, poder ejecutivo, poder legislativo y poder judicial. Consecuentemente, hay que deducir que deben de gozar de soberanía, aunque en parte la tengan cedida al Estado en cuestiones reservadas al Gran Muñidor, el "gobierno pseudo-federal" con sede en Madrid.
Hablar del Estado Extremeño suena a chirigota, pero existe, amigos. Lo mismo que el Estado Murciano o el Estado Canario o el Estado de Madrid. Repito, son estados disimulados bajo el nombre de autonomías --sustantivo que más parece aludir a los taca-tacas para ancianos con poca movilidad que a artefactos para el ejercicio de la soberanía popular--, pero son estados con tantas competencias como Minnesota o Tartaristán.
De los casi doscientos estados de la Bola del Mundo, sólo veinticinco tienen una estructura descentralizada de gobierno. Unos por ser muy extensos (EEUU o la Federación Rusa, que abarcan diversos husos horarios, países cuyos aviones más rápidos por poco no llegan antes de salir); y otros porque surgieron de la unión de pequeños estados para constituir un país mayor, buscando eficiencia y tamaño suficiente (o compañía femenina, vaya usted a saber) para hacerse valer en el concierto mundial (Alemania, por ejemplo, aunque sus lánderes, sabiéndose más inútiles que las almohadas en un ataúd, entregaron una buena parte de sus competencias al estado federal no hace mucho). España ha ido contra corriente, como siempre nos gusta ir: al revés que la gente inteligente; porque los españoles parecemos cangrejos con picor en el culo: Así que, de un país que amaneció unido a diana, hicimos un rompecabezas ingobernable, caro e ineficiente, a retreta. Porque sí. Porque les apeteció a Carter y a Schmidt imponer lo que conocían sin tener ni puta idea de lo que era España.
A pesar de que todos los partidos del espectro político español son conscientes de lo que acabo de contar --bien pensado, "político consciente" huele a oxímoron--, ninguno propone la reversión de los poderes autonómicos al estado central o a los municipios y la liquidación de las autonomías. Ni siquiera lo propone Podemos. Será porque su programa es menos elástico que el casco del Titanic, e igual de frágil y expuesto.
La eliminación de las autonomías supondría la estabilidad inmediata de las cuentas públicas, que hoy parece que se apuntan a lápiz en la compresa de una coja al trote. Supondría poder devolver la deuda pública y borrar de un plumazo el apartado C del ignominioso artículo 135 de la Prostitución del 78. Supondría una reducción considerable de impuestos. Supondría mucho más dinero circulando, que es lo que le gusta hacer a los billetes, y no ser almacenados en las cajas de los bancos, como si fueran hongos en el chocho de una guarra. Supondría el fin de mil conflictos territoriales por recursos de todo tipo: hídricos, mineros, pesqueros... Supondría en fin de los nouenes, las sardanas inter-estatales, las "uves" folclórico-multitudinarias, los procesos y otras "cuestiones nacionales". Supondría el fin de los miles de leyes que cagan sobre nuestras adornadas cabezas los parlamentos autonómicos, repeticiones de la ley general con párrafos tan desconcertantes que parecen escritos en cirílico. Supondría que un camión cargado en Algeciras no pagara por cruzar España más tasas que por atravesar el resto de Europa, entrar en Asia y llegar a Vladivostok. Significaría la recuperación del sentimiento de pertenencia a una comunidad o "patria", si es que ello es posible a estas alturas de la orgía, que no lo creo, como no creo que jugar a la Lotería sea un plan de jubilación fiable. Y tendríamos superávit permanente y unas arcas rebosantes como el coño de una parturienta.
Lo que es más evidente que una verruga en la punta del nabo es que, en un país del tamaño de España, una administración intermedia entre Estado y administración municipal (ayuntamientos y diputaciones) hace menos falta que una
wifi en un cementerio. Las autonomías supusieron la creación de un millón de puestos de trabajo que antes no existían para ultimar la misma tarea: se reparten, mitad y mitad, entre enchufados que se dedican a hacer bolitas con la roña genital y trasuntos de los funcionarios estatales, machacas duplicadores de trámites.
Como consecuencia directa de su Estado Autonómico, España tiene ya el mayor índice de pobreza de toda la Unión Europea, con la mayor tasa de desempleo, es el tercero en déficit público y uno de los de mayor carga fiscal, aunque sus impuestos no sostienen el estado del bienestar ni dinamizan inversiones keynesianas, sino que mantienen una Administración de monstruosas tetas, para que mamen y se columpien en ellas los políticos, los usureros internacionales y otros delincuentes de cuello blanco.
Con tantas ventajas como tiene cargarse las autonomías... ¿por qué ningún partido lo plantea, aunque sólo sea en sus programas, que todos sabemos que se cumplen menos que las peticiones de los huérfanos a los Reyes Magos? ¡Joder, si no lo hace ni la extrema derecha fascista! No lo propone nadie.
Bueno, pues lo voy a exigir yo, que más ve un topo bizco que un lince de yeso:
¡Hay que disolver los tinglados autonómicos ya!
Hay que entregar la mayor parte de sus poderes a los municipios. Y algunos poderes, pocos, muy pocos, al Estado. Y si se quiere halagar a las antiguas "nacionalidades" de España de alguna manera simbólica, permitir que, en los actuales edificios de los parlamentos catalán, vasco y gallego, habiliten parques temáticos o museos de paleontología política. Y el resto de parlamentos que se remodelen como teatros o salones de baile. O como burdeles públicos, para aprovechar su fondo de comercio y acomodar a las miles de fulanas que se quedarán paradas al desaparecer tanto putero. ¡Que nos ahorraríamos 100.000 millones al año, joder! ¿Es que nos sobra el dinero?
Que no nos cuenten más milongas sobre austeridad. Lo que la putrefacta estirpe quiere es otra cosa. Se llama deshacer la sociedad española, convertirla en la más desigual de Europa. Se trata de vender nuestros esfínteres para que las teutonas se hagan con ellos gomas para el pelo; y nuestros prepucios para que los yanquis recauchuten neumáticos. Mientras, nuestra casta política sigue empajándose a robar dinero. Y en este sentido, creo que Podemos lleva camino de convertirse en castuza pura por no haber ni planteado en su programa la supresión de los tinglados autonómicos, cuando saben perfectamente que son auténticas cuevas de Alí Babá repletas de ladrones. ¿No dicen los podemitas que representan al pueblo? ¡Pues que le pregunten al pueblo abiertamente sobre las autonomías! Se van a cagar del susto con la respuesta.
MALDITO HIJO DE PERRA