¡Cuánta mentira!
Juan Laborda (26-07-2014)
La política económica implementada en la mayoría de las democracias occidentales desde el inicio de la actual crisis sistémica se diseñó, y continúa dibujándose, al margen de la defensa de los intereses de la ciudadanía. Se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo último de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, mientras que dejan a los ciudadanos, especialmente a los más pobres, con una sensación de impotencia y desesperación política.
Para ello cuenta con el apoyo de su brazo económico, la ortodoxia académica englobada en el
Consenso de Washington. Nos referimos a esa misma academia que fue incapaz de prever y anticipar nada. Ésta propuso, utilizó, y continúa usando, dos líneas básicas de política económica en lo que podemos calificar como una cínica perversión de las mismas, perturbando el uso para el cual fueron diseñadas. Se dice que con ello se pretende estimular la demanda, cuando en realidad se fomenta la especulación, la pobreza y la miseria.
Por un lado, una
política monetaria expansiva al servicio exclusivo de las élites, especialmente las bancarias, como venimos denunciando desde estas líneas. Se trata de una nueva droga de diseño de consecuencias tremendamente dañinas. Da una sensación de tranquilidad y protección cuando en realidad lo único que genera es un estado de nirvana, una mera ilusión óptica, vía inflación de activos. En esas estamos ahora.
Más deuda para sostener a las élites
Paralelamente, se está produciendo una
brutal expansión de la deuda pública en la práctica totalidad de las democracias occidentales. Detrás de ello no se pretende sostener el empleo, los ingresos, las pensiones, la seguridad de una vivienda, tener unos estándares salariales mínimos, o el derecho a una educación digna como elemento de mejora social. ¡No!, no hay nada de eso.
Sólo se está incrementando la deuda pública para financiar a terceros, sanear sus desaguisados, pero no a todos,
sólo a la superclase. El resto que espabilen.
Digámoslo claramente, se está protegiendo y rescatando la riqueza de unos pocos, los mismos que incitan y convierten el mundo en su casino, a la vez que trasladan sus ganancias a paraísos fiscales. Cuando se equivocan y pierden ingentes cantidades de dinero se las han arreglado para conseguir que el brazo político de turno los acabe rescatando.
Las cifras ponen de manifiesto que
Occidente en general, y muy especialmente nuestra querida
España, se encuentran inmersos en una nueva fase de apogeo de las élites, que en realidad oculta un empobrecimiento masivo de la ciudadanía. Se trata de un equilibrio inestable que al final acabará estallando. El colapso causado por el fraude bancario generalizado apenas les ha afectado, en tanto que ha acabado con la mayor parte de la riqueza acumulada durante los años de crecimiento por las clases medias y bajas. Si además se hunden las rentas salariales la situación se convierte en explosiva.
Esta situación ha sido en gran medida el resultado de las decisiones políticas y fiscales tomadas por los gobiernos occidentales en los últimos treinta años, especialmente tras la llegada al poder de
Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Se
fomentó una economía financieramente depredadora, retroalimentando procesos de endeudamiento ligados a burbujas financieras e inmobiliarias. El motor del crecimiento en occidente fue la deuda mientras los salarios caían.
Detrás de una tremenda incompetencia estructural se oculta en realidad la defensa de los intereses de la
superclase que, definitivamente, se ha quitado la careta. Impone sus condiciones al poder político, teóricamente emanado de la voluntad popular. Si hay que mentir a la ciudadanía descaradamente, se hace, y punto. Para ello cuentan, con el apoyo inestimable de unos medios de comunicación que, ahogados en sus miserias económicas, han hecho definitivamente dejación de responsabilidad.
La cruda realidad
A diferencia de la mayoría de los ciudadanos, la élite bancaria y financiera tiene la mayor parte de su riqueza financiera en activos de deuda y derivados de todo tipo, que se evaporarían si se dejasen caer a los bancos. Y he aquí el quid de la cuestión. Si se reestructurara el sistema bancario y se redujera su tamaño acorde con la economía real, serían los más ricos y poderosos los grandes perdedores. Ni lo han tolerado ni lo tolerarán. En su lugar, diseñaron una estructura de ahorro para la economía en la que su riqueza se mantiene, así como las instituciones que la controlan. ¡Y lo han hecho a nuestra costa!
Pero lo peor de todo es ver como
nuestros gobernantes se niegan a reconocer la relación causa-efecto entre rescates bancarios, a costa de los contribuyentes,
y empobrecimiento masivo de la ciudadanía. Aún resuenan en mis oídos las palabras recientes de
Luis de Guindos, el mismo que nos vendía lo rentable que iba a ser ese gran fiasco llamado
SAREB. Tras un
nuevo desaguisado del FROB, concretamente
Catalunya Banc, nos cuenta que su rescate, como el del resto del sistema financiero, era por nuestro bien, que mire lo que nos hemos ahorrado en intereses, bla, bla, bla. ¡No!, la deuda generada para financiar a terceros supera en nuestro país los 300.000 millones de euros desde el inicio de la crisis. Estas deudas en última instancia conllevan un empeoramiento de los servicios públicos y el sometimiento a la ciudadanía a una profunda represión social y política.
¡Cuánta mentira!
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