Alemania también despilfarra
Retrasos y sobrecostes en aeropuertos, óperas y estaciones no siempre útiles | La eficacia, el cumplimiento y el trabajo bien hecho pierden posiciones
Cuando
Alemania era modelo positivo, sus servicios de correos y paquetería funcionaban sin contratiempos, los trenes llegaban puntuales y los presupuestos y plazos de obras se cumplían. Olvídense de aquello. La cancelación de la guerra fría y sus obligadas emulaciones sociales, así como la aplicación de geniales reformas sociolaborales, han dado lugar a otro país en el que cada vez se trabaja peor.
El principal filósofo nacional, Jürgen Habermas, habla de una "berlusconización de Alemania". Sin duda una exageración. En realidad, si se observa el panorama de grandes obras públicas empantanadas, algunas de ellas manifiestamente innecesarias, habría que hablar de otra cosa: de la gran juerga.
En voz baja, casi en susurro, el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, lo ha dicho: el nuevo aeropuerto de Berlín-Brandemburgo tampoco se inaugurará en el 2014. Han sido tantas las alteraciones del acontecimiento y tantos los incrementos en la evaluación de lo que la obra va a costar que ya ni asombra. La polémica decisión de construirlo y jubilar los dos aeropuertos de la antigua ciudad dividida (Schönefeld y Tegel), que cumplen su misión con dignidad, data de 1996. Diez años después llegó la autorización judicial de la obra, a inaugurar en cuatro años. Se pospuso un año más y, cuando ya estaba todo preparado, con carteles en las calles saludando al "aeropuerto más moderno del mundo" para el 3 de junio del 2012, se anunció un problema en el sistema antiincendios que postergaba el asunto, primero hasta el 2013 y luego hasta el 2014. Pero no será el 2014, sino, se rumorea, el 2016 (Wowereit ya no menta fecha), y su presupuesto inicial de 2.300 millones de euros se ha más que doblado: podrían ser 5.700 millones.
Nadie ha sido aún capaz de explicar el cúmulo de razones que explican el desaguisado, lo que parece formar parte de la enfermedad. Errores técnicos, precariedad laboral, irresponsabilidad empresarial y, en el centro de todo ello, un misterioso sistema antiincendios que contiene una clara analogía política.
La gran obra berlinesa es un proyecto con tres padrinos: el Gobierno federal, el gobierno de Berlín y el de la región de Brandemburgo. Es decir, está implicado todo el arco parlamentario alemán; desde los liberales, hoy extraparlamentarios, hasta Die Linke, que gobierna en coalición con los socialdemócratas en Brandemburgo, pasando por los dos pesos pesados, CDU y SPD, al frente del Gobierno federal y de Berlín. Esa múltiple responsabilidad en el sistema antiincendios de esta faraónica obra actúa como extintor del escándalo y explica que ningún político haya dimitido.
Con todos sus problemas, el gran aeropuerto de Berlín es claramente superior al de Kassel-Calden, una versión alemana de ese vergonzoso sarpullido de aeropuertos ibéricos inútiles. Costó 270 millones, más de cuatro veces el presupuesto inicial. Fue inaugurado en primavera, pero desde octubre no ha visto ni un pasajero y sus 140 empleados se rascan la barriga. A 150 kilómetros del aeropuerto de Frankfurt y a 180 del de Hannover, ese aeropuerto no tiene futuro.
Cosas parecidas pasan con la estación ferroviaria de Stuttgart, con la Ópera del Elba, con la Deutsche Oper de Berlín, con el túnel ferroviario de Leipzig (coste inicial 572 millones, coste real: 960 millones), lo que sugiere una tendencia. El semanario Der Spiegel ve algo de eso y ha organizado la semana que viene un coloquio que lleva por título: "¿Puede Alemania ejecutar grandes proyectos?". La pregunta es retórica, por supuesto que puede, pero hay una clara observación para quien tenga memoria: en la vieja Alemania, estas cosas no pasaban.
Analizando el problema español, el editorialista Thomas Urban explica esta semana como la falta de transparencia ha fomentado la corrupción y ha agudizado la crisis en España. "Ni los medios ni los ciudadanos normales tenían acceso a las informaciones sobre adjudicación de obras públicas, una parte elemental de la política cotidiana escapaba así del control público", explica, utilizando un piadoso pasado. "No sólo los capítulos presupuestarios, sino también los miles de millones de la UE para infraestructuras se repartían a escondidas, el aislamiento de la élite fomentó la mentalidad de autoservicio", dice. Desde su nivel específico, comparativamente mucho menos dramático, también Alemania presenta claros síntomas de esta enfermedad del capitalismo desregulado versión luterana. En Stuttgart donde la absurda y cara nueva estación ferroviaria dio lugar a un referéndum y unas elecciones en las que la CDU perdió el gobierno de la región por primera vez desde la posguerra, en julio se celebró el "Congreso Europeo contra los grandes proyectos inútiles e impuestos".
Su comunicado final denunciaba un problema general: "La misma pérdida de dinero público en beneficio de una minoría, la misma devastación medioambiental y la misma negación de debate público" en las grandes obras innecesarias.
El prodigio del Elba
Cuando en el 2017 se estrene por fin la flamante Filarmónica del Elba, de Hamburgo, la estrella invitada debería ser Bianca Castafiore. Nadie mejor que el ruiseñor de Milan de Hergé cantando el aria de las joyas de Fausto y riéndose al verse tan bella en el espejo. El enorme mamotreto que preside el puerto de la muy seria y comercial ciudad se ha convertido en un chiste. Se comenzó a construir en el 2007, debía inaugurarse en el 2010. Al final quedará en una obra de diez años. No sería nada si no fuera porque su presupuesto inicial de 77 millones de euros se ha multiplicado por diez: ya asciende a 789 millones. ¿Cómo explicar tal prodigio? La obligada comisión parlamentaria de investigación acaba de presentar su informe. En lo que a responsabilidades se refiere, no deja títere con cabeza. Al coordinador del proyecto, Hartmut Wegener, le imputa incapacidad y soberbia; el administrador, Heribert Leutner, intentó engañar a la ciudadanía; el anterior alcalde, Ole von Beust, no se interesaba por el asunto; la senadora de Cultura de la ciudad Estado, Karin von Welck, prefirió callarse muchas cosas, y el inspector, Volkmar Schön, simplemente no ejerció sus responsabilidades. Respecto a los arquitectos estrella, Herzog & de Meuron, no presentaron los planos a tiempo. A este pastel sólo le falta la figura ibérica: ¿el pariente de quién se forró con tal desbarajuste? Todo lo demás cuadra: un feo cubo que contiene un hotel caro y 45 apartamentos de lujo sobre el que se levanta una estructura de cristal y acero que contendrá tres salas de concierto y la filarmónica.
http://www.lavanguardia.com/economia/20140109/54398929226/alemania-despilfarra.html