El mantra de la competitividad se agota
Juan Laborda (11-06-2014)
La maquinaria del poder político y económico de nuestra querida España, así como su entramado institucional, hace ya tiempo que entraron en una fase de descomposición. Las desigualdades, la pobreza, la indiferencia, la insensibilidad, las mentiras, la represión, la manipulación son aún sus señas de identidad. La novedad es que por primera vez en mucho tiempo los ciudadanos somos conscientes de ello y las élites extractivas empiezan a sentir el aliento de la ciudadanía. De ahí que diversas voces dentro del propio “establishment” hablen sobre la necesidad de cambiar algo las cosas.
En este contexto y de manera razonable, el presidente de la patronal Juan Rosell pidió abiertamente hace unos días subir salarios en aquellos sectores con beneficios. La reacción de los talibanes gubernamentales no se hizo esperar. Economía se niega a las subidas salariales propuestas por los agentes sociales. Todo ello en aras del nuevo mantra de la competitividad. Eso sí de los paquetes de remuneración de las castas gerenciales de los oligopolios patrios y de un sector bancario rescatado con el dinero de los contribuyentes ni pío. Normal, es ahí donde finalmente pretenden recalar ciertos responsables políticos tras años de “una escasa remuneración en el sector público”, aunque por sus méritos para muchos de ellos se antoja excesiva.
La postura del gobierno en torno a la propuesta de Rosell además de miserable demuestra, con perdón, que no tienen ni idea. Confunden competitividad con productividad. Ignoran el carácter anticíclico de esta última, y se empiezan a creer de verdad sus mentiras. Su reforma laboral es uno de los mayores fiascos de nuestra reciente historia democrática. El sector exterior está empeorando sin que ni siquiera entiendan el porqué. Pero vayamos por partes.
España nunca tuvo un problema de competitividad
Con la entrada en vigor de la segunda fase de la Unión Económica y Monetaria en 1994 y, muy especialmente, con la adopción del euro como moneda oficial el 1 de enero de 1999 se produjo un boom de la demanda interna. Las exportaciones en este período crecieron a ritmos vigorosos, apoyadas por las distintas devaluaciones de la peseta acaecidas a partir de septiembre de 1992, así como por la entrada en el euro con un tipo de cambio muy competitivo. Durante la fase de la mayor burbuja inmobiliaria de nuestra historia (1998-2007) las exportaciones de las empresas españolas continuaron creciendo a tasas importantes, apoyadas también por la expansión del comercio mundial. Crecían tanto en márgenes intensivos como extensivos.
Una vez que se desinfla la burbuja inmobiliaria, y se inicia la actual crisis sistémica nuestro país entra una recesión de balances, la demanda interna se desploma. Sin embargo, las exportaciones españolas, salvo en el año 2009 donde hubo una fuerte contracción del comercio mundial, continúan con su expansión, aunque a un ritmo menor. Y desde el gobierno descubren un nuevo “mantra”, el sector exterior y la competitividad como válvula de escape, aspecto que además cuadra muy bien con su ideología, los trabajadores que apechuguen.
El cacao mental del gobierno y sus apéndices económicos sobre la competitividad es hilarante. Las exportaciones españolas no han dejado de crecer desde 1994, es decir, no teníamos un problema de competitividad. La productividad revelada por las exportaciones era espectacular, y contradecía la productividad aparente del trabajo. Ésta última es endógena y anticíclica. No se molesten, esos talibanes no saben lo que esto significa.
Agotamiento de nuestro sector exterior
Lo peor de todo es que es ahora cuando empezamos a tener problemas de competitividad. Los Índices de Tendencia de la Competitividad - son como unos tipos de cambio efectivo real-, calculados por el Ministerio de Economía y publicados también por el Banco de España, son unos instrumentos que permiten medir la competitividad exterior de una economía, en cuyo cálculo intervienen los precios y los tipos de cambio nominal. Se suele utilizar o bien los precios industriales, o, mejor todavía, los índices de valor unitario de las exportaciones.
Pues bien desde la llegada del actual ejecutivo al poder no han mejorado nada, incluso aquellos que se calculan con precios industriales han empeorado. La competitividad, por lo tanto, empeora. Los últimos datos son concluyentes. Las exportaciones ajustadas por estacionalidad están cayendo alrededor del 2% interanual, mientras las importaciones corregidas por calendario crecen a tasas superiores al 20%. La única forma de mantener o aumentar nuestra cuota en el comercio internacional es a través de la modernización de nuestra industria exportadora, mediante nuevos procesos de inversión. Lo demás son milongas. Los costes unitarios de los bienes comercializables y exportables son muy bajos, de manera que las bajadas salariales no son un factor determinante de las mismas.
Fracaso de la reforma laboral
En realidad, las bajadas salariales que está experimentando nuestra economía se concentran especialmente en el sector servicios, no sujeto al comercio exterior. Desde el mercado laboral ello se traduce en una demanda de empleo precario, a tiempo parcial, muy mal pagado. Como consecuencia no hay subidas salariales y la recaudación de la Seguridad Social se hunde (aún no sabemos los datos de cierre de diciembre de 2013).
Con la reforma laboral del gobierno del PP, en definitiva, en nombre del internacionalismo moderno y de las mentiras de la competitividad, además de abaratarse el despido, los trabajadores perdieron la mayoría de sus derechos. La élite política y económica en vez de promover el talento, la innovación y el emprendimiento, decidió para el futuro de nuestros hijos, otra cosa bien distinta. La propuesta de Rajoy para nuestra querida España fue muy clara: los jóvenes españoles bien formados acabarían en el exilio, y el resto de españolitos de camareros de todos y cada uno de los turistas que vengan a España a tomar sol y playa. ¡Vaya si lo están cumpliendo! ¿Y luego se preguntan el hartazgo de la ciudadanía?