Un pico, beso cerrado sin lengua, superficial y breve, con los labios escondidos hacia dentro, es un acto que tiene todas las connotaciones que quieras menos sexuales. Tiene muchos contextos y ninguno es acosador ni agresor. El pico es eufórico, es un que te quiero no amoroso, un te comería a besos. No es un acto lascivo, salido, libidinoso, es como un techo del aprecio personal. Entiendo que se pueda escapar. Es cierto que se escapa más a un perfil cromagnon pero no por ello lo convierte en una agresión a la libertad sexual del receptor.
En este caso debe dimitir no por el beso en sí sino por relevancia pública, por agarrarse los huevos al lado de la reina, por levantar en volandas y cargar a hombros a una jugadora, por la suma de eso. Porque no es un comportamiento digno de un presidente. Pero se para ahí. Los mafiosos que han venido después se pueden ir a la mierda. Es una persecución de la maquinaria administrativa a una persona a la que se pretende coger como ejemplo de ajusticiamiento y exterminio público. Y esto es mucho más grave que el pico. Y la gente sin verlo.
Se quiere supuestamente proteger a las mujeres hasta un nivel tan elemental que se las hace pasar a todas, como género, como estúpidas que no pueden responder ni siquiera a situaciones tan nimias. Se las convence de que cualquier demostración de afecto leve o insinuaciones por parte de un hombre pueden ser acoso sexual aunque ellas no lo perciban así. De tanta matraca pues alguna se lo cree. Las mujeres se ponen a la defensiva, los hombres reculan, los niños pueden ser de 15 géneros diferentes y así, lentamente, se fractura una sociedad para acabar perteneciendo al Estado y no el seno de una familia.