El hombre que nunca estuvo allí
Es difícil hablar de géneros en un cine como el de los Coen, pues pocos saben plasmar a un tiempo lo trágico y lo cómico, lo real y lo irreal, la lección vital de alguien que conoce la vida demasiado bien y el disparate digno de un adolescente gamberro. Aquí, un drama en toda regla, salpicado de elementos cómicos desconcertantes (que cobran más sentido si tenemos en cuenta la última y más extraña etapa coeniana), con un tono raro, marciano (y nunca mejor dicho...). Con una galería característica de personajes vulgares, puteados sin piedad, muy humanos, sin verdaderos matices morales, en cuyo centro está Ed (Billy Bob Thorton, a lo Buster Keaton), un protagonista impagable, un individuo apático y que se deja llevar por todo. El laberíntico argumento, absurdo y perfectamente lógico al mismo tiempo, es significativo de una visión más estoica que nihilista de la realidad, una realidad que es Kafka en estado puro.
El cine negro, en cuanto a temas, ambientes, estereotipos, es la materia prima con que elaboran los hermanos una historia que empieza como crónica criminal, a lo James M. Cain, con unas motivaciones muy terrenales y del común de los mortales... y que termina siendo un drama existencialista sobre el hombre moderno, fingiendo ser humano en un mundo que no acierta a comprender. Un defecto muy señalado; varios finales, un titubeo final, más parecido a una suma de momentos inconexos (el accidente, el flashback...). La Johansson, un descubrimiento entonces, la redención de nuestro héroe y una autómata más, que hace lo que es más esperable de ella. Una fotografía descomunal (la versión en blanco y negro), luces y sombras a lo Orson Welles, dando lugar a un relato hipnótico y cuidado en extremo, tanto visualmente como en los diálogos... lo más obvio, el puto abogado y los discursos que larga.
Una cosa muy bruta, con una mala ostia sideral y encima a golpe de Beethoven. Joder, pues me ha encantado aún reconociéndole fallos.