(
Léon, 1994)
Mi favorita del director (la obra maestra sería, en este caso, El gran azul) vuelve a meterme en un auténtico torbellino de estética francesa contemporanea, muy Bessoniana, adaptada al mundo Hollywoodiense enfrascando a un héroe sin pasado ni futuro, con el alma puesta en su trabajo y que se verá zarandeado, emocionalmente, por esa Nathalie Portman en estado de gracia (como ya sucedía con Christian Bale, cuyo primer papel en ambos siguen siendo para mi gusto sus mejores trabajos), una little Lolita que verá en Leon su amor platónico y a su vez protector.
A dos aguas entre el cine de acción de rabioso contenido pero a su vez intimista y pausado, donde la vida de dos seres solitarios (y sin familia) que acabarán formando una trágica pareja sin destino ni happy end, una relación truncada. Jean Reno, un ser sin sombra, metódico, frío y calculador, de sentimientos retraídos, bebedor compulsivo de leche y cuidador de una planta (su única amiga), que no sabe leer ni escribir - podría decirse que es una continuación no patente del personaje que interpretó en Nikita - pero que acaba convirtiéndose en un protector de esa alma débil y frágil como Mathilda, quien a su vez acabará convirtiéndose en un arma letal.
Besson utiliza una fotografía soleada haciendo una extraña mezcolanza del cine de acción hollywoodiense amparado en las formas de su estilo tan particular. Cámara, estilo y formas muy particulares, de sello bastante distintivo y a la vez reconocible en una cinta de acción que se acabó convirtiendo en una pieza clave y título de culto reberenciado. Para ello recurre a una estética patente donde hará todo lo posible para envolver a nuestro protagonista en una aura de misterio, como si de un ser sin sombra se tratase (el principio, directo y efectista, ayuda a convertir a Leon en una especie de fantasma letal surgiendo de entre las sombras, donde el estilo tan particular del director muestra todas las cartas aún guardándose el as para el final).
Y aunque la película se vendió como una cinta frenética de acción al uso, es patente que no es el eje fundamental de toda la historia (pues es bien sabido que a escepción del principio y el final, una eficaz puesta en escena y un suave guiño al western donde se convierte en un duelo letal). El intimismo, las relaciones personales, el amor y paternalismo son el leiv motiv de toda la película. Una tragedia en toda regla amparada en una especie de cine de miradas para principiantes.
La nota histriónica extrema la pondría un Gary Oldman en estado de gracia, con un don para crear personajes salidos de madre cuyo agente federal corrupto de gatillo fácil le serviría para estar en el punto de mira (en el buen sentido) como uno de los mejores villanos de los noventa. Su presencia inquietante, su pose y sus diálogos ("¡A todo el mundo!") son hipnóticas, electrizantes y exageradas a partes iguales al igual que sus instintos criminales, aún no siendo nada innovadores, por lo menos convencen y complacen a un servidor.
La guinda del pastel la pone un Eric Serra de motivos ambientales, dotando a la película de sonidos y juegos de melodías que refuerzan el sentido de estar padeciendo una desgracia mayor (las notas musicales de los violines son muy minimalistas pero que consiguen un conjunto excelente). Pero nunca un tema de Sting y Björk habían jugado tan bien con la imagen.
Un clásico que no decae ni un ápice y estamos hablando ya de casi 20 años.