Respuesta: MAD MEN
Pongo aquí lo que he escrito:
SPOILERS
Mad Men S06E05 – “The Flood” (2013)
Director: Christopher Manley. Guionistas: Tom Smuts y Matthew Weiner.
Uno de los dos mejores capítulos en lo que se ha emitido de esta penúltima temporada —junto al exquisito “Collaborators” (S06E03)— comienza haciendo al fin sitio en el plantel de personajes a Bobby Draper, el hijo mediano de Don y Betty. Hacía tiempo que uno se preguntaba por qué no se empezaba a explorar la relación de Don con su propio hijo al tiempo que trataba de cerrar la herida que le abrió en canal su propio padre. Quizás el chaval aún era demasiado pequeño o era conveniente que Don viviese por un tiempo esa paz transitoria que empezó a terminarse al final de la pasada temporada. En cualquier caso, una vez visto cómo resuelven manejarlo los guionistas a lo largo de este episodio, la sensación de que se hayan acordado tarde es mínima, tales son la clase y la delicadeza con que se aborda en apenas tres escenas.
Así, encontramos a Bobby tumbado en su cama observando la pared de su habitación. Una habitación espaciosa, con muebles caros y molduras de madera, y con un papel azul cubriendo las paredes. Es un papel elegante, el papel perfecto para empapelar una habitación con buen gusto, con el punto justo de distensión en el dibujo de estrellas blancas para empapelar la habitación de un niño. Es el papel perfecto para una familia perfecta en una casa perfecta. Pero Bobby ve algo que no le gusta, y tira del papel dejando al descubierto los restos de la anterior habitación, la verdad de una familia rota ahogada en las apariencias.
Será otro acontecimiento, sin embargo, el que desatará una fuerza centrífuga en el capítulo: el asesinato de Martin Luther King. Estando reunidas todas las firmas de publicidad en sus premios anuales, con dos irónicas nominaciones para SCDP, la esperada aparición de Paul Newman en el atril se interrumpe con la noticia. La excitación frívola da paso al shock y al sollozo, se rompe la burbuja en cuestión de segundos, y todos sienten la necesidad de llamar a sus conocidos para compartir y advertir.
Las reacciones en las horas siguientes sirven hábilmente para retratar en el presente a muchos personajes de la serie: Ginsberg lamenta su cita doblemente fallida; Pete muestra por primera vez, en su arrepentimiento y su soledad, un amor sincero hacia Trudy en una bonita conversación telefónica, y en la oficina su indignación por la indiferencia de Harry el trepa; Betty y Henry quizás se quieren de verdad; Abe ve la oportunidad de su carrera lejos de la espalda de Peggy. También el consuelo de esta a su secretaria negra es ilustrativo: la abraza con sentimiento porque no puede tratarla como Don la trató a ella en su día. Porque tampoco se quedaría a gusto dándole un frío abrazo de medio lado como hace Joan con la secretaria (también negra) de Don. Es muy salomónica la contraposición de las reacciones de ambas asistentes, con un punto cómico en el segundo caso.
Pero es Don quien verá tambalearse de nuevo sus esquemas emocionales cuando pase unas horas en compañía de su hijo. Ambos ven por primera vez en una sala de cine a Charlton Heston noqueado frente a la Estatua de la Libertad hundida en la arena, culpándonos de haber arrasado con todo. Ambos quedan perplejos, el crío por la potencia del clásico de Schaffner, el padre por la vida que cobran esas imágenes tras lo sucedido. Y cuando deciden quedarse a verla de nuevo, cuando el chaval ve a un hombre negro ocupado en su trabajo limpiando las butacas, Bobby destroza el corazón de su padre. Don Draper, que se limitaba a recoger a sus hijos para que los cuidase Megan, a comprarles cosas, a sonreír porque ellos no tenían la culpa, también ve que el papel de las paredes no encaja, y ahora tendrá que decidir qué hacer con él.
Se trata de la primera vez que Mad Men mira con tanta determinación hacia el futuro en lugar de regodearse en lo que pasó o en el estilo de la época que esté tratando. Hemos visto a varios de los personajes más conservadores de la serie (Don, Betty, Joan) adentrarse en los bajos fondos de la ciudad de Nueva York para entrar en contacto con el caldero juvenil, pero nunca las nuevas generaciones habían tenido tanto hueco como en esta temporada y en este capítulo sobre el amor de los padres a los hijos, sobre el vértigo por los descendientes.
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En el plano técnico hay algunas asperezas pero fantásticos aciertos.
El guión pone en boca de Betty la explicación sobre el famoso papel (
Why are you destroying this house?) cuando no es nada oscura, y en boca de la secretaria de Peggy lo que pensaría Luther King de las protestas violentas, sin la sutileza de la que hacen gala los escritores en el resto del capítulo (
These fools running in the streets…It’s exactly what he didn’t want). También llama mucho la atención lo férrea que debe de ser la fidelidad al guión en el rodaje cuando los actores no añaden coletillas necesarias como saludos o agradecimientos que se echan en falta en algunas conversaciones.
Hay algún actor secundario dudoso como el pintoresco hombre de la compañía de seguros (aunque el enfoque es bueno visto el texto que le toca), pero otros son sensacionales: el chaval que hace de Bobby (Mason Vale Cotton) está bien, pero tanto la mujer de la inmobiliaria como la secretaria de Don (Teyonah Parris), la cita de Ginsberg, y Trudy (Allison Brie) bordan sus breves apariciones con reacciones y líneas perfectas, y dominio absoluto de su voz y de sus rostros. Hay alguna dirección de actores poco exigente como en la línea de Abe sobre ir a Harlem en esmoquin, o la respuesta del niño a la posibilidad de ver la película otra vez (pide mayor sorpresa, un giro de cabeza rápido). También el negro del restaurante oyendo la noticia del asesinato es para llevarse la mano a la cara. En los aciertos de dirección, además del trabajo con el fabuloso reparto en el resto del capítulo, destaca la escena en que Peggy le pide su opinión a Abe sobre la compra del piso. Cuando le escucha mencionar a sus futuros hijos, o cuando está convencida y feliz por la idea de Abe de reformar un piso en un barrio cualquiera y no vivir en el Upper East Side, Elisabeth Moss despliega su enorme talento en unos breves tiempos “muertos” de alegría casi cómica nada habituales en Mad Men. Y, por supuesto, la escena por la que se recordará este capítulo será el monólogo final de Don, una de esas cumbres de Jon Hamm en la serie que dan muestra del talento de un hombre al que solo habría que saber despertar en sus momentos de piloto automático. Bien el sonido, imperfecto, captando hasta el último roce para que escuchemos el chirriar de su conciencia.
En cuanto a puesta en escena la elegancia marca de la casa sigue en forma, con buenos detalles como Trudy al teléfono sentándose y levantándose en el mismo plano, o esos tres planos similares de Don y Megan repartidos en el metraje: él en primer término a la derecha, ella en segundo a la izquierda…y desenfocada. Junto a Don y alejada de él.
En montaje también hay dos detalles afinados en cortes de cierre de escena: uno dramático en el descanso de los premios, alargando para dar sensación de espera incómoda; otro cómico en la cena de Ginsberg y la chica, cuando esta le responde que no se gana dinero de profesora al tiempo que se come una patata frita, y el corte llega al instante.
Otro capítulo imprescindible.