"¡O nosotros o el caos!", gritaba el orador ante la muchedumbre en el ya clásico chiste de Chumy Chúmez. "¡El caos, el caos!", respondían los presentes. Y con ellos, sin duda, Álex de la Iglesia. Su último trabajo, Mi gran noche, es fundamentalmente eso: un homenaje atolondrado a la Nochevieja como estado de ánimo, a la dicha de no estarse quieto, al descontrol de estar vivo, a la idiotez, a la alegría en 'playback', a las pollas (con perdón) de las despedidas de soltera, a lo que sobra en tiempos de escasez, al dolor de tripas, al empacho de ibuprofeno, al espidifén, a la sidra El Gaitero, a la etiqueta de anís del Mono, al señor Don Simón, al tetrabrik como concepto, a la utopía 'borderline' de Sálvame, a la droga sin diseño, a la dentadura incorrupta de Raphael, al 'Me gusta' de Facebook... No es tanto caos, de hecho, como inquietud. Eso o el nerviosismo propio de un síndrome de abstinencia. Por el motivo que sea.
De la Iglesia arranca con una brillante intuición. ¿Y si esos programas de fin de año tan nuestros fueran algo más que el ejemplo más lamentable de estupidez que son? ¿Y si (cuidado que vienen curvas) además fueran la metáfora perfecta de en lo que nos hemos convertido? Piénsenlo. ¿No nos pasamos media vida intentando 'pasárnoslo bien'? ¿No es verdad acaso que si algo tenemos nosotros, los españoles (con o sin Fernando Trueba), es alegría de vivir? ¿Y qué me dicen de los chistes de 'mariquitas' y de los de 'gangosos'? Tan graciosos. Y así.
Lástima, y aquí vienen las malas noticias, que la intuición se quede en eso: en un intento apenas apuntado, en un inicio de algo que no empieza nunca. El problema fundamental es que todo en la película es básicamente un problema. Y eso, pasado un rato, acaba por provocar mareos. Es como si en su empeño por parodiar o simplemente interpretar un fenómeno, la película acabara transformada en el mismo objeto parodiado o interpretado. De otro modo: poco se diferencia Mi gran noche de un programa de Nochevieja. De los malos (¿hay otros?). El hecho de que una buena parte del reparto sea él mismo habitual de la televisión en tiempos de fin de año, no ayuda. Al final todo parece y, lamentablemente, acaba por ser lo mismo. Más de lo mismo.
Cuando muy cerca del final, el personaje interpretado por Pepón Nieto se levante y diga aquello de "Somos figurantes de nuestras propias vidas" es inevitable desesperarse. ¿Por qué la película no se hace fuerte en esta idea en vez de descontrolarse desde el primer hasta el último segundo? ¿Por qué no se serena en ningún momento el ritual de ganar por acumulación? ¿Por qué no se calla nadie?
Y luego está Raphael. Y aquí sí, nos ponemos serios de puro optimismo. Nunca antes el cantante con ph positivo había estado mejor. Es más, nunca antes, teniendo en cuenta que no hacía cine desde 1971, había simplemente estado. Es villano, brutalmente autoparódico y muy Raphael. O, mejor, más Raphael que nunca a fuerza de interpretar lo contrario a sí mismo. No sé si me explico. El director, aquí sí, hace valer la primera idea, la buena, y arranca al respetable las mejores carcajadas. Es así.
El chiste de Chumy Chúmez, por cierto, se cerraba con el prohombre contestando a la muchedumbre que se confesaba partidaria del caos: "Da igual, el caos también somos nosotros". Pues eso.
El director Álex de la Iglesia tenía fijación por trabajar con el cantante Raphael. Ya lo percibimos en Balada triste de trompeta, titulada como uno de los temas que aparecían en Sin un adiós (1970), cuyas imágenes, con Raphael vestido de payaso, formaban parte del clímax final de la película. Ahora vuelve a repetir la jugada en Mi gran noche, pero en esta ocasión ha tenido la oportunidad de contar con el cantante como el verdadero maestro de ceremonias
Tiene De La Iglesia la capacidad para extraer de la cultura popular española todo el jugo necesario para convertirla en elemento referencial en sus películas, que se encuentran repletas de símbolos icónicos de nuestra historia reciente. Y para el realizador, Raphael «representa la idiosincrasia española. Tiene un trasfondo y un background que nos define».
Mucho de ese universo mitómano está presente en Mi gran noche, la película más coral de Álex de la Iglesia, la más caótica y también esperpéntica, y que gira en torno a la grabación de un programa de televisión de Año Nuevo. En él, dos figuras, una representante de la vieja escuela (Raphael con un toque de irresistible autoironía), y un joven cantante ídolo de jovencitas (Mario Casas), se disputarán ser el primero en aparecer en pantalla tras las uvas. «Él trata de defender su jerarquía ante tanta porquería que hay alrededor. Es una persona que está defendiendo su prestigio y todo lo que ha conseguido en la vida. Yo lo entiendo perfectamente», nos contaba Raphael, en Madrid unos días antes de la presentación de la película en San Sebastián.
Junto a él, encontramos un nutrido número de caras conocidas del cine español, desde Carmen Machi a Blanca Suárez, pasando por Pepón Nieto, Hugo Silva y hasta llegar a su musa, Terele Pávez. A De la Iglesia le gusta el circo, el espectáculo, y de algún modo sus películas terminan convirtiéndose en eso. Él suelta a sus fieras, a sus leones, pero no siempre es capaz de domarlas y conducirlas de la manera adecuada.
Dice el realizador vasco que ha querido encerrar a un grupo de gente en una situación de la que no puede salir. Y de cómo se vuelve loca y pierde la razón. ¿Una metáfora sobre la situación de España? Por ahí van los tiros, pero en clave trash y despendolada marca de la casa. Y aunque en muchos momentos la anarquía supere a la sátira, ahí está Raphael para arreglarlo. Sus momentos junto a Carlos Areces son míticos. Quizás por eso, al cantante le ha picado el gusanillo y quiere seguir actuando, porque, como él dice, «yo soy un chico que está empezando». Por su parte, a De la Iglesia le gustaría completar una trilogía: «El siguiente paso es convertirlo en psychokiller».
La última película que rodó como actor fue en 1971. Se llamaba Volveré a nacer. Desde entonces, Raphael no había vuelto a hacer cine. "De vez en cuando algún director o productor me decía que volviese al cine. Yo siempre pedía el guión. No se trataba de ser protagonista o no sino de tener un guión", explica. "El único que entendió eso fue Álex".
Después de cortejarle para Balada triste de trompeta, Álex de la Iglesia le envió el guión de Mi gran noche. "Cuando lo leí me gustó mucho. Le vi muchas posibilidades. Lo consulté con mi hijo Manuel y me dijo: '¿Qué temor tienes, papá?'".
Raphael solo tiene buenas palabras hacia Álex de la Iglesia. "Más cómodo todo hubiese sido imposible". Dice que no tiene nada que ver con Alphonso, su personaje en la película. "Sí conozco a gente que es así, pero yo no soy así. Los más grandes artistas son gente muy normal. Esas manías y tonterías están en los que no han llegado a conseguir sus sueños".
Desde su última película hasta la nueva han pasado muchos años. Todo ha cambiado. "No tiene nada que ver. Antes era una cámara y plano contra plano. Ahora ves a los demás, comes con ellos, te ríes con ellos... Es una convivencia, es como estar de vacaciones. Yo me lo he pasado muy bien", señala. "Cuando estoy de gira, en mi banda llevo a toda una gente detrás y a veces hay rencillas. Aquí no había nada de nada".
A Mario Casas, Blanca Suárez, Hugo Silva y el resto de compañeros les seguía la pista. "Mi obligación es saber quién es todo el mundo, qué se está cociendo". Al único que conocía personalmente era a Carlos Areces. "Era muy fan mío. Ahora me llama papá".
Le encantaría repetir pronto en el cine. "Si viene un director, el que sea, con un guión maravilloso, lo haré. Quiero hacer más cine". Eso sí, tendría que ser compatible con su calendario ya cerrado. "Sé lo que voy a hacer hasta final del año que viene. Es difícil encontrar a un productor de cine que espere año y medio".
También le gustaría cambiar de registro. "En mi carrera me gusta desorientar al personal. Cuando hago un disco de una forma el siguiente no puede ser ni parecido. Me gustaría que en el cine pudiera pasar lo mismo. Si he hecho una película en la que la gente se ríe, me gustaría hacer una en la que ocurriese todo lo contrario. Y a la siguiente otra vuelta de tuerca, hacia otro lado".
En Mi gran noche hay una broma con Julio Iglesias como protagonista. "Él se va a morir de risa con eso. Tiene mucho sentido del humor". Mario Casas interpreta al relevo generacional: un ídolo de masas nacido de la televisión. Raphael no tiene nada en contra de esos talent shows. "Es muy respetable, todo el mundo tiene derecho a soñar. No tengo nada en contra de la gente que quiere cumplir sus sueños, me parece maravilloso. Yo salí de un concurso de radio. Yo cantaba por teléfono. Tenía 11 años y llamaba todas las semanas. Siempre ganaba. 100 pesetas cada semana".
Se hizo una tv movie con Juan Ribó como Raphael. "Estaba bárbaro. Cuando le conocí le dije que no me imitase. Todo el mundo cae en la parodia. Lo hizo de quitarse el sombrero". Su familia ya ha visto Mi gran noche. "A todos les ha gustado. Tengo un hijo que es director de Allí abajo, la serie de televisión. Él siempre me dice las verdades del barquero".
Acaba de salir su nuevo disco. Y ya ha grabado el siguiente: con nuevos autores españoles. "Manuel Alejandro casi no escribe y llevo varios años haciendo mis propios éxitos de distintas maneras. He dado el paso de a ver qué tal me va con la gente joven. Yo no las tenía todas conmigo, era muy temeroso. No quería que me hiciesen mis canciones. No quería un Como yo te amo,En carne viva o Digan lo que digan. Me han hecho canciones muy buenas gente como Manuel Carrasco e Iván Ferreiro". Ahora sigue de gira por toda España con la Sinfónica y el año que viene continuará por Latinoamérica, Estados Unidos y Rusia. "Yo soy actor, pero, como no tengo mala voz, canto", dice con su inconfundible ironía.