Durante años, una de las cosas que definían la administración pública en Estados Unidos era la profesionalidad y competencia de sus reguladores, y cómo eran capaces de aislarse de influencia política y actuar bajo criterios puramente técnicos. Uno de los efectos colaterales del fervor anti-estatal de los republicanos en tiempos recientes (y es reciente: Reagan era liberal, pero nunca se le hubiera pasado por la cabeza desmontar la FAA), ha sido el desmantelamiento de la capacidad técnica de muchas de estas agencias, y en el caso de la aviación, el fin de la hegemonía regulatoria americana en amplios sectores de la economía mundial.
La excesiva regulación es un problema en muchos sectores de la economía, ciertamente, y es muy posible que haya sitio donde los funcionarios sobran. La historia del 737 MAX 8, sin embargo, y el colapso del sistema regulatorio para aviación civil en Estados Unidos, son un recordatorio que antes de eliminar cualquier regulación, por pequeña que sea, debemos evaluar con mucha calma sus posibles consecuencias.