De forma casi enternecedora, los americanos se han dedicado a designar como servicios de alta velocidad líneas que Renfe calificaría como mucho como regionales con ínfulas; en Connecticut, una línea de «alta velocidad»
nuevecita opera a unos meteóricos 130 km/h. Proyectos que en Europa llevarían un par de años se convierten aquí en operetas inacabables de coste desmesurado. Substituir un puentecito de 170 metros
acaba costando 1000 millones de dólares sin que nadie sepa bien por qué.
Cuando intentan hacer algo realmente grande, como la proyectada y eternamente a-punto-de-empezar-las-obras LAV entre Los Ángeles y San Francisco, el descontrol es aún mayor. La cosa empezó con 65.000 millones de dólares de presupuesto, una cifra desmesurada; la LAV Madrid-Barcelona, de una longitud y complejidad semejantes, apenas pasó de los 10.000. Lejos de desanimarse, los políticos en California han seguido adelante, y
la obra anda anda hoy por los 100.000 millones de presupuesto, con las obras casi sin empezar.