Curso 1984, de Mark L. Lester
Delirante título ochentero que empieza siendo una especie de “Rebelión en las aulas” pasado de rosca, tras lo cual se les va la olla a los guionistas y deciden convertirlo en un violento slasher lleno de muertes absurdas. El protagonista es un buenazo y bienintencionado profesor de música que se ve enfrentado a una banda juvenil cuyos miembros parecen representar absolutamente todo lo malo; mafia, drogas, extorsión, homosexualidad, prostitución… todo exagerado a más no poder y con una sutileza que brilla por su ausencia. En esencia, aparentemente una tontería de película que sin embargo se toma en serio a sí misma desde que comienza hasta que termina, no tan inocente como parece y con una obvia moralina tirando a fascista.
Entre el impagable reparto (con sus pintas ochenteras más impagables todavía) destaca sobre todo la aparición de un Michael J. Fox adolescente con apariencia de recibir mil collejas. Divertidísimas escenas como la del profe dando clase con una pistola o la del notas que trepa a la bandera, y es que por mucho que la peli sea una castaña y Mark L. Lester un negado como director, se lo pasa uno genial ante tanto despropósito.
De culto total.
Tommy, de Ken Russell
Adaptación cinematográfica del álbum conceptual de The Who, donde se nos cuenta la historia de un joven que queda ciego, sordo y mudo después de un trauma infantil, pero se termina convirtiendo en una estrella mundial del pinball.
Histérica, excesiva y desmadrada “ópera rock”, es decir, una película cantada y musicalizada de principio a fin con las canciones de una de las bandas más importantes de la historia del rock, los británicos The Who. La excéntrica historia del protagonista y su familia no deja de ser una excusa para un desfasado festival de excentricidades y ocurrencias producto de una ingesta masiva de LSD o de algo peor, con cameos tan insignes como los de Elton John y Eric Clapton, andando por ahí también el maestro Jack Nicholson. Es decir, lo que nos cuentan están siempre por debajo de la rebuscada, chillona y violenta manera de contarlo, y ahí se supone que está la gracia.
Producto, imagino, de una época (setentera) y de unas circunstancias muy concretas, se trata de un musical agotador en su conjunto y con secuencias muy gratuitas, de hecho se muestra capaz de llegar a la náusea (baños de chocolate con fabada, no digo más…). Russell no es precisamente elegante, con una realización alocada y un montaje funde-cerebros que no todo espectador tolerará, pero para los amantes de lo bizarro se trata de una cita obligada.