Old joy, de Kelly Reichardt
Historia de dos viejos amigos que emprenden una excursión por la montaña después de mucho tiempo sin verse.
Sin más argumento que éste, la directora realiza una película de treintañeros que no tiene nada que ver con las de Apatow y compañía, aunque en cierta medida el asunto que aborda no deja de ser el mismo, es decir, las vueltas que da la vida cuando se llega a cierta edad, el paso del tiempo. “Old joy”, donde aparentemente no ocurre nada, va sobre el final de la amistad entre dos hombres y su intento por recuperar ese vínculo que han perdido. Uno de ellos se ha casado y espera su primer hijo, el otro continúa siendo una especie de hippie errante, ambos han tomado caminos diferentes y ya nada volverá a ser como era antes.
Con este doloroso trasfondo, realmente se nos describe algo que pertenece a la vida misma, con unos protagonistas aislados en medio de la naturaleza, como en un paréntesis de su rutina en el cual evocan los viejos tiempos. No conocemos nada de su pasado ni circunstancias, cobrando importancia esa parte de su relación que ambos callan, eso que el espectador percibe pero ellos no verbalizan. Sobre el supuesto trasfondo “homo” que subyace y que sugiere una escena concreta, también es algo que se deja a la interpretación de cada uno y que en realidad queda en segundo plano (o sea, que puede ser que sí o que no, pero poco importa).
Kelly Reichardt demuestra aquí ser una maestra de la sutileza, del “menos es más”. Una retratista ausente pero delicada, cuyo ramalazo “progre” no enturbia una firme intención de hablar sobre el ser humano desde la pura sencillez.