Harkness_666
Son cuatro
Django, de Sergio Corbucci
Recordado “spaghetti western”, tanto por los homenajes/plagios tarantinianos como por ser un clásico dentro de un género donde predomina la caspa en su estado más puro. O sea, que es fácil imaginarse al Quentin viéndosela de cabo a rabo cientos de veces, pues es una película muy “suya”. Cine descaradamente “exploitation” y pasado de vueltas, diversión gamberra a costa de los tópicos de toda la vida. El argumento, estereotipado a más no poder, siendo memorables el principio y el final, con un bache central importante (a mi parecer). Lo mejor, el personaje de Django, una presencia sumamente carismática la de Franco Nero, con un rol típico de estas historias; pistolero solitario que arrastra un pasado tortuoso y cuentas pendientes, que busca la redención, con una puntería sobrehumana y un notorio afán de venganza. Todo ello hecho con cuatro duros y unas pocas (y bien aprovechadas) localizaciones.
La película está llena de villanos grotescos y absolutamente patibularios, aparte de una joven desvalida que establece un absurdo romance con Django, quien le da calabazas sin cesar. También algún momento gore, destacando el famoso corte de oreja que fue censurado en el metraje original (por la crudeza y la gratuidad que supone, no me extraña en absoluto), macarradas y frases lapidarias para la posteridad, y sobre todo, detalles muy icónicos; el puto ataúd que arrastra nuestro héroe de un lado para otro y la sorpresa que contiene, las máscaras rojas de los malos (una especie de fanáticos religiosos sureños)... o el lírico plano final en el cementerio, que revela cómo finalmente consige dejar atrás su pasado de una vez por todas. En cuanto a la parte técnica, hay abundantes zooms y una realización chapucera, con unos encuadres por momentos muy torpes. Pero destacan la fotografía, tan llena de suciedad, y cómo no, una épica banda sonora.
Muy destacable título que va más allá del western. Un cine tan elemental, tan primitivo, que encuentra su principal virtud precisamente en esa esencia tan mugrienta, sin complejos de ningún tipo.
Recordado “spaghetti western”, tanto por los homenajes/plagios tarantinianos como por ser un clásico dentro de un género donde predomina la caspa en su estado más puro. O sea, que es fácil imaginarse al Quentin viéndosela de cabo a rabo cientos de veces, pues es una película muy “suya”. Cine descaradamente “exploitation” y pasado de vueltas, diversión gamberra a costa de los tópicos de toda la vida. El argumento, estereotipado a más no poder, siendo memorables el principio y el final, con un bache central importante (a mi parecer). Lo mejor, el personaje de Django, una presencia sumamente carismática la de Franco Nero, con un rol típico de estas historias; pistolero solitario que arrastra un pasado tortuoso y cuentas pendientes, que busca la redención, con una puntería sobrehumana y un notorio afán de venganza. Todo ello hecho con cuatro duros y unas pocas (y bien aprovechadas) localizaciones.
La película está llena de villanos grotescos y absolutamente patibularios, aparte de una joven desvalida que establece un absurdo romance con Django, quien le da calabazas sin cesar. También algún momento gore, destacando el famoso corte de oreja que fue censurado en el metraje original (por la crudeza y la gratuidad que supone, no me extraña en absoluto), macarradas y frases lapidarias para la posteridad, y sobre todo, detalles muy icónicos; el puto ataúd que arrastra nuestro héroe de un lado para otro y la sorpresa que contiene, las máscaras rojas de los malos (una especie de fanáticos religiosos sureños)... o el lírico plano final en el cementerio, que revela cómo finalmente consige dejar atrás su pasado de una vez por todas. En cuanto a la parte técnica, hay abundantes zooms y una realización chapucera, con unos encuadres por momentos muy torpes. Pero destacan la fotografía, tan llena de suciedad, y cómo no, una épica banda sonora.
Muy destacable título que va más allá del western. Un cine tan elemental, tan primitivo, que encuentra su principal virtud precisamente en esa esencia tan mugrienta, sin complejos de ningún tipo.
