Un largo adios, de Robert Altman, 1973
Otro que la descubre a raíz de Inherent Vice y cae rendido... Es maravilloso lo que ocurre si al cinismo habitual del cine negro se le añade un extraño sentido del humor, un personaje de vuelta de todo y un tono melancólico. Calculo que es lo que PTA descubrió en la novela de Pynchon y decidió tomar la peli de Altman como referente. Esta extraña combinación funciona como un reloj, en la que el humor marca de la casa de Altman además casa a la perfección con el desengaño propio de los 70. Un Marlowe sarcástico y quemado, unas vecinitas porno hippys, un Hemingway playero, matones muy bobos (Arnie incluido, quizá su mejor papel) y un caso que importa muy poco, componen el espacio para que la película deambule por la ciudad de Los Ángeles de inicios de la década de los 70 sin decaer en ningún momento.
Mi primo Vinny, de Jonathan Lynn, 1993
Comedia por la que siento cierta debilidad, y no solo por la maravillosa actuación de Joe Pesci. La historia es más simple que el funcionamiento de un bocata. Ralph Macchio (un John Cazale ochentero de serie B) y su colega, son detenidos por un homicidio que no han cometido en el corazón de Alabama, tierra de libertad. Desesperados aceptan la ayuda del primo Vinny, abogado primerizo que con extraña metodología sabrá sobreponerse a las complicaciones de un caso en el que el veredicto parecía escrito de antemano. Típica cinta de clichés culturales del sur de EEUU, y el manido discurso de la confrontación del urbanita hortera con el paleto redneck (centro y periferia que diría un podemita postmderno). Pero la interpretación de Pesci y en menor medida (aunque le valió el Oscar) de Marisa Tomei, la hacen bastante digerible y cuenta con algún momento grandioso, como Pesci saliendo a tiros porque hay una lechuza que no le deja dormir.
Stroszek, de Werner Herzog, 1977
Desoladora y aterradora metáfora de la alienación del ser humano ante los "poderes" sean cuales sean que no le permiten vivir en paz o alcanzar unos mínimos de dignidad. Bruno S. sale de la cárcel haciendo firme propósito de enmienda con el alcohol. 5 minutos más tarde entra en un bar y comienza su libertad. Pero en Berlín unos matones chunguísimos utilizarán el uso de la fuera bruta para imposibilitar esa libertad (recuerdo de totalitarismos pretéritos?) Acompañado de una prostituta y una anciano decrépito, se marchan a América a buscar una vida mejor y se encuentran con la misma miseria vital, sólo que en vez de utilizar la dominación física la ejercen con traje barato de Walmart y sonrisa beatífica. La América soñada es una cuneta apestosa donde van a parar los inadaptados, en una especie de limbo transitorio. Refugio de camioneros y gente que vive en ruta, sin poder establecerse, la propia casa que habitan es un espacio móvil. Y encima ese sistema se acabará apropiando de ella sin que puedan hacer nada por evitarlo. Bruno acabará delinquiendo y huyendo en busca de un lugar libre, pero su aventura acaba dando vueltas en una metáfora sobre su propio destino, aumentado en una escena final tan desgarradora como cruel, en ese circo grotesco donde la imagen del pollo que baila no me extraña nada empujara a Ian Curtis al suicidio.