Portero de noche, de Liliana Cavani
Historia de una pasión desgarradora y animal, de dos individuos unidos por sus más bajos instintos y en contra de toda lógica, marcados por un pasado del que no pueden huir, cuya tortuosa relación es el reflejo de una pulsión de muerte... y en efecto, la muerte parece ser el único destino posible para ambos, alimañas nocturnas y reprimidas (él, empleado de hotel, ella, casada con un aburrido director de orquesta) y seres a todas luces disfuncionales (a diferencia de otros nazis orgullosos que quieren “curarse” la culpa y no ver su propia monstruosidad). Las escenas de sexo, tan gráficas para la época... hoy no escandaliza ni a la abuela, todo sea dicho. Lo mejor, la pareja protagonista; la belleza fría, inescrutable, de la Rampling (pedazo carne con ojos) y el hieratismo principesco del Bogarde... ambos hacen mucho por aportar autenticidad, aún con una simple mirada.
No puedo decir lo mismo del resto de la película, que me ha dejado (por desgracia) bastante a medias, pues todo lo que digo arriba tal vez no termina de traducirse bien en imagenes, perdiéndose el enorme impacto y el potencial malrollista de semejante argumento. No me convence lo disperso del asunto, con subtramas (como la del cocinero) y personajes (de bastante trazo grueso) que no me importan demasiado. La dirección es una cosa bastante horripilante, plagada de zooms (la situación de encierro final, por ejemplo, no creo que explote como debería)... destaca, como mucho (creo yo) esa alternancia del campo de concentración con la flauta mágica mozartiana, así como la poderosa iconografía de cierta escena, el numerito de la Rampling (lo que más ha trascendido) que sí que me transmite esa locura, esa poética de la decadencia, que falta otras veces.