Harkness_666
Son cuatro
Los perros, de Marcela Said
Mariana, una mujer perteneciente a la alta sociedad chilena, entabla una relación cada vez más íntima con su profesor de equitación, un militar de oscuro pasado que está siendo procesado por su implicación en la dictadura. Con ecos lejanos a El portero de noche, una crítica no tanto de un régimen como de las complicidades y los silencios que con el tiempo adoptan las élites de un país como es Chile, debido a su colaboracionismo. La protagonista, una mujer-niña, infantil y mimada, supone tanto una personalidad compleja como la encarnación de una clase social indolente, despreocupada de toda cuestión ética y en una feliz burbuja, hasta que choca contra la realidad. El coronel, personaje igualmente con sus recovecos interiores, tiene algo de personificación del mal, un tipo indeseable que no reniega de nada, ni engaña a nadie... y sin embargo, es el más coherente de todos, y su relación con Mariana, la única sincera y espontánea (bastante arriesgada la relativa humanización de semejante individuo).
Por su parte, el resto de personajes masculinos dejan bastante que desear: un marido hipócrita y paternalista (y gilipollas, con su espadita), un padre cuya apariencia extrovertida (puta caricatura humana, por cierto, la interpretación del actor) oculta a un tipo sin escrúpulos, por no hablar del policía gañán y lo que ocurre entre ella y él (a diferente de éste, el coronel es quien la complace a ella, en lugar de ser un mero objeto sexual). La cuestión femenina, que muestra a personas destinadas a ser madres y mujeres-florero en ciertos contextos sociales, está también presente, como la metáfora machacona de los perros, tanto por la presencia de los propios animales como por su representación artística, que dan a entender la fascinación por lo turbio... si es que los auténticos perros no son precisamente los de cuatro patas (en este sentido, el plano final lo encuentro redundante). El final, una pretendida rebeldía, creo yo, que hace que todo siga igual, aunque tengo mis dudas sobre lo que la directora nos ha intentado decir.
Queda una propuesta, en general, no exenta de interés, aunque encorsetada en sus pretensiones simbólicas y de denuncia, así como floja en el aspecto formal (bastante tosco y sin grandes alicientes este apartado).
Mariana, una mujer perteneciente a la alta sociedad chilena, entabla una relación cada vez más íntima con su profesor de equitación, un militar de oscuro pasado que está siendo procesado por su implicación en la dictadura. Con ecos lejanos a El portero de noche, una crítica no tanto de un régimen como de las complicidades y los silencios que con el tiempo adoptan las élites de un país como es Chile, debido a su colaboracionismo. La protagonista, una mujer-niña, infantil y mimada, supone tanto una personalidad compleja como la encarnación de una clase social indolente, despreocupada de toda cuestión ética y en una feliz burbuja, hasta que choca contra la realidad. El coronel, personaje igualmente con sus recovecos interiores, tiene algo de personificación del mal, un tipo indeseable que no reniega de nada, ni engaña a nadie... y sin embargo, es el más coherente de todos, y su relación con Mariana, la única sincera y espontánea (bastante arriesgada la relativa humanización de semejante individuo).
Por su parte, el resto de personajes masculinos dejan bastante que desear: un marido hipócrita y paternalista (y gilipollas, con su espadita), un padre cuya apariencia extrovertida (puta caricatura humana, por cierto, la interpretación del actor) oculta a un tipo sin escrúpulos, por no hablar del policía gañán y lo que ocurre entre ella y él (a diferente de éste, el coronel es quien la complace a ella, en lugar de ser un mero objeto sexual). La cuestión femenina, que muestra a personas destinadas a ser madres y mujeres-florero en ciertos contextos sociales, está también presente, como la metáfora machacona de los perros, tanto por la presencia de los propios animales como por su representación artística, que dan a entender la fascinación por lo turbio... si es que los auténticos perros no son precisamente los de cuatro patas (en este sentido, el plano final lo encuentro redundante). El final, una pretendida rebeldía, creo yo, que hace que todo siga igual, aunque tengo mis dudas sobre lo que la directora nos ha intentado decir.
Queda una propuesta, en general, no exenta de interés, aunque encorsetada en sus pretensiones simbólicas y de denuncia, así como floja en el aspecto formal (bastante tosco y sin grandes alicientes este apartado).