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Santur
Hoy, sesión doble de brujería vasca:
Akelarre (Pablo Agüero, 2020)
Una de las favoritas a los Goya de este año, en clave de fábula sobre el feminismo con algunos tintes ¿abertzales? En todo caso, estamos ante una producción de medios algo limitados que comienza de manera un tanto titubeante y confusa, con abundantes diálogos en euskera disparados a la velocidad del cohete Saturno V que dejan poco tiempo para empatizar con las sufridas (y hermosas) protagonistas, así como un tratamiento de la Inquisición arquetípico y cercano a la parodia. Afortunadamente, a mitad de la proyección el film gana en solidez y enfoque para culminar en un interesante, frenético y bizarro clímax, en el que el dramatismo patético (en el buen sentido) se une con la bufa, que acaba por dejar un buen sabor de boca a pesar de las numerosas carencias globales del film.
Akelarre (Pedro Olea, 1984)
Indudablemente fuente de inspiración del anterior film, supone una reimaginación también en clave sociopolítica de hechos reales acaecidos en la Navarra del s. XVI, cuya estructura se sustenta en tres conflictos principales: catolicismo vs. viejas costumbres paganas, castellanos vs. navarros, y campesinos vs. señores feudales. El film cuenta con un espléndido elenco técnico artístico: guión de Gonzalo Goikoetxea (habitual de Eloy de la Iglesia, ambos muy cercanos también en lo profesional y personal a Pedro Olea), BSO de Carmelo Bernaola, foto de un J.L. Alcaine en estado de gracia, y un estupendo plantel de actores, de entre los que destacan naturalmente los consagrados J. L. López Vázquez como el temible inquisidor, y muy especialmente Mary Carrillo como la curandera y matriarca de la comunidad semipagana de la aldea. El duelo verbal entre ambos es sin duda la escena más potente del film. Lamentablemente, el desarrollo correcto de los conflictos y matices históricos se pierden al condensar esta historia, de enormes posibilidades dramáticas, en apenas hora y media de proyección, a la que además Olea imprime un ritmo errático y una puesta en escena poco inspirada, que sólo se salva por la imponente luz (y oscuridad) de Alcaine. Lástima que Eloy De La Iglesia no se hubiese hecho cargo de este film, muy cercano a sus propios intereses en muchos elementos, porque el resultado habría sido bastante más estimulante.
Un saludete.
Akelarre (Pablo Agüero, 2020)
Una de las favoritas a los Goya de este año, en clave de fábula sobre el feminismo con algunos tintes ¿abertzales? En todo caso, estamos ante una producción de medios algo limitados que comienza de manera un tanto titubeante y confusa, con abundantes diálogos en euskera disparados a la velocidad del cohete Saturno V que dejan poco tiempo para empatizar con las sufridas (y hermosas) protagonistas, así como un tratamiento de la Inquisición arquetípico y cercano a la parodia. Afortunadamente, a mitad de la proyección el film gana en solidez y enfoque para culminar en un interesante, frenético y bizarro clímax, en el que el dramatismo patético (en el buen sentido) se une con la bufa, que acaba por dejar un buen sabor de boca a pesar de las numerosas carencias globales del film.
Akelarre (Pedro Olea, 1984)
Indudablemente fuente de inspiración del anterior film, supone una reimaginación también en clave sociopolítica de hechos reales acaecidos en la Navarra del s. XVI, cuya estructura se sustenta en tres conflictos principales: catolicismo vs. viejas costumbres paganas, castellanos vs. navarros, y campesinos vs. señores feudales. El film cuenta con un espléndido elenco técnico artístico: guión de Gonzalo Goikoetxea (habitual de Eloy de la Iglesia, ambos muy cercanos también en lo profesional y personal a Pedro Olea), BSO de Carmelo Bernaola, foto de un J.L. Alcaine en estado de gracia, y un estupendo plantel de actores, de entre los que destacan naturalmente los consagrados J. L. López Vázquez como el temible inquisidor, y muy especialmente Mary Carrillo como la curandera y matriarca de la comunidad semipagana de la aldea. El duelo verbal entre ambos es sin duda la escena más potente del film. Lamentablemente, el desarrollo correcto de los conflictos y matices históricos se pierden al condensar esta historia, de enormes posibilidades dramáticas, en apenas hora y media de proyección, a la que además Olea imprime un ritmo errático y una puesta en escena poco inspirada, que sólo se salva por la imponente luz (y oscuridad) de Alcaine. Lástima que Eloy De La Iglesia no se hubiese hecho cargo de este film, muy cercano a sus propios intereses en muchos elementos, porque el resultado habría sido bastante más estimulante.
Un saludete.
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