EL HOMBRE LOBO (The wolfman) (la clásica, la de Universal)
Otra de esas espinitas cinéfilas que me quito, y es que independientemente de su auténtica calidad, hay películas con un legado tan improtante que son de visionado obligatorio. Los films clásicos de terror de la Universal, películas como
Drácula, El hombre invisible, Frankenstein, La mujer y el monstruo o este
El hombre lobo entran sin lugar a dudas en esta categoría.
Bien, veamos...
El hombre lobo, como muchas del género, se divide en dos partes muy diferenciadas. Por un lado está la historia humana, la narrción de la vida del protagonista cuando aún es un ser humano normal y corriente o cuando en este estado se enfrenta a las consecuencias de su mal. Por otro están las escenas que pide el público: el personaje transformado atacando a otras personas, luciendo sus nuevas habilidades, normalmente en un despliegue muy lucido (para la época) de efectos especiales y maquillaje. Es esta parte, la del licántropo en sí, la que tal vez ha sufrido las consecuencias, buenas y malas, del paso del tiempo. Es evidente que el ser lobuno (creado por el legendario Jack Pierce) ya no asusta en pantalla. Sus evidentes prótesis, su camisa impoluta y abotonada hasta el cuello y sus curiosos andares han sustituido el miedo clásico por una sensación de entrañable nostalgia. No hay monstruos tan cinematográficamente románticos como los de la Universal (luego llegaría la Hammer y empezaría el desmadre).
Teniendo en cuenta que la mitad sobrenatural de la película ha perdido parte de su intención original, son las secuencias "humanas" las que realmente cargan con el peso de la película, y a pesar de su evidente ingenuidad se presentan aún sorprendentemente sólidas en muchos aspectos. No sé hasta que punto son intencionados algunos detalles del guión de Curt Siodmak, pero la caracterización de los personajes y la mayoría de los diálogos no han sobrevivido demasiado mal. Luego está el reparto, que reúne a tres auténticos iconos de la historia del cine de terror: Lon Chaney Jr., Claude Rains y Bela Lugosi, los tres correctísimos; nada espectacular pero sin pega. Rondan por ahí también la totalmente olvidable Evelyn Ankers y la grimosa Maria Ouspenskaya.
Respecto al plano más formal, George Waggner rueda de forma más o menos competente, sin grandes aspavientos; la ambientación pseudovictoriana (¿en qué época es, exactamente? Salen carros y campesinos, pero también coches y complicados aparatos mecánicos) cumple dando un halo de misterio, y la música de Charles Previn añade un toque entre romántico y tenebroso al conjunto.
En general,
El hombre lobo no ha envejecido demasiado mal, y pese a unos resultados ya originales no especialmente brillantes (salvo en puntos como maquillaje y demás), su condición de clásico y de creador de legado cinematográfico la convierte en película de culto y de visionado obligatorio.