Joder, quiero hacer una pausa aquí para que leáis esto, por favor. Donde hay una frase como ésta: (Janusz Kaminski es el mejor director de fotografía del cine contemporáneo, con perdón de Christopher Doyle). Lo gracioso es que lo firma TOMÁS FERNÁNDEZ VALENTÍ, uno de los críticos más reputados del país. Estoy tristísimo:
Sé que muchos se sonreirán (vienen haciéndolo desde hace años) por mi apuesta por Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, y dirán que ello se debe únicamente a mi interés por el cine de Steven Spielberg, que me ciega, me atonta, o algo así. No. Este cuarto Indiana Jones atesora la cualidad que hizo grande en su momento a En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981): una alegría por hacer cine, y además con tanto sentido del humor, acompañada además de una manera casi perfecta de planificar, filmar y montar la cual, discúlpenme, sigue pareciéndome irresistible. Si En busca del arca perdida fue fruto del entusiasmo de sus responsables, Spielberg y George Lucas, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal exhibe a cambio la grácil madurez, la fácil dificultad o la difícil facilidad, dígase como se quiera, de un cineasta que a estas alturas tiene ya tal dominio de las imágenes que prácticamente no necesita hacer nada para reafirmar su personalidad: cada encuadre rebosa su autoría. No hay ninguna película de acción contemporánea que despliegue semejante caudal de sabiduría fílmica y que lo haga además con tanta sencillez y eficacia, en el borde mismo de la pura abstracción: la primera media hora es, en este sentido, prodigiosa, y la imagen que la cierra, inolvidable: la estampa de Indiana Jones iluminada a contraluz por la tenebrosa luminiscencia de un hongo atómico. El film apuesta con decisión por su carácter deliberadamente anacrónico, narrando, con imágenes brillantísimas (Janusz Kaminski es el mejor director de fotografía del cine contemporáneo, con perdón de Christopher Doyle), un relato que tiene la cualidad de no tomarse nunca en serio a sí mismo, pero sin por ello perder de vista el substrato aventurero y humorístico que lo sustenta. Cine situado en otra época, en otra dimensión, en un mundo irreal con reglas propias, y a la vez fácilmente reconocible, confeccionado con la materia de la que está hecho el propio cine, de ahí esas evidentes referencias, que tanto han molestado a algunos, a Marlon Brando y a Tarzán, y que, para colmo de esas personas, tan serias ellas, concluye con una extraordinaria auto-cita: de nuevo los extraterrestres como máxima expresión de la fantasía, de la no-realidad, en un imaginativo clímax resuelto con admirable concisión narrativa: un único plano para mostrarnos lo mismo para lo cual otros emplearían treinta o cuarenta: la demolición del templo, el despegue de la nave alienígena y la inundación del valle. Para rematar la faena, un final socarrón, la boda de Indiana Jones, llena de blancos cegadores que resaltan su carácter onírico (¿nadie se dio cuenta?), que concluye con un bello llamamiento a la aventura: el sombrero del arqueólogo arrastrado por el viento, entrando en la iglesia para reclamar la atención de su dueño. Me he extendido más con esta película que con la superior Pozos de ambición, y lo he hecho porque a esta última no le faltan valedores y a la otra sí.