Harkness_666
Son cuatro
Hampa dorada, de Mervyn LeRoy
Rico (Edward G. Robinson) es un delincuente de poca monta cuya ambición le lleva a ascender progresivamente dentro del mundo del crimen, tomando el nombre de “Little Caesar”. Sin embargo, su socio (Douglas Fairbanks) prefiere ser bailarín y llevar una vida honrada.
Es considerado uno de los títulos pioneros del cine negro estadounidense, al lado de otros como “Scarface” o “El enemigo público”. Narra el ascenso y la caída de un gángster, historia arquetípica donde las haya y revisitada innumerables veces dentro del género. El entorno criminal del momento, el auge de las bandas mafiosas, con la posibilidad de medrar fácilmente… todo ello está ya aquí, al igual que las consideraciones morales y el fatalismo de no poder escapar de la delincuencia (aunque el “bueno” parece que aquí se salva, tal vez por evitar su naturaleza). La cita bíblica que sirve de apertura, de hecho, habla por sí misma.
A su favor cuenta con la sobriedad y la depuración narrativa del mejor cine clásico, dando pistas y resolviendo momentos clave con la mayor eficacia posible (aunque escenas como la del asesinato del club parecen un poco precipitadas incluso). Por otra parte está el malcarado G. Robinson como protagonista, actor de voz estridente e inquietante apariencia que parece una auténtico mafias, haciéndose con la película él solo.
Tal vez no llega a la maestría de la gran “Los violentos años veinte” o de las otras que he citado, pese a todo, un notable e importante clásico de un género entonces incipiente.
Rico (Edward G. Robinson) es un delincuente de poca monta cuya ambición le lleva a ascender progresivamente dentro del mundo del crimen, tomando el nombre de “Little Caesar”. Sin embargo, su socio (Douglas Fairbanks) prefiere ser bailarín y llevar una vida honrada.
Es considerado uno de los títulos pioneros del cine negro estadounidense, al lado de otros como “Scarface” o “El enemigo público”. Narra el ascenso y la caída de un gángster, historia arquetípica donde las haya y revisitada innumerables veces dentro del género. El entorno criminal del momento, el auge de las bandas mafiosas, con la posibilidad de medrar fácilmente… todo ello está ya aquí, al igual que las consideraciones morales y el fatalismo de no poder escapar de la delincuencia (aunque el “bueno” parece que aquí se salva, tal vez por evitar su naturaleza). La cita bíblica que sirve de apertura, de hecho, habla por sí misma.
A su favor cuenta con la sobriedad y la depuración narrativa del mejor cine clásico, dando pistas y resolviendo momentos clave con la mayor eficacia posible (aunque escenas como la del asesinato del club parecen un poco precipitadas incluso). Por otra parte está el malcarado G. Robinson como protagonista, actor de voz estridente e inquietante apariencia que parece una auténtico mafias, haciéndose con la película él solo.
Tal vez no llega a la maestría de la gran “Los violentos años veinte” o de las otras que he citado, pese a todo, un notable e importante clásico de un género entonces incipiente.