Alfredo Relaño | 25/08/2010 Pues fue un chasco. Ante el Bernabéu lleno, en el trofeo que invoca el nombre del patriarca, en el cincuentenario del mejor fútbol que se ha visto en ese campo y ante un rival elegido cuidadosamente para una noche lucida, el nuevo Madrid se nos quedó en nada con sifón. Un bonito, precioso diría mejor, gol de Di María. Un penalti, ya sobre la hora, para engordar un poquito el parco resultado y nada más. El Peñarol se sostuvo bien, con esa categoría eterna que tiene el fútbol uruguayo al que, está claro, nunca se puede despreciar. No son jugadores lujosos, pero son futbolistas que conocen el oficio, que tienen orgullo, que respetan la historia de su club.
Mourinho lo miraba todo con esa cara que siempre tiene, como de haber pasado la noche anterior en vela. De cuando en cuando anotaba, arrancaba las hojas y se las daba a Karanka. La televisión se entretenía con eso y hacía bien, porque era lo más distraído del partido. Flojeaba Khedira, flojeaba Ozil, flojeaba el conjunto, se ponía nervioso Cristiano hasta lo cargante, con esos malos modales que se le escapan. Poco juego, poco remate, poca diversión, algunas buenas salidas del Peñarol, que se iba animando, con un juego que giraba en torno a Estoyanoff, viejo conocido, viejo y conocido, con un paso modesto por el fútbol español.
Tras el descanso fueron saliendo otros. El Madrid se configuró más abierto, con Pedro León y Di María en las bandas. Mourinho propone un equipo de geometría variable, que puede manejar más de un modelo incluso en el mismo partido. Pero falto de conjunción, de electricidad y entusiasmo, estuvo siempre soso. Una perla de Di María y gol, que sentó como un vaso de agua en el desierto. Luego, al final, penalti a Van der Vaart que, por cierto, no me parece estar por debajo del equipo. El propio Van der Vaart lo transformó con un golpe sereno y seguro. Dos a cero, poca cosa para lo que se esperaba. Y la Liga ya está ahí...