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Somos sombras y ceniza"
A mitad - finales de los 90 Ridley necesitaba un éxito como el comer. Éste se presentó en pleno año 2000, logrando además el renacer de un género casi extinto y olvidado (el peplum) y que a su vez se convertiría en un punto de inflexión, un antes y un después en la carrera del director siendo ésta la que demostraría que Ridley tenía madera para el género épico. El resultado más satisfactorio no podía ser. Por varios motivos. El guión a tres manos (David Franzon, John Logan y William Nicholson), e inspirándose en títulos como "La caída del imperio romano" o "Espartaco", enfocaron la historia del general que es convertido en esclavo y de ahí a gladiador para conseguir venganza sobre la muerte de su esposa e hijo contra un César maquiavélico y pérfido dio en el clavo aunque fuese un guión sencillo en cuanto a entramado pero muy eficaz en su exposición, aunando además unas escenas de acción realmente conseguidas, donde Scott enfocaba la cámara con un estilo particular, aunando espectacularidad y dinamismo a partes iguales.
Sin ir más lejos la primera escena, con la batalla contra los germanos, es todo un prodigio de la narrativa y la exposición. Y aunque los detractores siempre han tachado al cine épico del director de no saber enfocar la acción e incluso de ser muy mal ejecutada y abusando de obturador para darle ese tono tan marca de la casa siempre he considerado "Gladiator" un prodigio de la acción del nuevo milenio. Una acción bien expuesta, con un montaje arriesgado y ante todo una forma de narrarla muy eficaz, sobre todo por ser de una fisicidad absoluta, bastante violenta pero consiguiendo su propósito. Aparte de que el género necesitaba una vitalidad mucho más efusiva, mucho más dinámica y ante todo una fuerza visual que Ridley Scott. Pero no sólo ya en las formas sino en la fotografía de John Mathieson radica la belleza de los tonos fríos y azulados frente a los colores tostados presentando los contrastes de tiempo y estación. Son escenas cargadas de una poesía visual impresionante. No se puede negar que ciertos efectos digitales no han resistido el paso del tiempo. Cítese las construcciones que resultan un tanto cantosas. Pero sigue siendo un daño menor.
Otro de los mayores aciertos de la película es la colección de actores en estado de gracia. Empezando por un Russell Crowe en el papel que lo lanzó al estrellato pues previamente siempre había sido un secundario solvente, eficaz y con presencia inquebrantable. Pero su Máximo se convirtió en un héroe por antonomasia. Su porte, su carisma y sus dotes artísticas lograron darle un empaque logrado. Quizás los valores y envergadura del personaje acaban convirtiéndose en un vengador con el don de la espada y la estrategia en cualquier campo, ya sea en la batalla o en la arena, pero consiguió solventar la carencia en el guión con la fuerza narrativa de la acción y la física en las escenas de acción (sirva como ejemplo todas y cada una de las escenas de acción pero también el diálogo con Richard Harris). Al otro lado de la balanza se encuentra Joaquin Phoenix como Cómodo. Un hombre embriagado de poder, incestuoso, arrogante y misógino. Quizás abusa un tanto del histrionismo o el exceso de ego por parte del actor creyendo que por gritar demasiado o poner cara de malvado irremediable era motivo suficiente para conseguir la tan ansiada estatuilla pero es imposible negar el carisma y el esfuerzo del actor por ofrecer un villano en condiciones, por muy maníqueo que pueda aparentar o parecer.
El resto de secundarios son igualmente importantes en esta historia de traiciones, conspiraciones, batallas y luchas sangrientas. Como es el caso del malogrado Richard Harris, excelente como Cesar y cuyas apariciones son las mejores (esa primera escena como un hombre cansado y atisbando su muerte entre la nieve o los diálogos hablando de lo que ha conseguido y perdido por Roma), al igual que el tristemente fallecido Oliver Reed como Próximo, un actor con cine en las venas y sin ser un personaje destacable él consigue darle la fuerza y vitalidad necesaria para conseguir un rol formidable. Al igual que Connie Nielsen, esa mujer calculadora y fría pero que sigue enamorada de Máximo. Una mujer completamente bella. Son actores que están puestos con un propósito y que funcionan en sus apariciones. Consiguiendo demostrar, una vez más, que el director es un buen director de actores.
El propósito de Ridley Scott era, aparte de demostrar que podía volver a ser el mejor (aunque nunca había dejado de serlo), volver a revivir un género olvidado, darle el espectáculo que necesitaba, convertirlo en un reclamo y a su vez darle el enfoque y la fuerza exigible para que no cayera en saco roto o como mínimo no resultase un fracaso tanto en taquilla como de crítica. Si bien es cierto que en cuanto a guión no acabó siendo todo lo perfecto que podía llegar a ser, quizás por no haber sido tan laborioso en las escenas calmas o referentes a la política como en las escenas de acción (por las cuales siempre será recordada y referenciada) sí que puede seguir estando contento pues es una película cuanto menos eficaz. Por muchos motivos. Ya sea por la exposición de la aventura, la acción, el suspense y la épica. Ya sea por la buena interacción de sus actores. Diálogos correctos cuanto menos y todo envuelto con una dosis espectacular de cine con mayúsculas. Añadiéndole una partitura legendaria, clásico desde el mismo instante que fue estrenada, por parte de un entregado e inspirado Hans Zimmer, convirtiéndose en un icono del género y un referente. El éxito fue rotundo y garantizado.