txemix
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Respuesta: Cerrado Megaupload
Megaupload
JUAN MANUEL DE PRADA
SOSPECHO que el cierre de Megaupload, así que pasen cincuenta o cien años, será contemplado como el detonante de una batalla cuyas proporciones aún ni siquiera podemos imaginar. A simple vista, parece una batalla contra la piratería en internet; pero se trata de algo mucho más vasto y amedrentador. Desde luego, cerrar Megaupload para evitar la descarga ilegal de archivos digitales protegidos por derechos de autor resulta pueril y grotesco: mañana mismo los archivos que se hospedaban en Megaupload ya habrán hallado alojamiento en otro sitio. Y si mañana ese sitio es también cerrado, se abrirán cincuenta más; y así sucesivamente, en progresión geométrica. No hace falta ser ningún lince para vislumbrar que así ocurrirá; y sospecho que a los gerifaltes que hayan diseñado este golpe, aunque no sean linces, tampoco se les escapará que su acción es completamente inútil, o incluso perjudicial, pues los nuevos servicios de almacenamiento y descarga que surjan tras el cierre de Megaupload mejorarán las prestaciones del servicio que ayer cerraron. Y puesto que una evidencia tan gigantesca no puede escapárseles, hemos de deducir que han cerrado Megaupload con otro propósito.
Y ese propósito no es otro sino irnos preparando para lo que viene. El cierre de Megaupload sirve, en primer lugar, para medir el grado de resistencia de los usuarios de internet ante el atropello arbitrario, pues supongo que en Megaupload, junto a archivos protegidos por derechos de autor, convivirían otros muchos perfectamente legales. Al hacer desaparecer ese material por las bravas, quienes han planeado esta operación desean calibrar hasta dónde alcanza la reacción popular; y, viendo que tal reacción no ha sido excesiva, habrán concluido que la gente está «bizcochable» para formas más ensañadas de allanamiento e intromisión en su intimidad. Y aquí enlazamos con el propósito final auténtico de una operación de estas características: no se trata de cerrar un servicio de descargas ilegales, sino de ir acostumbrando a la gente a una vigilancia policial de sus navegaciones por internet, para evitar tales descargas ilegales (o para evitar, en realidad, lo que les venga en gana). Cuando, un tanto ingenuamente, se compara el cierre de Megaupload con la ley seca que, hace casi un siglo, prohibió la venta de alcohol en los Estados Unidos y favoreció la floración de un negocio ilegal de producción, distribución y venta de bebidas alcohólicas se olvida una diferencia esencial: hace casi un siglo, no existían medios materiales que permitieran localizar los lugares donde tales negocios se efectuaban, pues para ello se hubiese necesitado un infinito número de policías que, con infinitas órdenes judiciales de registro, hubiesen inspeccionado casa por casa, almacén por almacén, sótano por sótano. Hoy hay ingenios que registran al dedillo nuestras navegaciones por internet: de momento (dicen que) tan sólo los emplean para seguir el rastro a pederastas y distribuidores de pornografía infantil; veremos lo que ocurre de aquí a unos pocos años.
Recuerdo a un amigo ingeniero de telecomunicaciones que me aliñó, hace ya más de una década, mi primera conexión a internet. A este amigo le provocaba gran hilaridad que la gente se creyera que internet había venido a expandir la libertad y no sé cuántas zarandajas más. «Nunca se ha inventado un procedimiento tan fácil ni tan barato para tener a la gente controlada», me dijo entonces. Esa es la batalla que ahora comienza, mucho más vasta y amedrentadora que una mera escaramuza contra la piratería; y sospecho que esa batalla tiene un vencedor y un perdedor asegurados.
http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20120121&idn=1502323608375#
Megaupload
JUAN MANUEL DE PRADA
SOSPECHO que el cierre de Megaupload, así que pasen cincuenta o cien años, será contemplado como el detonante de una batalla cuyas proporciones aún ni siquiera podemos imaginar. A simple vista, parece una batalla contra la piratería en internet; pero se trata de algo mucho más vasto y amedrentador. Desde luego, cerrar Megaupload para evitar la descarga ilegal de archivos digitales protegidos por derechos de autor resulta pueril y grotesco: mañana mismo los archivos que se hospedaban en Megaupload ya habrán hallado alojamiento en otro sitio. Y si mañana ese sitio es también cerrado, se abrirán cincuenta más; y así sucesivamente, en progresión geométrica. No hace falta ser ningún lince para vislumbrar que así ocurrirá; y sospecho que a los gerifaltes que hayan diseñado este golpe, aunque no sean linces, tampoco se les escapará que su acción es completamente inútil, o incluso perjudicial, pues los nuevos servicios de almacenamiento y descarga que surjan tras el cierre de Megaupload mejorarán las prestaciones del servicio que ayer cerraron. Y puesto que una evidencia tan gigantesca no puede escapárseles, hemos de deducir que han cerrado Megaupload con otro propósito.
Y ese propósito no es otro sino irnos preparando para lo que viene. El cierre de Megaupload sirve, en primer lugar, para medir el grado de resistencia de los usuarios de internet ante el atropello arbitrario, pues supongo que en Megaupload, junto a archivos protegidos por derechos de autor, convivirían otros muchos perfectamente legales. Al hacer desaparecer ese material por las bravas, quienes han planeado esta operación desean calibrar hasta dónde alcanza la reacción popular; y, viendo que tal reacción no ha sido excesiva, habrán concluido que la gente está «bizcochable» para formas más ensañadas de allanamiento e intromisión en su intimidad. Y aquí enlazamos con el propósito final auténtico de una operación de estas características: no se trata de cerrar un servicio de descargas ilegales, sino de ir acostumbrando a la gente a una vigilancia policial de sus navegaciones por internet, para evitar tales descargas ilegales (o para evitar, en realidad, lo que les venga en gana). Cuando, un tanto ingenuamente, se compara el cierre de Megaupload con la ley seca que, hace casi un siglo, prohibió la venta de alcohol en los Estados Unidos y favoreció la floración de un negocio ilegal de producción, distribución y venta de bebidas alcohólicas se olvida una diferencia esencial: hace casi un siglo, no existían medios materiales que permitieran localizar los lugares donde tales negocios se efectuaban, pues para ello se hubiese necesitado un infinito número de policías que, con infinitas órdenes judiciales de registro, hubiesen inspeccionado casa por casa, almacén por almacén, sótano por sótano. Hoy hay ingenios que registran al dedillo nuestras navegaciones por internet: de momento (dicen que) tan sólo los emplean para seguir el rastro a pederastas y distribuidores de pornografía infantil; veremos lo que ocurre de aquí a unos pocos años.
Recuerdo a un amigo ingeniero de telecomunicaciones que me aliñó, hace ya más de una década, mi primera conexión a internet. A este amigo le provocaba gran hilaridad que la gente se creyera que internet había venido a expandir la libertad y no sé cuántas zarandajas más. «Nunca se ha inventado un procedimiento tan fácil ni tan barato para tener a la gente controlada», me dijo entonces. Esa es la batalla que ahora comienza, mucho más vasta y amedrentadora que una mera escaramuza contra la piratería; y sospecho que esa batalla tiene un vencedor y un perdedor asegurados.
http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20120121&idn=1502323608375#