Espantoso, inexplicable, desconcertante bodrio que no merece ni ser llamado película, más bien una idea senil que de alguna manera llegó a convertirse en película. Dice Luis Alberto de Cuenca (gran amigo de Garci) en los comentarios del DVD, que en el segundo visionado se captan mejor los detalles, en el tercero se aprecian mejor las sutilidades argumentales, que en el cuarto… lo que usted diga, caballero, yo creo que ver esta cosa por cuarta vez sólo es posible si te llamas Mohammed y vives en Guantánamo.
Todo lo que un director de cine puede hacer mal, Garci se encarga de hacerlo peor. La idea de un Holmes desencantado y desmitificador tampoco es nada nuevo y no es la primera vez que se lleva adelante, tal vez porque el personaje es tan característico y arquetípico que siempre se ha sentido la necesidad de otorgarle cierto misterio y vida interior. El Holmes de Garci bien se podría llamar Perico el del los Palotes, ya que se trata de un personaje absolutamente incoherente, con ese carácter impasible y prepotente de quien posee una inteligencia superior y que le lleva a ser un misántropo, pero que aquí nos lo presentan al mismo tiempo como a un romántico y pedantesco intelectual que no cesa de escupir citas cultas. Lo cual, al lado de lo otro, carece del menor sentido.
Sin embargo, esto tan solo es el principio. Ya que desde que empieza hasta que termina, a lo largo de más de dos largas horas, la abominación fílmica que nos ocupa sencillamente no hay por dónde agarrarla. Cual título de David Lynch, el espectador se encuentra desorientado, perdido, a veces profundamente turbado y sin saber muy bien qué demonios le están contando (si es que le están contando algo). La ¿acción? se va desenvolviendo lentamente entre bostezos, como si nada de lo que ocurre le importara a nadie, y unas escenas suceden a otras sin apenas relación a través de incontables fundidos, que parecen ser el único recurso narrativo que el amigo Jose Luis conoce. ¿Clasicismo? ¿Sobriedad? No, más bien caspa, ranciedad digna del peor y más cutre teatrillo filmado. Al lado de esto, “Amar en tiempos revueltos” es Barry Lyndon, y el resultado lo que recuerda es a las reconstrucciones históricas de los documentales de la 2, con espantosas transiciones en plan PowerPoint incluidas, hasta tal punto parece llegar la desidia, la pachorra y el desinterés de Garci y de todo el personal involucrado. Por no haber no hay ni música, pero no porque no interese (como es el caso de gente como Haneke o el Dogma), sino porque directamente se la suda.
No hay personajes ni argumento que valga, y si lo hay, no va a ninguna parte (Garci cita “La aventura” de Antonioni, pero no cuela). No cuela ni la premisa del Holmes crepuscular y decadente, ni el Macguffin de ir a Madrid a investigar los crímenes de Jack el Destripador… porque tampoco hay investigación. Todo se reduce a un desfile de actuaciones lamentables y de diálogos todavía peores, entre el absurdo, la pedantería y cierto humor carcamal que produce vergüenza ajena, mezclando además por momentos español e inglés sin criterio alguno, con delirante resultado. Los actores van cada uno a su puta bola, en especial un repelente Gary Piquer poniendo acento british cuando le da la real gana, amén de los cameos (tan gratuitos como todo lo demás) de Galdós, Bazán, o de un grotesco Albéniz encarnado por su descendiente Gallardón llevando una barba de los chinos.
En definitiva, es difícil hablar de fallos cuando en realidad la propia película es un fallo en sí misma, un error inexplicable. Un colofón bochornoso a una trayectoria con sus más y sus menos, pero joder, sin llegar a cotas dignas de Ed Wood o algo peor. No veo amor ni talento alguno detrás de esto, ni siquiera para ser una mera reunión de amiguetes o una masturbatoria acumulación de filias y fobias privadas, a modo de despedida del cine. Alguien con una cinefilia tan envidiable debería de darse cuenta, pero por mucho que se intente, posiblemente nunca sabremos qué diantes pasó por la cabeza de Jose Luis Garci para perpetrar ese engendro mortecino y narcoléptico que hace retroceder momentáneamente 100 años al séptimo arte (tantos como siente uno que ha envejecido tras el visionado). Como dice Watson en un momento dado, “es un enigma”.