Shutter Island es el último film de Martin Scorsese, el primero tras su (para quien esto escribe, inmerecido) triunfo en los Oscar de 2007 con la mediocre ‘Infiltrados’. Afortunadamente, para su nueva cinta, el director italoamericano ha recuperado parte de la fuerza visual y narrativa inherente a buena parte de su cine. También, ha conseguido sacar la mejor interpretación de Leonardo DiCaprio desde que comenzasen su colaboración allá por 2000, en la también fallida ‘Gangs of New York’.
Sin embargo, Shutter Island aún queda muy lejos de las obras capitales del director, debido quizá a una falta de concisión narrativa que haga que el espectador no se canse a lo largo de los 140 minutos de puro delirio y pesadilla que conforman esta película. Muchas partes del film se alargan sin sentido, y lo que es peor, repiten innecesariamente motivos ya vistos anteriormente durante el metraje.
También afecta negativamente a la película cierta previsibilidad en el rumbo de los acontecimientos, lo cual no es malo en sí, pero teniendo en cuenta que Scorsese no llega a atrapar del todo al espectador en el tormento del protagonista, uno se queda durante todo el tramo final esperando una resolución que dé el finiquito de una vez a la historia que, a partir de cierto momento, ni sorprende ni emociona.
La selección musical de temas compuestos por György Ligeti, Krzysztof Penderecki, John Cage, Brian Eno y otros, efectuada por Robbie Robertson (otro antiguo antiguo colaborador del director), ayuda también a trasladar al espectador a esa isla de atmósfera turbia y claustrofóbica. Además, Scorsese utiliza la música de una manera bastante curiosa, dado que suele introducir un tema para construir un determinado estado mental, para luego frecuentemente cortar bruscamente la música cuando el protagonista cierra una estancia de un portazo o cambia de ubicación, seguramente como manera de expesar esa irrealidad caótica que parece vivir el protagonista. Por supuesto, todo ello forma parte de un meticuloso diseño de sonido, donde los silencios, las reverberaciones, y los ruidos repentinos (aunque alejados de todo efectismo barato) contribuyen a ese malestar general que transmiten las imágenes.
Lo mejor del film es, sin duda, todo el trabajo de ambientación, fotografía y planificación de la que hace gala el film. En este sentido, es una pena que el retraso de la fecha de estreno del film (que iba a ser en octubre de 2009) prive a Dante Ferretti y Robert Richardson, diseñador de producción y director de fotografía respectivamente, de sendas nominaciones a los Oscar de este año (para el año que viene a saber si la Academia los recuerda). El trabajo de estos dos es sencillamente soberbio, y se puede decir que, gracias en buena medida a su trabajo, Scorsese ha conseguido en esta película la mejor plasmación desde hace muchos años de sus obsesiones recurrentes. Con películas como esta, uno cree todavía en una manera inequívocamente cinematográfica de narrar historias, muy lejos de los excesos de los directores videocliperos o de los narradores televisivos sin talento visual trasplantados al cine.
El trabajo del reparto oscila entre lo notable y lo mediocre. Funcionan muy bien Leonardo DiCaprio (que poco a poco consigue que su aspecto físico no interfiera a la hora de meterse en un personaje) y Mark Ruffalo, aunque al personaje de este último podría habérsele sacado mayor provecho. Ben Kinglsey y Max Von Sydow, sin embargo, componen personajes bastante rutinarios en sus carreras, y por ello su presencia resulta mucho menos inquietante de lo que debería.
Las féminas del film, Emily Mortimer y Michelle Williams, también interpretan personajes bastante rutinarios, y el caso de esta última resulta, a mi parecer, un error de casting dado que no transmite tampoco inquietud ninguna. Da la impresión de que la han puesto ahí porque, al ser guapa, queda muy bien como complemento de Leo DiCaprio y poco más. Por su parte John Carroll Lynch y Elias Koteas tienen personajes tan secundarios que apenas tienen oportunidad de desarrollar su potencial, especialmente el primero.
En resúmen, Shutter Island es un magnífico ejercicio de estilo por parte de Martin Scorsese, que no llega a mayores debido a una historia que, a causa de su previsibilidad y reiteraciones, no llega a ser todo lo intensa que debiera. Eso sí, debemos advertir que no se trata de una cinta comercial al uso, y su visionado dificilmente satisfacerá a quienes busquen un mero entretenimento.