(id, Sylvester Stallone, 2006)
Después del despropósito que fue la 5ª entrega y dejando al fan de la saga con un mal sabor de boca Stallone decidió, 16 años después, darle otro final tanto a la saga como al icono y no pudo hacerlo mejor. Para empezar "Rocky Balboa" es un homenaje al personaje, un homenaje a la saga como tal, un guiño perfecto a la nostalgia de un tiempo y unas vivencias. Sin ir más lejos los primeros minutos tratan sobre como Rocky revive y rememora los buenos tiempos con Adrian sin importarle como los lugares cambian pero él no: la pista de patinaje está completamente destruida, el barrio rezuma cochambre, la tienda de animales está cerrada y hasta arriba de mierda e incluso la pared donde Mickey ostenta los guantes de boxeo está destrozada. Incluso su cuñado Polie, un clásico perdedor que vive amargado, le espeta que todos nos hacemos viejos y que vivir del pasado no ayuda pues hacerlo a uno le hace daño en uno de los muchos momentos emotivos que contiene la película.
Porque Stallone sabe que si quiere hacer una entrega más de su personaje más recordado (con permiso de Rambo) es hacerlo con humildad, con sencillez, con respeto y con el corazón. Y eso es lo que consigue plasmar en todo momento. Sin ir más lejos aquí no se trata de contar con villanos con presencia, ni de acabar con el contrincante. Ni incluso una trama cargada de excesos ni filigranas visuales. Aquí lo que se trata es de respetar a un personaje viejo pero no cansado, un personaje mayor pero que aún tiene mucho que decir, sobretodo encima del ring. Un padre que necesita reconciliarse con su hijo. Porque el drama de la historia sirve como preámbulo o punto de partida. Adrian, el puntal de Rocky, ya no está pero sigue presente en todo momento, ya sea en pequeños flashbacks o en fotos que adornan las paredes de Adrian's. Incluso el estar al lado de Polie, aceptarlo como es y tenerlo a su lado es, en cierto modo, seguir manteniendo esos lazos de unión.
La película es, en sí, un canto de cisne para el personaje. Un interés sincero de cerrar un círculo como no supo hacer la anterior entrega. Un claro ejemplo de que aún se puede sacar una buena historia de lo que ya está visto y vendido. Stallone logra, por fin, conseguir plasmar el drama de la vida diaria de una forma que cuadre y cuaje, sin necesidad de tonterías superfluas y con diálogos sentidos y emocionalmente trabajados (el speech a su hijo en la calle es el mejor de toda la película y que en parte es una clase real de que la vida no regala nada y que no hay sombras alargadas que pueden entorpecernos sino que aquí funciona y nos mantiene lo que nosotros hagamos por hacer que la vida funcione). Pudiendo haber caído en la planicie o en un más de lo mismo, el resultado es un producto digno, un adjetivo que no está puesto de forma baladí. Porque Rocky es una parte importante de la nostalgia, un hombre que como muchos de nosotros le es imposible dejar atrás el pasado, olvidar lo que uno ha vivido y aunque uno tenga que seguir adelante le es inaceptable obviar lo que uno ha vivido.
Una historia de superación (una vez más) que rinde un homenaje sencillo pero sincero a la esencia de la primera entrega pero demostrando que Stallone puede (cuando quiere) conseguir un propósito determinado. Porque si lo bueno ya funcionaba, ¿para qué cambiarlo? Ahí se demuestra la valía del actor tras la cámara. La película es pausada pero no lenta, es tranquila pero enérgica, sin necesidad de recurrir a píldoras de acción pues no será hasta la escena final donde volvamos a ver al potro italiano en el ring. Y no para batirse en duelo ni demostrar que es el campeón. Todo lo contrario. Aquí de lo que se trata es de volver a demostrarse, una vez más, que no todo está acabado. Que no se está muerto del todo cuando aún queda un combate más para demostrarse a uno mismo que aún se puede. Una especie de cuenta pendiente consigo mismo. De ahí que en parte el contrincante no tenga la mítica de Drago o Mr. T, ni haya hostilidad entre los dos púgiles.
Sin ir más lejos la película sigue los pasos y constantes de la primera entrega. Unas constantes para el personaje y la trama. El hombre sencillo, humilde pero de buen corazón que se subió al ring para demostrar(se) que él también podía. En la primera parte para conseguir demostrar que él podía mantenerse en pie hasta el final y en esta para demostrar que aún puede/necesita boxear. El final, el resultado, el saber quién es el ganador es lo de menos. Como decía el slogan: "Nada ha acabado hasta que uno siente que ha acabado". Y con Rocky/Stallone eso se confirma. Pero si le metemos filigranas visuales como la fotografía en blanco y negro con la sangre en color para resaltar la contundencia de los golpes o cámara lenta para realzar los movimientos que modernizan y ponen al día los combates de toda la vida (aunque en parte sean un tanto deudores de la cuarta entrega) conseguimos un espectáculo de primera orden y de funcionalidad excelente.
"Rocky Balboa" es un filme funcional desde el primer instante y que erradicó por completo una sensación que la saga no necesitaba con la quinta entrega. Una demostración de que con trabajo, esfuerzo y respeto Stallone podía conseguir un filme de corte clásico, minimalista en algunos aspectos pero espectacular cuando el producto lo requiere. Incluso una subtrama que podría haber quedado chirriante o molesta como el reencuentro con la pequeña Mary (y su hijo) vuelve a demostrar la calidad humana del personaje y una plasmación de que la familia es lo primero aunque no pertenezcan a nuestros lazos sanguíneos. Sly es un amante de lo clásico a fin de cuentas. De ahí se desprende que se vuelva a contar con Bill Conti y que consiga una partitura que emule los viejos tiempos (gloriosos en otra medida aunque la miseria siguiese estando presente) para conseguir una partitura modélica, emotiva y renovada para el leiv motiv principal, donde el montaje del entrenamiento sea lo más logrado de toda la película. Porque hay cosas que nunca cambian. Y Stallone lo consiguió.