No me apetecía explayarme con esta, pero Atreyub manda.
Una de esas cintas de derribo de las fronteras entre realidad y ficción, en las que resulta tan divertido encontrar los muchos elementos de puesta en escena conectores, auto referencias o en definitiva, algunos de los hilos utilizados para dar consistencia al juego de muñecas rusas, como cabreante es no alcanzar a tener una imagen general de la trama, la base sobre la que emerge todo o si existen respuestas que disipen lo ambiguo y confuso de algunos detalles (o que yo no he dao pa más, que también puede ser).
Probablemente porque una de las intenciones es que la única realidad segura que los autores quieren que tengas sea la que esta fuera de la pantalla, la tuya (voz en off final que poco tiene que ver con mensajes de autoayuda). La misma película empieza sobre el escenario, asumiendo la ficción de todo, y el comienzo de la “realidad” del burdel se utiliza para poner de relieve el tono del film en discurso cachondo, además de insinuar que todo el prólogo ha sido representado sobre esas tablas (mirad los disfraces de todas). Aquí empieza también otra de las interrogantes de la película y a la que aludía antes; la inexactitud del punto de partida debido a la trasferencia de identidades entre los dos caracteres principales.
Mezcla desacomplejada, planteada como musical en toda su extensión, con el impactante inicio montado a las maneras del videoclip a ritmo del Sweet Dreams de Annie Lennox (y que finaliza con la llegada al sanatorio… Lennox House), o el montaje-resumen de la estancia en el psiquiátrico, cuya línea temporal será desarrollada en el resto de la película bajo la fantasía (si es que hay algo que no lo sea en el metraje). Tras la parte musical más pura y diegética en el dúo “Love Is The Drug” (una de las señas de mala leche de la película), los números evolucionan hacia la oda al videojuego. Degradadas a mera fantasía por unos responsables del manicomio, los personajes huyen a un nivel en el que asumen su condición de objeto sexual en cautiverio (burdel), para profundizar en sus recién adquiridas armas (su erotismo) y hundirse en sus roles de heroínas virtuales con vestuario cosplay (que bonito el robo de la prenda virginal al final), rebelándose contra el universo machista que las ha puesto ahí, y en maravillosa vuelta de tuerca, regresar en resolución marktwainesca convertida tras la lobotomización desvirgadora (otra vez la mala leche), en lo que su icónico nombre anunciaba; una muñeca inanimada con la que es imposible consumar fantasía alguna. Toda una ironía al elemento geek.
Snyder recoge códigos narrativos del ocio electrónico como la búsqueda de los clásicos objetos (un mapa, un mechero, un cuchillo, una llave…, si en lugar de bajo un cajón los guardara en un baúl sería mejor adaptación de Resident Evil que las de Anderson), o la estructura de fases con instrucciones para cada misión. También introduce alguna seña rupturista de estilo (poca) al enfocar cada género, como la cámara al hombro para el bélico, o el agotador plano secuencia digital para el episodio finalfantasy del tren. Es muy mentecato pretender equiparar a Snyder con un Bay de la vida como he leído por su condición de estetas de la imagen ambos. Solo uno de ellos conoce el significado de planificar la acción y mientras que Bay, tan idiota él, niega su propio estilo y virtud con tosquedades y montajes sincopados, Snyder (que tampoco es que sea la bomba) se regodea en cada gesto sobreexplotando masturbatoriamente los planos. Na que ver.
Ah, sobre algunas quejas acerca de la nula violencia explícita, por ejemplo en las trincheras, la película tiene su coartada dramática. La mente traumatizada ha bloqueado la imagen de la sangre y la ha sustituido por el vapor, presente también en la fatídica escena del comienzo.
Irregular como buen experimento y más disfrutable en lo episódico que de continuo, es el capricho de una mente loca que llena la tuya con toda su imaginería sin medida y le sale medio bien a ratos. Y aunque no fuese así, su propuesta, condenada prejuiciosamente a las miradas de soslayo y a los ejercicios críticos obvios y superficiales, la hace más interesante que el grosso de palomitas medianas, siendo un claro must see.
Chaio mis putas.