Tarantino prepara otro Western: The Hateful Eight

no lo recordaba tan exactamente como tu.

supongo que QT quiere homenajear sin mas la figura de Jackie, siendo ella la que canta la canción y mostrandonos que ella , de alguna manera, tambien renuncia. Es como la conversación que tiene con Forster sobre el envejecimiento, donde él asume que tiene peluquín y ella que tiene canas o patas de gallo ( o algo así , tampoco lo recuerdo con exactitud )
 
¿Tarantino estancado? Si no hay director que se sepa reciclar más. ¿Malditos Bastardos mal y Jackie Brown menor? Eso está a mil jodidas millas de ser real.

Carrión, nada de acuerdo. Jackie Brown es una película enteramente de su personaje y no se me ocurre otro final para ella que con un primer plano de la Grier. Si encima ese personaje convierte en diegética la música extradiegética a través de sus labios y tiene un rostro que nos dice que todo empieza de nuevo pero que ha terminado una bella historia, con esa lástima Tarantiniana tan estimulante, bienvenida sea.
 
Jackie Brown es una oda a Jackie y a Pam Grier, es normal que acabe con ella y a mí también me emociona ese final. Y entiendo a carrion, ese enamoramiento que nos propone Tarantino del personaje lo asimila Max desde el momento en que la ve salir de prisión y, desde ese prisma, es coherente acabar la película con esa extraordinaria escena de despedida en el despacho, pero el final elegido y el plano sostenido me parece un milagro.

Respecto a su carrera, me parece evidente que hay 2 tipos de películas y las va alternando. Las más exhibicionistas, épicas, de mayor escala y las que generan más ruido: Pulp Fiction, Kill Bill, Basterds y Django; y las de menor escala, más reducidas e intimistas: Reservoir Dogs, Jackie Brown, Death Proof y Hateful Eight.

Estoy convencido que a Tarantino le gusta más el primer grupo. A mí me interesa y me gusta más el segundo grupo, aunque en el otro ha parido obras populares, eternas e imperecederas como Pulp y Basterds.

Lo bueno es que sigue alternando casi 25 años después de su primera película.
 
ella , de alguna manera, tambien renuncia.

Yo eso lo matizaría mucho... porque, en realidad, Jackie no está enamorada de Max (por mucho que lo aprecie); y él lo sabe.

Jackie Brown es una película enteramente de su personaje y no se me ocurre otro final para ella que con un primer plano de la Grier.

Jackie Brown es una oda a Jackie y a Pam Grier, es normal que acabe con ella

Yo diría que la película no versa tanto sobre ella, como sobre la fascinación que despierta en las personas que tiene a su alrededor (el más obvio es Max, pero también Ordell, el juez que encarna Sid Haig, el barman, etc.); la misma que el autor siente por ella (haciendo copartícipes de su fetichismo al resto de personajes y a los espectadores... en realidad no es más que otra carta de amor al propio cine: nos seduce, nos manipula, nos hace felices durante un breve periodo de tiempo y, finalmente, se termina; volvemos a la realidad). Por eso "es normal que acabe con ella" (como dice Ropit) pero alejándose en la distancia (completaría yo) y dejándonos desolados. Es un mito, un amor platónico, un ser inalcanzable... Jackie no es más que un personaje (no existe, salvo en la ficción).

nos dice que todo empieza de nuevo pero que ha terminado una bella historia

Es que eso ya queda implícito en la despedida. Ese plano final (cantando y llorando) lo veo manierista, gratuito, exhibicionista... casi pornográfico (es un momento íntimo que no necesitamos; no aporta nada realmente nuevo). Puede gustar más o menos pero yo creo que es completamente innecesario, narrativamente incoherente y un anticlímax total (y ya veo que estoy bastante solo en esto).
 
Yo eso no lo veo en la despedida. En el plano del coche, con el rostro y la actitud de Jackie y la compañía de ese tema musical, vemos la verdad. Así se siente Jackie en la despedida. Tras tanta apariencia y engaño, no sabes exactamente si Jackie siente lo mismo (Forster sí, porque le vemos solo tras irse ella).

Lo que Tarantino te muestra en los dos últimos planos de la película no son despedidas, sino corazones solitarios transparentes que discurren con total verdad ante nuestros ojos. Lo de antes no me valía.

A mí me parece una solución excepcional.
 
Jackie Brown no tiene nada que hacer contra Pulp Fiction o Kill Bill. Ya ni hablo de los Bastardos. Pero el sector culoduro la pone como la mejor de Tarantino en un claro y vergonzante postureo.

Te quise pero cagarse en Jackie o en Death proof es perderse un lado muy chulo de Tarantino EH.
 
A mi Jacky Brown siempre me parecio la pelicula mas elegante de Tarantino, comparable con las mejores de el, la revisione hace poco y es maravillosa, por cierto aqui De niro esta muy bien dirigido, ni un solo tick de los suyos en todas sus apariciones. Coincido con Magno en que el final es el adecuado, a ella no le afecta tanto la despedida como a Max, piensa mas bien en el futuro que le espera .
 
Que coño. Ya que estamos...

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En cualquier caso, pienso que Tarantino es un trovador de obras redondas, salvo sus dos Kill Bill, que tienen muchos momentos con trazas de serlo pero que en el divertimiento baja algunos enteros, aunque sea un díptico delicioso.

Su peor película y la única que no me parece memorable es Django, que me parece un muchachada de Tarantino. Por eso estoy deseando que en este western nos devuelva al mejor y en el marco que más le esperábamos.

PD: No cuento su corto de Four Rooms, que era una chorradilla pasatiempera.
 
Perdona esta brevedad inicial... luego me explico.

Yo eso no lo veo en la despedida.
Está implícito.
En el plano del coche, con el rostro y la actitud de Jackie y la compañía de ese tema musical, vemos la verdad.
La verdad, llegados a ese punto, la conocemos de sobra; se ha ido forjando a lo largo de toda la película.
Así se siente Jackie en la despedida. Tras tanta apariencia y engaño, no sabes exactamente si Jackie siente lo mismo
Yo creo que sí lo sabemos (para mí es evidente, vamos).
(Forster sí, porque le vemos solo tras irse ella).
Lo que siente Forster ya está claro desde la primera vez que la ve. La función de ese plano final suyo, solo y desolado, no es revelar la verdad última de sus sentimientos (que son más que obvios).
Lo que Tarantino te muestra en los dos últimos planos de la película no son despedidas
Por supuesto que no (la despedida es justo antes).
sino corazones solitarios transparentes que discurren con total verdad ante nuestros ojos.
Claro, pero en el caso de Jackie es un subrayado final completamente innecesario y metido con calzador... y en el de Max, su función es otra (nadie más transparente que él a lo largo de toda la película).
Lo de antes no me valía.
Pues ahí ya está esa verdad última que dices.

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Ahora aprovecho el comentario de Tonirocker para tratar de explicar y razonar un poco más esas respuestas cortas.

a ella no le afecta tanto la despedida como a Max, piensa mas bien en el futuro que le espera

Claro, pero eso ya lo sabemos antes de ese plano final; antes incluso de la despedida. Si la película acabara con la muerte de Ordell también lo sabríamos. En la despedida los dos se sinceran, sin llegar realmente a hacerlo; no hace falta ser explícito (los dos saben leer entre líneas) porque la verdad ya se ha revelado poco a poco anteriormente. Max la sabe, ella la sabe y nosotros la sabemos... aunque ellos jueguen a otra cosa. Es algo que se va construyendo a lo largo de todo el metraje (por ejemplo, el acojonante instante en que Jackie contempla su reflejo en el espejo del probador... ahí ya está ella sola y sin adulterar... a esas alturas de la película ya conocemos perfectamente cómo y cuáles son sus afectos, sus miedos, sus tristezas, sus anhelos... Podemos imaginar la reacción interna de cada personaje sea cual sea el desenlace).

El único amor verdadero es el de Max hacia Jackie (el de los espectadores; es un sentimiento real, como nosotros... ella no lo es). No hace falta observar su reacción al final para darse cuenta de ello; está enamorado desde que apareció ante sus ojos por primera vez. Pero el cine es una emoción ingrata, esquiva y engañosa porque no es real (todos somos conscientes de ello, aunque nos dejemos llevar)... La fascinación de Max por Jackie es la fascinación de los espectadores por el cine (no es casual que lo veamos saliendo, junto al resto del público, de una sala en la que se acaba de proyectar una cinta en cuyos títulos de crédito finales suena el mismo tema musical con el que acaban los créditos de esta que nos ocupa; o diciéndole a Winston, en un momento muy concreto, que va a ver una película... como si fuera algo que hace habitualmente). La primera escena en casa de Ordell ya nos plantea esa idea básica y central: sus clientes compran las armas en función de sus afectos fílmicos (escogen aquellas de las que se enamoraron viendo una película) al igual que Max compra la cinta de The Delfonics al enamorarse de Jackie (lo mismo que habrán hecho muchos fans de la película que, a lo mejor no escucharon nunca a ese grupo y, tras visionarla, compran sus discos) o Melanie se siente atraída por Louis porque le recuerda a los personajes de las películas de atracadores que ve en la televisión y piensa que él es igual de intrépido y guay (hasta que comprueba que es un patán).

De eso va la película: de la fascinación única y poderosísima que despierta el cine entre los espectadores; de como les afecta y condiciona en el mundo real (aunque no sea algo real) hasta el punto de hacer que se enamoren de un personaje que no les va a corresponder, de una actriz que les está mintiendo (actuando), o de una pistola molona que al final resulta ser una trangallada que se encasquilla. Y es que, al terminar la proyección, Hollywood se evapora y hay que volver a la realidad... a "Compton" (aunque Sheronda o los cacos clientes de Ordell no sepan ver la diferencia). Jackie es sólo una forma maravillosa de expresarlo, de simbolizarlo... por eso creo que volver a ella al final (y además simplemente para hacer explícitos unos sentimientos que ya conocemos de sobra) es un error monumental.


En mi opinión la única película realmente redonda de Quentin es Death Proof (de verdad que no es postureo). A todas las demás les puedo sacar peros, aunque creo que Jackie, Dogs y Basterds están muy cerca de serlo; un poco (muy poco) de tijera y arreglado.
Las únicas que me parecen realmente fallidas son Kill Bill vol1 (salvo casi todo el anime) y Django.
 
Última edición:
Si eso si. Pero vamos, esta claro que ella sabe lo que el siente y lo usa en su beneficio.

Pagafantas
 
En mi opinión la única película realmente redonda de Quentin es Death Proof (de verdad que no es postureo). A todas las demás les puedo sacar peros, aunque creo que Jackie, Dogs y Basterds están muy cerca de serlo; un poco (muy poco) de tijera y arreglado.

y que version de DEATH PROOF? (hablando de tijeras...)
 
En mi opinión la única película realmente redonda de Quentin es Death Proof (de verdad que no es postureo). A todas las demás les puedo sacar peros, aunque creo que Jackie, Dogs y Basterds están muy cerca de serlo; un poco (muy poco) de tijera y arreglado.

y que version de DEATH PROOF? (hablando de tijeras...)

Sólo he visto la versión larga. Es cierto que mucha gente que ha visto los dos cortes la considera estirada artificialmente; a mí nunca me ha chirriado nada.
 
Formalmente acojonante, pero me da la impresión de tirar por le rollo Django, Tarantino haciendo parodias de sí mismo, espero que no....
 
Totalmente de acuerdo.

Es como la calculadora que ha hecho que nos olvidemos de utilizar el cerebro para calcular. Pues lo mismo en el cine. La tecnología (usease efectos por doquier) ha acabado haciendo creer que cuanto más digitales o cuanto más se (ab)use de ellos mejor película será. Y se nos olvida que a veces es mejor lo físico que lo tecnológico por el simple hecho de ser real. Y no digo ni hago apología de "la carencia absoluta del mismo" pero con lo que he dicho de la calculadora está clarinete.

Y lo que ha dicho Tarantino es chapó.
 
Es como la calculadora que ha hecho que nos olvidemos de utilizar el cerebro para calcular.
:D Con esta frase me has hecho recordar este relato que escribió Asimov en los 50:

La sensación de poder

Jehan Shuman estaba acostumbrado a tratar con las autoridades de la Tierra, inmersa en continuas guerras. Era solamente un civil, pero creaba programas que en la dirección de computadoras de guerra los consideraban del tipo más perfeccionado. En consecuencia, los generales le escuchaban. Y los presidentes de comités del Congreso también. En el salón especial del nuevo Pentágono estaban reunidos miembros de todos estos estamentos. El general Weider estaba quemado por el espacio y tenía una boquita fruncida como un cero. El congresista Brandt tenía las mejillas lisas y los ojos claros. Fumaba tabaco denebiano con la expresión de quien sabe que su patriotismo es tan notorio que se le permiten tales libertades. Shuman, alto, distinguido, programador de primera clase, les miraba sin miedo. Les anunció:

— Caballeros, éste es Myron Aub.

— El que posee el curioso don que usted descubrió por pura casualidad -comentó el congresista Brandt, plácidamente- e inspeccionó con amable curiosidad al hombrecito de cabeza calva como un huevo. El hombrecito, en respuesta, se retorció los dedos con muestras de impaciencia. Jamás se había encontrado ante gente de tanta categoría. Él era solamente un técnico de poca monta, no era joven ni viejo, había fracasado en todas las pruebas establecidas para descubrir a los mejor dotados de la Humanidad y se había colocado en una rutina de trabajo no especializado. Sólo que el gran programador había descubierto ese pasatiempo suyo y ahora estaba dándole una tremenda importancia.

— Encuentro extremadamente infantil esta atmósfera de misterio -observó el general Weider.

— No lo creerá así dentro de un momento -dijo Shuman-. Es algo de lo que no debemos dejar que se entere cualquiera, Aub -había un deje imperioso en su modo de pronunciar aquel nombre monosilábico, pero había que tener en cuenta que él era el gran programador dirigiéndose a un simple técnico-. ¡Aub!, ¿cuánto da nueve por siete? Aub dudó un instante. Sus pálidos ojos brillaron con débil ansiedad y contestó:

— Sesenta y tres. El congresista Brandt enarcó las cejas y preguntó:

— ¿Está bien?

— Compruébelo usted mismo, congresista. El congresista sacó su computadora del bolsillo, acarició por dos veces sus bordes, la miró sobre la palma de la mano, y volvió a guardarla, diciendo:

— ¿Es éste el regalo que nos ha traído para mostrárnoslo, un ilusionista?

— Mucho más que eso, señor. Aub ha memorizado algunas operaciones y con ellas computa sobre papel.

— ¿Una computadora de papel? -preguntó el general. Parecía dolido.

— No, señor -contestó pacientemente Shuman-. Una computadora de papel, no. Simplemente una hoja de papel. General, ¿quiere usted ser tan amable de sugerir un número?

— Diecisiete -dijo el general.

— ¿Y usted, congresista?

— Veintitrés.

— ¡Bien! Aub, multiplique esos números y, por favor, muestre a los caballeros su modo de hacerlo.

— Sí, Programador -asintió Aub bajando la cabeza. Sacó un pequeño bloc de un bolsillo de la camisa y una fina estilográfica del otro. Arrugó la frente mientras trazaba complicadas marcas en el papel y el general Weider le interrumpió autoritariamente:

— Veamos esto. Aub le pasó el papel y Weider dijo:

— Bueno, parece la cifra diecisiete. El congresista Brandt asintió y añadió:

— Así parece, pero supongo que cualquiera puede copiar las cifras de una computadora. Creo que yo mismo podría trazar un diecisiete aceptable, incluso sin práctica.

— Les ruego que dejen continuar a Aub -les advirtió Shuman sin acalorarse. Aub continuó aunque le temblaban algo las manos. Finalmente anunció en voz baja:

— La respuesta es trescientos noventa y uno. El congresista Brandt volvió a sacar su computadora y tecleó:

— Por Júpiter, que así es. ¿Cómo lo ha adivinado?

— No lo ha adivinado, congresista. Computó el resultado. Lo hizo en esta hoja de papel.

— Bobadas -soltó, impaciente, el general-. Una computadora es una cosa y las marcas sobre el papel, otra. Explíquelo, Aub -ordenó Shuman.

— Sí, Programador. Bien, caballeros, escribo diecisiete y debajo pongo veintitrés. A continuación me digo: tres veces siete… El congresista interrumpió suavemente:

— Bien, Aub, pero el problema es diecisiete veces veintitrés.

— Ya lo sé -respondió el pequeño técnico encarecidamente-, pero yo empiezo diciendo tres veces siete, porque así es como se hace. Ahora bien, tres veces siete son veintiuno.

— ¿Y cómo lo sabe? -preguntó el congresista.

— Lo recuerdo. Siempre da veintiuno en la computadora. Lo he comprobado infinidad de veces.

— Pero eso no quiere decir que siempre vaya a serlo, ¿verdad? -insistió el congresista.

— Puede que no -balbuceó Aub-. No soy un matemático. Pero siempre consigo las respuestas exactas.

— Siga.

— Tres veces siete es veintiuno, así que escribo veintiuno. Luego tres veces uno es tres, así que pongo un tres debajo del dos del veintiuno.

— ¿Por qué debajo del dos? -preguntó inmediatamente Brandt.

— Porque… -Aub miró desesperado a su superior en busca de ayuda-. Es difícil de explicar. Shuman aclaró:

— Si de momento aceptan su trabajo, dejaremos los detalles para el matemático. Brandt cedió.

— Tres más dos suman cinco, así que el veintiuno se transforma en cincuenta y uno. Ahora dejemos esto de momento y empecemos de nuevo. Multiplique dos y siete y le da catorce, y dos y uno y le da dos. Puestos así da treinta y cuatro. Bien, ahora ponga el treinta y cuatro debajo del cincuenta y uno y súmelos, y obtiene trescientos noventa y

uno y ésta es la respuesta. Hubo un momento de silencio que quedó roto por las palabras del general:

— No lo creo. Hace toda esta pamema, inventa números, los multiplica y los suma a su aire, pero no me lo creo. Es demasiado complicado para no ser otra cosa que charlatanería.

— ¡Oh, no, señor! -protestó Aub, sofocado-. Solamente parece complicado porque no están acostumbrados. En realidad, las reglas son muy sencillas y sirven para cualquier número.

— Con que cualquier número, ¿eh? -saltó el general-. Venga, pues. Sacó su propia computadora (un modelo severamente militar) y tecleó al azar.

— Ponga en el papel cinco, siete, tres, ocho. Será, cinco mil setecientos treinta y ocho.

— Sí, señor -dijo Aub, sacando una nueva hoja de papel.

— Ahora -y tecleó más en su computadora-, siete, dos, tres, nueve. Siete mil doscientos treinta y nueve.

— Si, señor.

— Ahora multiplique los dos.

— Tardaré algo -tartamudró Aub.

— Tómese el tiempo que quiera -repuso el general.

— Adelante, Aub -le animó Shuman. Aub se puso a trabajar. Cogió otra hoja de papel, y otra. El general sacó su reloj, y lo miró.

— ¿Ha terminado con su magia, técnico? preguntó.

— Casi, señor. Aquí lo tiene; cuarenta y un millones quinientos treinta y siete mil trescientos ochenta y dos -y mostró su resultado. El general Weider sonrió con amargura. Marcó el contacto de multiplicación en su computadora y dejó que los números se mezclaran hasta detenerse. Entonces miró y chilló, sorprendido:

— ¡Santa Galaxia! El tío tiene razón. El presidente de la Federación Terrestre tenía aspecto demacrado en su despacho. En privado se permitía una expresión melancólica que modificaba sus delicados rasgos. La guerra denebiana, después de haber empezado como un vasto movimiento de gran popularidad, había ido degenerando en un asunto sórdido de maniobras y contramaniobras, mientras el descontento crecía progresivamente en la Tierra. Era posible que también creciera en Deneb. Y ahora el congresista Brandt, a la cabeza de un importante Comité de Apropiaciones Militares, pasaba alegre y suavemente su media hora de cita soltando necedades.

— Computar sin computadora -declaró impaciente el presidente- es en si una contradicción.

— Computar -explicó el congresista- es solamente un sistema de manejar datos. Una máquina puede hacerlo, podría hacerlo el cerebro humano. Deje que le ponga un ejemplo -y sirviéndose de las nuevas habilidades aprendidas obtuvo sumas y productos hasta que el presidente, muy a pesar suyo, se interesó.

— ¿Y siempre funciona?

— Siempre, señor presidente. Es infalible.

— ¿Es difícil de aprender?

— Tardé una semana en conseguir hacerlo. Creo que usted lo haría mejor.

— Bien -dijo el presidente, pensativo-. Es un interesante juego de salón, pero, ¿para qué sirve?

— ¿Para qué sirve un recién nacido, señor presidente? De momento no sirve para nada, pero fíjese que ése es el camino hacia la liberación de las máquinas. Piense, señor presidente -el congresista se puso en pie y su voz profunda adquirió la resonancia y cadencia que empleaba en los debates públicos-, que la guerra denebiana es una guerra de computadora contra computadora. Sus computadoras forjan un escudo impenetrable de misiles contra nuestros misiles, y las nuestras hacen lo mismo en contra de ellos. Si mejoramos la eficacia de nuestras computadoras, ellos hacen lo mismo y llevamos cinco años de un equilibrio precario y sin provecho. Ahora tenemos en nuestras manos un método para ir más allá de la computadora, saltándonosla, atravesándola. Combinaremos la mecánica de la computación con el pensamiento humano; dispondremos del equivalente a computadoras inteligentes, miles de millones de ellas. No puedo predecir detalladamente cuáles serán las consecuencias, pero serán incalculables. Y si Deneb consigue igualarnos, serán catastróficamente inimaginables. El presidente, impresionado, preguntó:

— ¿Y qué quiere que yo haga?

— Poner toda la fuerza de la administración detrás del establecimiento de un proyecto secreto de computación humana. Le llamaremos Proyecto Cifra, si le parece. Yo respondo de mi comité, pero necesitaré el apoyo de la administración.

— Pero, ¿hasta dónde puede llegar la computación humana?

— No tiene limites. Según el programador Shuman, que fue el primero en darnos a conocer el descubrimiento.

— He oído hablar de Shuman, naturalmente.

— Bien, pues el doctor Shuman dice que, en teoría, no hay nada que haga una computadora que no pueda hacer la mente humana. La computadora se limitaba a tomar un número finito de datos y con ellos realiza un número finito de operaciones. La mente humana puede duplicar el proceso. El presidente digirió lo dicho y preguntó:

— Si Shuman lo dice, estoy inclinado a creerlo, en teoría. Pero en la práctica, ¿cómo puede alguien saber cómo funciona una computadora? Brandt se echó a reír, con aire de superioridad:

— Señor presidente, yo hice la misma pregunta. Parece ser que, en otro tiempo, las computadoras fueron diseñadas directamente por los seres humanos. Aquéllas eran computadoras simples, porque todo eso ocurrió antes del tiempo en que se estableció el uso racional de computadoras que diseñaban otras computadoras más avanzadas.

— Bien, bien, siga.

— Al parecer, el técnico Aub tenía como pasatiempo la reconstrucción de algunos de esos aparatos y, al hacerlo, estudió los detalles de su funcionamiento y descubrió que podía imitarles. La multiplicación que acabo de realizar para usted es una imitación de lo que hace una computadora.

— ¡Asombroso! El congresista tosió discretamente y prosiguió:

— Y, si me permite, hay más, señor presidente… Cuanto más podamos desarrollar esto, más podemos apartar nuestro esfuerzo federal de la producción de computadoras y mantenimiento de las mismas. Al entrar en funciones el cerebro humano, más cantidad de nuestra energía puede dedicarse a proyectos de tiempo de paz y el peso de la guerra sobre el hombre corriente será menor. Y, naturalmente, será mucho mas ventajoso para el que esté en el poder.

— ¡Ah! -exclamó el presidente-. Comprendo su punto de vista. Bien, siéntese, congresista, siéntese. Quiero algo de tiempo para pensarlo. Pero, entretanto, vuelva a enseñarme el truco de la multiplicación. Veamos si yo encuentro el truco también. El programador Shuman no trató de apresurar las cosas. Loesser era conservador, muy conservador, y le gustaba tratar con computadoras, como habían ya hecho su padre y su abuelo. Pero controlaba la «West European Computer Combine», y si se le podía persuadir que se uniera al Proyecto Cifra con entusiasmo, se habría logrado mucho. Pero Loesser se resistía. Objetó:

— No estoy seguro de que me guste la idea de relajar nuestro dominio sobre las computadoras. La mente humana es caprichosa. La computadora nos dará siempre la misma respuesta a un mismo problema. ¿Qué garantías tenemos de que la mente humana haga lo mismo?

— La mente humana, computador Loesser, sólo maneja datos. No importa que lo haga la mente humana o la computadora; no son más que instrumentos.

— Si, si. He repasado su ingeniosa demostración de que la mente humana puede duplicar la computadora, pero me parece que está un poco en el aire. Acepto la teoría, pero ¿qué razones tenemos para pensar que la teoría puede convertirse en práctica?

— Creo que tenemos razones, señor. Después de todo, las computadoras no han existido siempre. Los cavernícolas con sus trirremes, sus hachas de piedra y ferrocarriles, no tenían computadoras.

— Y posiblemente no computaban.

— Sabe de sobra que sí. La construcción incluso de una vía férrea o de un zigurat requerían algo de computación. Debió hacerse sin computadoras tal como las conocemos.

— ¿Sugiere acaso que computaban tal como usted demuestra?

— Probablemente, no. Después de todo, este método… a propósito, le llamamos «grafítico» de la antigua palabra europea «grapho», que quiere decir «escribir»… Se deriva de las propias computadoras, así que no puede haberlas anticipado. De todos modos, los cavernícolas debieron de tener algún método, ¿no cree?

— ¡Artes perdidas! Si nos ponemos a hablar de las artes perdidas…

— No, no. No soy un entusiasta de las artes perdidas, aunque no digo que no las haya. Después de todo, el hombre comía grano antes de los cultivos hidropónicos, y si los primitivos comían grano, debieron haberlo cultivado en tierra. ¿Qué podían haber hecho si no?

— No lo sé, pero creeré en el cultivo en tierra cuando vea a alguien sembrando en tierra. Y creeré en el fuego frotando dos trozos de madera, cuando lo vea. Shuman lo aplacó:

— Bueno, atengámonos a los «grafíticos». Forman parte de la eterealización. El transporte mediante trastos enormes está dando lugar a una transferencia masiva directa. Los aparatos de comunicación se hacen constantemente menos macizos y más eficientes. Como ejemplo compare su computadora de bolsillo con las enormes de hace mil años. ¿Por qué no dar el último paso para deshacerse por completo de las computadoras? Venga, señor, el Proyecto Cifra es algo que funciona; el progreso ha empezado. Pero queremos su ayuda. Si el patriotismo no le mueve, piense en la aventura intelectual que conlleva. Loesser murmuró, escéptico.

— ¿Qué progreso? ¿Qué puede hacer más allá de la multiplicación? ¿Puede integrar una función trascendental?

— Con el tiempo, señor. Con el tiempo. En el último mes he aprendido a dividir. Puedo determinar correctamente cocientes enteros y cocientes decimales.

— ¿Cocientes decimales? ¿De cuántas cifras? El programador Shuman se esforzó por mantener su tono indiferente.

— De cuantas quiera. Loesser dejó caer la mandíbula:

— ¿Sin computadora?

— Póngame un problema.

— Divida veintisiete por trece. Hágalo en seis movimientos. Cinco minutos despues, Shuman dijo:

— Dos, coma, siete, seis, nueve, dos, tres. Loesser lo comprobó.

— Vaya, es asombroso. La multiplicación no me impresionó demasiado porque entraban enteros y creí que, depués de todo, podía hacerse con truco. Pero los decimales son otra cosa…

— Y eso no es todo. Hay una nueva operación que, hasta ahora, es de máximo secreto y que no debería mencionar. Pero… creo que hemos conseguido llegar a la raíz cuadrada.

— ¿Raíces cuadradas?

— Hay ciertas dificultades que aún no hemos superado, pero el técnico Aub, el hombre que inventó esta ciencia y que posee una asombrosa intuición en relación con ella, asegura que tiene el problema casi resuelto. Y no es más que un técnico. Para un hombre como usted, un matenático inteligente y entrenado, no debería haber dificultades.

— ¡Raices cuadradas! -murmuró Loesser, atraído.

— Y raíces cúbicas también. ¿Se une a nosotros?

— Cuéntenme con ustedes. Y Loesser le tendió la mano. El general Weider recorrió de punta a cabo la habitación y se dirigió a sus oyentes como hace el maestro a un grupo de estudiantes recalcitrantes. Para el general no tenía la menor importancia que fueran científicos civiles de la dirección del Proyecto Cifra. El general estaba por encima de todos, y así se consideraba en todo momento. Les dijo:

— Ahora las raíces cuadradas son perfectas. Yo no sé hacerlas y tampoco comprendo el método, pero son perfectas. De todos modos, el proyecto no se desviará de lo que ustedes llaman lo fundamental. Pueden jugar con los «grafíticos» como prefieran una vez termine la guerra, pero en este momento tenemos otros problemas específicos prácticos que resolver. En un rincón, el técnico Aub escuchaba con dolorida atención. Ya había dejado de ser un técnico, había sido relevado de sus obligaciones y le habían asignado al proyecto, con un título sonoro y un buen sueldo. Pero, claro, la distinción social perduraba y los jefes científicos altamente situados jamás se rebajaban a admitirle en sus filas, ni le trataban de igual a igual. Y para ser justos, tampoco a Aub le importaba demasiado. Se encontraba tan incómodo con ellos como ellos con él. El general decía:

— Nuestra meta es sencilla, caballeros, se trata de remplazar la computadora. Una nave capaz de navegar por el espacio sin computadora a bordo puede construirse en una quinta parte de tiempo y a una décima parte del gasto de una nave cargada de computadoras. Podríamos construir flotas cinco veces, diez veces tan grandes como Deneb, si pudiéramos eliminar la computadora.

Y puedo ver algo, además de todo esto. Puede parecernos fantástico ahora, un puro sueño, pero veo, en un futuro, un misil tripulado. De la concurrencia se alzó un murmullo instantáneo. El general siguió hablando:

— En este momento, nuestra dificultad más importante es que los misiles tienen inteligencia limitada. La computadora que los controla no puede ser mayor y por esta razón no pueden enfrentarse a la naturaleza cambiante de las defensas antimisiles satisfactoriamente. Hay muy pocos misiles que alcancen su meta y la guerra de misiles está en un callejón sin salida, tanto para el enemigo como para nosotros. En cambio, un misil con un hombre o dos dentro, controlando su vuelo grafíticamente, resultaría más ligero, más móvil, más inteligente. Nos daría una dirección que bien podría ser el margen de la victoria. Pero además, caballeros, las exigencias de la guerra nos obligan a tener en cuenta otra cosa. Un hombre es mucho más dispensable que una computadora. Los misiles tripulados podrían lanzarse en cantidad y en circunstancias que ningún buen general querría poner en marcha por lo que se refiere a misiles dirigidos por computadora… Y dijo mucho más, pero el técnico Aub no esperó.

El técnico Aub, en la soledad de su alojamiento, se esforzó un buen rato en redactar la nota que dejaría tras él. Decía así: «Cuando empecé a estudiar lo que ahora se llama “grafíticos”, no era más que un pasatiempo. No alcanzaba a ver más en ello que una distracción interesante y un ejercicio mental. Cuando empezó el Proyecto Cifra, pensé que otros eran más listos que yo, que los “grafiticos” podían ser de uso práctico como beneficio a la humanidad, quizá para ayudar a la producción de dispositivos prácticos de transferencia de masa. Pero ahora veo que va a utilizarse unicamente para matar y destruir. No puedo hacer frente a la responsabilidad derivada de mi invención de “grafíticos”. Después, deliberadamente, dirigió sobre si el foco de un despolarizador de proteínas y cayó muerto instantáneamente y sin dolor.

Estaban firmes alrededor de la tumba del pequeño técnico, mientras se rendía tributo a la grandeza de su descubrimiento. El programador Shuman inclinó la cabeza junto con todos los demás, pero permaneció insensible. El técnico había cumplido su cometido y, después de todo, ya no se le necesitaba. Cierto que él había empezado con los «grafiticos», pero ahora que ya estaban en marcha, seguiría adelante solo, hasta que los misiles tripulados rueran posibles y quién sabe cuántas más cosas. «Nueve veces siete -pensó Shuman profundamente satisfecho-, son sesenta y tres, y ya no necesito una computadora para decirmelo. La computadora está en mi propia cabeza.» Y era asombrosa la sensación de poder que eso le daba.
 
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