Una salvajada divertidísima y libérrima, que curiosamente encierra una relectura cinematográfica mas amparada en lo visual de lo que su estructura teatral parecía indicar en un principio. No hay tantos diálogos ingeniosos o réplicas contundentes como construcción a fuego lento de una mise en scéne artesanal y cuidadísima, la cocción de una trama que desvela poco a poco sus ases ocultos y revela una sensacional interpretación histórica.
De entrada decir que Tarantino dilata hasta el límite su apuesta narrativa: querer prolongar toda la tensión que encerraba la secuencia de Inglorious Basterds en la posada a nada menos que 2 horas y media largas. En torno al tercer capítulo se pasa un poco de la raya y atasca el invento; por suerte, luego remonta de manera espectacular con , tatachán, la marca de la casa: el desorden temporal.
Todo cabe y funciona de manera armónica en el universo tarantiniano que construye un western con ecos de Carpenter, Agatha Christie, Raimi, Spielberg y hasta Almodóvar sin que nada chirríe ni se resienta en absoluto el espíritu. Por cierto, se homenajea a si mismo con una secuencia de Planet Terror reescrita y dotándola de un sentido totalmente distinto
Eso y la irrupción de él mismo como narrador en off ( un detalle genial y coherente con su espíritu discursivo y metalingüístico ) , el prodigioso flash back de la manta que constituye una cima en su cine o la coda final constituyen otro triunfo: nada une más a un país que la sangre, el crimen compartido, la violencia satisfecha. El verdadero germen de Estados Unidos.
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