SPOILERS
El título parece una cosa un poco forzada por lo de la octava película de Tarantino, porque son más personajes, de hecho son nueve casi todo el tiempo. No deja de ser una broma, en realidad, porque el cochero es un tipo majo y no cuenta como odioso, y en cuanto al personaje de Channing Tatum, es más un gag que un personaje propiamente dicho...
Mi opinión en pocas palabras; “Django” era una película que se tambaleaba peligrosamente como conjunto, mejor en partes aisladas que como algo global, incluso diría que ésto puede aplicarse a “Malditos bastardos”, y que me perdonen los apóstoles de San Quentin que abundan por aquí. Con “Los odiosos ocho”, en cambio, es imposible no salir del cine dando palmas con las orejas.
Un Tarantino algo alejado del guiño, del anacronismo, volviendo a lo más básico y primario de su cine. El de un cineasta visceral, de maneras entre clásicas y vanguardistas, apoyado en un guión férreo. La verborrea, elemento básico y vertebrador para una película con un origen teatral y literario indisimulado (la división en capítulos, sin ir más lejos), al autor le encanta escribir diálogos, réplicas, ocurrencias, y se nota, recreándose en ello sin complejos. Larga, mucho texto, pocas localizaciones, con un cierto exceso propio de quien está detrás del asunto, pero la impresión general es que no hay nada gratuito ni dejado al azar, en cada frase, en cada plano.
Película con reglas propias, muy calculada en cuanto a desarrollo, un gran juego, un gran trozo de pastel, a la manera de Hitchcock, apoyado como siempre en el puro artificio... sin por ello escamotear referencias a la realidad. Tarantino no es un historiador, ni un filósofo, sino que pasa los temas por el filtro de la ficción, los retuerce y los ensaya a su manera, destilando en el caso que nos ocupa una visión muy maliciosa de América y sus ideales; tenemos, por ejemplo, a un criminal largando elaborados discursos sobre la justicia, y sin ir más lejos, el desenlace con la carta de Lincoln no puede ser más negro y vitriólico. Un retablo de la maldad humana, una galería de sabandijas que también funcionan como mitos del salvaje oeste, nadie se salva y todos ocultan algo.
Lo mismo de siempre, y a la vez, algo distinto. Combinación de géneros; al western le añadimos suspense, terror, drama, comedia negra, con infuencias que van de “La cosa” de Carpenter a “La huella” de Mankiewicz. Un buen detalle son los créditos de aspecto setentero. Cuando por fin hay una banda sonora propia y no sólo canciones, el compositor no podía ser otro que el gran Morricone, y hace un gran trabajo, contribuyendo a crear una envolvente atmósfera. La violencia está muy esparcida, no por ello pierde contundencia; en éste caso, uno no sabe muy bien si reirse o echarse a temblar, algo acorde con la ambivalencia que recorre todo (lo digo por el tema del saber ocultar la violencia o ensañarse con ella, según la situación, tan comentado en el caso de Tarantino). ¿Agatha Christie? Se preguntan las gentes. Lo de “Diez negritos” está ahí, el juego de sospechas y falsas apariencias, pero especialmente el recurso de explicar a posteriori el porqué y las circunstancias del crimen, el elemento escondido con que no contaba el lector (el espectador, en nuestro caso), es algo muy del gusto de la escritora británica. El flashback supone un uso poco ortodoxo y juguetón de la narración y de la voz en off, tras mucho rato de escenario único, cosa que recuerda a “Pulp fiction” y sus caprichosos vaivenes narrativos, ahora en un relato más tradicional.
Y por último, los personajes, auténticos protagonistas de la función. La historia, circunstancias, motivaciones de cada uno, tienen un peso considerable, y vuelve a ser todo muy coral. El verdugo, un sujeto cruel, con su propia idea de hacer justicia que le lleva a cumplir con la ley escrupulosamente, y también a tratar a los prisioneros como a escoria... termina siendo ridiculizado ese idealismo suyo. El confederado, bajo su fachada digna, es otro cabrón sin escrúpulos. El cazarrecompensas y el sheriff tienen más enjudia que el mexicano, el hombrecillo y el vaquero, más obvios, pero con su momento de gloria cada uno, especialmente un Madsen haciendo de sí mismo y despertando malos rollos desde el minuto uno, un tipo imperdible en cualquier tarantinada. En cuanto a la prisionera, yo la encuentro el personaje central y más importante, verdadero núcleo del film, a la chita callando. La maldad personificada, un demonio, una bruja, Satán mismo encarnado en forma de criatura aparentemente despreciable para despistar, que va degenerándose y ensuciándose poco a poco, hasta convertirse poco menos que en un bicho de Sam Raimi... maravillosa Jennifer Jason Leigh en un papel que no lo hace cualquiera, y por el cual ojalá se lleve el Oscar, lo merece.