THE GIRL WITH THE DRAGON TATTOO / MILLENIUM: LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES de David Finche

Respuesta: THE GIRL WITH THE DRAGON TATTOO (Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres) de David Fincher

Pues resulta que Fincher remarca éste hecho de una forma tan simétrica que no puede ser casual:

- la peli dura 152 minutos (sin títulos de crédito)
- los dos se conocen exactamente en la mitad, en el minuto 76.
- la violación comienza en el minuto 76 - 23 = 53
- el polvo comienza en el minuto 76 + 23 = 99

Hombre, ahí más que una decisión de Fincher, suena a estructura de guión: que se conozcan ambos es el Midpoint que defendía Syd Field, y los dos polvos son arco de personaje, primer y segundo punto de giro de su trama.
 
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Sin duda.

Pero es que el minutaje es tan preciso (casi al segundo) que necesariamente tiene que ser algo que Fincher, tan minucioso (¿maniático?) con los detalles, haya querido llevar más allá mediante una "pajilla" de montaje simétrico.

Lo que tampoco sería tan descabellado teniendo en cuenta los reiterados comentarios en entrevistas sobre la importancia que le daba a estas dos escenas de sexo de la película.
 
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Da Finch siempre ha sido muy juguetón :cool
 
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Tiene que ser un juego. Porque una cosa es seguir esas guías de forma aproximada y conceptual, y otra es hacerlo con precisión geométrica.

Ya bloquear el encuentro entre los dos al minuto central de la película supone una complicación añadida al montaje. Si recortas de una parte tienes que podar la parte proporcional de la segunda.

Pero si bloqueas otros dos puntos simétricos respecto del central, te quedan 4 partes: 1a,2b-3b-4a. Siendo la 1a igual en duración a la 4a, y la 2b igual a la 3b, lo que recortas de una a o una b lo tienes que recortar de la otra.

Además, como curiosidad añadida, las tres escenas comienzan con Salander abriendo o cerrando una puerta:

- la de la violación: cuando ella es esposada por el tutor y trata de escapar hacia la puerta del dormitorio pero solo llega a tocarla, provocando involuntariamente su cierre. Está atrapada.
- la del encuentro: cuando él llama a su puerta y ella, aunque duda al principio, le abre.
- la del polvo: cuando ella entra en el dormitorio de él y cierra la puerta. Lo tiene "atrapado" :).
 
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Simple y llanamente magnífica, sensacional, de realización exquisita (muy Fincher) y fidedigna al libro en un 95% (el único giro es comprensible). Mañana cuento más.

Pero que me ha gustado un mazo no hay lugar a dudas. Esta va para el ranking anual de fijo, por ahora.
 
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Me ponéis los dientes lagos. Y eso que no me interesaba especialmente.
Se me hace larga la espera del BD.
 
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(The Girl with the Dragon Tattoo, David Fincher, 2011)​


- Con spoilers -

Este material (el de las novelas nórdicas) era un material digno de que lo tomase por los cuernos alguien con el potencial y las maneras de saber como enfocarlo. Y no me imagino otro que no sea Fincher. Una película de extensa duración (2 horas y media no son moco de pavo) pero que eran necesarias para trasladar todo el material que contenía el libro.

Una película fría, muy fría, para transmitir la soledad y fragilidad de Salander frente al hombre opresor -en todos los sentidos de la palabra - que tristemente tiene que padecer. Desde su más tierna infancia siempre ha sufrido la humillación, agresión y maltrato de todo tipo dando como resultado una persona que se tatua un símbolo en su cuerpo a modo de recordatorio, una seña de identidad, una máscara y un disfraz (su indumentaria y su peinado son prueba feaciente de ello) pero que a fin de cuentas es un modo de intentar evitar el contacto, una muestra de provocar repudia, tristemente.


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La película se divide en tres campos: por un lado tenemos los litigios empresariales del personaje de Craig, que son los menos interesantes. No por ello dejan de estar bien expuestos. En segundo lugar tenemos la vida y desgracias del personaje de Mara, donde Fincher no escatima (en algunos momentos me traía a la mente Se7en: la venganza de ella, por ejemplo), y en tercer lugar toda la parte central: la investigación de un asesinato con tintes religiosos en manos de un asesino despiadado.

La parte más Fincheriana de todas. Con ecos y referencias visuales a Zodiac (la biblioteca mismamente), la fotografía es un elemento, imprescindible, más para transmitir la soledad del individuo y como es empleada para transmitirla (ese frío invernal - esa tonalidad ocre en los interiores). Una historia donde fluctuan las investigaciones y las acciones más llamativas. Interesante el ver como Salander, en este caso, no es inmune, por mucho que ella quiera o pretenda, a los sentimientos y a todo aquello que nos hace humanos.


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El momento donde ella recibe una muestra de interés (ese desayuno - cuando Craig le deja el dinero sin esperar "nada" a cambio entre varios incisos) se tambalea, se destruye poco a poco su muro impenetrable. El regalo de la chaqueta es toda una declaración final. Ha aceptado a un hombre en su vida. El resultado final, tristemente, es la vida real que ella conoce pero no quiere aceptarlo.

No es una película muy llamativa en comparación con otros títulos del director pero desde luego es toda una muestra que aún en productos menores como este caso Fincher es un maestro como pocos (a pesar de contar con un metraje que parece de algo mucho más épico aunque se me ha hecho cortísima). Momentos como la llegada a la casa y la presencia de Plummer, o cuando descubrimos quien es el asesino (donde el malestar y fisicidad es patente), la plasmación de los anteriores asesinatos, el ataque y demostración de quien es Salander en el metro o detalles mínimos como el gato, la visita a la casa del pariente que nunca sale de ella son muestras importantes para convencerme de que es un título con una facturación impecable.


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Y si bien es cierto que el final sufre de cierto cambio con respecto al del libro, no deja de ser igual de interesante, que al igual que Se7en, hemos estado ante la respuesta en todo momento sin inmutarnos y percatarnos por ello. En serio, me ha gustado más de lo que creía. Otra muesca más en el cinturón de Fincher demostrando porqué es uno de los directores a tener en cuenta en el cine contemporaneo. A la espera de las otras dos entregas si él está detrás de la cámara.
 
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TFV dando en el clavo.

miércoles 18 de enero de 2012

DAVID FINCHER VS. STIEG LARSSON: “MILLENNIUM: LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES”



[Advertencia: en el presente artículo se revelan importantes detalles de la trama de este film.] Ya he tenido ocasión de exponer, tanto en este blog (1) como en Dirigido por… e Imágenes de Actualidad, mi punto de vista con respecto a la famosa novela de Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres y las adaptaciones al cine de nacionalidad sueca de los tres volúmenes que conforman la trilogía Millennium del malogrado Larsson, Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009, Niels Arden Opley), Millennium 2: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009) y Millennium 3: La reina en el palacio de las corrientes de aire (Luftslottet som sprängdes, 2009), estas dos últimas realizadas por Daniel Alfredson. Teniendo en cuenta que ni me gusta la primera novela de Larsson (tras cuya lectura me negué a seguir perdiendo el tiempo con sus continuaciones) ni las películas que se realizaron a partir de la trilogía al completo (la tercera era particularmente aburrida), la única expectativa razonable que tenía con respecto al reciente remake made in USA de la adaptación de la primera novela de la serie, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tattoo, 2011), consistía en comprobar cómo se las habría arreglado David Fincher a la hora de hacer frente a semejante proyecto, destinado en principio a asegurarse la financiación de sus futuros trabajos, uno de los más inmediatos la nueva versión de la famosa novela de Julio Verne 20.000 leguas de viaje submarino, apostando en esta ocasión por una producción, a priori, con grandes posibilidades comerciales. El resultado tiene una cara y una cruz. La cara: Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, versión Fincher, es un film muy digno, pese a partir de un material literario de segunda fila. La cruz: es una pena que, probablemente viéndose obligado a mantenerse lo más fiel posible a un material literario de segunda fila, Fincher no haya podido modificarlo a placer y haya tenido que conformarse con hacer un film muy digno.

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El primer inconveniente de la película de Fincher, y además el principal porque condiciona todo su resultado, es su exceso de fidelidad a la trama del original de Larsson, más allá de las consabidas supresiones y/o reducciones de determinados fragmentos de un libro ya de por sí larguísimo y rebosante de páginas prescindibles; de hecho, la auténtica lástima es que no se haya eliminado más “paja” de la novela, ni se la haya sometido a una completa reescritura de su intriga, ni a una amplia redefinición de sus personajes (mas ello hubiese sido excesivamente arriesgado y anticomercial, habida cuenta de que en este tipo de operaciones, y salvo honrosas excepciones, la película resultante está condicionada de entrada por la intención de que los muchos lectores del libro luego reconozcan al máximo en las imágenes del film lo que previamente han leído). Resulta de agradecer que, al igual que hacía en parte la versión sueca de la adaptación del primer volumen de Millennium, el guión urdido por Steven Zaillian se haya “comido” alguna de las peores cosas de la novela, como por ejemplo la insustancial aventura sexual del personaje de Mikael Blomkvist (Daniel Craig) con Cecilia Vanger (Geraldine James); incluso mejora un apartado del libro que la versión dirigida por Niels Arden Opley no quiso o no pudo soslayar: la resolución del paradero actual del personaje de Harriet Vanger, la adolescente cuyo aparente asesinato y confirmada desaparición años ha es el detonante de la intriga, ahorrándole aquí al espectador el farragoso episodio del viaje a Australia.

Pero resulta una pena que, ya puestos, Fincher y Zaillian no se hayan atrevido (o no hayan podido) ir más allá de la novela, potenciando algunos de sus aspectos teóricamente más interesantes –la gráfica descripción de los asesinatos de mujeres, y su puesta en relación con los fragmentos de la Biblia y la ideología nazi que se encuentran en la base de su inspiración—, pues no olvidemos que estamos hablando de una película firmada por el mismo hombre que hizo Seven (ídem, 1995) y Zodiac (ídem, 2007); comparada con ellas, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres sabe a poco. También es una lástima que, a causa de esa teórica exigencia de fidelidad al libro, el film de Fincher conserve los personajes y los escenarios suecos del texto de Larsson sin atreverse a explorar otros caracteres y horizontes geográficos. ¿Se imaginan las posibilidades de trasladar la acción de Suecia a los Estados Unidos y urdir, a partir de ese cambio de ubicación geográfica, una intriga criminal en torno a un asesino de mujeres fascista, sádico y misógino que va sembrando de horror y muerte paisajes como, por ejemplo, los del Sur sudoriento y ultracatólico, o en el supuesto de que se hubiese querido conservar la fría climatología del original literario, los escenarios de la frontera norteamericano-canadiense o la de Canadá con el estado norteamericano de Alaska –un poco, para entendernos, como Jennifer 8 (ídem, 1992, Bruce Robinson), Fargo (ídem, 1996, Joel y Ethan Coen) o Insomnio (Insomnia, 2002, Christopher Nolan)—, poniendo todo ello en relación con los núcleos neo-nazis legalmente establecidos por diversos puntos del territorio estadounidense, y con la corrupción de los responsables de negocios inmobiliarios y entidades bancarias que han provocado la pavorosa crisis económica cuyas consecuencias todavía estamos sufriendo? Lo más interesante de un remake norteamericano de Los hombres que no amaban a las mujeres: the book es que hubiese podido dar pie a una película que no hemos visto y que probablemente nunca veremos, al menos bajo el título de la franquicia literario-cinematográfica creada alrededor de la invención de Larsson. Sorprende desagradablemente, vuelvo a insistir, tanta cautela, casi tanta cobardía, procedente del mismo realizador de las mucho más agresivas Seven y Zodiac. Se nota la perversidad intrínseca de estos tiempos en el hecho de que hasta alguien como Fincher debe nadar y guardar la ropa.

En definitiva, lo peor de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, versión –quién lo diría— David Fincher, reside en la novela de Larsson y su sumisión a sus líneas maestras, con todo lo que ello comporta: desde la descripción del personaje (de alguna manera hay que llamarlo…) de Lisbeth Salander (Rooney Mara), la hacker bisexual, tatuada y repleta de piercings hasta las cejas que, a pesar de una infancia que se intuye traumática –y cuyos detalles, como es bien sabido, aparecen en Millennium 2, libro y segundo film sueco: esperemos que Fincher tenga cosas mejores que hacer que hacerse cargo de la teóricamente preceptiva secuela made in USA—, y de una formación académica más que dudosa, es virtualmente un genio de la deducción y de los ordenadores, cual nueva versión en femenino de Sherlock Holmes, corregida y aumentada (connotaciones gays incluidas), parca en palabras porque parece saberlo todo y a la que no se le escapa nada; hasta llegar, como digo, a recoger la que, sin duda alguna, es la peor parte del libro y, por ende, de la(s) películas(s) a la(s) que ha dado pie hasta la fecha: la estúpida resolución, tras la aclaración del misterio de Harriet Vanger y de la identidad del asesino que no-amaba-a-las-mujeres, en la cual Lisbeth desmonta, ella solita, el imperio comercial de Wennerström (Ulf Friberg), el corrupto industrial amante de traficar con armas y de veranear en Marbella (sic) que, al principio del relato, había logrado vencer ante los tribunales a Blomkvist por un artículo difamatorio publicado por este último en la revista Millennium en colaboración con su editora –y amante— Erika Berger (una fugaz y desaprovechadísima Robin Wright).

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Empero, si como lectura, o mejor dicho, relectura de la novela de Stieg Larsson, el film de Fincher carece del menor interés, resulta en cambio bastante más atractivo en virtud de la manera como ha resuelto la papeleta. Hay que decir a favor del realizador estadounidense que su trabajo, desde este exclusivo punto de vista, resulta encomiable; es decir, que con independencia de la opinión que cada cual tenga sobre el material adaptado, el director de El club de la lucha (Fight Club, 1999) ha puesto toda la carne en el asador en materia de oficio, resolviendo a ratos con inusitada convicción un encargo que, en sus líneas generales, “luce” lo suficientemente bien hasta el punto de erigirse, con facilidad, en la mejor película que se haya hecho a partir del libro de Larsson (y en una película, asimismo, superior a este último, tal y como ya ocurría, de hecho, con la primera versión cinematográfica sueca). El resultado, a la postre, acaba haciéndose extremadamente llevadero y agradable de ver –lo cual, repito, es encomiable, incluso desde el punto de vista del espectador que conozca de antemano el intríngulis argumental porque ya haya leído las novelas y/o visto los tres films suecos—, y todo ello gracias a la habilidad del cineasta para concentrarse en dos aspectos. En primer lugar, la narrativa. Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres hace gala, de entrada, de un sentido del montaje tan seco, corto y punzante como el ensayado previamente por Fincher en su anterior La red social (The Social Network, 2010); si en esta, el empleo del plano/contraplano en las escenas de conversación resultaba tan aparentemente frío y mecánico porque se encontraba a tono con personajes asimismo fríos y mecánicos, de tal manera que el relato fluía casi virtualmente al compás de los rasgos de carácter, las ideas, los pensamientos y los sentimientos de los personajes retratados/evocados (recordemos que se trataba de personas “reales”), en Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres el ritmo de montaje es considerablemente similar al de La red social, y mediante el mismo Fincher consigue “aligerar” el intríngulis criminal de la trama, hasta el punto de que a ratos se tiene la sensación de que la película avanza sin importarle particularmente el esclarecimiento de dicha intriga, lo cual produce un chocante efecto en el espectador (o, mejor dicho, me lo produjo a mí): la sensación (por lo demás, bastante placentera) de que el film progresa despreciando la trama y concentrándose sobre todo en el impacto visual de unos encuadres que, como digo, en virtud de ese montaje seco y corto –pero que al mismo tiempo no abusa ni de esa sequedad ni de esa brevedad: enseña lo justo y en el tiempo justo para apreciarlo—, da como resultado no solo una película notablemente entretenida a pesar de su larga duración (158 minutos, títulos de crédito incluidos), sino que a ratos se mira con cierto escepticismo lo que está contando, como si no terminara de creérselo del todo. Resulta muy representativa de esto último la escena en la cual el millonario Henrik Vanger (Christopher Plummer) le enseña a Blomkvist, desde la puerta de su propia mansión, las casas de los miembros de su familia que viven cerca de su vivienda, enumerando nombres y relaciones de parentesco hasta que Blomkvist le confiesa que ha acabado perdiendo el hilo… Si hay algún momento en el cual Fincher y el guionista Steven Zaillian muestran sin pudor su relativo interés hacia lo que están contando es, sin duda, en este.
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Desde este exclusivo punto de vista, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres da, por decirlo coloquialmente, “el pego” gracias a un minucioso trabajo de puesta en escena que se concentra tanto en ese casi enfermizo ritmo de edición como en la gran labor del director de fotografía Jeff Cronenweth –hijo del excelente Jordan Cronenweth: el hombre que fotografió Blade Runner (ídem, 1982, Ridley Scott)—, quien impregna el film con una paleta de colores casi sin matices que contribuyen a conferirle cierta estilización: los azules de las escenas diurnas en exteriores, sobre todo las que se ubican en paisajes nevados; el tono ligeramente sepia de los flashbacks en los cuales se evocan las circunstancias que rodearon el misterio de la desaparición de la joven Harriet Vanger (Moa Garpendal) [Nota bene: Sorprende detectar en estas mismas escenas de evocación del pasado a un fugaz Julian Sands interpretando a Henrik Vanger de joven.]; los colores marrones y ocres utilizados para “pintar” varias escenas relacionadas con Lisbeth Salander y la sordidez de los ambientes por lo que se mueve o de las situaciones que vive, en particular los penosos episodios de vejación sufridos a manos de su tutor legal Bjurman (Yorick van Wageningen); los amarillos y los dorados que iluminan, casi fantasmagóricamente, los interiores de la moderna vivienda que Martin Vanger (Stellan Skarsgard) comparte con su mujer; el blanco cegador, a lo Kubrick, de la reunión de Henrik y Martin Vanger en el despacho de este último…
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Aparte de en el aspecto narrativo, Fincher concentra sus mejores esfuerzos en un segundo, si bien estrechamente vinculado con el anterior: el dibujo de la relación entre la pareja protagonista. Y aunque es verdad que tanto la fama de las novelas de Larsson como la de las tres primeras películas suecas sobre las mismas se ha construido alrededor del personaje de Lisbeth Salander, convertida en algo así como la personificación de la nueva mujer del siglo XXI –según el punto de vista de un creador, no lo olvidemos, que pertenecía al sexo masculino—, gracias a su carácter independiente, una apariencia física que no responde a los cánones sobre “lo femenino” (piercings, tatuajes, cejas afeitadas, ropa de cuero holgada) y una sexualidad de orientación caprichosa, no es menos cierto que la versión de Fincher arroja sobre este celebrado personaje, al cual quizá le encajarían mejor epítetos como “arquetipo” o “mito”, una mirada un tanto descreída, acorde con el carácter eminentemente inverosímil de Lisbeth, de ahí que al final resulte que –al contrario de lo que ocurre en la primera novela (vuelvo a insistir en que no he leído las otras dos) y en los tres films suecos— el personaje de Mikael Blomkvist acabe siendo el mejor perfilado de la película de Fincher. Esto último se debe, en gran medida, a la magnífica interpretación que Daniel Craig lleva a cabo del mismo, confiriéndole una humanidad hasta ahora ausente de todas las anteriores lecturas cinematográficas de la obra de Larsson: sus miradas, su forma de colocarse las gafas que lleva colgando de una oreja, el frío y el miedo que le atenazan según las ocasiones, confieren cuerpo y vida a su personaje, lo cual brilla en todo su esplendor en una de las mejores secuencias del film de Fincher, si no la mejor: la subrepticia entrada clandestina de Blomkvist en la vivienda de luz amarillenta de Martin Vanger, en la cual actor y director logran transmitir, con su actuación y su planificación respectivamente, la tensión de una situación llena de connotaciones peligrosas.

Lo afirmado no quiere decir que la labor interpretativa de Rooney Mara como Lisbeth no sea digna de encomio; al contrario, la actriz neoyorquina está más que correcta en su cometido –por más que su labor esté por debajo de la de Craig o de su predecesora en este mismo papel, la sugestiva Noomi Rapace—; pero el tratamiento que Fincher confiere al personaje de Lisbeth, lejos de pretender humanizarla tal y como se ha afirmado estos días, más bien se concentra en resaltar su “diferencia”, su “otredad”, con respecto al entorno en el que se mueve. Tan solo hay que ver cómo resuelve el realizador las escenas descriptivas de Lisbeth y “su mundo”: la pelea con el tipo que intenta robarle el bolso en la estación de metro y que termina destrozando, durante el forcejeo, su ordenador portátil; el momento en que Lisbeth seduce en la discoteca a una chica con la que pasará la noche; incluso los momentos, digamos, “fuertes” y más estrechamente relacionados con los orígenes humildes y el desdichado pasado de la muchacha, tal es el caso de la violación que sufre a manos de su nuevo y desaprensivo tutor legal, así como la minuciosa descripción del sádico plan de venganza de Lisbeth contra él. En todo momento se tiene la sensación de estar viendo algo así como la descripción de la vida cotidiana de una especie de extraterrestre que se relaciona con su entorno en términos de violencia (escena del metro), que copula indiferentemente con hombres y mujeres (la chica de la discoteca), que es violada por alguien que ve en ella a una “marciana” y que se venga de ese violador empleando, asimismo, métodos “marcianos”.
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No resulta casual en este sentido que, para Fincher, lo que justifica la relación primero de complicidad, luego de amistad y finalmente amorosa que se da entre Blomkvist y Lisbeth reside en el carácter antisocial y marginal, cada uno a su manera, de ambos protagonistas, y en el reconocimiento mutuo que efectúan de su “otredad”. Fincher lo sugiere muy bien empleando sendos planos en cámara móvil a las espaldas de Blomkvist y Lisbeth cuando les vemos entrar, respectivamente, en la redacción de la revista Millennium y en la agencia de detectives: la similitud entre ambos encuadres establece, de entrada, esa relación luego convertida en vínculo personal y afectivo entre el periodista, separado de una esposa que ya no le ama y padre de una hija, Pernilla (Josefin Asplund), cuyas convicciones católicas le resultan incomprensibles, y la joven huérfana, “rara” y antipática que lucha como una leona contra un mundo que no parece pretender otra cosa que coartar su libertad: son dos “marcianos” que se reconocen el uno al otro porque comparten un profundo sentimiento de soledad. Puede afirmarse, incluso, que Blomkvist y Lisbeth son, aquí, las dos caras de una misma moneda, hasta el punto de complementarse. Si primero hemos visto a Lisbeth en la ducha, lavándose la sangre que corre por sus piernas como consecuencia de haber sido brutalmente sodomizada por Bjurman, más tarde la joven cederá al impulso de acostarse con Blomkvist después de haberle curado dentro de una bañera su herida en la cabeza provocada por la rozadura de una bala. Poco después, y desatada ya la intimidad sexual entre la pareja, hay un momento en que Lisbeth le pide a Blomkvist que ponga su mano bajo su camiseta y acaricie su espalda desnuda mientras, tumbados boca abajo en la cama, examinan una documentación. Ese vínculo, que termina manifestándose carnalmente pero que tiene mucho de invisible, de impalpable, vuelve a ponerse de relieve en uno de los momentos culminantes del relato, la ya mencionada secuencia de la incursión de Blomkvist en la vivienda de Martin Vanger, en la cual Fincher recurre al montaje en paralelo no tanto para establecer un “suspense” entre el peligro que corre Blomkvist mientras Lisbeth está llevando a cabo una minuciosa investigación en unos archivos, como también para sugerir esa coordinación y complementación que se da entre ambos personajes; hay otro apunte justo al final de este bloque de “suspense”: después de haber impedido por muy poco el asesinato de Blomkvist, Lisbeth le desata, empuña la pistola del asesino, y le pregunta al periodista: “¿puedo matarlo?” (sic). Es en estos apuntes donde hallamos no ya lo mejor de un relato al cual, vuelvo a insistir, resultaba muy difícil poder sacarle más jugo, sino incluso ciertos vestigios de la personalidad de David Fincher: el dibujo de la atracción entre opuestos como Blomkvist y Lisbeth suele estar muy presente en todas sus películas.
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Que tochazo, resumen Fell... TRABAJA para el foro.

Yo ya la he visto y están ricas las tetitas de la protagonista y como se trajina a tengo cara de que me importe.
 
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off topic... no sabia yo que la mara era de familia bien... lo que tiene ver la superbowl...

Rooney es bisnieta de Timothy Mara, fundador del equipo de fútbol americano New York Giants, y de Art Rooney, fundador de los Pittsburgh Steelers.1 . Su hermana mayor es la también actriz Kate Mara, y su padre Timothy Christopher Mara, ojeador jefe de los Giants.

Vamos que ha convivido entre tios grandes toda su vida. jajajajajajaja
 
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Habemus Dragon
 
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Bajada. Solo he visto los créditos y ya tengo una ereción de caballo. A ver si la veo este fin de semana.
 
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Es increible como se hace un uso de los efectos especiales digitales tan bueno y tan sutil que ni siquiera se perciben como tal, al igual que con Zodiac,... una pena que nunca se tengan en cuenta las pelis de Fincher a premios de F/X, salvo en ocasiones donde sí que cantan, como en Benjamin Button.
 
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Bajada. Solo he visto los créditos y ya tengo una ereción de caballo. A ver si la veo este fin de semana.
Lo mejor de la película son los créditos, así que tampoco te emociones demasiado, Mr. Troy. :D :p
 
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Bueno, pues ya he visto los créditos y los polvos.

Veo el resto o la borro ya?
 
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No. Quitandole "paja" hay cosas rescatables.
 
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¿Pero esto que es? ¿Ya ni siquiera a Fincher le damos el beneficio de la duda viendo la película entera? Te quise, pero...
 
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Con la pedazo crítica que se cascó con "La red social". Troy, queremos tochazo repleto de magnolismos.
 
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Claro que la veré, estaba de coña. Pero confieso que la historia esta me da una pereza horrorosa.
 
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pero tu no ves las pelis por la historia. No has retrocedido hasta ahi, no?
 
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Uy no, no, que va. No sé porque habré dicho lo otro.
 
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efectivamente los créditos son la polla, yo la disfruté bastante, no sabía nada de las novelas ni de las adaptaciones y siendo un Fincher "menor" es notable.

y también me daba una pereza atroz verla y me la pillaré en BD, el mejor Fincher está presente.
 
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Tengo claro que es una película que despeja perfectamente la duda de que un remake en contadas ocasiones son necesarios y mejoran el producto original (tampoco era difícil) pero también es un producto que demuestra que en las manos correctas consigue un título digno, fiel, bien trabajado y consigue no caer en algo farrangoso y olvidable saliendo vencedor del entuerto.

Y que hablamos de Fincher, no debería haber duda al respecto. ;)
 
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