David Simon ha subrayado una y otra vez el paralelismo entre The Wire y las tragedias griegas. Si aceptamos esa afirmación, que tiene mucho de cierta, Frank Sobotka sería el héroe trágico por excelencia, llevado por una serie de factores externos (honor, venganza, traición…) hacia una espiral que sólo puede acabar con la muerte. El gesto crispado de Chris Bauer, desde el primer plano hasta el último en que aparece con vida, es el de un hombre acorralado en su propia trampa, impotente ante lo que está sucediendo. Sobotka se agarra la cabeza, suspira, bufa, escupe y hasta vomita ante unos acontecimientos que se le han ido de las manos. Sabiéndose vigilado, su vulnerabilidad va convirtiendo su rostro en una máscara, hasta el momento en que se dirige al encuentro final con su némesis, El Griego, el hombre al que unas cuantas vidas no pueden estropear lo más importante: el negocio.
Franusz Sobotka, nacido en el seno de una familia polaco-americana, es hijo, hermano y padre de estibadores. Imaginamos su infancia en los años 70, correteando entre las cajas y contenedores del puerto, aprendiendo el oficio de su padre, alimentándose de sopa de remolacha de su abuela y bebiendo cervezas y whisky malo con apenas 12 años. Podemos intuirle, todavía con algo de pelo en la cabeza y una chispa de ilusión en los ojos, cuando acaba el colegio y se pone a trabajar con solo 16 años. Su vida se reduce a los muelles y al bar de los estibadores, donde conoce a la mujer (nunca vista en la serie, por cierto) con la que traerá al mundo al catalizador final de su desgracia, su hijo Ziggy. Él supone el gran punto débil de Frank, el origen de su frustración, un chico ambicioso y estúpido que se pasa el día cavando su propia tumba. Su sobrino Nicky, en cambio, encarna al hijo que nunca tuvo. Pese a sus esfuerzos por protegerles, Frank fracasa, en todos los sentidos. Y su derrota es quizá la más dramática de todas las que se producen a lo largo de las cinco temporadas de The Wire, porque supone la derrota global de la clase obrera americana. Su hermano mayor Louis, padre de Nicky, es el ángulo opuesto: está vencido, pero su rectitud moral le impide apoyar a Frank en sus negocios sucios. Cuando la policía se lanza a desbaratar el entramado de contrabando del puerto, Louis incluso obliga a su hijo a entregarse.
Frank Sobotka es, en definitiva, el leit motiv de la segunda temporada de The Wire. Según David Simon, la ambientación en los muelles responde a “una reflexión acerca de la muerte del trabajo y de la traición contra la clase trabajadora americana. La intención es denunciar que el capitalismo sin restricciones no puede ser un sustituto de las políticas sociales; que, por sí solo, sin un pacto social, el capitalismo salvaje sirve a unos pocos a expensas de muchos”. En palabras del propio patriarca Sobotka: “Durante 25 años hemos estado muriendo lentamente aquí. Los muelles secos oxidándose, los embarcaderos vacíos. Es como si tuviéramos cáncer”. Su lamento se repite cada vez que se topa con la indiferencia de los políticos: “Solíamos construir jodidas cosas en este país. Ahora todo consiste en meter la mano en el bolsillo del tipo que tienes al lado”. Él pretende luchar contra eso a través de donaciones y sobornos, utilizando el dinero negro obtenido gracias a su colaboración con El Griego y sus secuaces.
Sobokta es un mártir, como lo fue D’Angelo Barksdale cuando Stringer Bell, otro hombre sin escrúpulos, decidió que había que acabar con él. Simon y Burns pretenden dejar claro que aquel que desea plantarse y abandonar el juego acaba en una bolsa rumbo al depósito de cadáveres. En el penúltimo capítulo de la segunda temporada (Bad dreams), en una magistral secuencia de montaje a ritmo de una canción tradicional griega, se fragua la caída definitiva de Frank, dispuesto a delatar a los mafiosos para lograr un trato de favor de la policía hacia su hijo Ziggy. Su último acto de valentía es proteger a su sobrino, acudiendo en solitario a la definitiva cita con El Griego y su lugarteniente debajo del imponente Key Bridge. Su muerte es la de un hombre bueno, uno de los pocos que pueblan el corrupto Baltimore de The Wire. Su epitafio debería ser una de sus frases más reveladoras: “Sabía que estaba equivocado. Pero, en mi cabeza, pensé que estaba equivocado por las razones adecuadas”. Descanse en paz.