Debido al cautiverio, las vacas viven angustiadas al no poder rumiar (primordial para su salud mental como puede ser olfatear para un perro), se acostumbran a morder los barrotes, sufren mastitis y cojera. No pueden amamantar a los terneros porque su leche ya está siendo ordeñada para los humanos.
El hecho de estar privadas de libertad no es solo no poder ir a dar una vueltecita, tiene consecuencias muy desagradables que a nadie le gustaría sufrir.
Los terneros todavía viven menos. De los 20 años que podrían vivir en libertad, llegan a las 3-16 semanas. Si volvemos a abogar por la naturaleza, estos en libertad se alimentarían de hierba y leche de sus madres, mientras que en las granjas se les alimenta exclusivamente con leche para producirles anemia y obtener su apreciada carne pálida, privados de hierro y fibra que son elementos esenciales.
A la semana de vida se les encierra en jaulas muy estrechas, demasiado como para poder darse la vuelta. Son enviados al extranjero, muchas veces sin agua ni comida, en camiones tan abarrotados que no pueden tumbarse.