Boicot político al Plan Renove del automóvil
XAVIER BOSCH
Me he entretenido mirando la web del Parlament valenciano y, gracias a este ejercicio aparentemente inútil, he empezado a entender la crisis del sector del automóvil. En las Cortes valencianas acaban de publicar la declaración de bienes de los 99 diputados y veo que su presidente, Francisco Camps, dice que tiene un Saab de 1995 que él valora en 1.500 euros. Sabiéndolo, no nos extraña que, cuando el hombre ve un Ferrari descapotable, pase de reunirse con el aburrido de Rajoy y se vaya a dar una vuelta con Alonso, aunque queden atascados en la arena. El caso de Rita Barberá aún es peor. La alcaldesa valenciana ha declarado que tiene un Lancia Delta de más de 21 años y que «se desconoce su valor». Pero la tasación debe ser alta, porque, de tan viejo, el Ritamóvil debe de estar a punto de ser una antigualla de coleccionista. Más para acá, Anna Hernández, primerísima dama de Catalunya, dice: «Tenemos un coche de hace 10 años que no pienso cambiar porque va la mar de bien». Lo publica Gabriel Pernau en su libro Descobrint Montilla, en las jugosas páginas donde cuentan: «Lo único que tenemos son deudas».
Con estos ejemplos, no debe de extrañarnos que los concesionarios de vehículos las estén pasando canutas. Ni los incentivos del Plan Renove ni el Plan 2000E (2.000 euros a cambio de un coche de más de 10 años) han sido reclamo suficiente para comprarse un Seat y fer país. Pero ahora, si quieren uno nuevo,tendrán que apresurarse. El plan de ayuda a la compra de coches se acaba y los 100 millones de euros que destinó Zapatero –en una medida que le ha funcionado– parece que solo llegarán al verano.
A España le sobran políticos tacaños, ahorradores y que solo quieran hacer ostentación de su austeridad. Necesita, en cambio, líderes como Ricardo Costa. No importa cuál sea su hoja de servicios, ni que esté muy manchada. Necesitamos a un hombre que consuma, que dé alegría al sector y que no se arrugue por la subida del IVA que tanto asusta a los fabricantes de coches. Se necesitan políticos que entren en un concesionario y, a tocateja, se compren un Infinity. O dos. Uno por cada pie.